El espíritu democrático
El espíritu democratizador de todas las naciones del mundo, incluyendo a la república vaticana, en el que ha estado empeñado nuestro sempiterno enemigo, ya sea por medios sangrientos, leyendas negras o infiltraciones, va consiguiendo todos sus objetivos de manera fehaciente.
Para empezar, podemos señalar que, el término democracia, ha sido investido de una benignidad que roza lo sagrado siendo, a día de hoy, el único régimen político que goza de ese prestigio.
El segundo objeto de veneración, indisolublemente unido al primero, es el capitalismo y, de hecho, ambos tienen la misma raíz ideológica como es el liberalismo filosófico y el mismo actor operativo, que es esa especie de ente fantasmal al que los expertos denominan francmasonería y al que se imputan dos componentes fundacionales: el odio al catolicismo y el odio a España.
Democracia y capitalismo, este último incluyendo la implantación del libre comercio mundial son, actualmente, los dos medios que sirven para implantar la relativamente novedosa dominación de un mundo sin naciones, que protejan a sus poblaciones.
En este artículo trataré de examinar ese invento tan exitoso y tan popular que es la democracia moderna tratando de sortear el hecho de que se trata de un tabú incuestionable. Además, trataré de profundizar en el espíritu de la democracia, al que en el diccionario de María Moliner se denomina democratismo.
Dado que la propaganda prodemocrática ha insistido sin descanso en la implantación general del juicio de que la democracia es un bien absoluto, lo que significa que es superior a cualquier otra cosa que se considere un bien, ha conseguido convertirse en una auténtica religión sustitutiva de las tradicionales religiones teológicas, lo cual obliga en mayor medida a examinar su espíritu.
Por otro lado, dado el caos político que padecemos en España y la anomalía conductual que todo el mundo percibe en nuestro actual presidente del gobierno, Pedro Sánchez Castejón, también es necesario investigar si, como mucha gente dice, es un psicópata o, por el contrario, es un paradigma del tipo de político que encarna a la perfección el espíritu democrático.
Antes de continuar, haré un paréntesis biográfico personal para manifestar que, hace una década poco más o menos, me designaron para ser presidente de una mesa electoral y, por error, les dije a algunas personas del municipio que no me sentía bien para cumplir con ese cometido dado que yo no creía en este tipo de régimen.
Aquel comentario llegó a la guardia civil que respondió haciéndome llegar a advertencia de que si no ocupaba dicho cargo pasaría la noche en el calabozo además de algún otro castigo. Puestas así las cosas acudí a la mesa electoral y decidí cumplir rigurosamente con el cometido que se me había impuesto.
Relativamente temprano, acudió a la fila de votantes, un grupo de ancianos de una residencia acompañado de sus cuidadores, los cuales llevaban los sobres con las papeletas de los votos.
Tras revisar el DNI de cada uno de ellos, que ya llevaban en la mano, los cuidadores trataron de introducir los sobres en las urnas supliendo a los interesados, a lo cual me negué cumpliendo con el protocolo de votación.
Algunos de ellos no tuvieron demasiada dificultad para introducir los sobres pero, hubo algunos otros, que se mostraban incapaces de hacerlo, debido a problemas serios de senilidad. Con paciencia fui explicándoles y enseñándoles cómo debían hacerlo, incluso pidiendo que imitaran los movimientos que les expuse, lo cual generó una acumulación de votantes en la fila de quienes esperaban para votar, pero, por fin, conseguí que todos ellos votaran.
En este episodio vi con meridiana claridad que el sambenito de la igualdad de todos los ciudadanos en un régimen democrático, no podía ser más absurdo. Valía igual el voto de una persona senil (incluso posiblemente elegido por un tercero) que el de cualquier otra persona en la plenitud de sus funciones.
Para terminar un funcionario del Ayuntamiento se empeñó en darme una cantidad de dinero, unos cincuenta o sesenta euros, a lo que yo me negué reiteradamente a coger por motivos obvios, pero cuando el funcionario me dijo que si no cumplía con esa obligación le iba a causar un problema administrativo, cedí.
Obligado a hacer aquel trabajo asignado por azar y obligado a cobrar por hacerlo, me cuestioné seriamente la característica de la libertad de la que tanto presumía y presume el régimen en cuestión. Desde luego, aquello no ayudó a que cambiara mi actitud hacia la democracia.
En otro contexto diferente como era el profesional también hubo algunos hechos que no me gustaron nada al respecto de la democracia, de los que citaré uno a modo de ejemplo.
En la monografía profesional editada por el COP[i], titulada “Psicología y Salud Comunitaria durante la Transición Democrática”, a cargo de Juan Carlos Duro Martínez[ii], encontramos una exposición, bastante pormenorizada de la relación entre política y psicología.
Dicho autor hace una revisión del tránsito ocurrido en diferentes terrenos de la psicología desde algunos años antes de la muerte de Franco, hasta los dos primeros de la década de los 80.
