El problema de ayudar a las falsas víctimas
La parte de la población que no padece algún problema personal o que no se los crea a otros, puede que, no solo sea minoritaria, sino, tal vez, insignificante.
De entre aquellos que crean problemas, hay que distinguir quienes los crean intencionalmente, de quienes lo hacen de forma colateral, debido a otras causas.
Ahora bien, dentro del grupo de quienes crean problemas, hay que destacar una especialidad que contiene un engaño de gran envergadura. La de aquellos que crean problemas, haciendo creer a aquellos a quienes se los lanzan, que pertenecen al grupo de quienes los padecen.
El planteamiento básico consiste en: «tengo un problema, ¡ayúdame!», cuando lo cierto es que, lejos de padecer un problema, ese enunciado contiene una sentencia para aquel a quien vaya destinado: «voy a obligarte a que destines tu trabajo, tu vida y tus preocupaciones, a resolver un problema que no tengo, o que lo tengo adrede, para amargarte la vida».
Hay quién crea problemas a otros directamente, como, por ejemplo, cuando a uno le roban la cartera por la calle, y en ella portaba el dinero necesario para aguantar todo el mes.
La otra modalidad más frecuente consiste en hacerlo de forma indirecta. Se trata de crearse un aparente problema, uno a sí mismo, o, también, inventar que lo tiene, para lanzarle a otra persona la obligación de resolvérselo.
En este caso, la persona perversa constituye artificialmente un problema para otro, que será quien se vea envuelto en el problema en cuestión.
En estos casos, del trío de conceptos que forman, el malo, la víctima y el bueno que ayuda a la víctima, las tres figuras se falsean por parte de la falsa víctima que es quien, supuestamente, tiene el problema:
- La víctima no es víctima de aquello o aquellos de los que dice ser víctima.
- El malo designado por la víctima, o no es malo, o no le ha causado problema alguno.
- El bueno al que acude la víctima para que la ayude, no la podrá ayudar, primero, porque no hay problema alguno que resolver, y, segundo, porque es a quien, verdaderamente, la falsa víctima le crea un problema.
En cuanto al supuesto problema que la víctima aparenta padecer, suele tener los siguientes componentes principales: a) un relato de quejas difusas y, generalmente incontrastables, b) algunas manifestaciones físicas autogeneradas intencionalmente, c) una situación vital caracterizada por una variedad de carencias, atribuida a causas ajenas a sí misma, d) apariencia personal de incapacidad, incompetencia, fragilidad, debilidad u otras privaciones facultativas, e) buena voluntad aparente para afrontar el supuesto problema, f) su imagen exterior dista mucho de levantar sospechas de querer generar problemas a terceros.
Además, suele disponer de algún catálogo de personajes a los cuales atribuye la culpa de su estado, aunque lo suele hacer de forma más velada que manifiesta. Es como si no quisiera hablar mal de aquellos a los que, efectivamente, culpa de sus males. Familiares, compañeros de trabajo, personas con las que ha tenido alguna relación de pareja supuestamente traumática…, pueden ser las figuras principales a las que atribuye el lamentable estado en el que aparenta encontrarse.
Por otro lado, las personas a la que elige para crearles el problema, nunca son figuras de poder, sino buenas personas, dispuestas a sacrificarse, darle lo que necesite, regidas por principios morales, y que tengan algo que ella desea, que pueda sustraerles.
El objeto a sustraer, puede ser de lo más variado: tiempo, dedicación, bienestar, trabajo, bienes materiales, etc., aunque el fin principal es generarles un problema que les haga daño.
Cuando la buena persona empieza a prestarle ayuda, darle lo que necesita, dedicarle tiempo, comprenderla, etc., la falsa víctima se muestra agradecida, recibe aquello que le da alabando su bondad, parece mejorar su estado de ánimo… hasta el punto de que ofrece la impresión de que la ayuda que recibe es eficaz.
La impresión inicial de la eficacia que tiene la buena persona respecto a la ayuda que presta, es exactamente lo único que espera conseguir, por lo que en ella se refuerza aún más su deseo de ayudarla.
