El silencio del miedo
En una antigua canción de Simon y Garfunkel ―The sounds of silence― se expresa una idea estremecedora: «el silencio es como el crecimiento de un cáncer». Obviamente, no se refiere a silencios que en ciertos momentos singulares ocurren en la naturaleza, ni de otros tipos, como los que acompañan a la reflexión, o aquellos otros que son debidos a formas de comunicación en las que sobran las palabras.
Se refiere a los silencios que ocurren cuando la gente habla sin conversar, o cuando oye sin escuchar. Sin embargo, hay silencios que son todavía peores.
Se trate del entorno de que se trate, cuando hay personas que guardan silencio por miedo a expresar lo que creen, lo que sienten o lo que piensan, el clima social o interpersonal que envuelve aquel estado, amenaza con destruir muchas cosas importantes.
Se percibe con toda nitidez en grupos sociales controlados por mafias, en los que los testigos, se ven forzados a callar por las previsibles represalias que recaerían sobre ellos en caso contrario.
Se percibe en entornos familiares en las que, una o más figuras tiránicas que los controlan, obligan a los demás a que se sometan a ellas, ya sea clonando lo que estas dicen, ya sea callando cualquier otra creencia que pudiera discrepar de las que quieren implantar.
La tensión que puede llegar a acumularse en tales escenarios se refleja en la petrificación de los presentes que esconde auténticos torbellinos emocionales.
El silencio que impone la violencia, también se percibe en las aulas, ya sean universitarias o de niveles educativos inferiores, pero, sobre todo en las primeras. Muchas universidades están plagadas de alumnos silenciosos que, se licenciarán, sin haber roto su silencio en el escenario público de las aulas por las que pasaron. A menudo, los grupos organizados, tratan de imponer algún formato de pensamiento único.
El temor al rechazo social, en general, se incuba en el miedo al rechazo de aquellos que siempre tienen las armas de la violencia preparadas para castigar, a quienes no les crean a ellos, o tengan creencias que discrepen de las suyas.
Hay que tener en cuenta que, una de las estrategias básicas de la violencia, consiste en hacer callar a aquellos cuya simple existencia molesta al tirano de turno, para conseguir sus fines.
En esa modalidad de violencia, encontramos multitud de tácticas, unas más groseras, y otras más sibilinas:
- El manejo del volumen de voz, que sube o baja de decibelios, y puede pasar del ruido o del grito, hasta la expresión velada de amenazas en voz baja, o con simples gestos faciales.
- La imposición del monólogo, que a menudo se materializa en la persistencia en la continuación del uso de la palabra, que impide que hablen quienes discrepan, para constituir un verdadero diálogo.
- Dejar patente que no escuchan a quienes hablan y manifiestan no creer lo que ellos pretenden que todo el mundo crea.
- La repetición incesante de los mismos mensajes que quieren imponer hasta convertirlos en ideas comunes, e incluso en creencias, para los demás.
- La generación de ruido ambiental cuando otros dialogan entre ellos, en su presencia.
- Recurrencia a la falacia ad hominem, consistente en descalificar, despreciar o negar a la persona que habla, cuando carecen de argumentos válidos para discutir sus tesis.
- Uso de otras muchas falacias de razonamiento, empleadas en formas retóricas que esconden su invalidez argumentativa, y solo contribuyen a aparentar que la razón está de su parte.
- Uso masivo de la demagogia y la seducción de posibles espectadores presentes en la situación, para apoyar sus tesis con el supuesto respaldo que consigan de ellos.
- Uso de amenazas, ya sean de tipo físico, legal, económico, etc., a modo de advertencia, dirigidas hacia aquellas personas que persistan en sus manifestaciones discrepantes de pensamiento…
En esta clase de protocolos de imposición de creencias, en aras del incremento del poder sobre los demás, se trituran todos los principios reales, pero, a veces, se aparenta su cumplimiento, envolviéndolos en manifestaciones de condescendencia y buenismo, que agregan un mayor componente de desprecio activo hacia quienes se oponen a ellos.
El silencio de las personas que ven sus propias existencias coartadas por el miedo, cuando no por el terror, efectivamente, opera como un cáncer, dicho metafóricamente, como se encuentra en la estrofa de la citada canción.
Paralizar la propia expresión de las creencias, claudicando bajo la violencia exterior, no solo debilita a la persona, sino que conduce a que ese miedo siga creciendo, tanto en ella misma, como en el conjunto de las personas que estén en la misma circunstancia.