Juan Carlos Duro, refiriéndose al ámbito histórico de su estudio, con respecto a los profesionales dijo lo siguiente:
«Podemos decir que en ese momento los profesionales antes que psicólogos eran antifranquistas y demócratas como señas de identidad.» (Ibídem, p. 137)
Y también lo siguiente:
«Los psicólogos son antes que profesionales “personas que luchan por la democracia” en lo que coinciden con los médicos jóvenes (MIR[iii]) […] El desarrollo de la nueva profesión exigía la salida del régimen autoritario y el establecimiento de un sistema más acorde con los modos políticos de nuestras vecinas democracias occidentales.» (Ibídem, p. 144).
Nunca he sabido por qué razón dicho sujeto dio por hecho que sus creencias políticas fueran compartidas por la totalidad de los psicólogos españoles de aquella época.
Pero el problema era más importante de lo que parece a simple vista. Como he expuesto en algunos de mis libros, el enfoque teórico que mejor funciona en psicología no es, precisamente, el del progresismo que es mera extensión de la Ilustración, por lo que niega todo lo que no sea materia pura y dura y cristaliza en el conductismo más abyecto.
Dejando atrás estas anécdotas, vayamos al fondo del espíritu democrático.
El espíritu democrático no se percibe a simple vista ni se limita a acciones evidentes como, por ejemplo, la de ejercer el voto.
De hecho, el factor de la democracia es solo una parte de las que contiene ese pack que emana de las revoluciones protestantes y cuya ideología es radicalmente una inversión de los principios y, en general, de la mentalidad católica.
El componente más relevante de la cultura católica, además de la religión que la fundamenta, es filosófico y, para más precisión, metafísico, aunque muchos católicos no son conscientes de ello.
Al respecto diré algo acerca de la metafísica, dado que en la actualidad ya nadie parece acordarse de qué es eso que suena tan raro.
Debido a estas limitaciones, para que se entienda mejor qué es la metafísica, conviene empezar por exponer qué es su contrario, la antimetafísica, dado que, además, el espíritu democrático coincide en gran medida con esta corriente de pensamiento antimetafísico.
La filosofía de la Ilustración culmina en Kant, filósofo que es exponente de su mayor desarrollo. Kant consolidó el subjetivismo, lo cual es expuesto por Teófilo Urdánoz del siguiente modo:
«El espíritu crítico, subjetivista y escéptico, que se inició en Descartes y culminó en Kant, es el signo predominante de la filosofía posterior a Kant, y aun del pensamiento y cultura modernos. Con ello va implicada la repugnancia a la objetividad realista de la filosofía clásica del ser, demolida, para la mentalidad moderna, por el martillo de la crítica kantiana, bajo la caricatura que él presentaba de la metafísica racionalista, y, a la vez, la instauración del antropocentrismo en el pensamiento actual, es decir, el retorno al yo subjetivo como centro del universo con la autonomía de la persona humana.[iv] (p. 7)
En esencia, la Ilustración niega que exista la realidad objetiva (es decir, la realidad en sí) y reniega de la filosofía clásica del ser, que queda demolida, para la mentalidad moderna.
Esto es tremendamente grave por múltiples razones obvias, pero si entendemos que toda creencia, que tenga o constituya a una persona, consiste en atribuir a una idea su origen en la realidad, y negamos que exista la realidad, el ser humano se quedaría sin su cimiento real convertido en algo líquido, gaseoso o volatilizado, es decir, profundamente debilitado.
Dentro de la filosofía posterior a Kant, que nos condena a una subjetividad en aislamiento de la realidad, también encontramos a filósofos contemporáneos especializados en otras demoliciones metafísicas, como hace Vattimo con el principio trascendental de la verdad. En su libro Creer que se cree dice lo siguiente:
«En las ideas nietzscheanas de nihilismo y “voluntad de poder» se anuncia la interpretación de la modernidad como consumación final de la creencia en el ser y en la realidad como datos «objetivos» que el pensamiento se debería limitar a contemplar para conformarse a sus leyes. […] con el nihilismo (el tomar en consideración explícitamente que el ser y la realidad son posición, producto del sujeto) ha llegado a su fin la metafísica.»[v] (p. 25) [subrayado propio]
Se trata, por tanto, de la abolición de la realidad, del ser, de la verdad, de la moral, etc., tal como lo intuimos y experimentamos todos los seres humanos prácticamente desde la primera infancia.
La cuestión de fondo radica en que, si en vez de investigar y reconocer, la realidad, el ser, el principio de no contradicción, las relaciones entre el ser y la existencia, la identidad, la causalidad, los principios trascendentales como son el bien, la verdad y la belleza, la noción de persona, etc., todo eso se niega o, lo que es peor, se trata de sustituir por una “nueva realidad” que carezca de todos esos fundamentos, lo que sucede no es que todo eso desaparezca, que por ser realidad, sería imposible, sino que se trata de producir una “nueva humanidad” privada de ella, humanidad que viviría, como ya estamos constatando, en una irrealidad esencial, en una superficialidad hedonista, limitada al carpe diem, incapaz de distinguir el grano de la paja, extremadamente manipulable, etc.
