Blog de Carlos J. García

Clases sociales y clases de sociedades: implicaciones personales

Si preguntamos a un sociólogo de qué se compone una sociedad nos dirá que de clases sociales, lo cual equivale a responder que se compone de grupos o de micro-sociedades, pero, en ningún caso diría que una sociedad se compone de individuos o de componentes de estos.

Así, la perspectiva sociológica no podría admitir que hay relaciones «individuo — sociedad» sino relaciones entre las clases componentes de una sociedad.

Por otro lado, hay tipos o clases de sociedades diferentes cuyo estudio, por regla general, ha sido efectuado por antropólogos culturales por medio de trabajos de campo y se refieren a culturas escasamente desarrolladas aun cuando pervivan en el mundo actual.

Otra vertiente diferente es la que adopta la psicología social, cuyo objeto podría especificarse en términos de las relaciones e influencias recíprocas entre individuos, por un lado, y grupos o sociedades por otro.

Ahora bien, para que ese fuera su objeto habría que partir de una psicología individual, una sociología social y del presupuesto de que existen relaciones entre los individuos y las sociedades, lo cual en las ciencias sociales actuales no parece que esté nada claro.

Lo más probable es que la denominada psicología social se ocupe de conductas o actitudes grupales, dinámicas de organizaciones, etc., pero no de conductas individuales que estén determinadas por factores sociales ni viceversa.

De hecho cuando Augusto Comte inventó la sociología en el siglo XIX, bajo la denominación de física social, lo hizo al mismo tiempo que sentenció la desaparición de la psicología.

Bajo la óptica positivista la denominación de psicología social se torna absurda, y su objeto, como mínimo, ambiguo.

Lo cierto es que, de modo muy general, se pueden dar dos definiciones de «sociedad» en relación con los individuos que son claramente opuestas:

  • Primera.- La sociedad se compone de clases sociales.
  • Segunda.- La sociedad se compone de individuos y es resultado del modo en el que estos se organizan para el logro de determinados fines comunes.

En el primer caso, los individuos carecen de existencia individual y solo existen en tanto se disuelvan en un grupo o en una clase.

Es obvio que, en dicho primer caso, la sociedad prevalece sobre el individuo, mientras en el segundo, la sociedad es un resultado organizativo de las decisiones tomadas por los individuos de una población.

A estos enfoques les corresponden concepciones antropológicas o conceptos del ser humano muy diferentes entre sí.

La sociología positivista opta por una ceguera selectiva que no permite la percepción de la existencia propia de los individuos, ya que desaparecen en cuanto tales, y esto es decisivo en el modo de considerar el gobierno de la conducta de estos y la libertad individual efectiva de que dispongan.

Una sociedad como la propuesta por el positivismo será capaz de explicar la conducta emitida por individuos solamente como funcional o disfuncional a los imperativos sociales.

Los dos enfoques sociológicos predominantes al respecto de las clases sociales son los siguientes:

  • Funcionalismo.- Hay tres clases sociales: alta, media y baja. Se distinguen por la posición jerárquica que tienen en la estructura de la sociedad, ya sea desde la perspectiva de las propiedades económicas que posean, ya se refiera a otras características, como, por ejemplo, su nivel de influencia en la organización social, su nivel educacional, sus títulos, etc.
  • Marxismo.- Hay dos clases sociales: capitalista y proletaria. Ambas clases están en lucha permanente desde la antigüedad pues tienen intereses contrapuestos y, ante el poder económico de la primera, los proletarios deben unirse para acabar con ella y establecer una sociedad sin clases, igualitaria y en la que no exista la propiedad privada.

Ahora bien, las especificaciones de una sociedad y sus propiedades características no son independientes, ni de los tipos de relaciones interpersonales que se establezcan entre sus componentes individuales, ni de los atributos antropológicos de estos que vengan determinados por la propia sociedad de que se trate.

En realidad hay dos clases de sociedades cuyas características influyen decisivamente en la constitución de los individuos que las componen, y para perfilarlas debemos fijarnos en un ser humano individualmente considerado.

Fijándonos en él, podemos observar que posee muchísimos componentes perfectamente ordenados que componen un sistema que le permite vivir. En tal sentido, la persona es un sistema de componentes en sí misma al que podemos denominar orgánico.

Todos y cada uno de sus componentes se complementan con todos los demás, son partes del sistema completo y forman un todo, del cual cada uno de ellos es una parte que se subordina funcionalmente a ese todo unitario.

