El origen de diferentes formas de percibir y utilizar el propio cuerpo
El título del presente artículo estaría privado de sentido si diéramos por cierta la tesis del monismo materialista —defendida entre otros autores, por Bunge y Quine— que afirma la exclusiva existencia de la materia, negando la de cualquier otra sustancia de tipo no material, como, por ejemplo, la psique, la mente, el espíritu, la información, etc.
El dualismo, «mente—cuerpo» es defendido entre otros muchos autores, por Popper[i] que expuso una interesante crítica al fisicalismo dentro de la que efectuó un apunte concreto con respecto a Quine:
«Quine trata esta cuestión de forma muy concisa y reconoce su deuda con Carnap y Feigl. Al hablar sobre el comportamiento humano, Quine pone en duda si se puede ganar algo al postular estados mentales tras el comportamiento y resume la cuestión en pocas palabras al decir (y le cito): “Los estados corporales existen de cualquier modo, ¿por qué añadir los demás?”. Podemos encontrar esta cita en la página 264 de su libro Word and Object [Palabra y objeto]. Es interesante que filósofos como Berkeley y Mach formularan preguntas muy parecidas. Mach escribió: “Las sensaciones existen de todas formas; ¿por qué añadir los objetos materiales?». (pp. 39-40)
Entre las diferentes posturas teóricas, que defienden el dualismo «mente―cuerpo» (en mi opinión, de forma errónea), hay que destacar la de Descartes que consideró a ambas entidades radicalmente disociadas entre sí. De ahí se derivó la noción de la plena autonomía del cuerpo, defendida por La Mettrie, que postulaba una suerte de robot al que se denominó el hombre máquina.
La alternativa principal a dicha concepción disociada del cuerpo y la mente, es el interaccionismo «mente ⇔ cuerpo», sostenido por otros autores, entre los que yo mismo me encuentro, de los que destaca Karl Popper.
En este caso, se reconoce que hay un cierto conjunto de operaciones de la mente que operan sobre el organismo, y, por otro lado, un conjunto de operaciones corporales que inciden sobre la mente.
No obstante, se admite que ambas instancias son sustancias diferentes, que, teniendo algo en común, y, además, cada una de ellas, una cierta independencia y autonomía con respecto a la otra, pueden operar como factores que condicionan recíprocamente una cierta cantidad de actividades de las mismas.
Las relaciones entre la mente y el cuerpo son, mutatis mutandis, similares a las que se podrían considerar entre el par de polos «hombre ⇔ naturaleza», y, como es lógico, teniendo en cuenta que hay presencia parcial de cada uno de los dos polos en el otro.
El hombre posee componentes naturales y componentes extra-naturales, lo mismo que la naturaleza posee componentes específicamente naturales y componentes aportados por el propio hombre.
Las relaciones «mente ⇔ cuerpo» solo son posibles debido al solapamiento parcial de componentes de ambas sustancias, y, sobre todo, debidas a influencias recíprocas parciales de muy diversos tipos.
Dentro del ámbito de tales relaciones, debemos considerar prioritarias aquellas que se refieren a las relaciones [«yo» ⇔ «organismo»], por las que, tanto la sustantividad, como la identidad personal, integradas en el «yo», presentan interacciones diversas con el propio cuerpo.
Dentro del amplio espectro de operaciones que caben en dicho ámbito interactivo, se encuentran las representaciones del propio cuerpo que forman parte de la identidad personal del sujeto, y, en relación con aquellas, una diversidad de actitudes que, originadas en la sustantividad de la persona, toman por objeto de sus operaciones el propio cuerpo.
Por otra parte, a pesar que el propio organismo presenta un subconjunto de sus actividades que operan con independencia de la mente, debido al carácter autónomo o auto-regulado de las mismas, existe una variedad de actitudes por las que el sujeto trata de incidir, operar o intervenir sobre ellas con diversas finalidades.
No obstante, las actitudes de control o influencia sobre el propio organismo, pueden ser muy diferentes de unas personas a otras, en cuanto al modo, la cantidad o la intensidad con que se producen.
De tal modo, el cuerpo puede ser objeto de la propia percepción en grados muy distintos y que esta ocurra desde presupuestos perceptivos de lo más variado. Además, puede ser objeto de intervenciones intencionales orientadas a su control o modificación, bajo diversos fines.
No debemos olvidar que el concepto organismo equivale a entender el cuerpo, y utilizarlo, como una gran herramienta para hacer cosas en el mundo, es decir, para que la persona exista y se relacione.
En tal sentido, se trata de una herramienta multiusos que puede servir a múltiples fines, una parte de los cuales pueden ser reales, mientras otros pueden no serlo.
