El incremento de la complejidad y el desarrollo humano
Todo desarrollo desde lo más simple hacia lo más complejo requiere una aportación de información para la formación de las nuevas estructuras que lleguen a formarse.
En mi opinión, la dificultad principal con la que se encuentra cualquier teoría acerca del desarrollo de sistemas, que experimentan incrementos de su complejidad original, se encuentra en la procedencia de la información que es necesario aportar para la constitución de estructuras progresivamente más complejas.
En este caso, se encuentran, por ejemplo, los procesos de individuación que ha de seguir cualquier ente particular para acceder a una existencia efectiva, así como las teorías de la evolución de las especies.
Al parecer son necesarios desarrollos de la lógica implicada en tales procesos, ya que, en la actualidad, no parece haber explicaciones convincentes.
Partamos de la diferencia lógica que hay entre un concepto y el conjunto de los individuos definido por él.
El concepto se refiere a la información necesaria y suficiente para definir el conjunto o la categoría de los individuos incluidos en él. Si el concepto está bien definido, el conjunto de los individuos tendrá unos límites claros, de forma que, elegido cualquier individuo al azar, podrá afirmarse sin dificultades, su pertenencia a dicho conjunto, o, por el contrario, su pertenencia a otro diferente.
Si, por ejemplo, examinamos qué es lo que tienen en común todos los seres humanos, y concluimos que son animales racionales, tal propiedad es una característica diferencial de todos ellos con respecto a cualquier otro ser vivo que conozcamos.
Ahora bien, el conjunto que forman todos ellos consta de miles de millones de individuos, necesariamente diferentes entre sí, y, tales diferencias, son preteridas en la elaboración del concepto. No se diferencian en que son animales racionales, pero se diferencian entre sí, en otras muchas propiedades.
A este respecto, hay que decir que el nominalismo afirma que los conceptos no tienen una existencia efectiva, pues solo tienen existencia los entes particulares, lo cual, sin duda, es erróneo. Los particulares se componen de factores, como, por ejemplo, la racionalidad, que no son meros conceptos mentales, sino propiedades constitutivas de aquello que existe.
Ahora bien, al respecto del asunto principal que hemos planteado, hay que fijarse en que cada cosa que hay en el mundo es diferente a cualquier otra. Todos los individuos contienen diferencias que les distinguen de cualquier otro. Ya se trate de un ser humano, un grano de arena, una uva, o cualquier otro particular, resulta asombroso que todos presentan alguna diferencia con respecto a todos los demás, ya sea de su propia especie o de cualquier otra especie.
Además, en el caso de los seres humanos y de otras especies muy desarrolladas, tales diferencias no son meramente orgánicas, sino que incumben a la información que influye, o es determinante, en la producción de sus actividades de relación con el entorno.
Si elegimos dos seres humanos cualesquiera al azar, veremos que ambos verifican todas las propiedades características de la especie, si bien, además de esas propiedades poseen otras, de índole individual, que son las que permiten diferenciarlos entre sí.
El asunto de fondo es que el proceso de formación de conceptos es relativamente sencillo, ya que consiste en abstraer, es decir, en retirar toda la información disponible del conjunto de los individuos que no sea común a todos ellos, mientras se selecciona aquella que tengan en común.
No obstante, es obvio que, del concepto así formado, no se puede deducir aquella información que diferencia entre sí a los individuos que componen tal conjunto.
Esto no solo es una obvia imposibilidad lógica, sino que, al considerarla en el orden de la generación efectiva de los individuos de una especie, nos encontramos con un salto teórico entre aquella información, definitoria de la especie en sí, y la que es necesario añadir para la generación efectiva de los individuos particulares.
En tal sentido, los individuos particulares son más complejos que la propia especie, pues ésta solo es constitutiva de la parte común de tales individuos, mientras el resto de la información necesaria, para que cada individuo esté configurado para poder existir de manera efectiva, debe proceder, no de la especie en sí, sino de otras fuentes diferentes.