Visto mecánicamente se trata de algo similar a un reloj cuya maquinaria se compone de muchísimas piezas que funcionan en una completa interdependencia para que el todo que es el reloj dé la hora, lo cual es el fin y el sentido del mismo. En este sentido, el reloj es un sistema orgánico compuesto de partes constituido para cumplir una función que consiste en dar la hora.

Ahora bien, salvando las diferencias entre seres vivos y máquinas, esa “sociedad” que forman las piezas de un reloj unitario es muy diferente al tipo de “sociedad” compuesta por todos los relojes que hay en el mundo. Sin duda hay una pluralidad de relojes en el mundo que no son parte de una única maquinaria, sino que se trata de una pluralidad de unidades.

Volviendo a los seres humanos, podemos vernos como seres unitarios e individuales, cuyo interior es un sistema complejo de partes compontes, mientras su exterior lo componen muchísimos otros individuos unitarios, a lo cual podemos considerar como una sociedad o sistema de individuos.

Cuando decimos que una persona forma parte de una sociedad, ¿nos referimos a que cumple un papel similar al que tiene una pieza de un reloj, o nos referimos a que la persona está integrada en esa sociedad como un ser unitario, individual y completo que puede funcionar de manera relativamente independiente de la misma?

Lo cierto es que podemos definir dos clases de sociedades muy diferentes en respuesta a dicha cuestión.

  • Sociedades orgánicas.- En ellas el individuo es mera parte de un todo social y vive determinado en todos los sentidos por lo que le dicte la sociedad, cumpliendo la tarea que se le encomiende y sirviendo de manera exclusiva al fin último al que la propia sociedad se destina. Se podría decir que el individuo milita en una sociedad determinada.
  • Sociedades existenciales.- En estas el individuo es una persona relativamente autónoma e independiente que integrada en una sociedad plural de personas que, como ella misma, existen de forma relativamente autónoma e independiente, por medio de relaciones interpersonales no determinadas por la propia sociedad.

Cuando un individuo nace en una sociedad orgánica, su educación se establece desde el principio en orden a servir o ser de utilidad para dicha sociedad tal como, por ejemplo, postuló el autor más relevante en la pedagogía estadounidense contemporánea, John Dewey.

Ahora bien, el positivismo que está tras dicho enfoque, también lo está tras el enfoque marxista en el que el individuo unitario desaparece del mapa y la única consideración relevante acerca de su conducta remite a si es funcional o disfuncional a los imperativos sociales.

Un antecedente muy relevante del enfoque positivista que todavía conservaba la noción del individuo, es, por ejemplo, el de Hobbes, muy anterior a Comte, quien postula que, por el mero hecho de formar parte de una sociedad, el individuo se somete contractualmente a las directrices de la misma y debe admitir cualquier forma de gobierno que gravite sobre él.

Dicho concepto orgánico de sociedad elimina todas las relaciones interpersonales a través de las cuales existan los individuos en cuanto a tales.

Lo contrario de esto ocurre cuando se considera que una sociedad está formada por personas individuales. En este caso, la persona es un sujeto dotado de autonomía que posee existencia propia y que sostiene relaciones interpersonales con otras personas también autónomas.

En este caso, nos encontramos con sistemas de existentes que son resultado de dichas relaciones interpersonales autónomas.

Una sociedad orgánica es un individuo, mientras una sociedad de existentes individuales es una pluralidad de individuos, cada uno de ellos con áreas personales bien diferenciadas y con áreas comunes con otras personas, que son las específicamente sociales.

De ahí que la concepción que se tenga de la sociedad, si orgánica o plural, conlleva de forma inherente su correspondiente concepción del individuo, si autónomo o heterónomo.

El origen de ambas concepciones se encuentra en el continente europeo y, por lo tanto, en el cristianismo, pero, ¿cómo es posible que concepciones tan opuestas se originen en una misma cultura religiosa?

La respuesta es simple. En Europa no hay una sola cultura religiosa que diera origen a ambas concepciones, sino que hay dos culturas bien diferenciadas.

El cristianismo original fue una religión que formaba al individuo en una específica autonomía personal que verifica todos los requisitos de una moral universal, materializada en una parte muy importante del sistema de creencias en cada individuo formado por ella.

Esa doctrina imprime una fuerte responsabilidad personal vinculada a la autonomía que genera en cada individuo que permite entenderlos como personas.

