Acerca de las condiciones de posibilidad de la psicoterapia
Creo firmemente que los problemas propiamente psicológicos son producidos por la violencia presente en relaciones o interacciones anómalas, experimentadas o padecidas por un ser humano que, cuanto más precoces son, tanto más daño potencial le pueden producir en tanto tal ser, es decir, en la constitución y desarrollo de su propio ser.
En mi opinión, una psicoterapia tiene por objeto el carácter real de la persona que se encuentre en condiciones precarias, es decir, abordar las privaciones de realidad que padezca (como consecuencia de diversas formas de violencia padecidas), contribuyendo a un mayor grado de realización personal.
En cuanto a la acción o el método psicoterápico, se funda en un conocimiento amplio y profundo de la persona de que se trate, de su sistema de relaciones actuales y de aquellas en las que formó su modo de ser, hasta acceder a una explicación rigurosa de su propia condición y de la producción de las alteraciones que padezca.
Ahora bien, tras una experiencia dilatada de trabajo en un despacho destinado a hacer psicoterapia, se concluye con cierta facilidad que, no toda persona que acude al mismo, reúne las condiciones necesarias para participar en tal tipo de proceso.
Cuando una persona procedente de la población general, es decir, de la que no se tiene casi ningún conocimiento previo, acude a un despacho de psicología aplicada al objeto antes definido, el profesional ha de acceder a un estudio previo de la posibilidad efectiva de relación psicoterápica, por el que concluya que es posible y procedente establecer esa relación con dicha persona, o, por el contrario, no.
Los motivos que expone la parte de la población que acude a un despacho de ese tipo, para acudir a él, constituyen el primer objeto de análisis. Los hay difusos o concretos; con finalidades de todo tipo, como, por ejemplo, buscar ayuda para sí, o buscarla para ayudar a otra persona; los hay verdaderos y los hay falsos; en ocasiones, no se expone motivo alguno, etc.
Averiguar la verdadera finalidad de la asistencia de esa persona (que, en principio, es desconocida) a un despacho de psicología, es fundamental para que la primera fase de la interacción con ella cobre algún sentido.
Por lo tanto, una primera tarea profesional consiste en obtener la información necesaria para decidir acertadamente qué camino seguir. Una posible clasificación no exhaustiva de las personas que acuden, que toma en cuenta tal perspectiva, ofrece un balance como el siguiente:
- Una parte de la población que padece problemas psicológicos, cuyas implicaciones en sus capacidades intelectuales, no le impiden efectuar el proceso interactivo y comunicacional que conlleva la psicoterapia, y para la que efectuarla le puede resultar provechoso.
- Una parte de la población que padece problemas psicológicos pero que, el nivel de deterioro en sus facultades intelectuales le impide participar en el proceso de un modo provechoso.
- Una parte de la población que acude para pedir ayuda al profesional para ayudar, a su vez, a una tercera persona que necesita ayuda psicológica.
- Una parte de la población cuyo motivo de asistencia a consulta consiste en utilizar al profesional para fines totalmente alejados de cualquier finalidad psicoterápica.
- Un subgrupo del anterior, se refiere a una parte de la población que se presenta aparentando o simulando padecer algún tipo de problema psicológico…
Por lo tanto, los dos primeros grupos, padecen problemas psicológicos, mientras el tercero, el cuarto y el quinto no los padecen.
Hay personas que causan problemas personales a terceros, una parte de las cuales, además, pretende utilizar a los profesionales para sus fines; hay personas, pertenecientes al grupo anterior, que los simulan; hay personas que tratan de ayudar a quienes los padecen; seres humanos que los padecen con posibilidad de resolverlos, y, por último, otros seres humanos que han de padecerlos sin la posibilidad de salir de ellos.
Se debe subrayar el hecho de que una parte nada despreciable, del cuarto grupo de los expuestos, está formada por progenitores que han participado y/o participan en la producción de los problemas que padecen hijos suyos, aunque, también, hay progenitores cuya voluntad hacia aquellos hijos que padezcan problemas, procede de una actitud de ayudarles a resolverlos.
Distinguir a unos progenitores de otros, puede no ser una tarea fácil, y, a menudo, los errores que cometan los profesionales en tal cometido, pueden traer diversas consecuencias negativas para los hijos con problemas.
Visto el amplio espectro de posibilidades explicativas, de la presencia de una persona en un despacho de psicología, y, la compleja tarea que ha de afrontar un profesional de forma previa a una auténtica intervención psicoterápica, si éste no dispone de un modelo teórico amplio y riguroso, de la suficiente experiencia y de la pertinente actitud selectiva, los errores pueden llegar a ser más comunes que los aciertos.
Ahora bien, supongamos que el profesional sigue un enfoque similar al de la escuela fenomenológica de Carl Rogers (citado en el artículo anterior de este mismo blog); tiene un enfoque cognitivo-conductual; una perspectiva estrictamente conductista, o cualquier otro, que no disponga de las herramientas teóricas necesarias para poder distinguir a unas personas de otras.