En consecuencia, la congruencia entre la negación y/o privación de todos estos principios reales y el régimen democrático, ha determinado que éste se encuentre muy próximo a las características filosóficas de la sofística griega que, expuestas por Guillermo Fraile[vi] son las siguientes: relativismo, subjetivismo, escepticismo, indiferentismo moral y religioso, convencionalismo jurídico, oportunismo político, utilitarismo, frivolidad intelectual, venalidad, humanismo antropocéntrico y pragmatismo. Además, dice Fraile:
«Su marcado escepticismo les impedía interesarse por el saber en cuanto tal. Se proponían ante todo educar a la juventud en orden a conseguir fines políticos, a formar hombres de Estado, ganar pleitos, conquistar puestos, triunfar en los negocios, sin reparar demasiado en la elección de medios.» (ibíd., pp. 226-227)
La cuestión es que dentro de un sistema social, en el que el poder político se juega de forma democrática, el mejor orador o el que sepa mentir mejor, tiene todas las posibilidades de hacerse con el control de la opinión pública, sobre todo si, además, cuenta con el denominado cuarto poder que es el activismo disfrazado de periodismo.
Así parece que la Ilustración no inventó demasiadas cosas nuevas ya que tuvo más fácil echar un vistazo a toda la filosofía griega anterior a Platón y Aristóteles.
Confirmemos este asunto con Nicola Abbagnano[vii] que refiere la relación entre la sofística y sus reflejos en el mundo moderno:
«La sofística antigua tampoco carece de su correspondiente reflejo en el mundo moderno. Por ejemplo, según Platón, el sofista Protágoras sostenía la tesis de que ““tal como aparece para mí cada cosa, así lo es para mí y tal como te aparece a ti, así lo es para ti: porque hombre eres tú y hombre soy yo” (Teet., 152 a); por lo tanto, identificaba apariencia y sensación afirmando que ambas son siempre verdaderas porque “la sensación es siempre de la cosa que es” (Ib., 152 c): es, se entiende, para este o aquel hombre.” (p. 79)
Por otro lado, con el límite al conocimiento que impone el positivismo de no querer ir más allá de las apariencias observables, o con el extendido presupuesto de la ideología moderna de que todo es objeto de opinión (y no de verdad o falsedad), y que las opiniones de cualesquiera dos hombres son igualmente válidas, que sólo se eligen por su utilidad pública o privada, y de tantas y tantas otras concordancias, nos acercarnos al pensamiento débil propugnado en la modernidad.
El vínculo existente entre el democratismo y el denominado pensamiento débil, de Gianni Vattimo, ha sido expuesto con cierta claridad en las líneas que sigue la revolución ateísta y antimetafísica de nuestra cultura.[viii]
Entre otras muchas cosas, dice Vattimo:
«La verdad es mala, sobre todo, por ser tiránica. La verdad es enemiga de la sociedad abierta de la democracia liberal (tal como la entiende, por ejemplo, Karl Popper).
Como la verdad es siempre un hecho interpretativo, el criterio supremo en el cual es posible inspirarse, no es la correspondencia puntual del enunciado respecto a la “cosa” enunciada, sino el consenso poblacional sobre los presupuestos de los que se parte para valorar dicha correspondencia. (pp. 28-29)
La verdad de la política deberá buscarse sobre todo en la construcción de un consenso y de una amistad civil que hagan posible la verdad también en el sentido descriptivo del término. (p. 29)
Aquello que llamamos realidad es un juego de interpretaciones en conflicto que está en colisión con la verdad objetiva. El consenso no debe depender de lo verdadero o lo falso de los enunciados. (p. 30)
La política moderna admite la mentira por el bien del Estado lo cual es hipócrita pues no ha puesto en discusión la noción de verdad como correspondencia. (p. 31)
Quién, en una oposición de opiniones, afirma que posee la verdad, expresa una pretensión de dominación. Cuando en política entra en juego la verdad ahí comienza el peligro del autoritarismo. (p. 31)
Donde hay democracia no puede haber una clase de detentadores de la verdad “verdadera” que ejerzan el poder. (p. 36)
Sólo podemos reconocer que vemos las cosas con ciertos prejuicios y con ciertos intereses de base, y que si acaso es posible la verdad, ésta es el resultado de un acuerdo que no necesitó de evidencia definitiva alguna, sino de la caridad, la solidaridad y la necesidad humana (¿demasiado humana?) de vivir en paz con los demás. (pp. 53-54)
En política, el final de la metafísica tiene, en cambio, su auténtico paralelo en la afirmación de la democracia. (p. 56) [subrayado propio]
Como es natural, una política sin “verdad” no es sólo y necesariamente una política democrática, sino que también puede ser una política despótica que en lugar de ir más allá de la metafísica, tan sólo retrocede más acá de su propio descubrimiento y reivindicación; también, por cierto una política, de inspiración metafísica, de los derechos naturales del hombre. (p. 57)
La legitimidad de la democracia liberal ya no es discutida casi por nadie. (p. 58)
Definida como ontología de la actualidad, la filosofía se ejerce como una interpretación de la época que da forma a un sentir difuso sobre el sentido de la existencia actual en una cierta sociedad y en un cierto mundo histórico. (p. 61)
Sólo un Dios relativista puede salvarnos (p. 63). El “relativismo” no es más que otro modo de llamar a la sociedad liberal. (p. 65). Dios no es el sujeto de la creación material del mundo. La Iglesia es represora, corrupta sexual, anti-darvinista…
La Iglesia sucumbirá en un mundo en el que la ciencia y la conciencia de los derechos son un patrimonio de lo más común (p. 69). La Iglesia cree tener el patrimonio de la verdad como un don divino. (p. 69). Hay que distinguir a Dios del ser (metafísico) entendido como objetividad, racionalidad necesaria y fundamento. (p. 71) y negarle el carácter de creador. Un Dios diferente del ser metafísico ya no puede ser el Dios de la verdad definitiva y absoluta que no admite diversidad doctrinal alguna.
