El rechazo existencial y la fobia social
La seguridad ontológica se asienta sobres tres aspectos fundamentales de la estructura personal: sustantividad, identidad personal y actitudes hacia la existencia.
Es posible que el factor más decisivo que contribuya a su consecución, o, por el contrario, a que no se llegue a alcanzar, sea la actitud de la figura de seguridad hacia el niño desde muy temprana edad.
Un sólido respaldo materno a la progresiva socialización del niño, a su progresiva adquisición de una autonomía personal real, al desarrollo de su independencia facultativa, y hacia la adquisición de una identidad personal verdadera, aportará todos los ingredientes necesarios para que, la persona, así formada, se encuentre en condiciones de afrontar su existencia con confianza en sí misma y la consiguiente experiencia de seguridad ontológica.
Por el contrario, las actitudes de la figura de seguridad que dañan la socialización del niño, debido a que: rechazan su existencia; impiden la autonomía introduciendo conflictos sustantivos; merman la ganancia de independencia facultativa, mediante operaciones de sobreprotección o sustitución funcional, y/o dañan la identidad personal funcionando como un espejo que distorsiona la percepción que el propio niño adquiera de sí mismo, sentarán las bases para que el desarrollo personal de la seguridad ontológica sea precario.
Como en la mayoría de los casos en que el niño crece bajo condiciones de violencia, ésta es tanto más destructiva cuanto más temprano se aplica, si bien, el rechazo a la existencia del niño suele quedar planteado desde el mismo momento en el que nace, lo cual no es posible en los otros tres focos citados, que podrán cobrar actualidad posteriormente a lo largo del desarrollo.
Lo esperable y lo que prácticamente se suele dar por supuesto es que, al poco tiempo de culminar un embarazo, la madre active el papel que le corresponde hacer como figura de seguridad, primero, aceptando la existencia de su hijo, y, segundo, estableciendo con él un vínculo afectivo.
La predisposición genética del niño para formar vínculos interpersonales con figuras de seguridad, especialmente con la figura materna, es algo obvio.
En palabras de Bowlby[i] —una de las figuras que más han investigado el apego en la infancia y sus consecuencias en la edad adulta—: «Cuando nace, el niño está lejos de ser una tabula rasa. Por el contrario, no sólo está equipado con una serie de sistemas conductuales listos para ser activados, sino que cada sistema está ya orientado de tal manera que es activado por estímulos que pertenecen a una o varias categorías amplias, es detenido por estímulos que pertenecen a otras categorías amplias y es reforzado o debilitado por estímulos de otros tipos. Entre esos sistemas hay ya algunos que proporcionan para la construcción del desarrollo posterior del apego. Tales son, por ejemplo, los sistemas primitivos que median el lloro del recién nacido, la succión, la adhesión y la orientación. A éstos se añade, sólo algunas semanas más tarde, sonreír y balbucear y algunos meses más tarde, gatear y andar.» (p. 369). Además, añade dicho autor: «La persona en la que se confía, designada también como attachment figure (Bowlby, 1969) (figura a la que se tiene apego) puede considerarse que proporciona a su compañero (o compañera) una base segura desde la cual operar.» (p. 128)
Es decir, el bebé presenta unas necesidades innatas, que van más allá de las meramente orgánicas, que intenta satisfacer mediante tales comportamientos innatos.
A juicio de Bowlby, las relaciones de apego y sus posibles roturas, dentro de la etapa que va de los seis meses a los seis años, se constituyen en patrones que permanecerán relativamente estables a lo largo de la vida del individuo, desde los que se tenderán a configurar sus relaciones afectivas en la etapa adulta.
No obstante, si bien todo niño que nazca en condiciones normales pondrá en marcha todos los mecanismos citados, para la formación de un vínculo de apego con su madre (o la figura de seguridad que la sustituya), no se puede decir lo mismo en cuanto a la respuesta afectiva de todas las madres y sus respectivas disposiciones a corresponder al niño.
Así, la tendencia general de la mayoría de madres, movidas por el afecto hacia sus hijos, consistirá en: mostrar interés hacia el niño y hacia aquello que comunique; presentar una actitud favorable a satisfacer sus necesidades, tanto físicas, como afectivas y cognitivas; valorarle favorablemente; efectuar manifestaciones de agrado con respecto a su existencia; tenerle presente como una figura importante dentro del hogar incluyéndole en el sistema de relaciones familiares; apreciar sus actividades y sus progresos funcionales; interaccionar con él en diversas actividades compartidas; tener en cuenta sus gustos y preferencias; ayudarle a formarse en el autocuidado y a socializarse con otros niños; mantener una relación estable con él y no abandonarle, etc.