Además, al ser una moral universal, forma en el principio de un modelo de bien universal que no se ciñe, ni sola ni especialmente, a criterios que graviten sobre la relación «individuo — sociedad». Se trata de una causa final del comportamiento definida por el bien de cualquier objeto con el que la propia persona se relacione: ella misma; cualquier otra persona; un conjunto de personas; cosas; otros seres vivos; el universo en cuanto a tal, etc., etc.

Al ser su objeto de carácter universal aporta al individuo una autonomía plena en cualquier modalidad de relación y no solo en sus relaciones interpersonales o sociales.

El otro cristianismo europeo tiene poco o nada que ver con el original. Se trata del protestantismo en el que a dicha autonomía personal se le llega a dar la vuelta completamente.

Ahora bien, del protestantismo emergieron tanto el enfoque liberal como el comunista, el primero como defensor del individualismo y el segundo haciendo lo propio con el colectivismo, lo cual puede inducir a confusión.

La noción del individualismo que se sostiene en la cultura anglosajona, como opuesta a la noción de colectivismo comunista, resulta algo engañosa por cuanto parece reducirse a la cuestión de la propiedad material. Tal distinción remite a la oposición entre la propiedad individual y la propiedad colectiva, pero no afecta sustancialmente a la cuestión de la autonomía personal.

En ambos casos nos encontramos ante sociedades orgánicas en las que imperan notablemente las sociedades sobre los individuos en todo lo relativo a la sumisión o sacrificio de la persona en cuanto a tal.

Signos de esa supeditación los encontramos sin ninguna dificultad en las tiranías comunistas, históricas y actuales, pero a día de hoy se encuentran de plena actualidad muchos signos de la misma en las sociedades originadas desde antecedentes culturales protestantes.

De hecho, la inculturación a la que, desde la transición democrática, está siendo llevada la sociedad española, desde una cultura católica hacia la implantación de la cultura importada de países anglosajones supone una auténtica revolución de las relaciones «individuo—sociedad».

En la mentalidad precedente, de cuño católico, la persona no solo estaba antes que la sociedad, sino que era la figura sustantiva en todas las actividades desarrolladas en una sociedad meramente contextual.

Entonces había libertades privadas pero no las había públicas, en el sentido en el que ahora las hay de participación en la política, pero con el cambio se perdieron las libertades privadas y se accedió a las públicas.

Dicho cambio tiene una fuerte implicación en la consideración del individuo que pasa de ser persona a ser ciudadano, ciudadano en el sentido político especificado desde la Revolución Francesa: la de formar parte orgánica de un engranaje social como un eslabón que participa subordinado a otros y a la propia sociedad, y subordinando a otros ciudadanos que dependan de sus directrices.

Es obvio que, en dicha revolución destinada al cambio de sociedad, hay fuertes implicaciones de nivel antropológico por cuanto es un salto de una sociedad de unidades existentes a una sociedad orgánica. La sociedad en cuanto a tal cobra poder pero la persona pierde su propia sustancia unitaria y tiende a dejar de existir en cuanto persona: o pertenece al grupo o deja de existir.

La disposición a pertenecer orgánicamente a un grupo social es un cambio de mentalidad extraordinario. El poder del grupo social sobre el individuo convierte al grupo en un sujeto sociocrático que minimiza la autonomía personal y desmonta la mentalidad personal.

La sustantividad personal decrece de manera exponencial y emerge, con toda intensidad, una subjetividad objetual que depende plenamente de la mirada exterior que el resto de las piezas de la maquinaria efectúe sobre la idoneidad de esa partícula individual.

La valoración ajena de uno mismo y de la propia conducta  se impone dramáticamente sobre la propia valoración y la autoestima propiamente personales, generando una dependencia interpersonal que afecta a todas las áreas de la vida.

Es dramático por cuanto hay una inevitable supresión de la vida privada bajo la necesidad de que sea pública, al tiempo que se suma la necesidad de que el juicio ajeno que otros efectúen sobre uno mismo sea positivo o favorable. Se trata de una necesidad de adaptación absoluta de uno mismo a la sociedad, al grupo o hasta a cualquier otro individuo con el que alguien se relacione.

Se necesita que la privacidad cambie a publicidad bajo el riesgo de que el juicio exterior sobre lo publicado acerca del propio ser lo condene a la inexistencia.

Las sociedades orgánicas son así de duras precisamente porque son sociocracias en las que la persona en cuanto a tal no puede sobrevivir si pretende hacer existir aquello que verdaderamente es en ellas.

En la órbita de la psicopatología encontramos dos trastornos de la personalidad derivados de condiciones formativas impuestas al niño por familias de estilo sociocrático. Se trata de las histerias y las paranoias.