En ese momento, parece haberse formado un buen equipo, formado por la víctima y la persona que la ayuda, en aras de la resolución del supuesto problema, lo cual genera en esta última un cierto vínculo de afecto que cree recíproco.
Ahora bien, no pasará mucho tiempo sin que el curso del supuesto problema se estanque, retroceda, tenga leves mejorías, etc., y, la supuesta eficacia de la ayuda prestada empiece a convertirse en todo lo contrario.
A partir de ese momento, el ayudante, lejos de tirar la toalla, ya se siente comprometido por la obligación de continuar, e, incluso, intensificar, la ayuda que presta. Empieza a atribuirse a sí mismo, la falta de avance experimentado en la resolución del problema, pero no puede cesar la ayuda o desentenderse para «no dejar tirada a aquella persona que la necesita».
Podrá pasar bastante tiempo hasta que llegue a percatarse de las inconsistencias que se esconden detrás de las apariencias de buena voluntad, etc., que manifiesta la persona a quien trata de ayudar: no hace nada de lo que debería hacer para resolver el problema, no pone nada de su parte, aunque aparente ponerlo todo, le chantajea moralmente para que no la abandone, cada vez le exige más dedicación, comprensión, medios, etc., el problema sigue sin tener una clara definición, etc.
Además, cuando eso ocurre, acaba siendo consciente de que es él mismo quien ha caído en un problema, generado por aquella persona que, supuestamente, necesitaba su ayuda.
Si analiza correctamente los errores que ha cometido podrá encontrar uno o más de los siguientes:1) de ser mero ayudante, ha llegado a creerse responsable del problema que trataba de resolver, 2) ha estado bajo un chantaje moral creyendo que actuaba simplemente bajo sus propios principios, 3) se ha imputado a sí mismo la ineficacia de la ayuda, sin analizar la verdadera causa de la misma, 4) ha sido manipulado sin tener conciencia de ello, 5) ignoraba la existencia de esas formas de maldad cuya apariencia es la fragilidad, en vez de la fortaleza o el poderío, 6) creyó a la falsa víctima sin contrastar suficientemente sus relatos…
Uno de los puntos más debatibles de las consignas morales de diversos enfoques éticos y religiosos, reside en la negación de la existencia de la maldad, o, en otra de sus versiones, la creencia de que, existiendo la maldad, es posible combatirla tratando bien a los malos.
Cuando se sigue ese precepto, que más o menos queda enunciado en términos de que se debe amar a todo el mundo sin excepción, incluyendo a los enemigos, lo que suele ocurrir es que, aquellos bienes que se dan a estos últimos, pasan a engrosar sus capacidades para hacer el mal, en vez de hacerlos buenos.
Todo ha de pasar por un exhaustivo conocimiento de aquellos a los que una persona decida creer o servir, y, aun así, seguirá habiendo formas de maldad tan sibilinas que no se puede descartar el error.
Este es uno de los modos más sofisticados de maldad, muy difícil de ver, especialmente si se da en entornos familiares. Hay una novela de Stephan Zweig titulada «La Piedad Peligrosa» que trata este tema como siempre magistralmente.
¿Qué puede hacerse para conocer mejor a las personas? ¿Habría algún método o décalogo a seguir?
Como puedes imaginar tu pregunta no permite una respuesta breve, por lo que próximamente trataré de dedicar un artículo al tema. No obstante, te adelanto que creo que lo mejor es analizar el sistema formado por las dos personas que están en relación. Es distinto fijarse en la otra persona, como si uno fuera un observador neutral, a verse implicado en una relación en la que vierten las producciones, tanto de la otra persona como de uno mismo. Desde esta perspectiva pueden cobrar mucho más sentido las acciones que la otra persona efectúe para producir determinados efectos en uno mismo, y las consecuencias, a menudo difíciles de comprender, en términos de respuestas de la otra persona a las propias acciones que uno mismo emite.