Diferentes formas de proceder
Mucha gente cree que no hay criterio firme y seguro desde el que se puedan hacer juicios fundados acerca de lo que está bien o mal hacer. Se tiende a suponer que los criterios que se empleen en tal cometido son arbitrarios, y, por lo tanto, subjetivos, por lo que pueden ser objeto de opinión pero poco más.
Además, la supuesta arbitrariedad que se atribuye a ese tipo de juicios se extiende hasta abarcarlo todo, ya sea en el trato con personas, plantas, animales, o cosas.
Tal vez, uno de los problemas radique en que no nos fijamos lo suficiente en aquellos objetos sobre los que recae nuestro modo de proceder o, simplemente, no les damos la importancia que deben tener para poder definir mejor lo que hacemos bien o mal.
Fijémonos, por ejemplo, en el modo que emplea sus herramientas un aprendiz de albañilería en comparación con un maestro albañil. Es fácil que la primera vez que el primero coja un pico efectúe sus movimientos torpemente y acabe por romper el mango, o que olvide limpiar la llana o la paleta de los residuos de yeso o de cemento que quedan tras su uso. En ambos casos, la herramienta quedará estropeada o inservible para futuros usos, por lo que habrá producido un perjuicio, no solo a la herramienta, sino posiblemente a sí mismo o a quien sea el dueño de la misma.
Reguemos de forma excesiva o insuficiente una planta, por no conocer sus necesidades, y la planta se echará a perder. Tratemos a cualquier animal como si fuera una cosa y le causaremos daño. Efectuemos nuestras relaciones con seres humanos como si fueran juguetes en nuestras manos y les arrebataremos su propia sustancia.
Estos simples ejemplos nos advierten de algo fundamental. El bien o el mal de algo coincide exactamente con las propiedades que tiene por ser lo que es, y, por lo tanto, no es arbitrario, sino que viene dado de modo tan preciso como se conozca aquello con lo que tratemos.
Conocido el objeto, sabiendo cuál es su bien y sus contrarios, llega el turno a la elección del modo de proceder con respecto a él.
A sabiendas de las consecuencias previsibles de nuestras propias acciones, podremos proceder bien o mal, pero sea lo que sea lo que hagamos, no vendrá impuesto por el objeto en cuestión, sino por nosotros mismos.
¿Actuaremos mal, arbitrariamente o lo haremos teniendo en cuenta el bien de aquello con lo que nos relacionemos, conformando nuestras acciones a tal finalidad en vez de a su contraria?
Lo que hagamos dependerá de los principios o determinantes que residen en nosotros y que definen nuestra propia esencia. De ahí que nuestras propias acciones signifiquen algo acerca de quiénes somos.