¿Cómo notamos que existimos? Modos y niveles existenciales
Todo ser humano necesita saber que existe. De hecho, cualquier estado en el que podamos considerar que una persona no tiene noción de su propia existencia en el mundo, equivale a una situación de aislamiento o enajenación, con la consiguiente desconexión del entorno y la imposibilidad de relacionarse.
Ahora bien, para que tenga lugar dicha noción de la propia existencia, no es imprescindible que la persona disponga de plena conciencia de sí misma, de sus propias creencias, su sustantividad, su identidad personal, etc. No hace falta que se conozca a sí misma o que se vea reflejada en sus acciones, etc.
En este orden, de la simple noción de sentirse algo en vez de nada, el concepto de existencia hay que tomarlo como un campo de posibilidades muy amplio. Se inicia en estados elementales de ser consciente del propio organismo o de algunas sensaciones orgánicas, pasa por una variedad de condiciones propiamente psicológicas y llega hasta el nivel de la impresión de existencia vinculada a la propia esencia sustantiva.
En última instancia, se trata de una necesidad imperiosa referida a que la persona tenga noción de que es algo en vez de nada. A partir de ahí, la conciencia de los niveles sucesivamente más ricos de los grados de ser y de existir, aportan, no solo incrementos de la amplitud de la propia conciencia, sino, también, sentimientos asociados de satisfacción o de placer.
Si vemos esa jerarquía de niveles existenciales en un sentido decreciente, hemos de partir de condiciones óptimas de conciencia de la propia existencia sustantiva. En ese nivel, en el que la persona siente su existencia como auténtica expresión de su propia esencia sustantiva, el sentimiento de placer parece ser coincidente con el de experimentar la percepción de la belleza, si bien, en tanto es producto de la relación entre el propio ser y su existencia, y no referida a algo exterior.
Si, por cualquier causa que podamos considerar, la persona pierde dicho nivel de existencia sustantiva, no pasa directamente a tener la conciencia de que es nada, sino que baja a otro plano inmediato que podemos denominar como existencia objetual.
En este caso, la persona no se considera algo porque sea sujeto de su existencia, sino porque se vea como objeto de una conciencia exterior. Es decir, le bastará saber que alguien es consciente de ella para saber que existe. En este caso, el sentimiento asociado dependerá de cómo crea o perciba que la otra persona la mira o la piensa, y, sobre todo, de su propia estructura esencial, su identidad y sus determinantes sustantivos.
En el caso en que la conciencia de existir no se vea solucionada en ese nivel objetual, aún queda otra posibilidad para que la persona no pierda la conciencia de ser algo en vez de nada. Se trata de incrementar la conciencia del propio organismo.
En este plano, dicha conciencia se puede suscitar mediante la aplicación de estimulación física, con efectos placenteros; mediante actitudes aprensivas y de vigilancia de posibles enfermedades orgánicas; incrementando la ingesta de comida o bebidas, etc.
Las sucesivas reducciones de la conciencia de ser algo van acompañadas de emociones vinculadas a la pérdida de la existencia, tales como la ansiedad o la angustia. Dichas emociones, aunque desagradables, también aportan una cierta identificación de ser algo, significado por la presencia de las mismas.
En el último caso en que la persona perdiera ese nivel de conciencia, relativo a ser algo orgánico o a sus propias emociones, ya entraría en riesgo de perder la noción de ser algo en vez de nada, y padecer condiciones extremas de reducción existencial y de posible aislamiento.
Es obvio que, todas estas condiciones existenciales, forman parte de entramados complejos de las relaciones «ser ― entorno», y no suelen emerger perfectamente definidas al margen de otros muchos factores que participan en ellas, pero pueden ofrecer una idea aproximada de las necesidades humanas de la conciencia de sí mismo.
Además, las causas de las mermas existenciales, pueden ser de tipo estructural o, también, coyuntural. Por ejemplo, hay patrones de personalidad que no son estructuralmente sustantivos, sino objetuales, en cuyas formas de existir predomina el segundo de los niveles expuestos, aunque en ciertos ámbitos de sus vidas pueden emerger patrones sustantivos reducidos.
De lo que se trata es de que el proceso de realización de cualquier ser humano incluya como patrón de contraste el acceso a una existencia sustantiva y una esencia real, y de que los sistemas, familiares o sociales, lo promuevan en vez de dificultarlo.
A la vista del consumo poblacional de sustancias psicoactivas; la extendida avidez por acceder a ser objeto de atención en las televisiones y otros mucho medios de comunicación; la promoción de múltiples formas de placer de tipo físico; la orientación masiva al consumo; el refinamiento de las prácticas de seducción; el alarmante incremento de condiciones anómalas del estado de ánimo y de diversas formas de aprensión…, parece ser que se están ofreciendo todo tipo de soluciones para dar curso a las modalidades existenciales diferentes a la que conviene al ser humano, que es la existencia sustantiva.
Parece necesario aclarar que todas esas modalidades de vida, no son propiamente existenciales, sino sub-existenciales, es decir, de mera subsistencia.