Es imposible pensar el ser como racionalidad objetiva ya que, así pensado, éste no sería otra cosa que la fundación de la inhumanidad del mundo donde todo es sólo funcionamiento predeterminado de un colosal mecanismo insensato. (p. 71)
La metafísica nunca habría debido existir: ¿Aristóteles se había equivocado? No me pronunciaría tanto sobre este punto, ya que de lo contrario estaría haciendo un razonamiento metafísico típico. Es decir, llegaría a afirmar que es eternamente cierto que la metafísica es un error. (p. 85)
“En el cristianismo existe una virtualidad de liberación que en lo fundamental también es liberación, digámoslo de forma escandalosa, de la verdad.” (p. 86)
“¿A dónde vamos a parar? Vamos hacia la secularización, que también puede llamarse nihilismo, o sea, la idea de que el ser objetivo poco a poco se ha consumido. (p. 88)
Cuando alguien quiere venir a decirme la verdad absoluta es porque quiere ponerme a sus pies, quiere dominarme. (p. 92). La verdad que nos hace libres es verdadera porque nos hace libres. Si no nos hace libres, debe ser descartada.» (p. 93)
Hasta aquí estas citas de la obra de Vattimo en las que conecta de forma muy ilustrativa la democracia con la destrucción de la metafísica y trata de anteponer la libertad a la realidad.
Otro filósofo, en este caso del existencialismo, que ha tenido una gran ascendencia en este tipo de dirección es Sartre que sostiene la negación del ser para salvar la libertad.
Veamos la conexión entre la libertad, de la que tanto se presume en los regímenes democráticos, con la antimetafísica y el antirealismo.[ix]
Parece ser que pocos han sido tan claros como Jean-Paul Sartre, para vincular la nada con la libertad, por un lado, y el ser con el determinismo, por otro. A este respecto, al menos, dicho autor no se anda con medias tintas y afirma con rotundidad que si hay ser, no hay libertad y que buscarla dentro del ser sería una quimera. Esta oposición entre la realidad y la libertad es tan radical que, precisamente, para poder decir que el hombre es libre, primero hay que demostrar que es nada y esto es a lo que Sartre dedica buena parte de su obra.
El empeño en inyectar dentro del humanismo la negación de la realidad humana, no solo deja al hombre fuera de la realidad, sino que a la realidad la deja sin hombres.
En definitiva, parece que de lo que se trataría es de imaginarse ser y jugar a serlo, pero si serlo.
Parece obvio que si el hombre fuera esencialmente libre, es decir, nada, viera con pavor la posibilidad de estar dentro de la realidad y determinado por ella. Inevitablemente autores como Sartre parecen percibir la realidad como una tiranía de la que abominan para salvar la nada ontológica en libertad.
El problema de un ser (que no es) que se ve obligado a imaginarse ser y jugar a serlo, pero sin serlo es extremadamente serio. Un problema adicional, es el de que ese hombre, celoso de su libertad, no debe ver las cosas como son verdaderamente, pues esa simple visión, también limitaría su libertad.
Estos tipos de pseudofilosofías que han ido calando en la mentalidad occidental contemporánea están destinadas a destruir una mentalidad realista y fabricar artificialmente un ser humano irreal, materializando una absoluta ficción que, a la postre, deja al ser humano como mera materia prima y en disposición de ser moldeado a placer por los poderes políticos, sociales y económicos.
En cuanto al origen moderno o contemporáneo de este problema, lo encontramos en la ideología que tiene todo que ver con la destrucción de la religión, para su superación y sustitución por un naturalismo radical o, por su sinónimo, el materialismo.
