El individuo, el grupo y la voluntad popular
Un grupo de personas no es lo mismo que un conjunto de individuos. Las personas pueden funcionar, como individuos independientes, o como partes funcionales de grupos.
La organización de un sistema grupal es el orden de sus partes componentes, orientado a servir a sus fines. Es decir, ordena e informa las funciones de las personas integrantes que se encuentran dentro del grupo.
En tal sentido, una persona no puede funcionar igual, en su condición individual, que en su formato de pertenencia a un grupo.
Por lo tanto, un grupo es un sistema de personas que no actúan individualmente, sino en un modo subordinado a la organización del grupo que, a su vez, se encuentra configurada por los aspectos constitutivos del grupo en orden a la consecución del fin que tenga el mismo.
El grupo tiende a funcionar orgánicamente, como lo hace un individuo, por lo que sus componentes han de suspender su faceta individual, es decir, anulando sus determinantes individuales y el uso de sus funciones independientemente del resto del grupo.
Así, las personas quedan ensambladas e integradas en la estructura del sistema y sus actividades se ciñen a la consecución de los fines del propio grupo.
El sacrificio de la individualidad que han de hacer sus componentes, es la cesión de su autogobierno a los determinantes del grupo, mientras que se supone que la retribución a tal modo de funcionamiento vendrá derivada del reparto de los logros conseguidos por el propio grupo.
El objetivo que persigue el grupo organizado suele ser de naturaleza diferente al que persigue la persona individual, y, la naturaleza de la voluntad grupal, que impera configurando las voluntades de las personas que lo componen, se encuentra en consonancia con tal objetivo.
Los objetivos, más propios de los grupos, son aquellos en los que se produce un efecto multiplicador de la eficacia del trabajo individual, cuando sus integrantes renuncian a regirse por determinantes diferentes a los del propio grupo, y obedecen a los que el grupo les impone diferencialmente como partes componentes del mismo.
Hay objetivos que han demostrado ser más propios de grupos que de personas individuales. Todos los relativos a objetivos de poder son de esa índole.
Tanto la producción económica, como la propaganda, la agitación, la milicia o la propia actividad política pertenecen a esta categoría. También presentan utilidad en otros objetivos no relacionados con la consecución o conservación de poder, como pueda ser la producción de bienes materiales, etc.
Dejemos estos últimos aparte, y centrémonos en los grupos organizados para la consecución de objetivos de poder, ya sean de índole económica, política, militar, etc., y, de ellos, atendamos especialmente a los dedicados a objetivos de consecución de poder político.
En una sociedad democrática de partidos, como la nuestra, las tareas de los grupos a los que se denominan partidos políticos son, sólo en parte, comunes a las de los ciudadanos que no pertenecen a los mismos.
En lo común, los miembros de partidos y los ciudadanos individuales votan a sus representantes en las urnas, y poco o nada más. Los ciudadanos individuales no pueden aspirar a puestos de representación o gobierno, por muchas razones, empezando porque tendrían que disponer de un conjunto de personas que les conocieran, les apoyaran, etc., para lo cual no suelen disponer de medios suficientes de tipo alguno, con los que competir con partidos políticos previamente organizados.
Es la inherente falta de poder del ciudadano individual lo que le diferencia notoriamente de aquel que está integrado en un partido político.
Cuando en un mismo escenario compiten individuos y grupos, sin que tan enorme diferencia sea corregida en modo alguno por las regulaciones del sistema, el resultado es que el poder se lo reparten los grupos y no queda poder para los individuos, más allá de la elección relativa de los grupos que se repartirán el poder total.
El equivalente en materia económica sería que, en un mismo mercado, compitan empresas grandes y pequeñas con pequeños artesanos individuales. Sin duda, estos últimos morirían de hambre.
La sinergia fisiológica es el “concurso activo y concertado de varios órganos para realizar una función” y, en general, la sinergia es la “acción de dos o más causas cuyo efecto es superior a la suma de los efectos individuales” (véase el DRAEL).
Ese efecto es debido a la cooperación de fuerzas individuales organizadas por los mismos objetivos, de tal modo que su producto es netamente superior al que tendrían cada individuo por separado.
