El caos de las actitudes humanas hacia la naturaleza
Si se cobra un poco de perspectiva, para poder vislumbrar que tipo de relaciones tiene el hombre actual con la naturaleza, se puede identificar una complejidad que resulta asombrosa.
Por un lado, tenemos la naturaleza humana entendida como aquello que se circunscribe al propio cuerpo humano y a su vida, entendida ésta en el sentido más elemental que se pueda considerar.
Nunca antes el cuerpo había cobrado mayor importancia que en la actualidad. Es objeto de una infinidad de investigaciones científicas; se toma como centro absoluto de la estética; se cuida hasta la saciedad; la medicina, que se encarga de protegerlo de enfermedades y otros males, es la disciplina más venerada de cuantas existen; los determinantes que gobiernan la conducta tienden a identificarse con pulsiones, instintos, tendencias, deseos o voluntades, cuya emergencia, vista grosso modo se origina en él y muy poco, o nada, se tienden a balancear o atemperar con otros focos posibles de gobierno de índole extra-natural, etc.
No solo eso sino que, la bioingeniería genética, se encuentra en su etapa de máximo esplendor, bajo la esperanza de hacer del cuerpo humano algo así como la sede de alguna forma de inmortalidad.
Además, el genetismo, entendido como un enfoque teórico que afirma que todo cuanto es o hace el ser humano viene explicado por su dotación genética y el consiguiente funcionamiento fisiológico, cobra su mayor expresión en las teorías biológicas de los trastornos mentales, que, visto así, serían de origen natural.
Tampoco se debe olvidar el racismo por el cual hay grupos de la población que juzgan a los seres humanos en función de su raza, o las prácticas de eugenesia que cobraron un auge enorme, desde finales del siglo XIX hasta más allá de mediado el siglo XX, en países avanzados de la civilización occidental, y que todavía cuentan con partidarios.
En segundo lugar, está aquello que se puede mirar globalmente como la naturaleza no humana, sin especificar áreas o sectores de la misma, que es el terreno en el que más se piensa cuando se habla de naturaleza: árboles, animales salvajes, ríos y mares, etc.
Una primera faceta de tal naturaleza se refiere a la perspectiva ofrecida por enfoques neodarwinistas de la evolución, la adaptación, el origen de la vida, etc., que, en sus versiones originales y en las que inspiran su aplicación a la sociedad, postulan la vida como una guerra.
Esto, por un lado, justifica el liberalismo económico, el éxito de los más fuertes, etc., y, sobre todo, una especie de derecho natural del hombre a hacer, con el resto de seres vivos, todo aquello que su poder le permita y aquello que sus inclinaciones determinen, tal como teorizó Francis Bacon.
Una segunda faceta referida a la naturaleza exterior al hombre, consiste en una actitud proteccionista del hombre hacia la misma, postulada fundamentalmente por los ecologistas, que está muy en boga, a través de la concienciación de la responsabilidad del hombre en la producción de un cambio climático a escala planetaria, las campañas de defensa de especies en extinción, etc.
No obstante, otro grupo amplio de la población considera que la teoría del cambio climático producido por el hombre es falsa y que solo responde a intereses económicos o de otros tipos, aunque un amplio subgrupo cree que, sin duda, nuestra civilización actual está dañando la naturaleza de otros muchos modos.
Una tercera faceta, especialmente concentrada en nuestro país, se refiere al movimiento animalista que se opone a toda actividad que cause sufrimiento a los animales, pero especialmente centrada en la lucha por la abolición de tradiciones como las corridas de toros, los toros de fuego, etc. A esto hay que añadir la aversión a la industrialización de los procesos de cría y engorde animales, como las aves; la oposición a la caza, etc., y a la sobre-explotación de los mares y océanos.
Por otro lado, encontramos una parte bastante amplia de la población que siente afectos profundos hacia las mascotas o los animales de compañía y que tiene, frente a ella, otros grupos de población que restringen cada vez más las libertades de movimiento de los dueños de dichos animales, los lugares a los que pueden ir, etc.
Otros grupos que van creciendo son los vegetarianos, veganos, etc., que, ya sea por protección de la propia salud orgánica, ya sea por defensa de la vida animal, se oponen al consumo de carne o de productos, como los huevos o la leche, que sean originados por los animales.
Además, son muy visibles las tendencias crecientes hacia un naturalismo en la alimentación, que se opone al uso de productos artificiales, como conservantes, etc., promueve la agricultura ecológica, etc., y los usos de sustancias para fines terapéuticos, tal como práctica la llamada medicina natural.
Valga todo esto como una muestra de la enorme cantidad de actitudes diversas existentes cuyo objeto es la naturaleza o diversas clases de naturaleza, lo cual da a entender que se trata de algo problemático.
