El control de los individuos mediante su agrupamiento
Uno de los componentes imprescindibles, que han de estar presentes en las tácticas de quienes aspiran a dominar grandes poblaciones, consiste en generar las condiciones políticas, sociales y económicas que hagan imposible la existencia de las personas entendidas como individuos.
Si se hace imposible la existencia individual, la persona se ve forzada a tratar de existir dentro de un grupo, que, a su vez, tendrá que incluirse en otras colectividades de mayor tamaño, por lo que toda la población quedará estructurada colectivamente, y, aquella parte que quede fuera, se situará en condiciones de marginación con alto riesgo de aislamiento.
Ahora bien, los grupos, considerados de forma genérica, y, por su propia constitución, imponen unos criterios que han de cumplir, quienes estén dentro, y quienes aspiren a entrar en ellos.
Habida cuenta de que una sociedad moderna se organiza en grupos, y, en la inserción de estos en una enorme estructura que los integra, todos ellos habrán de verificar unos criterios mínimos en común que será lo que caracterice a la propia sociedad.
Por lo tanto, cuando un individuo se inserta en uno o más grupos, necesariamente tendrá que verificar esos criterios comunes del orden social, y, además, los específicos del grupo, o de cada uno de los grupos, a los que pertenezca.
En el estrato político, el individuo moderno funciona en su papel de ciudadano, verificando el criterio de que acepta la obligación, el derecho y el deber, de mandar y de obedecer, desde el cargo que ocupe, si bien, en la práctica, solo lo podrá hacer perteneciendo a un partido político o apoyando, como ciudadano de a pie, a alguno de los partidos que formen parte del sistema.
En la actividad económica, la viabilidad de la existencia individual ha desaparecido. A toda actividad que anteriormente hacía posible la supervivencia económica de los individuos, actuando en cuanto a tales, se la ha situado en condiciones imposibles, ilegales, o antieconómicas, por el imperio de las empresas, tanto más viables y reforzadas por el sistema, cuanto mayor sea el tamaño que adquieran.
En cuanto a las actividades personales que caen fuera de las anteriores, que podrían tener diversos matices, de tipo cultural, académico, de ocio, esparcimiento, deportivo, etc., ocurre una marcada tendencia a la agregación grupal para su materialización o desarrollo, que, en la mayoría de los casos requiere la misma verificación de criterios sociales comunes con las anteriormente expuestas.
En este último terreno, las presiones impuestas sobre la verificación de requisitos por los participantes, presentan una intensidad igual o, incluso, mayor, que en los ámbitos político y económico. Se impone lo políticamente correcto, la hipocresía social, unas reglas del juego que dejan poco margen para su desacato, etc., que comienzan en lo interpersonal y se extienden a los grandes grupos.
Además, la consistencia personal que se requiere para disponer de una existencia efectiva en una sociedad de enorme rigidez —aunque ofrezca la apariencia de ser todo lo contrario— cada vez se adquiere en menor medida, debido a la propia pedagogía del sistema.
Se podrá decir que todo esto es propio de cualquier tipo de sociedad, incluso de las del pasado, pero lo que diferencia el estado actual de otros modelos comparativos, reside en el origen de la esencia de la propia sociedad.
Es obvio, que, en el binomio «individuo—sociedad», la formación de grupos se puede hacer de manera espontánea por una agregación de personas que encuentren algo en común entre ellas, o, por el contrario, que el modelo de grupo venga predefinido desde fuera de él, de forma que, aquellas personas que necesiten integrarse en alguno, se vean forzadas a cambiar para no quedar en situación de marginalidad.
Vivimos en una sociedad conceptualmente definida, que excluye lo más propio y personal de las propias personas y toda aquella riqueza, que, la fertilidad y la consiguiente diversidad, solo pueden aportar los individuos.
A este respecto puede consultarse un artículo de este mismo blog titulado La disolución del individuo en el grupo.
Tal vez, aún no seamos del todo conscientes de que es infinitamente más fácil controlar a una población estructurada en grupos, que a esa misma población funcionando en toda la plenitud, que le aportaría la existencia individual de cada uno de sus componentes.
Una vez estructurados, quienes aspiren a tomar el control de los grupos, tendrán que invertir menos esfuerzo, que si trataran de controlar a una sola de las personas que los componen, funcionando de manera individual.