En tal caso, la relación dará comienzo entre personas perfectamente desconocidas, lo cual, por parte del profesional, solo puede ocurrir adoptando como punto de partida sus propios presupuestos acerca del ser humano en general, o los establecidos por su propio enfoque de trabajo aplicado a objetos genéricos, y no a personas concretas.
Entre no hacerle nada al consultante, dando por válido lo que él haga o diga, o hacerle lo que prescriban las metodologías establecidas a priori sin conocerle, no hay demasiada diferencia en cuanto a la imposibilidad de establecimiento de una relación propiamente dicha que, al menos, comience fundada en el conocimiento.
Partir de un «no sé quién eres, ni lo que quieres, ni si es verdad lo que dices, etc.» pero «acepto ayudarte incondicionalmente», o «te aplicaré un protocolo de intervención basado en lo que me dices», no parece el mejor punto de partida.
Una actitud real hacia alguien, se funda siempre en el conocimiento de aquél a quien se dirige.
Al respecto del conocimiento, dice Gilson[i]: «El realista, por el contrario, debe reconocer siempre que es el objeto el que causa el conocimiento, y tratarlo con el mayor respeto.» (p.189)
Además, entre los aspectos por los que se reconocen las falsas ciencias encontramos el de que, en ellas, el método se impone a la cosa, no siendo la cosa la que especifica el método: «Un sabio no comienza nunca por definir el método de la ciencia que va a fundar; incluso éste es el rasgo por el que con más seguridad se reconocen las falsas ciencias: que se hacen preceder por sus métodos; porque el método se deduce de la ciencia, no la ciencia del método. […] el realista no puede saber de qué manera se conocen las cosas antes de haberlas conocido, ni cómo se conoce cada orden de cosas sino después de conocerlo.» (op. cit., p.183)
Por lo tanto, hay un largo camino por recorrer, no precisamente fácil, desde que una persona desconocida se presenta ante un profesional manifestando cualquier propósito, hasta que sea posible acceder al establecimiento de una relación de ayuda propiamente dicha.
Ahora bien, al menos, lo que cabría esperar del profesional es que conozca bien el terreno en el que se mueve, las condiciones que hacen posible, o imposible, una relación psicoterápica, y, las posibilidades efectivas que tiene una persona dada, de participar en un proceso de realización personal por dicha vía.
El tipo de relación en el que discurre una actividad psicoterápica fructífera es de confianza recíproca entre el psicólogo y la persona que se presta a efectuarla, con el propósito de cooperar para incrementar la realización de ésta, y afrontar conjuntamente las muchas dificultades que, dentro y fuera de la propia relación, pueden surgir.
Se trata, por tanto, de una relación intensa, destinada a trabajar aspectos sustanciales de un ser que padece determinadas privaciones y que, solamente, con una comunicación verdadera, la promoción del bien de éste, y el esfuerzo conjunto en el afrontamiento de dificultades (e, incluso, problemas), puede salir adelante.
De ahí que, desde un estado de simple desconocimiento recíproco de las personas en cuestión, hasta acceder a esa estructura compleja de relación, hay que recorrer un cierto camino que no siempre desemboca en ella, si bien, cuando ocurre es raro que no llegue a valer la pena.
[i] GILSON, ÉTIENNE; El realismo metódico; intr. Eudaldo Forment; trad. Valentín García Yebra; Ediciones Encuentro, Madrid, 1997 (GILSON, E., RM)
Hola Carlos. Interesantisimo punto de partida del proceso de ayuda psicológica (que no aparece en los libros de psicología que estudiamos en la carrera). La pregunta que siempre me ha surgido sobre este tema es cómo comunicar al sujeto que acude a la consulta que no vamos a tratarle.
Saludos!
maria miquel casares
Desde el primer momento en que te pones a la tarea de tratar de ayudar psicológicamente a una persona, has de investigar si eso es posible. Hay muchas posibles razones por las que no lo es, y otras muchas en las que sí lo es.
Cuando no es posible, porque descubres que una persona no acude a recibir ayuda psicológica, sino que acude por algún fin espúreo, que oculta bajo una emisión de información falsa, no solo tienes derecho a no tratar a dicha persona, sino que es tu deber no hacerlo, por dos razones: 1) sería un fraude profesional y, 2) cualquier cosa que le aportaras, empezando por el mero hecho de convertirla en “persona en tratamiento”, podría servirle de ayuda para hacer daño a terceras personas.
En este tipo de casos la cuestión de cómo comunicarle que no la vas a tratar es algo circunstancial e irrelevante. Lo importante es que lo hagas.
Gracias por tu comentario.
Pues tienes razón. No es importante. Gracias por la respuesta. Saludos. María
Me alegro de que mi respuesta te haya servido para aliviar esa preocupación que tenías. Un saludo.