El misterio de la conciencia
En su libro El misterio de la conciencia[i], John Searle plantea el problema científico de la conciencia del siguiente modo: «El problema de la conciencia es el problema de explicar exactamente cómo los procesos neurobiológicos en el cerebro causan nuestros estados subjetivos de advertir y de sentir; cómo exactamente esos estados son realizados en las estructuras cerebrales; y cómo exactamente funciona la conciencia en la economía global del cerebro, y por lo tanto, cómo funciona en nuestras vidas en general.» (p. 172)
El modo de plantear dicho problema en su versión científica positivista se puede considerar como un esquema prototípico de hacerlo en muchos otros asuntos.
La preocupación del autor se centra en los procesos neurobiológicos que causan, fisiológica y económicamente, nuestros estados subjetivos de advertir y de sentir, pero no parece preocuparle en absoluto lo subjetivo del sujeto destinatario que advierte y que siente algo mediante tales procesos.
El estado de la cuestión del «yo» en la ciencia actual consiste en equipararlo a la noción espiritual del alma inmortal, cuya inmortalidad se cree imposible, y, por lo tanto, no hay alma y, en consecuencia, no hay «yo».
La tradición científica empirista de negar el «yo», más allá de considerarlo una ilusión subjetiva de una colección de acaeceres o eventualidades fisiológicos, que lleva implícita su irrealidad, la reactivó Bertrand Russell en su librito Religión y Ciencia[ii] publicado en 1935.
«La dificultad para la ciencia surge del hecho de que no parece existir una entidad tal como el alma o el yo. […] Ni tampoco razón en psicología para suponer un “sujeto”, que en la percepción se pone en contacto con un “objeto”.» (p. 95)
Lo curioso de todo esto se trata de que, no es que no parezca existir un «yo» ni un sujeto que se oponga a un objeto, sino todo lo contrario. A todos, incluyendo a Russell y a todos los científicos, nos parece que existe el «yo» propio de cada cual y también nos parece que existen cosas que existen en la realidad que tomamos como objetos en la conciencia que tenemos de ellos.
El problema, en contra de ese parecer evidente, es que la ciencia presupone una colección de dogmas, entre los que se encuentran la negación del «yo», de la mente y de la realidad. ¿Por qué esos dogmas y no otros?: porque así lo han elegido quienes diseñan las políticas científicas. Las actitudes anti-religiosas de la era moderna se han llevado por delante hasta el sentido común.
Retomando el asunto de la conciencia, Searle se refiere a ella en términos de “nuestros estados subjetivos de advertir y de sentir”, así que la conciencia consiste en que cada uno de nosotros tenemos estados de advertir y sentir cosas.
Tal hecho sería imposible sin un «yo» sustantivo que advierta y sienta conscientemente tales estados.
La conciencia es un hecho informativo plenamente vinculado a un «yo» que tiene o toma conciencia de algo de lo que se le informa por medio de ideas, comunicadas a través de procesos fisiológicos.
Incluso hay un enorme caudal de información recibida por el organismo, en términos de sensaciones de cosas que impactan en los órganos sensoriales, sin que el «yo» tenga noción ni conciencia de ellas.
Al «yo» solo le llega información muy seleccionada en función de su relevancia vital y existencial, lo cual siempre ocurre por medio de la conciencia de la misma.
La relación sujeto-objeto en la conciencia, en el conocimiento, en la percepción y en cualquier comunicación de un emisor a un receptor, es tan necesaria que sin dicha relación solo experimentaríamos aislamiento.
En este orden, el «yo» es un sujeto que recibe información importante por medio de ideas-objetos con correlatos de cosas y estados de cosas existentes.
No obstante, el papel del «yo» en este ámbito de la conciencia no se limita a ser un receptáculo informativo, sino que efectúa múltiples operaciones sustantivas de búsqueda proactiva de información; de producción de conocimiento; de pensamiento consciente; de valoración y toma de decisiones, etc., sin las cuales poca o ninguna conciencia sería posible.
La ciencia no ha descubierto que no existe el «yo»; que no existe la realidad exterior a la mente humana, ni que tampoco existe la realidad. Simplemente la ciencia es subjetivamente materialista hasta un punto que colisiona intensamente con los hechos que experimentamos a diario.
Por mucho que la ciencia llegue a especificar los procesos neurobiológicos en el cerebro que causan nuestros estados subjetivos de conciencia y de carencia de ella, jamás podrá resolver el “misterio de la conciencia” si sigue negando que solamente la existencia de un «yo» puede dotarle de sentido.
En cuanto a tales procesos, el asunto no puede ser mucho más complicado que el de someter a análisis los niveles de activación fisiológica del procesamiento cerebral de información, de los cuales, se harán consciente los más elevados, coincidiendo con un gasto energético mayor que el de aquellos cuya intensidad sea menor.
[i] SEARLE, JOHN R.; El misterio de la conciencia; trad. de Antoni Doménech Figueras del original en inglés de 1997; Paidós Ibérica; Barcelona, 2000
[ii] RUSSELL, BERTRAND; Religión y ciencia; trad. del original en inglés de Samuel Ramos; Fondo de Cultura Económica; México , 2014
La ciencia está sometida al poder establecido en estos momentos y sus actividades científicas son el producto de la obediencia a dicho poder psicopático luego no es raro que eliminen el YO del Ser Humano que es el que le va a dar autogobierno. Es una consecuencia dramática de estos momentos. Gracias Carlos
Además, están los intereses comerciales implicados en dar una versión materislita del ser humano. Gracias por el comentario.
Esta es una de las cuestiones más importantes para el ser humano que solo se podrá estudiar si se prescinde de las limitaciones del cientificismo positivista.
Sobre todo, en tales limitaciones está la negación de la mente humana, del yo y de la realidad. Considerar que las sensaciones son alucinaciones autoproducidas en nuestros órganos sensoriales es la base de la anti-metafísica y ésta de la negación del carácter real del ser humano. Gracias por el comentario.