Una gran parte de su trabajo ya está hecho desde el mismo momento en que las personas renuncian, en buena medida, a sí mismas para pertenecer a los mismos.
La infinidad de grupos, asociaciones, agrupaciones, plataformas, partidos, sindicatos, fundaciones, empresas, etc., existentes, de los cuales su mayor parte verifica unos criterios comunes, no dejan mucho lugar para que una persona se relacione con cualquier otra, sin que ninguna de las dos pertenezca a algún grupo que le aporte buena parte de su esencia.
Por otro lado, en una sociedad en la que la mayor parte de las personas forman parte de grupos, con la consiguiente sinergia de sus efectos, el individuo siempre se encontrará en una marcada desventaja, ya sea política, económica, o del tipo que sea, para poder hacer existir su propia esencia, lo que explica, cada vez más, el rápido incremento de las necesidades de agregación social.
La disyuntiva que ofrece este estado de cosas es simple. O se pierde parte de la propia esencia pasando a pertenecer a una estructura colectiva, o se merma la propia existencia, e, incluso, muchas posibilidades de supervivencia, si se opta por la conservación de la esencia. La derrota del ser personal, en condiciones de sub-existencia, o la imposibilidad de la propia existencia social hasta extremos de marginalidad.
En todos los casos, las personas pierden, y, en todo caso, la propia sociedad, también.
El empobrecimiento social, debido a la criba existencial de las aportaciones individuales que no interesen al régimen dominante, dejará a la sociedad sin la savia que da vida a cualquier sociedad natural, y, al propio ser humano, sin el contexto social en el que, en cierta medida, habría de existir.
Ahora bien, si las únicas aportaciones permitidas y respaldadas por el régimen dominante, son aquellas que fortalecen al propio régimen, en detrimento de aquellas que favorezcan a las personas, todos aquellos que sobresalgan en actuar de forma clientelar, pasarán a formar parte del propio régimen, lo cual agravará el problema en progresión geométrica.
Al día de hoy, es difícil no identificar la estructura piramidal del poder que se ejerce sobre una población, a la que le resulta muy difícil vivir, si no es, del propio poder, o de sus prebendas.
En un mundo de esas características, el concepto de autónomo, entendido como régimen económico por el que un individuo trata de ganarse la vida mediante su trabajo, suena más como una broma pesada que como una figura de carácter real.
Algo parecido ocurre con los denominados emprendedores, que invierte sus ahorros e hipotecan gran parte de su futuro, con la simple finalidad de trabajar para ganarse la vida.
En ambos casos, su entrada en mercados en los que compiten por igual individuos y empresas, no necesariamente pequeñas, aunque haciéndolo, generalmente, sin ayuda institucional de ningún tipo, unido al hecho de la infinidad de trabas administrativas, legales y fiscales, procedentes del estado, les sitúa en condiciones próximas a una forma de esclavitud sin posibilidad alguna de sobrevivir con su trabajo.
La sinergia grupal en lo referente a la productividad, en detrimento de la esencia de las personas, quedó expuesta en otro artículo del presente blog titulado El individuo, el grupo y la voluntad popular.
Es obvio que, si se facilitaran institucionalmente tales formas de ganarse la vida, en vez de facilitarse la ruina económica de la mayor parte de quienes lo intentan, nos encontraríamos con un dato discrepante de lo expuesto unas líneas más arriba.
Pero lo curioso del tema es que siempre hay algo que rige el funcionamiento del individuo o del grupo, y son las creencias que lo gobiernan. Me pregunto con suma curiosidad, ¿qué es lo que rige a los grupos a diferencia de algo que rija dentro de un ser humano individual? Es decir, ¿quién gobierna dentro de esa estructura social que se llama colectivo?
Ante tal pregunta me planteo que tal como está la sociedad en la actualidad, debe ser alguien que impone sus ideas a los demás. Las ideas individuales sucumbirán antes las colectivas… aunque imponiéndose las ideas de alguien, o varios en concreto (que está o están en el colectivo), y que generalmente es o son los que más convencen al colectivo. En mi opinión, debemos plantearnos, ¿qué tipo de personas son las que mas convencen, por qué convencen y de qué manera? Quizás aquello que rija el gobierno de los grupos, a menudo también dirige el gobierno de muchas personas individuales, aún sin estar metidos en un grupo.
Saludos.
Estoy de acuerdo con tu atinado comentario, en especial al respecto del sujeto que rige grupos y personas individuales. Un saludo