En los diferentes casos en que la madre no ofrezca al niño dicho patrón maternal, pueden producirse una variedad de consecuencias negativas para el desarrollo y la formación del niño.
Durante el periodo crítico, las principales actitudes de la madre que pueden propiciar la generación de problemas estables a lo largo de la vida, son las siguientes: 1) Rechazo de la existencia del niño; 2) Déficit de interactividad madre-hijo; 3) Ruptura del vínculo afectivo o su caracterización como un vínculo no seguro; 4) Sobreprotección y sustitución productoras de dependencia, y 5) Negligencia que afecta, tanto a los cuidados psicológicos, como físicos.
A continuación expondré el tipo de problemas que caben esperar cuando una madre rechaza la existencia de su hijo.
Parece obvio que la actitud de rechazo a que haya nacido un hijo, pone en evidencia una actitud de la madre contraria a la gestación y nacimiento del mismo, por cualquier razón que se pudiera considerar, ya sea de tiempo, de lugar, de modo, de número de hijos, etc.
En todos estos casos de rechazo existencial, puede que sea un factor constante el hecho de que la madre tenga al niño en contra de su voluntad, por lo que se debe suponer que en el nacimiento del niño han operado factores causales que se han impuesto sobre la voluntad de la madre contraria a su concepción y nacimiento.
Ahora bien, tales factores causales que han determinado el nacimiento del niño rechazado, en contra de la voluntad materna, han de considerarse necesariamente pertenecientes al entorno socio-familiar, cultural, legal, etc., en el que se haya producido el hecho del nacimiento. Es posible que si tales factores hubieran sido otros de tipo más permisivo hacia la voluntad materna, el niño rechazado no hubiera llegado a nacer. Por lo tanto, en primer lugar, el niño que puede ser rechazado es un niño no deseado.
No obstante, en función de la personalidad de la madre, podría darse el caso de que un niño cuyo nacimiento inicialmente no fuera deseado, no fuera rechazado a partir de su nacimiento o de forma indefinida, y, dado que la estructura que formará el niño rechazado responde al rechazo sistemático y continuado de su existencia a lo largo de su desarrollo, en su caso parecen coincidir las dos actitudes maternas hacia él: la de ser no deseado y la de ser rechazado tras su nacimiento.
En este caso, el niño encontrará como respuesta materna a su necesidad de apego, una privación afectiva esencial, íntimamente relacionada con una actitud de indiferencia, de desprecio o de aversión manifiesta a la existencia del niño.
Las operaciones en las que se puede manifestar el rechazo materno, incluyen: desprecio; preterición de su presencia; trato discriminativo negativo con respecto a otros hermanos, en caso de que los haya; falta de respaldo a sus actividades de relación y a su desarrollo; omisión de prestarle ayuda más allá de la satisfacción de sus necesidades físicas, etc.
Theodore Millon[ii], refiriéndose a la historia característica de la producción de los trastornos de la personalidad por evitación destaca las siguientes características del trato que se da a tales niños:
- Privación social y/o indiferencia materna durante el período crítico.
- La malevolencia, el rechazo y la devaluación.
- Son censurados y afectivamente abandonados.
- Tratan a sus hijos de forma ruda y fría.
- Ridiculizan, menosprecian y denigran los primeros esfuerzos de sus hijos en adquirir autonomía.
Ahora bien, en este tipo de violencia hay dos planos que el propio niño no podrá distinguir hasta alcanzar la adolescencia, ni, a menudo, hasta la edad adulta: 1) tales formas de hostilidad efectiva, y 2) un plano de falsas apariencias.
Una mujer que dé a luz un niño que no quiere, y que, además, se encarga ella misma de cuidar (sin darlo en adopción, etc.), previsiblemente le dará un tipo de trato dentro de los límites legales o sociales permitidos, sin que las deficiencias en dicho cuidado le acarreen consecuencias negativas a ella misma, ya sean de una imagen social negativa, ya sean de tipo legal.
Una actitud de esta índole podrá dar lugar a que el niño crezca sin manifestaciones físicas de descuido, si bien, la actitud de rechazo de la madre hacia su existencia, dará lugar a que el niño lo padezca y genere actitudes derivadas de tal hecho, que no sólo se manifestarán en la interacción con la madre, sino que se generalizarán a un amplio campo de sus futuras interacciones sociales.
Ahora bien, todo ese tipo de operaciones son susceptibles de generar en el niño sensaciones o sentimientos de frustración, injusticia, culpa, abuso, hipocresía, humillación, desprecio, sentimientos de invalidez o de incompetencia, etc., todo ello fuera de toda posibilidad de comprensión lógica y con la creencia de ser incapaz de suscitar afecto.