Ahora bien, es obvio que dicha información adicional debe ser congruente o compatible con la definitoria de la especie, ya que, en caso contrario, los individuos, o no pertenecerían a dicha especie, o serían biológicamente inviables.
En cuanto al sistema orgánico del ser humano, las fuentes de las que pueda proceder dicha información adicional, necesaria para la constitución de individuos, parecen incluir, las combinaciones de los diferentes códigos genéticos de los ascendientes; los complejos procesos del desarrollo embrionario; las condiciones en las que se desarrolle el embrión en el útero materno; las vicisitudes del parto; una variedad de factores decisivos presentes en el entorno neonatal; la estimulación y la alimentación que reciba el niño hasta el umbral crítico de sus primeros dos años y medio, y algunos otros factores más, como puedan ser los accidentes genéticos, etc.
A su vez, la información que almacena el niño en su cerebro, procede de la amplia fuente medioambiental a la que está expuesto durante su desarrollo, al principio, especialmente, en el medio familiar, y, posteriormente, en el social.
Son tantas las fuentes de información constitutivas, tanto en la vertiente orgánica, como en la psicológica, que, la posibilidad efectiva de que emerjan clones humanos de manera natural, es nula.
Nada parece más antinatural que los intentos para formar clones, tanto humanos, como de otras especies.
En este ámbito, los desarrollos consistentes en incrementos de complejidad, son necesarios para que se generen individuos diferentes, ahora bien, ¿qué está en juego tras la condición real de que todos los individuos que existan han de ser diferentes entre sí?
Se puede encontrar una posible respuesta a tal pregunta, precisamente, en la noción de «ser en sí».
Decimos que todos los individuos han de ser diferentes entre sí, pero es que, si no lo fueran, no serían, cada uno de ellos, «algo en sí».
Tal noción es equivalente a la de substancia. Parece tratarse de que cada cosa que exista ha de ser algo en sí misma, aunque no siempre sea algo por sí misma.
Al menos, cada ser y cada cosa, han de ser algo en sí mismas, lo cual implica la posibilidad de que puedan ser diferenciadas, o más bien, identificadas. Tal requisito parece estar presente en todo aquello que es generado de manera natural.
El «sí mismo» es lo que subyace a cada ser o cosa, que es algo en vez de nada, y se encuentra estrechamente relacionado con su correspondiente identidad.
Ahora bien, esa substancia, se encuentra en un plano básico de todo cuanto es «algo en sí», y no se debe confundir con la definición de dicho «algo». Tal definición, en sus aspectos más relevantes, se suele denominar esencia.
En el ser humano, podemos considerar que la esencia de la condición de ser algo en sí, no es otra que aquello de él a lo que se refiere con el término «yo».
Tal esencia puede sufrir modificaciones a lo largo de todo su ciclo vital, mediante los propios procesos de desarrollo o de incremento de su complejidad. Sin embargo, lo que no cambia, es el factor substancial de ser algo en sí mismo.
De ahí, parece proceder la constante temporal de que el individuo se considere a sí mismo, a pesar de los cambios o accidentes que experimente, como siendo el mismo, a lo largo de todo su ciclo vital, lo cual aporta una continuidad inquebrantable a su propia biografía.
No entiendo muy bien la diferencia entre substancia y esencia, ¿la esencia es la concreción de la substancia?
La noción de sí mismo remite al propio ser en sí, entendido como sustancia. La sustancia contiene todo cuanto es inherente a un ser y, sin lo cual, no sería ese mismo ser. Se opone a lo accidental, que se refiere a toda propiedad que un ser pueda perder sin dejar de ser él mismo.
La esencia es la definición sustancial de un ser, es decir, de aquellas propiedades que resulten necesarias para su correcta definición. Por lo tanto, en la especificación de la esencia de un determinado ser no entran sus propiedades accidentales.
De un modo aproximado, la sustancia se corresponde con el componente sustantivo del «yo», mientras la esencia, con el componente de la identidad personal.