El resentimiento y el agradecimiento
Seguramente todo ser humano haya sido objeto de alguna forma de violencia en algún momento de su vida, e, incluso, a lo largo de etapas más o menos largas de la misma.
Ahora bien, el padecimiento de una o más formas de violencia, no es lo mismo que haber sido objeto de ira o de agresividad en alguna ocasión concreta, debido a una reacción emocional intensa que alguien haya tenido en nuestro entorno próximo, de forma más explicable que inexplicable.
Cuando se es objeto de alguna agresión explicable, o, hasta cierto punto, comprensible, es bastante más fácil asimilarla de forma que no deje huellas en el propio modo de ser, que cuando el tipo de hostilidad recibida es rigurosamente intencional, deliberada, y, maliciosa.
A menudo, las personas objeto de violencia no se percatan de que lo son o lo han sido. Padecen sus efectos, pero no perciben al sujeto de la misma, ni la conexión causal entre lo que aquel hace y lo que a ellas les ocurre.
En estos casos, en los que se ignora el origen del mal recibido, no cabe que se forme resentimiento alguno hacia el causante, aunque las huellas del mismo hayan quedado grabadas en la persona.
También cabe la posibilidad de que, en tales casos, en vez de resentimiento lo que haya quedado sea lo contrario. Este resultado puede producirse cuando el mal sea causado con especial habilidad en el engaño y la manipulación.
Hay personas que creen recibir bienes de otro, cuando lo que reciben son males, y, bajo tan falsa apreciación, generan agradecimiento.
En vista de estas consideraciones cabe decir que, el resentimiento y el agradecimiento, dependen en gran medida de la conciencia que se tenga del causante de los beneficios y los perjuicios personales.
Cuando la conciencia es escasa, e, incluso, bajo engaño, se produce una inversión en lo percibido, cabe la posibilidad de que se generen actitudes invertidas o en total discordancia con el verdadero papel que tuvo el sujeto en relación con aquel que las sostiene.
A su vez, de lo dicho, se puede desprender que, no solo el resentimiento, sino, también, el agradecimiento indebido, pueden ser actitudes erróneas y que conlleven problemas adicionales o los ya padecidos.
Por otro lado, lo normal es que las personas generemos actitudes estables de agradecimiento por los bienes recibidos, y, de resentimiento debidas a los males. Otro asunto distinto es la conservación de tales actitudes a largo plazo.
Ya expuse en un artículo anterior en este mismo blog, titulado Acerca de la voluntad de perdonar y de pedir perdón, que el resentimiento se mantiene de forma natural mientras la persona percibe el riesgo de volver a padecer el daño que lo originó, y que, tiende a cesar, cuando percibe que tal riesgo ha desaparecido por completo.
En tal sentido, cabe considerar el resentimiento como una actitud estrictamente defensiva.
Por su parte, al agradecimiento le ocurre algo parecido. Tenderá a irse debilitando cuando la persona se aleja temporalmente de la recepción del bien que le dio origen, y, tendería a cesar cuando ya no quedara posibilidad alguna de volverlo a recibir, si bien, en este caso, incluso es posible que, en ciertos casos, sea más resistente a la extinción que su contrario.
Ahora bien, más allá de las actitudes que derivan de experiencias vitales concretas, hay determinadas formaciones culturales susceptibles de impregnar a las personas de concepciones de la vida que conllevan actitudes estructurales de agradecimiento o de resentimiento.
En estos casos, no se puede hablar de actitudes ante un objeto concreto, sino de posturas fundamentales ante la vida. Dicho en otros términos, hay personas que, de forma general son agradecidas, mientras otras, son resentidas.
Las primeras, se consideran recipiendarias de bienes que todos hemos recibido, pero que, por regla general, no percibimos como tales. Más o menos creen que, acceder a la vida, nacer en condiciones aceptables, haber dispuesto y disponer de bienes imprescindibles, recibir afectos favorables, etc., son bienes que algo o alguien les ha dado, y, además, que todo eso compensa los avatares negativos que han podido experimentar en sus vidas.
Por el contrario, las estructuralmente resentidas, no parecen percatarse en absoluto de haber recibido bien alguno de tipo general y creen merecer mucho más de lo que se les ha dado. De hecho, más bien su actitud es de desprecio hacia lo recibido y de cuanto de bueno pudieran recibir, por lo que solo contabilizan lo que juzgan como malo.
Su actitud básica es la de acreedores que creen que el mundo está en deuda con ellos y que toda persona con la que tratan debería resarcirles por ello.
Para justificar dicha actitud, a menudo sacan a relucir eventos que suponen deberían generar resentimiento en cualquier persona, cuando, lo cierto, es que ni se lo generó a ellos, ni se lo generaría a nadie que careciera de esa misma actitud de desprecio hacia los bienes recibidos.
Por poner un simple ejemplo, en esta etapa por la que atravesamos, todavía hay políticos profesionales que sacan a relucir la muerte o el cautiverio de algún antepasado a manos de los partidarios de otra ideología, como una alegación que justifique su propia ambición política.
Si pretenden que ese supuesto resentimiento sea justificación de algo que quieran hacer en la actualidad, en mi opinión, no aciertan en modo alguno, porque, de hecho, por lo explicado anteriormente, no puede ser verdadero, sino mero recurso de manipulación a la audiencia.
Las personas que valoran los bienes que, tanto ellas, como casi cualquier otra persona, hemos recibido, no solo son más sabias que quienes no lo hacen, sino que denotan disponer de una identidad personal más ajustada a la realidad, y alejada de la soberbia, el narcisismo y la mezquindad que ostentan quienes los desprecian.