En ambos casos, la persona necesita ser objeto de una buena valoración ajena y trata de adaptar sus acciones a todas las demandas externas para recibir juicios favorables. En el primero de dichos trastornos la necesidad de atención exterior o de estar en la conciencia ajena deriva de que solo se siente existir si existe en la mente de otros, pero no por sí misma. Esta necesidad acaba produciendo una o más personalidades artificiales o de diseño que suplantan un potencial modo de ser verdadero y propio de ella misma.

En el segundo caso, los programas sistemáticos de castigo aplicados al niño le aportan también una identidad objetual por el simple hecho de haber sido tratado como un objeto de las acciones externas efectuadas sobre él, lo cual le genera una actitud generalizada de miedo a las miradas negativas  exteriores y una enorme complejidad en sus relaciones con el mundo.

Son dos patrones referidos al problema de la objetualidad derivada de microtiranías formativas que impiden a la persona hacer existir el ser que verdaderamente es forzándola a mostrar con sus acciones lo que la mirada exterior le impone que sea.

Estos sesgos personales que antes tenían una relativa escasez poblacional están pasando a convertirse en formas necesarias y, por lo tanto, normales de “existencia” social pero no debemos olvidar que se tratan de alteraciones de la propia naturaleza real del ser humano.

Obviamente hay muchísimas otras consecuencias de la implantación de tiranías sociales sustituyendo a sociedades que permitan la existencia de las personas en cuanto a tales pero, por su extensión, no es posible exponerlas en el presente artículo.

6 Comments
  • Nacho on 30/11/2018

    Hola Carlos

    Estoy de acuerdo en prácticamente todo.
    Reducir a un ser humano a ser un componente funcional es matarlo en vida. Ser juzgado por su eficacia como componente. Cosificado. Y obviamente negado en tanto sistema completo y autónomo. Porque tal condición es disfuncional en una sociedad como acertadamente llamas ‘orgánica’ . Las consecuencias como dices son brutales para el individuo pero también para esa sociedad como estamos viendo.

    Sin embargo no estoy tan de acuerdo en el análisis catolicismo / protestantismo. Estando de acuerdo en que la moral cristiana es universal y se centra en el individuo , yo creo que las religiones a las que dio lugar lo negaban. El catolicismo por su absoluto control de su vida, moral y comportamiento bajo el peso de la culpa, el pernicioso concepto de pecado y el miedo al castigo eterno. El individuo estaba negado por el miedo y la amenaza del castigo eterno. Entregado por tanto al poder religioso que dominaba al secular. Por su parte el protestantismo, que no hacía más que secularizar el poder religioso, se apropiaba de ese poder sobre el individuo,. Desde una iglesia a un poder secular . No fue más que un cambio de dueño. El mismo control se ejerce desde esas sociedades sobre el comportamiento y moral del ser humano utilizando la amenaza también. Ya no basada en el infierno, que tanto miedo causaba en siglos en los que la vida humana estaba muy amenazada por las precarias condiciones de vida y el rigor de la pequeña edad del hielo, sino en el castigo social, que es el peor de los castigos para personas cuyo único valor es ser parte reconocida de esa sociedad ( ya que el dios protestante no juzga por los actos en vida)

    Por último añadir que yo creo que no es esa sociedad orgánica quien realmente gobierna a los individuos. El poder crea un club al que llaman ‘sociedad’ (o Iglesia en el caso católico). Dictan sus normas, leyes y objetivos que van alterando y endureciendo a medida que el individuo está más delibilitado. Decretan la pertenencia obligatoria a ese club de todo ser humano y este sufre sus efectos. Es necesaria la intermediación de ese concepto en tanto crea la ilusión de que son los individuos quienes realmente la gobiernan con su voto (en el caso de la Iglesia como perteneciente al club de los elegidos por Dios para la salvación ).

    Es el poder, casi siempre lo ha sido, quien somete al individuo negando su naturaleza no gregaria.

    Un saludo Carlos. Interesantisima serie de entradas.

    • Carlos J. García on 02/01/2019

      Como dices es cierto que la culpa, el pernicioso concepto de pecado y el miedo al castigo eterno han sido factores que han mermado la autonomía personal en algunas fases y sectores del catolicismo, aunque parecen provenir más del Antiguo Testamento que del Nuevo.

      No obstante, la culpa, como sentimiento asociado a hacer algo malo o algo mal, dentro de límites razonables no es negativa en sí misma y, de hecho, parece ser un componente natural que ayuda a la reflexión y la mejora de uno mismo.