Ahora bien, para destruir el sobrenaturalismo tan arraigado en la tradición cultural de Occidente, parece que no se consideró suficiente la implantación del ateísmo emergente de la Ilustración y la Revolución en la que desembocó. De hecho, el materialismo se implantó como el nuevo dogma absoluto y, su aplicación a todos los componentes de la realidad, cayó con toda su intensidad sobre el propio hombre y, por supuesto, sobre la mente humana, a la cual hizo desaparecer.
Virginia León publicó un excelente libro sobre La Europa Ilustrada en el que se refiere al movimiento ilustrado del siguiente modo:
«La Ilustración[1] puede definirse como un sistema de ideas y valores que se concreta en el utilitarismo, en la secularización del saber y la política y en el reformismo social y económico. […] En Inglaterra se origina a partir de la Revolución Gloriosa (1688) en la que la burguesía británica ha logrado imponer un compromiso político y social a la aristocracia que le permitirá el libre desarrollo de la economía capitalista a lo largo del siglo. […] Locke se convierte en el filósofo de la revolución: el estado debe incluir la propiedad entre los derechos naturales del hombre y crear las condiciones favorables para la libre actividad del empresario. […]
La nueva ideología ataca los dos pilares del Antiguo Régimen: Trono y Altar; el Estado y la Iglesia. […] La alianza con el pueblo dará el triunfo a la revolución liberal burguesa.»[x] (pp. 14-18)
En conjunto la Ideología de la Ilustración comprende las siguientes ideas fundamentales:
Espíritu anticatólico.
Monismo materialista: La materia es el único principio, lo que llamamos vida no es más que una organización de la materia.
La ciencia debe sustituir a la metafísica, la fe y la religión. La necesidad de destruir la religión católica.
La física se convierte en una especie de nueva teología.
La razón debe imponerse sobre todo lo sobrenatural y erradicarlo.
Negación de la causalidad.
Ateísmo o deísmo en términos de que Dios es el gran arquitecto del universo.
Hedonismo.
El alma no se distingue del cuerpo, no es más que una hipótesis innecesaria.
El hombre es una máquina y todas sus actividades son resultado de sus órganos corpóreos.
Narcisismo cultural y antropocentrismo
La única religión verdadera es el culto a la naturaleza, etc.
La virulencia en la expresión de las ideas ilustradas podía llegar a estar, por ejemplo, al nivel de la siguiente cita de Diderot:
«Dios es una máquina absolutamente perversa e inservible. Hay que sacudir el yugo de toda religión, libertarse de toda clase de religión. Los preceptos de la religión entorpecen y contrarían la evolución natural del individuo. No basta el deísmo, el cual corta las doce cabezas de la hidra, pero vuelven a rebrotar otra vez».
Como podemos apreciar, hay un fondo común de las ideas ilustradas en la mentalidad contemporánea que subyace al cientifismo o naturalismo, si bien, las actuales, han agregado una interpretación ateísta del evolucionismo darwinista y el empleo de algunas ideas novedosas de la física y la biología.
Repasemos algunas nociones o creencias relevantes empleadas para tratar de entender a los seres humanos, que se consideraban válidas antes de la Ilustración y que ésta se encargó de negar:
Dios.- Negado por prácticamente todos los autores progresistas, fue Nietzsche quien certificó su muerte: «Nosotros hemos matado a Dios».
La realidad.- La combinación racionalismo-empirismo, asumida por Kant niega toda posibilidad de conocimiento de las cosas. El realismo es exactamente la actitud natural que funda todo conocimiento en la verdad de las cosas mismas.
Ser.- Negado de múltiples modos, bajo el prejuicio anti-metafísico, se hizo explícito en la obra de Sartre, en la que al defender la libertad absoluta del ser, concluye que el ser solo puede ser nada.
El ser humano individual.- Negado explícitamente por Augusto Comte que sostiene que «Para el espíritu positivo el hombre propiamente dicho no existe. Solo existe la Humanidad». De hecho, Comte, inventó la sociología y excluyó la psicología de su catálogo de las ciencias
La persona.- Ser una persona quiere decir que el hombre es un ser inteligente, libre, uno y único, irrepetible, fin en sí mismo, que no vive solo para la especie, sino también para sí, para su propia realización… Todas estas propiedades y todas cuantas se puedan reconocer como características del hombre, son negadas por la igualación del hombre al resto de especies animales.
La mente.- El modernismo considera que la mente es prácticamente una entidad ficticia igual que la del alma. El alma es una noción religiosa y, por lo tanto, debe desaparecer igual que la mente.
El yo.- Hume lo negó explícitamente: «Cuando dirijo mi reflexión sobre mí mismo no puedo percibir nunca este yo sin una o más percepciones, ni puedo percibir algo más que estas percepciones. Así, pues, es la composición de éstas la que constituye el yo.».
La conciencia.- El materialismo la considera como un estado del cerebro, pero no como una facultad mental vinculada al yo.
La autonomía personal.- En el positivismo no hay tal cosa, ya que el hombre es exclusivamente un animal social. En el conductismo toda actividad humana se explica por los cambios o estímulos del entorno, por lo que no cabe ningún tipo de autonomía.