En el seno de un auténtico grupo, las personas que lo componen no compiten entre sí, sino que cooperan para el logro de un mismo fin. En un mercado cualquiera, los individuos compiten entre sí para ofrecer cada uno sus productos al mejor precio posible, y, si el mercado es minorista, son también, individuos los que compran los productos.
Así, poner a competir en un mismo mercado grupos e individuos, rompe la libre competencia, pues mientras las personas que integran los grupos no compiten entre sí, sino que cooperan entre ellas, el resto de individuos no adscritos a grupos, compiten entre ellos y con los grupos.
El resultado es el previsible: los vendedores individuales se arruinan, mientras los grupos se enriquecen, tanto más cuanto mayores sean, y, por tanto, cuanto más poder acumulen. Ocurrirá algo similar con respecto a la función de compra, ya que los precios los fijarán los grupos compradores y los vendedores, en mayor medida, cuanto más poderosos sean, y no los propios individuos.
Llevando esto al ámbito del poder político, en el que en tal mercado del poder, hay individuos y grupos, “comprando y vendiendo” votos indistintamente, serán los partidos que mayor poder acumulen los únicos competidores por el poder de gobierno del conjunto. Es decir, las voluntades que rijan a tales grupos de poder, serán las que compitan entre sí para la consecución del gobierno sobre el conjunto de la población.
Así, se forman dos clases muy diferentes. Los nuevos patricios, al mando de los partidos políticos más poderosos, y, los plebeyos, que serán los ciudadanos individuales, no insertados en poder alguno mayor que el de su simple voto individual.
En estos sistemas, las leyes autorizan a la formación de asociaciones y partidos, pero no obligan a los individuos a pertenecer a alguno de ellos, ni les advierten de su débil posición en el seno de tal sistema.
No sólo eso, sino que se sigue hablando de la “voluntad del pueblo” como si tal cosa no debiera ser aclarada, y diferenciada de la voluntad de las grandes corporaciones de poder que lo ejercen continuamente.
La mayor parte de la gente cree que “la voluntad del pueblo” se refiere a la suma de las voluntades de los individuos que pertenecen a la sociedad, y que, la voluntad de cada individuo, pesa igual en la elección del gobierno y sus legisladores, que la de cualquier otro individuo. Es decir, se da por supuesto que hay igualdad de determinación de las voluntades de dos individuos cualesquiera.
Lo cierto es que, la voluntad de una persona perteneciente a un grupo, determina una fuerza de influencia gubernativa superior a la de cualquier individuo no adscrito a partido alguno.
Además, la voluntad de esos supuestos individuos adscritos a partidos políticos, no funciona de manera individual, sino que forma parte de la voluntad grupal.
De hecho, para que no hubiera grandes diferencias, entre las diferentes personas dentro de cada partido, la democracia interna de los partidos tendría que ser exquisita.
Lo cierto es que tampoco es así, sino que, el poder de cada persona dentro de un partido, suele ser muy diferente según el cargo que ocupe en el organigrama del mismo. Las personas encargadas de los órganos de gobierno de los partidos, tienen una fuerte influencia en la determinación de la línea política del propio partido, mientras que los simples afiliados suelen tener mucha menos y, en ocasiones, no muy diferente a la de los ciudadanos individuales.
No se puede hablar, por tanto de que la voluntad del pueblo sea la suma de las voluntades individuales del conjunto de la población, sino que es el resultado de voluntades muy diferentes a las de los meros individuos tomados separadamente.
No obstante, lo más preocupante es la renuncia a la propia individualidad que efectúa la persona en el grupo, que se traduce en un incremento de poder debido a la sinergia.
Es decir, la supresión de los aspectos diferenciales de las personas se convierte en la adición de voluntades en orden a un mismo fin, lo cual puede explicar el éxito grupal a costa de los correspondientes sacrificios individuales.
Ahora bien, tal sistema puede convertirse en una trituradora de la riqueza de su población, considerada como un gran conjunto de personas que pueden dar de sí múltiples aportaciones individuales, pero que no tienen posibilidad alguna de ofrecer algo, ni fuera de los grupos de poder, ni dentro de ellos.