      El concepto de pecado originalmente se refiere a hacerse daño a uno mismo, aunque fue redefinido por Tomás de Aquino hacia el final de la Edad Media en un sentido muy curioso. Lo que dijo fue que la facultad humana que tenía una mayor similitud con Dios era la inteligencia y aclaró que pecados eran aquellas acciones o condiciones que la oscurecieran, entre las que habría que destacar la ofuscación por las pasiones, los excesos de comida o bebida, etc. Fue una doctrina de fuerte apoyo a la razón a la que trató de independizar de la fe.

      En cuanto al miedo al castigo, siempre que no venga producido por educaciones fundadas principalmente en él, puede ejercer un cierto control sobre las conductas individuales que pueden llegar a ser extremadamente destructivas. Aplicado de forma razonable desde principios justos parece mejorar el estado de cosas del mundo.

      En mi opinión, el catolicismo fue una doctrina cuyos pilares principales eran el amor; la ausencia de individuos privilegiados por Dios frente a otros absurdamente condenados y sin solución; la posibilidad del perdón de los pecados; la trascendencia efectiva de las acciones humanas y, por tanto, la responsabilidad personal al efectuarlas, etc.

      Creo que son ese tipo de factores los que dieron lugar a la producción de la cultura católica y a una mentalidad personal en gran parte de la población que, al menos en España, produjo una cultura más sana en comparación con su principal rival que fue la protestante.

      A día de hoy no es raro escuchar decir a algunas personas “yo soy católico ateo” haciendo referencia a esa independencia entre la religión original y la cultura.

      Por otro lado, considero que la religión católica desapareció de las instituciones de la Iglesia a partir del imperio del Concilio Vaticano II, al que elogia el propio humanismo ateo de la globalización, aunque persistan aun bastantes católicos religiosos en el mundo y, en menor medida, la cultura católica, debido a la presión del protestantismo ateo contemporáneo que impera en Occidente.

      En gran medida el impacto que una educación católica produzca en cada persona depende de si se funda en la doctrina original que he comentado antes, o si, por el contrario, el educador de turno es un sujeto anti-real y tiránico que disfruta aterrorizando a niños y jóvenes con su propia reinterpretación de la doctrina original. A lo largo de mi vida he visto de todas las clases.

      Cuando un sujeto anti-real va de autoridad moral hace mucho más daño que los que se manifiestan desde posiciones que no revistan ese carácter concreto. Son sujetos especialmente repugnantes.

      En cuanto a tu matización de que no es la sociedad la que gobierna a los individuos sino el poder que crea esa misma sociedad, es acertada, si bien una cierta parte de componentes de esa sociedad que controla a las demás personas la componen individuos con muchísimo poder, ya sea delegado jerárquicamente, ya sea que están haciendo puntos para escalar, mientras otra parte opera sobre los demás en obediencia a los dictados de la primera. Hay mucha gente que parece “público inocente y objetivo” pero que sirve directamente a los dictados del poder con bastante conciencia de lo que están haciendo.

      Muchas gracias por tu comentario. Un saludo. Carlos

      • Nacho on 10/01/2019

        Muchas gracias por tu respuesta.
        Sin duda. Las creencias que fundamentan la moral cristiana son profundamente reales y constructivas. No sólo no lo discuto sino que creo en ello profundamente. Como decías su universalidad y aplicación individual no sólo crea seres humanos libres e independientes sino sociedades mucho más reales y pacíficas.
        Tras una primera etapa fiel a estos fundamentos (padres de la iglesia) la iglesia católica entró en la guerra de poder medieval para ocupar los nichos de poder vacantes tras el imperio romano. La idea de coronar a los reyes francos estaba detrás de ese protagonismo en el poder. La imposición de su doctrina a herejías también cristianas como arrianismo, catarros, o no cristianas, es muestra de esas guerras de poder. Poder que se ejercía a todos los niveles empezando por el individuo como ya dije. Sin embargo coincido contigo en que el mensaje de fondo no fue olvidado, pero eso fue gracias a dejar por escrito las Escrituras, especialmente tras la invención de la imprenta.
        A mi juicio el cristianismo no necesitaba tales guerras de poder. Pero mucho menos ejercerlo sobre sus propios feligreses apelando al temor de Dios y las ideas del castigo eterno que ponían en sus manos su libertad.
        Sin duda el protestantismo fue peor al eliminar del todo el mensaje. Y su crueldad hacia el individuo mucho peor. A mi juicio la isla temporal de cierta tranquilidad que dieron la posibilidad de liberar al individuo de tales miedos fue muy buena. Y a mi juicio además de las ideas cristianas, es este espíritu crítico, heredero de la tradición grecolatina, al que más le ha costado al poder cargarse.

