El hombre insustancial
En un artículo anterior de este mismo blog, titulado ¿Qué es un principio? El principio real y la realidad del principio, expuse algunas consideraciones para tratar de aclarar la noción de substancia, si bien, sus sentidos más notables, puede considerarse que son: 1) algo es sustancial cuando es en sí y no en otra cosa, y, 2) algo que es un principio de actividad.
Decía entonces que, dado un ser, su constitución consta de sustancia y de otros componentes que no son sustanciales sino accidentes y, en tal sentido, la parte sustancial de un ser viene a coincidir con su parte sustantiva o, dicho de otro modo, la parte sustancial de un ser es la única capaz de proporcionarle autonomía existencial y, por tanto, viene a coincidir con la naturaleza sustantiva del ser.
De ahí que, podemos considerar un hombre insustancial, como aquel que no es nada en sí mismo, aunque pueda ser algo como parte de otro ser sustancial; cuando todo aquello en que consiste puede variar sin que nada permanezca establemente en él; cuando en él no reside el principio de su propia actividad; cuando, por carecer de sustancia, también carece de esencia y, por lo tanto, de un sí mismo y de una identidad personal…
En la época que estamos viviendo, recibimos multitud de mensajes de que el hombre es una entidad sin sustancia y de que los hombres somos entidades insustanciales.
Tales mensajes parecen formar parte de un relato altamente consistente, aunque no de una teoría propiamente dicha, que pudiera ser contrastada, verificada o refutada. Su finalidad consiste en hacer creer que somos entidades insustanciales en vez de personas sustanciales y sustantivas.
La progresiva erosión de creencias referidas a los diversos componentes sustanciales y sustantivos de los seres humanos, ataca los cimientos de toda una civilización y puede acceder a su desmoronamiento.
Si algo resulta fundamental, para constituir y definir una civilización, es el conjunto de creencias que la caracterizan acerca de los seres humanos que la integran y del propio ser humano como especie.
Generar creencias tendentes a negar la sustancialidad humana, por otra parte, tiene mucho en común con sentar tesis falsas acerca del origen del propio ser humano, de la vida, de la conducta y las actividades de relación de los seres humanos.
Para empezar, la teoría darwinista de la evolución de las especies que especifica el azar como el factor causal decisivo para dar cuenta de los cambios y supuestos progresos de las especies, es uno de los focos en los que fundamentar la insustancialidad de la vida, de las especies y del ser humano.
Dicho relato pseudocientífico en ningún caso se puede considerar una auténtica teoría. El azar, como poco, remite a una accidentalidad fundamental, a irregularidades imposibles de investigar por la ciencia y a singularidades no sujetas a leyes de tipo alguno.
Además, en el caso de que el azar tuviera algo que ver con la generación de la vida y de las especies, es decir, elevado al papel de causa primordial de la vida, sin algo sustancial previo sobre lo que operar, nos dejaría ante el binomio «azar-caos» como la explicación de todo cuanto conocemos, incluyéndonos a nosotros mismos.
Dicho binomio, no es absolutamente nada y, por lo tanto, se trata de la insustancialidad absoluta. No es nada en sí, no genera nada que sea algo en sí, ni, por tanto, es principio de actividad de tipo alguno.
Además, aunque a dicha pseudoteoría se le agregara el tiempo cronológico, para formar el triplete «azar-caos-tiempo», dicho nuevo factor no agregaría nada de suyo, capaz de explicar ordenación alguna de cuanto existe, ni mucho menos, de los sistemas complejos como la propia vida.
En segundo lugar, pasando al ámbito del propio ser humano, se emite otro relato, tan absurdo o más que el anterior, referido a que somos meros organismos cuya constitución y existencia viene explicada estrictamente por la genética. Genética que consiste en una combinación de la evolución darwinista y de los cruces mendelianos dados, también, al azar.
Dentro de tales tesis, están ideas como las de que carecemos de sustancia personal, la de que la conciencia que tenemos de ser algo diferente a nuestro mero organismo, es pura ficción, la de que carecemos de identidad personal, y, por supuesto de autonomía o alguna forma de sustantividad diferente a la plena determinación de nuestra conducta por los genes.
Dicho en otros términos, cada ser humano no es algo o alguien en sí mismo, ni posee sustancia alguna que principie su actividad. Asienta por tanto, como tesis general, nuestra despersonalización y nuestra desrealización.