La identidad personal.- Negada explícitamente por Hume y asumida, como todo lo de dicho autor, por el cientifismo positivista. Según dicho autor la identidad personal es una ficción. Afirma que en vez de un ser humano que existe, lo único que hay es una serie inconexa de percepciones claras y distintas en relación a él, pero, admitiendo que “él” es mera expresión vacía de sentido.
La independencia personal.- El enfoque sociológico del positivismo no reconoce al ser humano individual y, por tanto, que disponga de las facultades necesarias para subsistir por sí mismo con cierta independencia.
Las relaciones interpersonales.- No hay relaciones entre personas, de persona a persona, sino que lo que hay es una pertenencia a lo social.
La verdad.- El autor reciente que más empeño ha puesto en negar el trascendental de la verdad es Vattimo, afirmando que la verdad es incompatible con la libertad y la democracia. No obstante, desde Kant, la verdad se considera inalcanzable, e incluso, hasta Popper, considera que toda verdad es efímera o transitoria y, por lo tanto, que no existe la verdad tal como se entiende de modo general.
La moral.- Al ser considerada algo propio e la religión, y, siendo esta una ficción, también la moral no es más que una invención. A menudo se sustituye por la ética en cuanto normativa social que impera sobre los integrantes de la sociedad.
La dignidad de toda persona.- Relacionada con la noción de persona se encuentra la de dignidad que posee unas raíces hondamente arraigadas en la (anterior) cultura occidental. Con la palabra dignidad se designa una cierta preeminencia o excelencia por la que una realidad resalta sobre otros seres por razón del valor que le es propio.
Las creencias.- Las creencias fueron definidas por Hume como meras ideas vigorosas, cuando son mucho más que meras ideas: se tratan de aquellas ideas a las que el ser humano reconoce como realidades, por lo que, son la clave de la vinculación del ser humano con la realidad.
Con toda seguridad, en la anterior relación de negaciones de nociones clásicas habré pasado por alto muchas más, tal vez de menor relevancia, pero a poco que se intenten describir o explicar multitud de actividades humanas, se pone de manifiesto la necesidad de su empleo.
La precisión quirúrgica con la que el proceso progresista ha ido amputando todos y cada uno de los componentes de la antropología y de la psicología, precedentes, ha dado como resultado su definición del hombre como un animal igual que todos los demás. Es más, el hombre sin realidad se convierte en nada.
Hemos visto de qué forma ha sido planteada la modernidad, sobre todo negando e invirtiendo todo el ideario del catolicismo y de la metafísica clásica que es la que incorporó el catolicismo, en tiempos de Santo Tomás de Aquino.
Es obvio cómo, también, se trata de sustituir la monarquía y toda la estructura política tradicional por el democratismo y, no solo desde una perspectiva teórica, sino mediante crímenes cometidos contra monarcas, aristócratas, cargos eclesiásticos y, de modo general, contra los católicos, tal como ocurrió en sucesivas revoluciones de los siglos XVIII, XIX y XX.
La Revolución Francesa que sigue en una década a la de las colonias inglesas en América, renegando de la autoridad de la monarquía británica sobre ellas, marcan la conclusión de toda una era y, a partir de ellas, el mundo occidental padecerá el azote demoledor de las organizaciones masónicas responsables de dichas revoluciones, diseminadas a todo lo largo y ancho de aquel.
Me preguntaba al comienzo de este artículo cómo podía ser que nuestro peor enemigo histórico deseara nuestro bien al promover el régimen democrático para España y, por extensión, a todas las provincias españolas en ultramar. Tal vez, ¿por qué ese régimen no era tan bueno como decían para las naciones destinatarias? Ahora tal vez nos acerquemos a dar una respuesta verosímil.
La democracia, tal como se estructura a partir de la modernidad, es el peor régimen político posible y, de hecho, cuando los anglosajones o asociados, se afanan en demoler dictaduras e implantar democracias en los más variados países, operación que plantean de modo psicopático, como si eso lo hicieran por el bien de esas naciones, nos encontramos con la sorpresa de que se trata de un modo fácil para acceder al dominio político y económico de sus víctimas. Son expertos en hacer ese tipo de crímenes.
Quienes aspiren a tiranizar a una población, no querrán oponerse a dictadores, como, paradigmáticamente, fue Julio Cesar, y a otros líderes carismáticos de los que, para nuestra suerte, también hemos tenido alguno que amaba profundamente a su patria.
En lo que concierne al estado más álgido de sustitución de la metafísica por una ideología monstruosa, en el que se ha podido encontrar la humanidad, actualmente nos damos de bruces, no solo con la posverdad sino, también, con los potentes desarrollos de la ideología en el ámbito de la identidad personal o social, las ideologías de materia sexual, la promoción del aborto, los engaños gigantescos para manipular a grandes poblaciones, y otras muchas ficciones destinadas a tiranizar, despersonalizar o matar a personas frágiles que han caído en la trampa de estar limitadas por una mentalidad progresista.
