¿Es más irreal la subjetividad que la objetividad?
En general, se da por hecho que lo objetivo es lo que coincide con la realidad y que lo subjetivo es sinónimo de irrealidad.
Es decir, hay una atribución sistemática de irrealidad a la subjetividad, mientras, a la objetividad, al estar desprovista de subjetividad, se le atribuye crédito real.
Es cierto que, en el conocimiento, de lo que se trata es de conocer el objeto, tal como es, sin distorsiones que el propio agente del conocimiento pudiera agregar a la representación.
No obstante, cualquier tipo de percepción que hiciera un ser humano, que se limitara a la mera sensación de los datos, tal como vienen dados por el objeto, resultaría profundamente distorsionada.
A pesar de esto, en la vida corriente, adjetivar cualquier expresión o actividad de un individuo como subjetiva conlleva el significado implícito de su invalidez para la función o la finalidad que la propia persona pretenda darle. Según tal prejuicio, lo subjetivo inyecta sistemáticamente irrealidad en la tarea.
Así, el significado de la representación subjetiva de las cosas, de los intereses subjetivos, o de las actitudes y posiciones subjetivas adoptadas por alguien, se encuentra impregnado de una devaluación inmediata.
El plano de la subjetividad tiene cierta conexión semántica con el plano de la mera opinión, lo cual engarza con la irrealidad que se presume a lo que la mera individualidad pueda gestar.
De ahí que, los desvaríos que puedan atribuirse al ámbito subjetivo, se consideran dentro de lo que cabe suponer, y nadie parece esperar que la esfera de la subjetividad pueda contener algo real.
Por otro lado, podría parecer contradictorio que, en el mundo del arte, lo que cobra más valor cada día, sea, precisamente, la inventiva del artista o lo que se conoce como creatividad individual, a lo que, a veces, se coloca al nivel de la genialidad.
No obstante, si se piensa bien, puede que no haya contradicción alguna entre ambos presupuestos, ya que, la atribución al individuo de esa genialidad creativa, no se circunscribe al arte, y, más bien, parece extenderse a la inoportuna inventiva en el terreno de la representación y el conocimiento, en cuyo caso, se sobrentiende que, en tales competencias, inventa mucho más de lo que debería, perdiendo todo rigor como espejo de la realidad.
Por otra parte, el sumatorio, de estas formas de considerar al individuo, ofrece la síntesis de que toda subjetividad, no solo es individual, sino que es irreal por definición.
En este mismo discurso, ¿cuándo empieza a emerger la objetividad? Se supone que con el hecho de la suma de una pluralidad de individuos, pero, necesariamente, funcionando como grupo o como sociedad.
Parece darse por supuesto que, a medida que crece el número de quienes sostengan una determinada opinión, se puede ir produciendo la mutación de la irrealidad de la subjetividad en la objetividad de la comunidad.
Es obvio que, de forma paralela, se descarta que el grupo pueda disponer de la genialidad creativa expresada en el arte que se presume en el individuo.
En tal sentido, la suma de muchas subjetividades individuales, en sí mismas carentes de realidad alguna, produce el singular evento de la producción objetiva de algo real.
Es como si ocurriera un milagro en la esfera del conocimiento: un individuo no es nada, ni aporta nada, pero ese mismo individuo puesto en grupo, aporta realidad a las producciones del mismo.
No obstante, la lógica nos llevaría a extraer una predicción completamente distinta: la sinergia producida por la conjunción de muchas aportaciones irreales a cualquier asunto de que se trate, multiplicará la irrealidad del producto resultante.
Además, en esa misma línea de razonamiento, la obra maestra del arte moderno nunca sería producida por un solo individuo, sino que, la pluralidad del sujeto artístico, inyectaría en ella una creatividad que crecería en progresión geométrica en función del número de aportaciones.
Ahora bien, si no se puede sostener la creencia de que, un conjunto grande de individuos, debatiendo sobre cualquier asunto, ofrece un balance más real que el de un grupo más pequeño, o el de un solo individuo, por el mero hecho que su número es mayor, ¿por qué razón se sigue creyendo?
Cabe la posibilidad de que la conservación de dicha creencia, contraria a los hechos, tenga una función esencialmente sociológica.