Más allá de esto, en plena coincidencia con las tesis de Sartre[i], de que carecemos de esencia previa a la existencia, es decir, que primero existimos sin ser nada y que, luego, a medida que existimos y vamos tomando decisiones mediante nuestro libre albedrío, absolutamente libre, vamos creando alguna forma de esencia, pero ya, obviamente, a causa de esa absoluta libertad y, por lo tanto, del azar.
Por otro lado, la presión publicitaria que insiste machaconamente en que podemos reinventarnos las veces que queramos y de que tenemos un infinito mundo de posibilidades y de opciones a nuestra disposición, o la propaganda política de que somos «ciudadanos libres» —expresión que, en sí misma es contradictoria, por cuanto un ciudadano se caracteriza por mandar y por obedecer dentro de un grupo— van terminando de vaciarnos de la creencia de que somos algo en nosotros mismos, o de que nuestra existencia tiene algo que ver con aquello que verdaderamente somos.
Apuntando todos estos focos propagandísticos al mismo punto, y, siendo sus tesis radicalmente falsas, parecen caber pocas dudas de que poseen un origen ideológico unitario.
¿Su finalidad? Acabar con el ser humano en cuanto tal y sustituirlo por una nueva especie caracterizada por su indefinición sustancial y apta para servir como nueva materia prima con múltiples utilidades y potenciales modos de uso.
Lo cierto es que el hombre masa, definido por Ortega[ii], no es que vaya cobrando forma, sino que su forma le viene dada, precisamente, por la privación de toda sustancia.
[i] Puede verse el artículo de este mismo blog titulado De Sartre a la actualidad: la libertad, la existencia y la negación de la esencia
[ii] Al respecto puede verse el artículo de este mismo blog titulado Un espejo inteligente en el que mirarnos
Artículo corto, pero impactante. Da la terrrorífica sensación de que se está conviertiendo al ser humano en un robot, donde tiene en su cabeza algo parecido a programas informáticos que le determinan lo que debe pensar y hacer en todo momento. Y de ahí no se sale la mayoría. Cuesta y mucho, encontrar gente que hable de metafísica, filosofía u otras cuestiones de esta índole estrechamente relacionadas con el ser humano en épocas pasadas. Total esto, ¿para qué sirve? dice mucha gente, sin darnos cuenta que es algo tan importante para el ser humano como el alimentarse adecuadamente (cosa que tampoco se hace…). Llega a ser tan «compleja» la forma de pensar de la gente, con tanta «libertad», que con gran frecuencia la mayoría elige los mismos pensamientos, las mismas opiniones de siempre, sin pensar si lo que dice es cierto o falso. Y curiosamente coinciden las opiniones con las del resto de la gente…
Parece entonces, que el campo de posibilidades de esta absoluta libertad, no está sino reducido a un determinado tipo de pensamiento elaborado por un programador de software.
Ciertamente la presión de la propaganda y la ingeniería social de esta cultura es enorme y tiende a producir, por un lado, la uniformación de la población en aspectos importantes que afectan negativamente a su desenvolvimiento como personas autónomas e independientes, y, por otro, actitudes pasivas hacia el propio desarrollo que resultan favorables a la extinción de la propia responsabilidad personal. Un saludo.
Me sumo a esa visión de falta de sustancia en la cultura actual, en donde, como dice Ignacio, temas relacionados con metafísica, filosofía,…están desterrados de las conversaciones o de la vida diaria; y añadiría que los principios reales que aportan la esencia al ser humano, como la bondad o la verdad han sido sustituidos por aspectos tales como la eficacia, la competencia,…
En educación ya no se habla de ser bueno, de ser honesto, verdadero,…si no de ser competente o eficaz, como ha sido la última renovación pedagógica de la OCDE basada en «la educación por competencias», siguiendo las ideas de La Mettrie de «El hombre máquina». Por cierto, desterrar también a la filosofía del curriculum está siendo otra forma de educación «insustancial»
Efectivamente, al parecer ya no se trata de la formación de seres humanos, sino del aprendizaje de habilidades y acumulación de simples recursos, guiado por un utilitarismo ciego en el que no se especifica para qué o para quienes aquello resultará útil. Por lo tanto, se esconde radicalmente el sujeto del proceso y parece implantarse una suerte de obediencia ciega al comprador, sea quien sea, de los servicios.