Al respecto del progresismo, del que los políticos de lo que ahora se llama izquierda presumen continuamente, es un término atractivo dado que muchas personas lo confunden con la prosperidad o cosas similares, pero su verdadero significado resulta ser la demolición y la inversión radical de la cultura y la política tradicionales. Podemos definir que algo es más o menos progresista en función de la distancia que tenga de los regímenes clásicos o tradicionales, lo cual puede equivaler a dejar atrás usos, costumbres o creencias mucho mejores que las que definen la modernidad que coinciden con la (mal llamada) Ilustración.
A continuación, para reexaminar si efectivamente el espíritu democrático coincide con el antirealismo o la antimetafísica, debemos preguntarnos si la democracia, tal como la tenemos implantada en esta era, sería posible en una cultura metafísica y, por lo tanto realista. También, debemos revisar si sería posible que ocurriera a la inversa, es decir, si, por ejemplo un régimen aristocrático o monárquico (no despótico) sería compatible con una mentalidad poblacional antimetafísica o antireal.
Para responder a la primera pregunta podemos hacer acopio de algunas de las características de una cultura tradicional como son:
La consideración del ser humano como persona digna; moral; bien formada culturalmente; con libertad acotada que le impide hacer el mal; que no se subordina a nadie que la pretenda instrumentalizar al servicio de sus intereses; que no se venda ni acepte sobornos; que no trate de enriquecerse a toda costa; que aspire a ser independiente y trabaje para sostener su vida y la de su familia mientras pueda hacerlo; que procure efectuar sus relaciones interpersonales mediante una comunicación verdadera; que ayude en lo posible a quienes lo necesiten; que ame a su patria y se sienta agradecida por todo lo bueno que haya recibido; que no se deje llevar por adicciones de cualquier tipo; que sea prudente; que sea justa…, y como estas propiedades reales o metafísicas, otras muchas más que estén en congruencia con las características citadas.
Pues bien, imaginemos que una gran parte de la población comparta ese tipo de perfil y debate sobre el tipo de régimen político que desea que gobierne. ¿Encajaría una población que mayoritariamente compartiera dicho perfil con un régimen democrático tal como el que nos gobierna en la actualidad?
Si los políticos que estuvieran a cargo de las responsabilidades del Estado salieran de ese grupo mayoritario, cumpliendo también el citado perfil, lo cual encajaría con un sistema aristocrático ¿se decantarían por una democracia como la que tenemos o, por el contrario, tanto la población como sus políticos tenderían a configurar un régimen de tipo aristocrático? Además, ¿se plantearían recibir grandes sueldos, prebendas y privilegios, o, por el contrario solo admitirían sueldos limitados equivalentes a los trabajos de otras profesiones de la sociedad?
¿Querría alguno de esos políticos ostentar un cargo de responsabilidad si no se viera formado convenientemente para ejercerlo de manera eficaz?
En fin, no querría que este breve análisis se convirtiera en una fantasía que pudiera poner los dientes largos.
Si ahora nos preguntamos por la condición inversa, ¿sería compatible o congruente una cultura antimetafísica o antireal con un régimen monárquico o aristocrático? Lo que cabría esperar es que el antirealismo cultural en ningún caso se conformaría a un régimen político que no tolerara la inmoralidad; que demandara una sólida formación educativa y académica; que sancionara legalmente las conductas dañinas aplicando la justicia de manera efectiva; que no pudiera corromper a los políticos o cargos clave de la administración; que impusiera la obligación de ganarse la vida con el propio trabajo; que no diera subvenciones innecesarias para comprar sectores de la población; que restringiera las libertades y los derechos a límites naturales que no atentaran contra la vida; que tratara de impedir las adicciones; que castigara la corrupción de cualquier tipo; que protegiera la inocencia de los niños, etc., etc., por todo lo cual, la población tendería a derrocar al monarca o a los otros gobernantes.
En conclusión, tras estas breves consideraciones podemos afirmar que la antimetafísica y la democracia son congruentes entre sí, al igual que el realismo o la metafísica es congruente con otros tipos de regímenes, como la monarquía o la aristocracia, entendida esta última como el gobierno de los mejores en cada campo de una nación.
Ahora bien, es obvio que hay monarcas buenos, malos y de todos los tipos, igual que puede haber aristocracias que se hayan pervertido hasta convertirse en oligarquías, si bien, en estos dos tipos de gobierno el pueblo puede reaccionar y debe hacerlo para cambiar a quienes gobiernen contra él.
En este sentido es más difícil destituir malos gobiernos, democráticamente elegidos, dado que el propio pueblo está implicado en ellos al ser quien los elige y respalda y, por lo tanto, tendría que derrocarse a sí mismo, lo cual puede considerarse absurdo e, incluso, dar lugar a un enfrentamiento civil de las facciones en oposición.
