El mundo de los celos y los recelos
Los celos pueden considerarse como una forma de sentirse cuando una persona confía en que otra la tiene, o espera que la tenga, como objeto preferente de su estima, afecto, cariño, amor, preferencia sexual, o cualquier otra actitud de aprecio, y sus expectativas se ven frustradas, por no serlo, por dejar de serlo, o por no llegar a serlo, y, en su lugar, ocurre, o cree que ocurre, la elección de otra persona diferente.
Tales sentimientos pueden oscilar desde aquellos en que la persona siente una profunda humillación que es incapaz de aceptar, hasta formas leves de malestar o pérdida, que puede superar con cierta facilidad.
Los celos no pueden ser reducidos a meros sentimientos, por cuanto éstos suelen forman parte de una completa actitud, que incluye o puede incluir, en diferentes proporciones, creencias; pensamientos; sospechas; disposiciones de acción; inquietudes; acciones; imputaciones; controles; amenazas; reacciones de frustración; ira; deseos de venganza… hasta el punto de que se conformen, incluso, como estructuras delirantes, que conllevan alteraciones integrales, profundamente irreales, de la propia persona.
Ahora bien, cuando alguien manifiesta tener celos de otra, dichas manifestaciones pueden ser verdaderas, o no serlo. Es decir, puede simular que siente celos o, incluso, falsificar completamente la estructura íntegra de una persona que los tuviera de verdad.
En este caso, nos encontramos con la falsificación, propia de entes anti-reales, que utilizan dicha falsa apariencia, para justificar la violencia que ejercen sobre la otra persona, ya sea acusándola de que les traiciona, etc., ya sea haciéndose pasar por personas que están, ellas mismas, trastornadas.
Por otro lado, las razones de las personas que, verdaderamente, padecen celos, pueden fundarse en algo verdadero, o, por el contrario, ser completamente imaginadas.
En este último sentido, sus propios sentimientos pueden estar originados por meras fantasías, o estarlo porque, de hecho, la otra persona verdaderamente haya cambiado sus preferencias afectivas, eligiendo como objeto de las mismas a otra persona diferente. Estos celos, al menos, tendrían su fundamento en algo que, ciertamente, ocurre.
No obstante, en cuanto al sujeto que da celos a la otra persona, puede que lo haga como resultado de un verdadero cambio de elecciones en la distribución de sus afectos, o, también, puede hacerlo de forma artificial. Es decir, simular en falso que está teniendo dichos cambios afectivos, para causar, artificialmente, celos a la otra persona.
Por lo tanto, los celos que se dan, pueden ser auténticos o falsos, exactamente igual que quien manifiesta sentirlos, puede hacerlo porque cree que se da la causa, ya sea cierta o inventada, o falsos, no sintiéndolos en absoluto, pero afirmando sentirlos para justificar la violencia que vuelque sobre el otro miembro.
En resumen: 1) Hay celos auténticos y celos fingidos., 2) De los auténticos, unos se originan ante la ocurrencia de determinados hechos, mientras otros, ocurren ante la mera imaginación de hechos inexistentes., y 3) La producción de hechos por parte de la persona que dé lugar a los celos, puede ser intencional, o ser espontánea.
En cuanto al fingimiento de celos, una persona se hace pasar por celosa, imitando a otros que padecen verdaderos celos, con la finalidad de justificar operaciones de control y dominio de aquella persona a quien le imputa en falso, ser la causa de los mismos.
Al respecto de la actividad de dar celos, de manera intencional, el sujeto trata de generar en la otra persona el temor a perderla, al plantear el chantaje, cierto o ficticio, de que, si no establece un determinado vínculo con ella, ella misma lo formará con una tercera persona, rompiendo la posibilidad de vinculación con la primera.
Por otro lado, se utiliza la expresión “pedir celos” cuando alguien imputa a la persona con la que tiene un vínculo, haber cambiado el objeto de su afecto por otra persona.