Por ejemplo, es posible que un solo individuo, ejerciendo una concreta forma de liderazgo sobre un millón de personas, pueda conseguir que la mayoría acepte, crea y acate sus mensajes, pero, a la inversa, no parece igual de posible. Es decir, si un millón de personas trataran de hacer creer algo en concreto a un solo individuo, independiente de ellos, seguramente no lo conseguirían, ya que, para empezar, ese millón de personas no se llegarían a poner nunca de acuerdo en un mensaje unívoco para ser transmitido al individuo, salvo que, previamente, ellas mismas hubieran acatado un mensaje procedente de un único sujeto.
Ahora bien, si un individuo tratara de convencer de algo a un millón de personas, no de forma grupal, sino tomadas una a una, se enfrentaría a una tarea imposible. Se las tendría que ver con la dificultad insalvable de un millón de individualidades.
La cuestión es, si esas mismas individualidades, opondrán la misma resistencia creyendo cada una, de sí misma, que son subjetividades irreales, o, por el contrario, creyendo que conllevan realidad, al menos, en un cierto grado.
Da la impresión de que si cada persona merma su credibilidad en ella misma, por el simple hecho de que solo es un individuo, se facilita la eficacia de determinadas actividades políticas.
Si por el mero hecho de percibir que hay un grupo que cree algo, un individuo atribuye a tal creencia un cierto carácter real, desestimando lo que él mismo pueda creer al respecto de manera diferencial, entonces se sumará a dar soporte a la creencia del grupo, y, como él, tantos como se quieran.
El trabajo para manejar grupos será muy distinto si, previamente, se afirma la superioridad intelectual real del grupo frente al individuo, que si se presupone lo contrario.
La negación del carácter real del individuo, sea quien sea, y por el simple hecho de serlo, lleva implícito el supuesto de que, la relación entre un ser humano y la realidad, es imposible, salvo que medie su participación en un grupo, cuanto más amplio, mejor.
No obstante, un grupo no puede, como tal grupo, tener relación directa con la realidad, una vez suprimidas las correspondientes relaciones individuales con la misma. En todo caso, será el líder, o los líderes, a quienes se les suponga dicha potestad, en cuyo caso, estos harán la función de mediación entre la realidad y el grupo.
Esto nos lleva a otro asunto espinoso. ¿Por qué se supone o reconoce carácter real a la subjetividad de un líder, por el mero hecho de ser líder, mientras se desestima dicha cualidad en cualquier otra persona que no ejerza liderazgo alguno?
La respuesta a dicha pregunta parece evidente. Quienes ejercen poder sobre los demás tienen como objetivo hacerles creer los mensajes que estimen oportunos, han acuñado un considerable prestigio de manera intencional, y, además, en la mayoría de los casos, disponen de una gran experiencia en dicho cometido.
Ahora bien, dicho cometido conlleva dos tareas paralelas. La primera, hacer creer a quienes pretendan gobernar, que las creencias de ellos son irreales, subjetivas o individuales. La segunda, hacer creer que, aquellos mensajes que ellos transmiten al grupo, son los únicos que valen, debido a que son personas superiores, más sabias, mejor asesoradas y aconsejadas, y más competentes que los componentes del mismo.
Por lo tanto, el prestigio juega un papel fundamental en la valoración que se haga de la subjetividad de diferentes individuos, y en el crédito que se les otorgue, por lo que se trata de un caudal que quienes gobiernan pretenden conservar a toda costa.
Volviendo al asunto principal, hay que decir que, eso que se entiende por objetividad, sería un producto de un modo concreto de la subjetividad de la persona que consigue percibir las cosas como son.
Dicho en otros términos, la objetividad equivale a percibir la realidad del objeto, si bien, dicha objetividad solo es posible si el sujeto que lo percibe, dispone de un marco perceptivo de referencia real, desde el que extraer el significado de los datos que ofrezca el objeto.
De ahí que, el conocimiento no es posible, sin que la persona que lo trate de hacer, disponga previamente de un gran almacén de conocimiento previo.
Dicho sistema de información almacenado en la persona es el que sirve de contexto real en el que ubicar el objeto, definirlo y comprenderlo.
En definitiva hay subjetividades reales, irreales e, incluso, anti-reales, lo mismo que, por su parte, también hay objetos reales, irreales y anti-reales.
Una subjetividad real permite la percepción y la consiguiente ampliación del conocimiento que se tenga de un objeto, si bien, eso se debe al conocimiento que reside en ella, de forma previa al afrontamiento de sus nuevas experiencias cognoscitivas.
Lo real es real, esté donde esté, tanto si está en la persona o en el grupo, como si está en el objeto, al igual que lo irreal y lo anti-real, lo son, con independencia de dónde se encuentren.