Por otra parte, en relación a la pregunta que expuse al principio acerca de si Sánchez era psicópata, como opina mucha gente, o si era un paradigma del tipo de político que encarna a la perfección el espíritu democrático, lo más probable es que ocurran ambas cosas, ya que si consideramos el espíritu antimetafísico como mero anti-realismo, su diferencia con el antirealismo psicopático, parece que no existe. Ambos tipos de antirealismo remiten a la pretensión de un poder absoluto, una actitud marcadamente soberbia y narcisista, a imponer su voluntad o sus pretensiones sobre otras personas o sobre una población, etc., lo que se puede sintetizar como el ejercicio de violencia contra el ser, individual o colectivo, de sus objetivos.
Una nota final acerca de las ideologías enfrentadas en los regímenes democráticos y, especialmente en España, que ayude a entender la gravedad de tal enfrentamiento.
Algunas sectas protestantes, el liberalismo filosófico, las oligarquías capitalistas, el progresismo, la Ilustración y la masonería internacional, son, a grandes rasgos, todos ellos, así como algunos más, movimientos diversos que comparten una misma dinámica cuyo objetivo común ha sido y es, la demolición de la religión y de la cultura católica, así como de la nación española como paradigma de aquellas y, además fundadora de un imperio católico que al parecer han considerado envidiable. La leyenda negra que han propagado a lo largo de siglos y que siguen propagando actualmente, sobre todo desde USA, querrían que hubiera sido verdadera para dar más verosimilitud a su odio.
Pues bien, esa actitud belicista del progresismo contra el tradicionalismo, que ya culminó en nuestra guerra civil, se traslada al terreno de la lucha política en nuestra democracia en forma de pura ideología, compartida por la mayor parte de los partidos políticos, que denigran a aquellos otros que todavía conservan rasgos tradicionalistas o elementos metafísicos, por exiguos que sean.
Ahora bien, dado que la democracia tiene un espíritu antimetafísico, lo que se detecta es que favorece a los partidos que comparten ese mismo espíritu y que operan, en la lucha por el poder, con la ventaja de que para ellos todo vale, incluso la denigración, la calumnia, la malignación o la difamación, para acabar con la existencia civil del adversario. Así que esta democracia no parece ser un régimen neutral para hacer la mejor política posible para España.
Una última reflexión nos puede hacer pensar que, si para «salvar» la democracia, es necesario demoler la realidad constitutiva del ser humano y producir un ente artificial e impersonal, o la democracia sale demasiado cara, o es que se trata de un medio importante y de elevada eficacia para producir el hombre masa con el que siempre han soñado los tiranos.
[1] Dicho periodo abarca desde 1680 hasta 1770-80
[i] COP.- siglas de Colegio Oficial de Psicólogos
[ii] Clínica y Salud; Número extraordinario; vol. 12, Año 2001; Edita Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid; Madrid, 2001
[iii] MIR.- siglas de Médico Interno Residente
[iv] URDÁNOZ, TEÓFILO; Historia de la filosofía; Siglo XIX: Kant, idealismo y espiritualismo. BAC; Madrid, 2009
[v] VATTIMO, GIANNI; Creer que se cree; trad. Carmen Revilla; Paidós; Barcelona, 1996
[vi] FRAILE, GUILLERMO; Historia de la Filosofía I. Grecia y Roma; Biblioteca de Autores Cristianos; novena reimpresión; Madrid, 2010 (FRAILE, G., HF I)
[vii] ABBAGNANO, NICOLA; “Historia de la Filosofía”; Volumen I; La Filosofía entre los siglos XIX y XX; SARPE, S.A., 1988
[viii] VATTIMO, GIANNI; Adiós a la verdad; trad. de María Teresa D´Meza; Editorial Gedisa, S.A., Barcelona, 2010
[ix] SARTRE, JEAN-PAUL; El ser y la nada; trad. Juan Valmar; Ediciones Altaya S.A., Barcelona, 1993
[x] LEÓN, VIRGINIA; La Europa Ilustrada; ISTMO; Madrid, 1989
La democracia es un desastre, totalmente de acuerdo. La Biblia decía «no te fíes de los charlatanes». La democracia es el gobierno de los convencedores, de los charlatanes que saben embaucar a la gente. Porque los debates «cara a cara» son eso, convencer y prometer a la gente… Yo últimamente, del anti-realismo destaco que son egocéntricos, que tienden a mandar sobre los demás, que acaparan todo el espacio existencial, que tienen una labia y una verborrea impresionante, que convencen (porque además todo lo saben), ya que son divinos… que te dan todo.
Pero me impresionan cómo coordinan los movimientos, los gestos y las palabras.
Algunas veces «he llegado a pensar de ellos que si se ponen me convencen de que yo soy chino» (no tengo nada en contra de los chinos, por cierto. Sólo de la mala gente).
En fin, quizás debiéramos apartarnos de los charlatanes que todo lo saben…
Gracias por el comentario
Que gran artículo lleno de verdad pero es un drama que la gente no lo sepa. Gracias
Gracias por el comentario