Como se puede constatar, las situaciones en las que pueden emerger los celos siempre son triangulares, aun en el caso de que uno de los partícipes sea, simplemente, imaginario.
De hecho, hay situaciones triangulares en las que, dada una relación más o menos estable entre dos personas, una tercera siente envidia de la misma, deseando ser uno de los polos de dicha relación, sustituyendo a la que, de hecho, ocupa el lugar que ella desea.
En tales situaciones triangulares, también, se dan casos en los que una persona, operando desde el exterior de una determinada pareja, efectúa operaciones de seducción sobre uno de los miembros con la finalidad de romper la relación de pareja existente.
Este tipo de violencia puede hacerse, tanto para sustituir a uno de los integrantes de la relación, como por el mero hecho de romper dicha pareja, lo cual, en ocasiones, va asociado a un considerable sentimiento de poder.
Los celos verdaderos de cierta intensidad se dan, con mucha mayor frecuencia, en personas con escaso nivel de autonomía existencial y cuya autoestima depende, en gran medida, del vínculo sustantivo en el que se encuentren involucradas.
En tales casos, la simple previsión de que el vínculo que sostiene sea roto a causa de la posible intervención de una tercera persona, genera una abundante cantidad de sospechas, recelos, miedos e inquietudes de que, la persona a la que se sujeta, acabe rompiendo el vínculo y formando uno nuevo con una tercera persona.
El miedo fundamental, en tales casos, es a tener que pasar por una experiencia de desvinculación afectiva y, a menudo, sustantiva, sin reconocerse a sí misma la capacidad para existir de suyo.
Por otro lado, hay personas que tienen la firme creencia de que ellas no merecen ser queridas por nadie, por lo que, aun necesitando el afecto en mayor medida que otras, en caso de que sean desechadas en las relaciones triangulares, el tipo de reacción tiende a ser de auto-imputación de la culpa, en vez de la característica reacción de intolerancia a la frustración de las reacciones de celos.
Los casos más extremos de celos, que, a menudo, se denominan patológicos, se dan en personas que padecen problemas de objetualidad negativa, es decir que, muy a menudo, creen ser objeto de agravios u ofensas procedentes de otras personas, sin que tales hechos ocurran de verdad.
En tales casos, la persona puede darse por aludida ante cualquier actividad que haga su pareja, aun cuando esto no tenga significado alguno respecto a ella.
Así, por ejemplo, aun cuando no exista ninguna conducta que ponga en evidencia un cambio en las preferencias sexuales de su pareja, inventa interpretaciones erróneas, de forma que todo, o casi todo, lo que haga la pareja, es investido con significados acerca de la posible infidelidad de la misma o acerca de la propia identidad psicosexual.
No obstante, se dan casos de relaciones triangulares que podrían dar la impresión de ser como alguna de las expuestas, pero que son netamente diferentes. Me refiero a situaciones en que dos individuos anti-reales compiten entre sí por hacerse con la propiedad de una determinada persona, la cual suele ignorar la trama que hay a su alrededor y el riesgo en el que se encuentra.
En tales casos, el sujeto posesivo, que se haga con la propiedad de la persona objetivo, tendrá sentimientos de placer asociados al éxito, mientras que su competidor, no sentirá celos, sino, en todo caso, simple envidia, y, en ocasiones, aceptará el resultado sin inmutarse.
Examinando el conjunto de todas estas variedades de necesidades afectivas, maquinaciones posesivas, luchas por la posesión de personas, sentimientos de humillación y menosprecio, y tantas otras condiciones humanas, anómalas, no parece sensato quedarse en prejuicios simplistas, como aquellos que consideran los celos como un indicador del amor de quien los manifiesta.
Ante este tipo de situaciones, resulta necesario efectuar análisis completos de las situaciones y de las personas que en ellas participan, ya que las visiones superficiales no hacen otra cosa que facilitar la generación de problemas y, sobre todo, impedir la solución de aquellos que ya existen.