Blog de Carlos J. García

El autoengaño

Saber que una idea es verdadera no es suficiente para creerla, como tampoco saber que es falsa es condición necesaria para no creerla.

Una creencia requiere el reconocimiento de que la idea tiene carácter real y, también, que forme parte de nosotros mismos por su inclusión en nuestro propio sistema de creencias, o, mejor dicho, en el sistema de creencias que es nuestra auténtica constitución.

Hay muchas ideas verdaderas que no presentan dificultad alguna para que las reconozcamos como tales y las incluyamos en nuestro propio sistema de creencias, pero también las hay verdaderas hacia las que oponemos una fuerte resistencia para hacer esa misma operación.

Igual ocurre con el conjunto de las ideas falsas. Muchas ideas falsas las desechamos como creencias sin la menor dificultad, pero ante otras presentamos una fuerte resistencia a eliminarlas o cambiarlas por otras que no lo sean.

Los dos factores más relevantes que intervienen en convertir o no las ideas en creencias son los dos polos entre los que se debate el propio yo de cualquier persona, para llevar a efecto su existencia en el mundo.

Por su lado interior, el yo ha de velar por el propio ser, el cual en este caso se puede especificar como el propio sistema de creencias que lo definen y le dotan de un concreto modo de ser.

Por su lado exterior está la producción de toda su actividad de relación con el mundo, en especial sus acciones y sus efectos en los estados de cosas exteriores que deba conservar o cambiar para su propia existencia.

Muchas de las creencias, que constituyen el propio sistema de creencias, proceden de las relaciones interpersonales y de la atmósfera socio-familiar en la que la persona desarrolló su infancia y su adolescencia. Otras son producto de la función del conocimiento directo de las cosas hecho por la propia persona a lo largo de su experiencia.

Las creencias que nos han sido transmitidas por otras personas son las que mayor riesgo presentan de inyectar irrealidad dentro de nosotros mismos, pero cuando se trata de creencias verdaderas ahorran un inmenso trabajo de conocimiento que, a menudo, no puede efectuar uno solo.

Ahora bien, dentro de todo este asunto se inserta algo tan asombroso como el autoengaño, el cual es mucho más frecuente de lo que parece. ¿Qué es y de dónde procede?

¿Por qué nos formamos o conservamos creencias falsas teniendo el suficiente conocimiento de que las ideas correspondientes son falsas?

El yo se encuentra comprometido de muy diversas maneras ante el problema de la propia existencia del ser al cual representa.

Basta con que nos pongamos en el supuesto de, por ejemplo, el descubrimiento de algo tan importante que ponga en cuestión el crédito que tenemos asignado al noventa por cierto del propio sistema de creencias.

¿Qué hacer? ¿Daremos crédito real al nuevo descubrimiento y lo convertiremos en creencia, tirando por tierra la validez existencial que tenía el propio sistema de creencias, o, nos negaremos rotundamente a creer en el carácter real del nuevo descubrimiento?

Sin duda, existencialmente es mucho más económico esto último. Simplemente tenderemos a no creer eso nuevo que hemos descubierto, es decir, tenderemos a engañarnos a nosotros mismos.

El autoengaño puede oscilar desde niveles en los que prima la comodidad existencial hasta otros en los que la existencia está en verdadero riesgo de perderse.

El autoengaño, igual que el engaño procedente del exterior, inyecta irrealidad en el propio sistema de creencias, lo cual, parece obvio, se hace para favorecer o posibilitar la existencia.

Este hecho pone de manifiesto claramente que la realidad y la existencia son dos cosas diferentes aunque a menudo se confundan por error o de manera intencional.

Puestos en el plano de la mera vida o de la simple biología, no hay grandes matices que permitan diferenciar, la realidad de la existencia vital. La vida hace todo lo posible por seguir viviendo y no distingue entre realidad e irrealidad para efectuar su cometido.

En el caso de la existencia humana la cosa se complica hasta niveles como el delirio. La persona que delira está inundada de irrealidad pero gracias a eso consigue seguir viviendo. El delirio es un “mal menor” en comparación con el aislamiento y la muerte que le sobrevendrían en el caso de conservar su sistema de creencias sin cambios drásticos.

No obstante, cuando vemos a una persona en estado delirante, lo que vemos existir es su delirio, no algo de la persona que sea real. Es un caso extremo en el que la existencia no se funda en la realidad de aquello que existe sino en algo profundamente irreal.

Los conflictos internos que hacen inviable la propia existencia y obligan a delirar, proceden de engaños recibidos del exterior sin que la persona en desarrollo pudiera filtrarlos y desecharlos, y, a la postre es esa misma irrealidad inyectada en el sistema de creencias la que determina esos modos irreales de existencia. En ese caso, es obvio que no hay autoengaño.

Ahora bien, el autoengaño más frecuente procede en cierto modo de una actitud de intolerancia al propio sufrimiento y la avidez por una existencia más placentera, a costa de sacrificar la realidad del propio sistema de creencias.

¿Cómo es posible que una merma de realidad del propio ser aporte una existencia presumiblemente mejor que la conservación o el incremento de la realidad de nuestras creencias?

Es posible que dicho problema haya que ponerlo en su contexto temporal para que veamos qué sucede, además de tomar en consideración el papel que juega el pragmatismo en la formación de nuestras creencias.

En el pragmatismo se acepta como verdad lo que favorezca la existencia, lo cual corrompe radicalmente el conocimiento y la propia noción de verdad, pero su uso es muy abundante.

En esa deformación de la realidad de las creencias, se podría llegar a afirmar que un delirio es verdadero por cuanto permite a la persona seguir viviendo, lo cual implica, de nuevo, la confusión entre la realidad y la existencia.