Ahora bien, todas o la inmensa mayoría de estas actitudes hacia la naturaleza o hacia diversos sectores de la misma, no son naturales, no se originan en la propia naturaleza.
Se trata de actitudes humanas hacia la naturaleza, cuya problematicidad demuestra que no poseen un origen natural. Son, por tanto, actitudes humanas extra-naturales.
No es la naturaleza lo que nos hace ser racistas o anti-racistas; veganos o carnívoros; omnívoros o vegetarianos; ecologistas o esquilmadores; pulsionales o reflexivos; dominantes o acomodaticios, etc., todo ello en relación con la naturaleza.
Es obvio, que eso que llamamos naturaleza no se identifica con aquello que somos. No somos naturaleza, al menos, no somos solamente naturaleza y, precisamente por eso, nuestras relaciones con ella pueden llegar a ser tan complejas.
No obstante, dentro de esa complejidad de actitudes, lo curioso es que muchas de las mismas no se forman directamente de las relaciones que nosotros mismos tengamos con la naturaleza en sí, sino de actitudes de unos hombres hacia otros y las conveniencias que, de forma derivada, puedan conllevar de manera indirecta sobre la misma.
Sin ir más lejos, en todos o casi todos los asuntos mencionados antes, pueden primar, por ejemplo intereses económicos, que determinen las actitudes que convengan a quienes los tienen.
Hasta las posturas y movimientos sociales hacia la naturaleza pueden adoptarla como objeto, para usarla en una u otra dirección, en función de sus intereses económicos.
Por ejemplo, la relación que tengamos con el propio cuerpo, en el caso de que se adopte a éste como objeto de una variedad de actitudes, puede provenir de múltiples intereses económicos presentes en nuestro entorno que convergen en determinarla tal como lo hacemos.
Da la impresión de que la naturaleza ha dejado de serlo para convertirse en un objeto mercantil, e, incluso, político, del que se sacan réditos derivados de, adoptar o promover, cualquiera de las variadas actitudes que se pueden adoptar hacia la misma.
De paso, el hombre se va separando cada vez más de la misma y perdiendo la noción de lo que, de natural, todavía conserve dentro de él mismo, salvo en los casos en que se atribuya a la naturaleza la causa de algunos de nuestros males.
Tal vez haya que tratar de recuperar la idea de que la naturaleza es absolutamente necesaria para nosotros en todos los sentidos que se consideren, pero no siendo suficiente para determinar, ni todo lo que somos, ni casi nada de lo que hacemos, habría que fijarse mucho más en nuestra dimensión extra-natural, para poder identificarla en sus límites, constituirnos en congruencia con ella, pero sin someternos a ella, ni dañarla o destruirla.
Cuando dices a la dimensión extra-natural, ¿a qué te refieres? Gracias
Expondré dos citas, con las que estoy de acuerdo, de sendos autores que creo te servirán de aclaración.
Ortega y Gasset, afirma: “Seamos en perfección lo que imperfectamente somos por naturaleza.” (ORTEGA Y GASSET, JOSÉ; España invertebrada. Bosquejo de algunos pensamientos históricos; La deshumanización del arte; Editorial Planeta DeAgostini, S.A., Barcelona, 2010; p. 88)
Por su parte, el catedrático de psicología, José Luis Pinillos afirma lo siguiente: “Pero en ninguna parte está demostrado que el lugar explicativo único y definitivo del comportamiento de los hombres sea la naturaleza, o más estrictamente, la realidad física… El punto decisivo para nuestro problema consiste en dilucidar si una consideración objetiva del monismo materialista autoriza a negar la existencia y grados de realidad, de niveles, que poseen propiedades cualitativamente distintas, e irreductibles a las de la materia de que evidentemente proceden. Dicho de otra manera, lo que hay que discutir es si la continuidad de originación que preside el decurso evolutivo de la realidad, desde la inicial nebulosa de hidrógeno hasta los procesos mentales superiores y las producciones culturales originadas por ellos, implican también una necesaria reducción de lo originado a lo originante, de lo posterior a lo anterior y de lo superior a lo inferior.” (PINILLOS, JOSÉ LUIS; La psicología y el hombre de hoy; Biblioteca de Psicología Científica; Editorial Trillas, S.A., México, 1983pp. 147-148)
Es decir, todo lo natural está sujeto a las leyes naturales. Nada las incumple. Todos los hechos naturales se encuentran determinados por ellas. Ahora bien, los determinantes que rigen la conducta humana no coinciden con las leyes naturales, sino que, asumiendo estas, operan en otro nivel y producen actividades que no pueden ser explicadas por ellas. Se trata, por tanto, de una faceta extra-natural, de las actividades humanas de relación con el entorno, y de su producción.