Por otro lado, la relevancia que el propio cuerpo puede tener en la configuración de la propia identidad personal, puede oscilar, desde una presencia muy escasa, hasta extremos en los que se convierta en la parte más importante de la misma.
La persona puede creer que es físicamente fuerte, débil, guapa, fea, atractiva, enfermiza, etc., y que, la relevancia de tales atributos en la propia identidad personal, pesen más que otras cualidades personales, de índole psicológica, como puedan ser, inteligente, virtuosa, honrada, corrupta, etc., o, también, puede ocurrir al contrario.
En tal sentido, el hecho de ser más o menos relevantes, puede afectar directamente a la propia autoestima, a los propios juicios acerca de las propias características personales, a la elección de actividades o dedicaciones, a las vocaciones profesionales, etc.
En cuanto a los problemas psicológicos que más abundan en este campo, nos encontramos con las discordancias entre lo que la persona cree que debe ser corporalmente, y aquello que es, o que cree ser.
Si el problema tiene su origen en una alteración de la identidad personal, la persona, creyendo que es de una cierta manera, y, creyendo que no debe ser así, la juzga negativamente generando una disconformidad con la misma, y, si lo ve posible, derivará en una actitud tendente a cambiar aquello que rechaza de su propio cuerpo.
En el caso de que la identidad en cuestión, sea verdadera, no habrá mucha diferencia con respecto al caso anterior. Se ve como es, juzga negativamente aquella faceta de su organismo, por lo que cree que no debe ser como es, y, si puede, tratará de cambiarla.
Por lo tanto, en este tipo de problemas pueden participar, la identidad personal, alguna forma del denominado ideal del yo referido al cuerpo, o alguna combinación de ambos tipos de creencias, relativas a ser y a deber-ser.
Ahora bien, hay modalidades de utilización del cuerpo como herramienta en las que su finalidad no se origina en tales combinaciones de creencias.
Pensemos, por ejemplo, en alguien que se pone en huelga de hambre, con la finalidad de extorsionar a terceros, y conseguir unos determinados fines que no tienen ninguna relación directa con su propio cuerpo.
En tal caso, la persona ve su cuerpo como es, y cree que debe adelgazar hasta el punto de poner su propia vida en riesgo, para obligar a aquellos a quienes destina la operación, a que cedan a sus pretensiones. En este caso, se trata, por tanto, de una simple operación de chantaje en la que la herramienta consiste en ofrecer una determinada imagen orgánica.
No obstante, lo cierto es que, la mayor parte de las anomalías que pueden encontrarse dentro de las relaciones «yo» ⇔ «cuerpo» en una persona, requieren un análisis efectuado a partir de un diagrama de mayor amplitud que consisten en el triángulo [«sociedad/familia» ⇔ «yo» ⇔ «cuerpo»].
Es decir, el modo en el que el propio «yo» percibe el cuerpo, o lo utiliza para producir algún tipo de impacto en el grupo social de referencia, suele tener su origen en ese mismo grupo social, pues puede constituirse como un potente factor causal, tanto en la auto-percepción que la persona tenga de él, como en los fines que determinen los usos que la persona haga de él.
Por lo tanto, el análisis de tales anomalías pasará, por un lado, por la investigación del origen socio/familiar, de la evaluación, y de los juicios de conformidad o disconformidad que la persona efectúe sobre su propio cuerpo, y, por otro, por el impacto que la anomalía en cuestión pueda ocasionar en ese mismo grupo social de referencia, hacia el que la persona presume que se encuentra receptivo.
Lo habitual es que, aquello que cree la persona acerca de cómo debe ser su propio cuerpo, en discordancia con aquello que es, tenga un origen fundado en la creencia en el grupo, lo mismo que lo suele tener, aquello que la persona cree acerca del uso del cuerpo como herramienta para operar en el entorno social.
Además, la vulnerabilidad de la persona a ser influenciada por el grupo de referencia, o el grado en el que la persona cree que puede influir en dicho grupo, remite a un sistema de creencias en el que la sustantividad personal se encuentra, o debilitada, o menospreciada, ya sea de manera general o de forma asimétrica, según sea cada caso.
Por último, decir que si se impusiera el monismo materialista como dogma antropológico en nuestra cultura, no solo perderíamos de vista las posibles relaciones «mente» ⇔ «cuerpo», sino que la propia sociedad, convertida en mera física social, tal como propuso Augusto Comte, también resultaría irrelevante en la investigación de los problemas mencionados.
[i] POPPER, KARL R.; El cuerpo y la mente; introd. de José Antonio Marina; trad. de Olga Domínguez Scheidereiter; Ediciones Paidós I.C.E/U.A.B; Ediciones Paidós Ibérica, S.A., Barcelona, 1997