Por otro lado, si una idea falsa nos aporta mayor “felicidad” que una verdadera, la tendencia pragmática es la de creer en la falsa y no en la verdadera.

Para oponerse a dicha tendencia hay que eliminar la ley del mínimo esfuerzo disponiendo la actitud opuesta para afrontar los dilemas: primero la realidad y luego la existencia, en vez de a la inversa.

Ante una situación cualquiera en la que lo más favorable para evitar sufrimientos y disfrutar más de la vida sea creer alguna idea falsa en vez de la correspondiente verdadera, hay que incluir en la propia contabilidad existencial la previsión de futuro de cuánto sufrimiento nos acarreará esa inclusión de irrealidad en el propio sistema de creencias.

Generalmente, el autoengaño es pan para hoy y hambre para mañana, pero no en la forma de una simple redistribución temporal del placer o del sufrimiento, sino, especialmente, en cuanto a la realidad del propio ser.

Auto-engañarse hoy es ser más irreal mañana, lo cual es acumulativo, por lo que la existencia futura se irá pareciendo cada vez más a la existencia de una persona delirante.

No solo se trata de la existencia en bruto, sino del quid de la existencia que es uno mismo. Cuanto más real sea el propio ser tanto más tendrá una existencia real, no sólo hoy sino también mañana.

Lo que existe es el propio ser, por lo que su irrealización es también la de la propia existencia. El placer de existir empieza por el placer de ser, según sea cada cual, y si para disfrutar del placer de existir se merma la realidad del propio ser se acabará sufriendo en mayor o menor grado una existencia vacía de uno mismo y sentida como la existencia de nada.

Si la persona se auto-engaña para no sufrir un problema a corto plazo o para disfrutar algo que es falso, acabará sufriendo un problema mayor a medio o largo plazo dentro de sí misma.

El autoengaño es como la comida basura. Se disfruta a corto plazo, pero es letal para el organismo a medio o largo plazo.

4 Comments
  • Francisco on 10/06/2018

    El autoengaño es un problema serio de difícil solución ya que tienes que investigar, conocer y reestructurar las creencias falsas del ser, pero como bien dices se convertirá en un problema mayor si no lo haces, buen ejemplo comparativo el de la comida basura. Gracias.

    • Carlos J. García on 13/06/2018

      Es fundamental aclarar para qué se produce el autoengaño, qué se trata de conseguir con él y el perjuicio que ocasiona por la irrealidad que comporta. Generalmente el supuesto beneficio que se pretende conseguir no vale la pena. Es mucho más interesante lo que se descubre cuando se renuncia a la actitud de autoengañarse y en su lugar se invierte trabajo en conocerse uno mismo y a los demás. Gracias por el comentario

  • Alfredo on 12/06/2018

    Buff vaya temazo interesante para debatir. Yo creo que permanecer fiel a tus creencias es bastante difícil, no sé si actualmente o en cualquier época de la historia de la humanidad. Por ejemplo, a día de hoy, a mí me cuesta reconciliar el afecto que pueda sentir hacia diferentes personas con las diferentes opiniones que vierten sobre determinados temas. Por ejemplo, puedo autoengañarme para no perder el cariño que siento hacia determinadas personas cuando opinan sobre ciertos temas. Relaciono sus opiniones con sus posibles creencias y me cuesta creer que crean esas cosas. Y una de dos, pierdo el cariño que siento por ellos o me autoengaño. En este autoengaño, puedo relativizar pensando que quizás estén equivocadas en lo que opinan pero que en otras cosas ven la realidad. También puedo pensar que el nivel de manipulación que existe en la sociedad actualmente es tal, que les hace pensar cosas y tener opiniones muy alejadas de la realidad.
    Me pregunto: ¿En aras de favorecer mi existencia perjudico la realidad? ¿Debo cortar la relación con estas personas por las opiniones que vierten en determinados temas? ¿Debo autoengañarme y mirar para otro lado? Si soy el único que disiente en un grupo (trabajo, familia, amigos), ¿qué es lo mejor que puedo hacer?, ¿verter mis opiniones o callarme?
    Dejo esas preguntas abiertas para quien quiera contestarlas.

    • Carlos J. García on 13/06/2018

      Tu comentario está muy bien planteado al concretar el conflicto entre “sentir afecto hacia determinadas personas” o dejar de sentirlo al percibirlas tal como son de verdad. Ahora bien, si para sentir afecto hacia ellas tienes que creer que son diferentes, o creer que tienen determinadas creencias comunes contigo, que de verdad no tienen, entonces tu afecto tiene por objeto una simple idea de tu imaginación y no a esas mismas personas.
      Por otro lado, no hay que confundir la opinión con el conocimiento. Las opiniones tienen por objeto asuntos difíciles o imposibles de conocer tal como son y remiten a puntos de vista que dependen fuertemente de la subjetividad de quienes las emiten. El conocimiento es la verdad de algo y no admitiría puntos de vista que discrepen de él.
      A menudo, las opiniones reflejan creencias de quienes las emiten, pero no siempre es así, por lo que no bastan para fundar el conocimiento en profundidad de las personas. Por ejemplo, es necesario conocer sus acciones, sus formas de relacionarse, aspectos de su biografía, etc., etc.
      En cuanto a las justificaciones que se suelen buscar para benignar o disculpar a alguien con la finalidad de que las propias creencias acerca de dicha persona no cambien, suelen ser argumentos de escasa solidez y consistencia. Conviene mucho más preguntarse por qué razón se trata de conservar esa relación por medio de tales justificaciones, ya que “creer en una persona” puede llegar a ser un determinante muy potente de la propia conducta, y, por lo tanto, una cesión parcial de la propia sustantividad.
      Te agradezco especialmente este comentario pues aporta una faceta práctica muy importante al artículo.

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