        En cuanto a tu último comentario coincido completamente. Sí . Me atrevo a decir que esa defensa enfervorizada y fundamentalista de los principios de este post modernismo por parte de muchísima gente es el resultado combinado de haber claudicado en ejercer el pensamiento crítico y por tanto incorporar como identidad esos principios. La fe ha vencido a la razón al eliminar cualquier fundamento a esta al cargarse la realidad (Derrida, de Man, etc dieron la puntilla). Las ideas predominantes ingresan como parte identitaria sin el menor análisis. Cuando sólo queda la pertenencia al club al eliminar cualquier posibilidad de utilizar la propia razón. De ahí su defensa histérica.

        Ahora ideas sobre el cambio climático, protección de la naturaleza, animalismo, ideología de género, inmigración, moral, tolerancias, naciones, etc, constituyen bastiones identitarios en lugar de ideas sometibles a un análisis crítico. Incluso dentro de la misma comunidad científica. Al final formas o no formas parte del club social y la simple exposición de duda es interpretada como ataque identitario. Así que te expones al rechazo. Y eso en una mente en construcción es difícilmente contrarrestable. Paradójicamente no está en tela de juicio ya la neoexplotacion de los trabajadores, el sistema productivo, las delirantes nuevas ideas de producción .. Todo aquello que enriquece al poder para quien el pensamiento critico es la amenaza. Era necesario cargarse al unico árbitro de las disputas. A la realidad.

        Malos tiempos. Pero la realidad está ahí. Invariable. Generando consecuencias a la locura que se niega a respetarla.

        Un abrazo Carlos. Gracias por tu blog.

        • Carlos J. García on 13/01/2019

          Estoy de acuerdo en prácticamente todo lo que dices, si bien, creo que el tema de las herejías consistía fundamentalmente en perfilar y definir los propios dogmas católicos frente a otras creencias religiosas que competían con ellos y con la tan deseada universalidad del propio catolicismo. De hecho, creo que cuando algún hereje renunciaba a sostener algún dogma diferente al oficial cesaba la persecución sobre él, aunque no sé si esto siempre era así. Una religión es un sistema de creencias y no puede admitir creencias discrepantes con el mismo, pues entonces se convierte en otra religión.

          Como bien explicas, lo peor del momento actual con el tema de la ideología única es, precisamente, que se está sosteniendo como si fuera una religión, cuando habría que suponer que no lo es, dado que dicen que procede de una época tan defensora de la razón y tan anticlerical como fue la Ilustración.

          Sin duda la realidad es su peor enemigo. Muchas gracias a ti y un abrazo.

  • Ignacio Benito Martínez on 01/12/2018

    Es duro ver que las familias, los partidos políticos, sindicatos, todo tipo de asociación (ya sea de cazadores o ecologista, por poner un ejemplo), se componen de manera orgánica, como perfectamente describes en esta artículo. No se deja ningún espacio a la existencia del propio ser. Absolutamente todo hoy en día son leyes a cumplir, normas que uno no ha pensado, redactado ni aceptado. Me suelo preguntar: si todas las estructuras sociales se componen orgánicamente; ¿quién es el cerebro dentro de esta composición orgánica? ¿Quién manda?

    • Carlos J. García on 02/01/2019

      Hay que distinguir las pequeñas agrupaciones humanas, como las familias originales, los grupos de amigos, etc., en las que puede darse, o no, una estructura orgánica, de los grandes espacios sociales en los que, como tengan dichas características son sistemáticamente tiranías. En las familias, por ejemplo, hasta que los hijos no han pasado el uso de razón es lógico que predomine una estructura orgánica y, pasada esa edad, que se vaya sustituyendo por un entorno existencial con personas cada vez más independientes y autónomas. Si se conservaran estructuras orgánicas a lo largo de todo el desarrollo de los hijos se producen serios problemas formativos.
      Los poderes que fabrican sociedades orgánicas por lo general no suelen hacerlo de forma muy notoria, si bien, no siempre es así. Además, la posición con respecto a las normas y leyes es variable. En el caso del separatismo catalán de estas dos últimas décadas la población separatista constituye con toda claridad una sociedad orgánica que milita para la consecución de un fin que, en este caso, es radicalmente ilegal.

      Gracias por tu comentario.

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