Deshacerse del miedo
Se supone que el miedo procede del exterior. Por ejemplo, en las expresiones «me da miedo la oscuridad» o «tengo miedo a la muerte», la oscuridad y la muerte se conciben como el sujeto que a uno le da ese miedo.
En tal sentido, la persona se concibe como un objeto que simplemente reacciona de diferentes formas a ese sujeto exterior.
Ahora bien, esas expresiones no suelen estar mal construidas, sino que generalmente reflejan algo cierto que la persona padece.
Poco se puede hacer cuando la persona se ve a sí misma como un objeto pasivo que recibe alguna acción del exterior, y reacciona a ella de un modo que le resulta desagradable. La cuestión es si verdaderamente la esencia personal es la de un simple objeto, o si se puede hacer algo para cambiar de actitud.
Para ser breve, propongo experimentar lo que ocurre si, por ejemplo, la expresión «me da miedo la oscuridad» la cambiamos por esta otra: «yo temo a la oscuridad». La introducción del verbo «temer» en dependencia del pronombre «yo», sustituyendo a la oscuridad como sujeto de una simple reacción, modifica por completo los roles de sujeto y de objeto y abre un campo de posibilidades allí donde no había más que una.
Una vez que representamos la actitud de miedo en términos que respeten la propia esencia sustantiva de algo tan propio como una actividad emocional, cabe hacer algunas reflexiones, que pueden seguir el siguiente orden: 1. «Yo temo a la oscuridad», 2. «¿Verdaderamente temo yo a la oscuridad?», 3. «¿Qué temo de la oscuridad?», 4. «¿Por qué temo yo a la oscuridad?», 5. «¿Puedo hacer algo para enfrentarme a la oscuridad con una actitud activa y no pasiva?»…
La gran diferencia radica en incluir al propio «yo» en un contexto en el antes no existía, y, junto al «yo», la apertura de todas las posibilidad de investigación y afrontamiento, que sin él, no son posibles.
La mayor parte de las alteraciones humanas de índole emocional y sentimental, y una parte considerable de los trastornos mentales, dependen directamente del estado del «yo» de la persona y de aquello que representa.
La supresión del «yo», su sustitución por actitudes objetuales (por ejemplo, «me hacen»), la gestación de conflictos de tendencia dentro del propio «yo», y otras muchas anomalías semejantes, dañan la sustantividad personal y menoscaban o bloquean las actividades que podrían emerger de un «yo» fuerte, internamente congruente y sustantivo.