El dinero: una cuestión de fe
Resulta curioso que, una de las formas del materialismo por antonomasia, sea el enorme valor que se le da al dinero, cuando lo cierto es que no hay otra cosa que más requiera de la fe.
Una de las partes más ingeniosas de Fausto[i] está dedicada a llevar a cabo la solución que el diablo Mefistófeles ofrece al emperador para acabar con las penurias económicas que padece el reino.
Mefistófeles le dice al emperador: «Pero pensad: en tiempos de terror, cuando la gente inunda los países en fuga, ha habido muchos que, asustados, han dejado escondidos sus tesoros. Así pasaba ya con los romanos, y así ha ocurrido siempre hasta la fecha. Todo eso sigue oculto bajo el suelo; y el subsuelo es de nuestro Emperador.»
La solución, consiste en imprimir unos papeles, que el canciller pone en marcha con el siguiente pregón a lo largo y ancho de todo el territorio: «Oíd y ved este papel fatídico, que ha transformado en bien tanto dolor. (Lee) “Se hace saber a cuantos esto vieren: esta cédula vale mil coronas. Como fianza segura lleva en prenda un sinfín de tesoros enterrados en el Imperio. Se ha ordenado, apenas sacados, que por esta se canjeen.”»
Ante la inicial reacción negativa del emperador, el tesorero le tranquiliza: «Firmaste, en claro, y esa misma noche, grabadores a miles lo imprimieron. Para que el beneficio llegue a todos, la serie entera hicimos enseguida: de diez, de treinta, de cincuenta y cien. No piensas cuánto bien le ha dado al pueblo. Y tu ciudad, en muerte casi hundida, ve cómo vive y zumba de alegría. Aunque tu nombre ya era grato al mundo, nunca se le miró con tal cariño. Ahora el alfabeto está de sobra; con esas letras todos son felices.»
No obstante, el emperador muestra su extrañeza: «¿Y mi gente lo acepta igual que el oro? A la Corte y Ejército ¿le sirve de paga? Aunque me extraño he de dejarle.»
En última instancia, el mariscal anuncia que el invento de aquellos papeles ya no tiene marcha a tras: «No podrían frenarse estos papeles; se han puesto en marcha igual que una centella: las bancas, día y noche, están abiertas, y en ellas se hace honor a los billetes en oro y plata; claro, con descuento. Desde allí todos van al carnicero, al panadero, y luego a la bodega: medio mundo se ocupa de festines y otro medio presume en traje nuevo: corta tela el pañero, el sastre cose. “¡Viva el Emperador!” gritan, bebiendo en las tabernas, con chascar de platos.»
Hasta hace pocos años, en los billetes que imprimía el Banco de España se podía ver una leyenda que afirmaba que el propio banco pagaría al portador el valor de cada billete en cuestión, en oro.
Ahora bien, desde entonces, las cosas han cambiado, los billetes del euro ya no llevan leyenda alguna que haga referencia al oro. El propio papel es la única garantía de su valor de compra.
Dicho en otros términos, quien posee un billete tiene la confianza de que aquel a quien quiera comprarle alguna cosa, reconocerá el valor que él mismo reconoce en el billete.
Si por alguna razón, la gente dejara de confiar en que aquellos papeles serán valorados, por compradores y vendedores, según lo que llevan escrito, su valor se reduciría a su simple peso en papel.
No es raro, por tanto, que muchos economistas fijen su atención en la confianza de los agentes económicos, para hacer previsiones acerca de la marcha económica de una sociedad.
En última instancia, como en la mayoría de los asuntos humanos, todo depende de las creencias que portamos y que determinan nuestra conducta y todo cuanto hacemos, sentimos o pensamos.
[i] GOETHE, JOHANN W.; Fausto; intr. de Francisca Palau-Ribes Casamitjana; trad. y notas de José María Valverde; Editorial Planeta, S.A., Barcelona, 2005 (pp. 178-180)