De ahí puede cristalizar una hipersensibilidad hacia múltiples matices que pueden estar presentes en sus relaciones interpersonales actuales o futuras, y no solo hacia muestras manifiestas de rechazo o crítica negativa, sino que, también, puede llegar a establecerse una incompetencia social irreversible, tendencia al aislamiento, actitudes de indefensión y pasividad ante posibles agresiones exteriores, tendencias a la auto-agresión, a la sumisión, etc.
En la práctica, a pesar de los esfuerzos que el niño pueda hacer para conseguir ser estimado, amado o querido por la figura de seguridad, no consigue recibir, ni amor, ni estima procedente de la misma, sino todo lo contrario.
A menudo, la creencia «si soy bueno con los demás, los demás serán buenos conmigo», se instala regulando las actitudes en la infancia, y remite a una ilusión de control que el niño puede utilizar como una vía de salida existencial en condiciones adversas. Por ejemplo: «Mi madre no me quiere porque soy malo con ella. Seré bueno para que me quiera.»
En este formato, significa una auto-imputación causal de alguna conducta ajena, de personas próximas, que el niño necesita imperiosamente que le ofrezcan seguridad y que, de hecho, no se la proporcionan.
Dicha creencia, manifiestamente irreal, genera una creencia añadida de influencia en las conductas o los afectos ajenos. Sin ella, el niño se sentiría totalmente indefenso y posiblemente fuera incapaz de soportar la situación que padece.
Ahora bien, la conjunción de la injusticia de la que es objeto, con la auto-imputación de la culpa, tiene dos consecuencias importantes: 1) la malignación de la identidad personal, y 2) la agresividad generada por la frustración que ocasiona la injusticia. La combinación de ambas reacciones en un solo patrón de respuesta, redirige la agresividad hacia sí mismo.
En síntesis, las consecuencias esperables de recibir tal tipo de violencia consisten, fundamentalmente, en un daño estructural y posiblemente irreversible de la autoestima, acompañado de:
- Expectativas de rechazo a priori en todas sus nuevas relaciones interpersonales.
- La valoración de la aceptación y el rechazo interpersonal ocupa el primer lugar en la configuración de sus determinantes esenciales.
- Establecimiento de actitudes favorables a la consecución de amor o afecto hacia él por parte de terceros.
- Previsión estable de que, a pesar de sus esfuerzos por ser amado, lo que obtendrá será desamor o rechazo.
- Temor a la confirmación de la imposibilidad de existir socialmente.
- Malignación de su identidad personal tras cada fracaso en conseguir aceptación social.
- Frustración interpersonal dirigiendo la agresividad hacia sí mismo…
El rechazo existencial puede esquematizarse en el SRI de la persona como un patrón determinativo que no afecta negativamente a sus tendencias a continuar viviendo, si bien, para la propia existencia es del tipo de «no-debo-existir-socialmente».
No obstante, la existencia de todo ser humano se compone en su mayor grado de relaciones interpersonales con sus consiguientes interacciones, por lo que se ve obligado a existir interpersonalmente, con las consiguientes actitudes en conflicto hacia la propia existencia, lo cual permite considerar este tipo de trastorno como una estructura fóbica hacia la propia existencia interpersonal o social.
Así, su vocación existencial en el orden interpersonal se puede definir en términos de un deseo intenso de recibir amor y aceptación ―tal como expuso Lorna Benjamin (1993a), citada por Theodore Millon. Además, dicha autora aclara el modo elegido para establecer relaciones en las que se den tales condiciones: «Desea intensamente el amor y la aceptación, e intimará mucho con unas pocas personas que habrán pasado por un proceso de selección muy riguroso para garantizar su seguridad.» (op. cit., p. 269)
Ahora bien, la estructura fóbica que subyace a su salida existencial, tiende a producirle alteraciones emocionales involuntarias derivadas del conflicto subyacente, que se harán visibles en ciertas interacciones, lo cual le produce una actitud asociada de evitación de las mismas, produciéndose una retroalimentación de su producción, incrementando la posibilidad de que sus acciones se vean alteradas y, por tanto, merecedoras del rechazo exterior.
De ahí se puede producir una actitud de miedo intenso hacia sus propias reacciones emocionales en las interacciones que establezca, la manifestación de las mismas en ciertas situaciones, y la producción de sentimientos de responsabilidad, auto-desprecio, culpa y vergüenza tras su experimentación, lo cual dañará más su propia autoestima e intensificará sus temores al rechazo.
Es decir, la conjunción de la actitud de la persona tendente a recibir aceptación y afecto, unida al miedo a ser rechazada, que se activa en toda interacción social novedosa a la que se ve obligada, genera las condiciones precisas para que se pueda entender dicho problema como una fobia social.
