Blog de Carlos J. García

¿De qué nos quejamos los españoles? Parte I

 

Mi experiencia de «la transición»

Los castigos divinos nunca son, ni accidentales, ni arbitrarios, ni mucho menos cuando los estados de cosas que no nos gustan son consecuencias directas de nuestros actos.

La media España que no es socialista se queja amargamente y llora como una niña desamparada observando cómo, el destructivo poder político que rige nuestro destino, está culminando sus últimos objetivos para acabar con España y con todo aquello que la hizo grande en su historia de siglos, sin ningún otro caso equiparable.

A la muerte del amado dictador que gobernó España, desde 1939 hasta 1975, amado por la inmensa mayoría del pueblo de entonces, dio comienzo el cambio de régimen, que se conoce como “la transición” y que, ya consolidada, podemos valorar en su justa medida.

En 1975 yo estudiaba Psicología en la Universidad Complutense de Madrid tras haber cumplido un Servicio Militar de poco más de quince meses, primero en el CIR 16 de Cádiz y después en Ceuta en los que, cada dos por tres, estábamos acuartelados ante las continuas amenazas de invasión por parte de Marruecos.

El 20 de noviembre de dicho año murió el Jefe del estado, General Francisco Franco, hecho que era más o menos temido por la mayor parte de la población, dada la incertidumbre política que se abriría en dicho momento.

Recuerdo que en una de las asignaturas de la carrera, que era impartida por un profesor no numerario, que se declaraba a sí mismo simultáneamente comunista y cristiano, se nos encargó hacer un trabajo sociológico de campo mediante la elaboración de un cuestionario, efectuar una encuesta y analizar los resultados con un cierto rigor estadístico.

Precisamente, era el mes de noviembre y al grupo que formábamos cinco alumnos se nos ocurrió hacer la encuesta sobre lo que los propios alumnos de la universidad deseaban políticamente tras la muerte del Jefe del Estado.

La población universitaria de la Facultad de Psicología de la UCM de aquel curso académico 1975-1976 estaba formada por una cantidad similar de mujeres y de varones y había una presencia muy notable de diversos grupos políticos, de distintas tendencias, entre los que estaban situados muy a la izquierda, el Partido Comunista de Carrillo, la Liga Comunista Revolucionaria, el Partido de los Trabajadores, etc. No obstante, la mayor parte del alumnado no tenía filiación política alguna. No había grupo alguno de derechas, al menos definido en cuanto a tal.

Tras las pertinentes reuniones de nuestro grupo de trabajo, optamos por preguntar en la encuesta lo que los estudiantes deseaban para el cambio de régimen:

  1. La ruptura democrática.
  2. La reforma política.
  3. El continuismo del régimen anterior.

El resultado de la encuesta fue abrumador a favor de la opción b) La reforma política de la ley a la ley. Las otras dos opciones de respuesta fueron igualmente minoritarias y casi estadísticamente despreciables.

El profesor calificó el trabajo efectuado con un sobresaliente.

¿Qué ambiente se respiraba en la universidad en ese preciso momento? Esa gran parte de la población que optaba por la Reforma, deseaba que “todo o casi todo” siguiera igual que estaba, pero introduciendo unos cuantos pequeños cambios, que contentaran a esos grupos políticos minoritarios, que deseaban la temida “ruptura democrática”.

Era una población pacífica y bastante feliz, que no quería ningún tipo de enfrentamiento, ni mucho menos, volver a una situación de posible guerra civil.

La educación política que habíamos recibido la inmensa mayoría en la España de Franco fue nula, salvo en lo referente a lo terrible que era una guerra civil. En general, nadie hablaba del tema, ni de la política, ni de las experiencias de la propia guerra. Ni en sus casas ni en los espacios públicos. El tema estaba cerrado.

A pesar de ello, de vez en cuando había alguna huelga o manifestación en una o varias universidades, con participaciones minoritarias, reducidas a los grupos de extrema izquierda, que eran reprimidas por los “grises”, nombre debido al uniforme que llevaban entonces los policías nacionales.

El PC y sus grupos afines antes mencionados se hicieron presentes en su oposición a lo largo de todo el régimen, si bien mediante una presencia reducida al sindicalismo industrial y en algunas universidades tal como he mencionado. Del PSOE no se oyó nada hasta después de la muerte de Franco.

Contra la mayor parte de lo que se oye decir a día de hoy, aquella España era mayoritariamente feliz, vivía en paz, tenía esperanza y prosperaba económicamente Por otro lado, la Iglesia Católica había enmudecido en la última década tras la modernización efectuada en el Concilio Vaticano II.

