Análisis del desprecio interpersonal y sus formas
La valía de cualquier ser o cosa que exista, sea mucha, poca o ninguna, depende de dos grandes factores que se encuentran en relación.
El primero, es la aportación que hace el ser de que se trate, en función de cuáles sean sus capacidades o cualidades, a su propia existencia en el mundo. El segundo, se refiere a las condiciones externas, el entorno o las circunstancias en las que exista.
Ahora bien, hay que distinguir dos modalidades existenciales, según sea el tipo de participación que tenga cada uno de esos dos grandes factores.
Una persona puede tener conciencia de que existe, con cierta independencia de lo que, al respecto de su existencia, hagan o no hagan, las otras personas que se encuentren a su alrededor.
No obstante, el papel que ella misma juegue en el hecho de disponer de la conciencia de que existe, puede ser decisivo, o no serlo. En este último caso, cede el papel prioritario a terceras personas.
Cuando la conciencia que alguien tiene de que existe, la tiene con independencia de que otras personas reconozcan dicha existencia, dicha impresión es directa, sin que necesite mediar intervención alguna de terceros.
Por el contrario, si se da el caso de que una persona necesite que otros reconozcan o confirmen su existencia, su conciencia de existir es secundaria a la conciencia que otros puedan tener de la misma. Depende de terceros.
Pongámonos en el caso de que una persona, existencialmente independiente, se encuentre en una circunstancia social en la que ninguno de los presentes reconozca su presencia, le preste atención alguna, o interaccione con ella.
En tal caso, dicha persona seguirá disponiendo de la conciencia de que existe en aquel lugar, se explicará su presencia en él por el motivo que la haya llevado hasta allí, y, cuando cese dicho motivo, saldrá de la situación sin demasiadas molestias.
Por el contrario, una persona que necesita que terceras personas reconozcan que existe, para disponer de la conciencia y el sentimiento asociado de que, efectivamente, existe, puesta en una situación semejante, lo pasará mal, e, incluso, podrá tener un cierto sentimiento de absurdo.
Sin duda, aquellas personas que están presentes en la situación, que no se inmutan ante la presencia de alguien que se encuentra entre ellas, pretiriendo su existencia, efectúan alguna forma de desprecio hacia la misma.
Dicho desprecio, puede ser activo o pasivo. Es pasivo, cuando la inatención, la preterición, y el hecho de seguir haciendo lo que estén haciendo, sin inmutarse por la presencia de alguien más, carecen de cualquier tipo de intencionalidad o de hostilidad hacia dicha persona. Simplemente no se percatan de la presencia de la persona en cuestión.
Ahora bien, el desprecio será activo, cuando percatándose de su presencia, actúen como si dicha persona no existiera, o en cualquier otra modalidad de trato que implique menosprecio hacia la misma: no saludarla, no prestarse a hablar con ella, etc.
La cuestión es si esta forma activa de desprecio es, verdaderamente, desprecio, o se trata de otra cosa.
Hay que tener en cuenta que, una vez reconocida la existencia de alguien, el hecho de comportarse en relación con ella, como si no existiera, o como si aquello que haga o diga careciera de todo valor, implica disponer de la conciencia de que está allí, pero actuar como si no se tuviera.
Esta forma de actuar, por lo tanto, no puede ser simple desprecio, sino que se trata de una forma de rechazo activo hacia dicha persona, lo cual procede de un juicio negativo hacia ella o hacia lo que haga.
En el fondo de la posibilidad de que una persona disponga, o no, de la conciencia directa de su propia existencia, o, por el contrario, requiera que otros le informen de que existe, se encuentra implicada, íntegramente, su propia personalidad.
De hecho, no se trata de un problema menor, sino que suele ser producto de modelos formativos intrafamiliares extremadamente hostiles, contrarios a la existencia del propio niño en formación. Entre dichos modelos caben varias posibilidades de las que destacaremos dos.
En primer lugar, podemos encontrarnos con estilos formativos radicalmente opuestos al desarrollo natural de la sustantividad del niño, que se empeñan en la generación de modalidades artificiales de ser, extremadamente dependientes de la gestión de la atención que les preste la figura formativa.
También, encontramos constelaciones familiares que boicotean la existencia del niño, dentro de la propia familia, mediante ese formato de rechazo que aparenta desprecio existencial y que el niño entiende como tal.
Tanto si se trata de procesos que merman o abortan el desarrollo de la propia sustantividad, como de aquellos otros que lanzan al niño la creencia de que ni existe, ni puede existir, la conciencia de la propia existencia acaba estando delegada en terceras personas, por lo que en tales casos, la necesidad de recibir importancia, o el reconocimiento ajeno de la propia existencia, se torna dramática.
El rechazo que adopta la forma de un desprecio aparente, resulta más difícil de identificar que aquellas formas de rechazo que conllevan juicios negativos evidentes, hostilidades manifiestas, injusticias flagrantes, etc., por lo que, quienes han sido formados bajo el mismo, no suelen disponer de una percepción clara del problema.
Por otro lado, es muy característico del anti-realismo, la negación hostil de la existencia de cualquier ser, que no pueda llegar a dominar o a disponer de él según sus intereses.
Ante aquello que el poder no quiere que exista, pero que, por las circunstancias de que se traten, no puede eliminarlo, lo que tiene más a mano es su negación y su aislamiento.