La autoestima depende de la propia evaluación de la capacidad para la existencia, dentro de la estructura «ser-existencia», por lo que aquella que pueda adquirir o conservar una persona rechazada existencialmente desde su origen, debido a la fobia a su propia existencia social, depende de un flujo muy reducido de entrada de valoración de sí misma procedente de sus actividades existenciales, por lo que se produce un círculo vicioso entre ambos factores que tiende a perpetuar el problema.
[i] BOWLBY, JOHN; El vínculo del niño hacia su madre: la conducta de apego; trad. Juan Delval; en Compilación de JUAN DELVAL; Lecturas de psicología del niño. 1. Las teorías, los métodos y el desarrollo temprano; trad. de Ileana Enesco; Alianza Editorial S.A., Madrid, 2ª ed., 1979 (pp. 366-371)
[ii] MILLON, THEODORE con DAVIS, ROGER D.; Trastornos de la Personalidad. Más allá del DSM-IV; trad. del original de Laura Díaz Digón, María Jesús Herrero Gascón, Bárbara Sureda Caldentey y Xavier Torres Mata con revisión científica de Manuel Valdés Miyar; Masson S.A., Barcelona, 2000
Me ha impresionado mucho su artículo. Supongo que entender es un paso importante. Gracias por escribirlo. Un cordial saludo, Sagrario
Me surge una pregunta sobre cómo afectan las experiencias y aprendizajes en familia a la posterior existencia de un ser en el mundo: lo vivido, sentimientos, formas de comportase y actuar recíprocamente con los miembros de la familia, las formas de ver a dicha familia y todos los aprendizajes recibidos en la familia, ¿se traslada automáticamente todo esto a la forma de relacionarse con el mundo cuando se sale del entorno familiar?
La familia viene a ser un segundo útero en el que el bebé, extremadamente inacabado en su capacidad para vivir con algo de independencia, ha de seguir una larga etapa de formación para su desarrollo. Por tanto, la familia se puede considerar una microsociedad en la que se efectúan los aprendizajes básicos que estructuran la personalidad, aunque también tienen bastante peso las relaciones que el niño-adolescente sostenga con otros compañeros de edades similares. No obstante, hay muchísimos tipos de avatares en la vida de un niño-adolescente que pueden incidir en su formación.
Ahora bien, por regla general, habría que contestar a tu pregunta afirmativamente. Gracias por tus aportaciones.
Hola Carlos, extiendo el saludo también a todos los lectores.
Cuando leí el capitulo que tienes sobre este tema en La gran aventura del yo me vi completamente reflejado. Nunca creí que mi personalidad pudiera ser tan concretizada en sus características.
La verdad es que siempre estoy en una lucha por superar todo esto que comentas en el articulo. Hay una cosa que me persigue de lo que escribes, y es: un daño estructural y posiblemente irreversible de la autoestima.
Quería preguntarte: ¿Cómo podemos encarar ese daño para encontrar esperanza en esa irreversibilidad? ¿Cuál es el camino para revertir esa situación?
Muchas gracias
Hola Alfredo.
La historia causal de dicho problema, tal cómo has podido ver en el libro al que haces referencia, se caracteriza por el rechazo de la madre a la existencia del hijo. Ese rechazo implica la transmisión de la creencia de que su existencia carece del respaldo fundamental de la figura de seguridad, que es clave para dotar de confianza existencial al hijo.
La autoestima se daña, precisamente, porque el hijo cree que no vale para existir, sobre todo, socialmente. De ahí que solo se encuentra cómodo en circunstancias en las que prevé que va a ser aceptado y no rechazado. la fobia se debe a esa conjunción de miedo al rechazo y deseo de aceptación en cada circunstancia social.
El problema lo vives de modo totalmente personal, como si la causa de dicho rechazo fueras tú, cuando lo cierto es que, cualquier niño/a que hubiera nacido en tu lugar, hubiera sido rechazado igualmente.
En este caso, la madre no quiere tener un hijo (por las razones que sean) pero lo tiene y su actitud se torna hostil hacia la existencia de ese hijo.
La clave consiste en averiguar por qué razón la madre ha rechazado la existencia del hijo (lo cual es una barbaridad) y acceder a las creencias que le ha transmitido imputándole a él, y no a sí misma, ese rechazo.
Hay que ver, con toda la claridad posible, que tú mismo no eres responsable de dicho rechazo (como ningún niño lo sería desde que nace) a lo cual hay que añadir que la carga de la imputación hay que revertirla hacia ella.
Si consigues desacreditarla, dejar de creer en ella y, por lo tanto de las creencias que te ha transmitido, el problema empezará a resolverse y, en un tiempo prudencial, te notarás mejor.
Si tus creencias sobre ti mismo están causadas por ella tienes que cortar esa conexión vinculante para que dejes de creer las creencias absurdas que ella te ha transmitido.
Un abrazo y gracias a ti.