El silencio o la falsedad actuales, que sustituyen al sentir mayoritario de la población española de aquella época, es un hecho tan relevante, visto cuarenta años después, que conduce inevitablemente a hacerse serias preguntas acerca de la naturaleza humana en lo relativo a la volatilidad de las creencias, al pragmatismo imperante y muchos otros aspectos de la misma.

¿Qué es lo que verdaderamente ocurrió en el cambio de régimen?

El régimen del General Franco no tuvo los defectos, las anomalías ni el supuesto descontento de la sociedad que a día de hoy le atribuyen, quienes viven de la mentira política como estrategia habitual, que son la mayoría de los partidos políticos y los diversos grandes medios de comunicación.

No obstante, tuvo dos graves defectos de enorme importancia y trascendencia, de los que nadie habla, pero que se han puesto en evidencia desde hace alrededor de veinte años.

El primero es que fue un régimen sobreprotector que ocultó a la mayor parte de la población los tremendos poderes políticos que se cernieron y se seguían cerniendo sobre España hasta la muerte del General Franco. Dicha sobreprotección se produjo tanto en los espacios públicos, los medios de comunicación, colegios y escuelas, etc., como dentro de la mayoría de las familias españolas.

Esta ocultación, típica de la sobreprotección política, dio lugar a lo que se podría considerar sociológicamente como una condición de inocencia poblacional en materia política que nos dejó sin el conocimiento necesario a la mayoría de los españoles.

El segundo defecto importante, también formativo, se refiere a la sustitución en el ejercicio de todas las tareas propias del ejercicio de cualquier tarea de gobierno, que fueron efectuadas por personas con enorme preparación, eficientemente seleccionadas, y que sacaron al país adelante con enorme éxito social y económico, pero que dejaron al grueso de la población sin la preparación necesaria para ejercerlas cuando llegara el momento.

Se trató, por lo tanto, de una dictadura militar benigna y paternalista que cumplió correctamente con sus obligaciones de gobierno de la nación, protegiendo las libertades individuales y los derechos humanos de modo ejemplar, pero que sacrificó las libertades públicas o políticas como prevención ante el comunismo, no por afición al ejercicio del poder, sino por las necesidades históricas en las que se desenvolvió.

De ahí que, la inmensa mayoría de la población española, no supiera nada de política ni supiera defender políticamente todo aquello de lo que disfrutó durante cuatro décadas. Por otro lado, esos grupos políticos minoritarios, de militantes de partidos de extrema izquierda, habían recibido hasta la saciedad su correspondiente formación, o dentro de sus propias familias y círculos próximos, o viviendo fuera de España.

Por su parte la Iglesia Católica que apoyó el régimen hasta aproximadamente la celebración del Concilio Vaticano II, a mediados de los años 60, dio un giro de ciento ochenta grados a partir de él y, mientras el régimen siguió impregnado de una ideología de inspiración católica, hubo un buen número de obispos y de curas operando contra el propio régimen desde el filo-comunismo eclesial, incluyendo su deplorable papel en la formación del nacionalismo vasco militante.

El régimen que había salvado a la propia Iglesia Católica desde la revolución comunista de 1934 y que se puso en marcha, entre otras cosas, con las agresiones a sacerdotes, monjas e iglesias, fue traicionado en buena parte por la propia deriva comunista de esa misma Iglesia, y, a día de hoy, continúa teniendo una influencia política lamentable contra la nación española, tal como se aprecia especialmente, por ejemplo, en su postura al respecto del separatismo catalán.

Lo cierto es que esa misma Iglesia contribuyó decisivamente a la carencia absoluta de formación de la población española en materia política, dejándola “a los pies de los caballos” cuando, a la muerte del General Franco, fue necesario construir un nuevo régimen político, especialmente desde el decisivo asesinato del presidente del gobierno Carrero Blanco.

En dicho régimen, toda la educación primaria y secundaria estuvo dirigida, cuando no llevada a efecto directamente en colegios religiosos, por la propia Iglesia Católica, por lo que fue la gran responsable del primero de los dos defectos aludidos que fue el de la sobreprotección. Esto es especialmente grave teniendo en cuenta que su giro hacia la ideología comunista comenzó mucho antes de que el régimen se extinguiera.

En resumen, a la muerte del General Franco había dos grupos poblacionales bien diferenciados en materia política: 1) La población general, políticamente inocente hasta extremos inconcebibles, y 2) Los militantes políticos de grupos de extrema izquierda y separatistas que residían en España y, un conjunto de políticos, algunos residentes en el extranjero, que casi se les podría denominar durmientes en vez de militantes.

Lo que la población general sí sabía era que, había un cierto riesgo de que ese conjunto de políticos descontentos quisieran tomar el poder a la muerte del General Franco, pero no sabía mucho más al respecto de cómo discurriría el país cuando entraran en actividad.

[El artículo continua en Parte 2]

 

 

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