Blog de Carlos J. García

La autoestima y sus problemas

Estimar, en general, consiste en evaluar o valorar algo, si bien, su uso se suele restringir a valoraciones circunscritas al ámbito de los valores positivos. En este último sentido, su significado más común es equivalente al de apreciar algo.

Si se toma en su sentido más amplio, estimar puede referirse, tanto a apreciar, como a despreciar, y, tanto a los juicios de valor positivos, como a los negativos.

Cuando alguien efectúa un juicio de valor, o sostiene establemente una actitud presidida por un cierto sistema de juicios de valor, cuyo objeto es él mismo, podemos decir que se autoestima a sí mismo, ya sea de forma positiva o negativa.

La lógica de la auto-valoración o de la autoestima no es diferente a la lógica  general de la valoración, expuesta en el artículo precedente de este mismo blog. Toda valoración arranca del valor, prácticamente incondicionado, de la existencia.

El origen o el punto desde el que arranca la autoestima, es la propia existencia de quien se juzga a sí mismo, y siguiendo un sentido centrípeto, va extrayendo los significados que su existencia le aporta acerca de su propio ser.

De modo general podemos decir que lo que se juzga en este ámbito es la propia capacidad para existir.

Todo ser lo es para existir. Pensemos en un ser perfectamente aislado de todo lo demás y se convertirá en algo absurdo.

Así, los juicios de valor acerca de uno mismo, con sus correspondientes actitudes asociadas que tienen por objeto el propio ser, suelen adoptar formas genéricas del tipo «valgo para existir» o «no valgo para existir».

Ahora bien, si terminamos esos enunciados, aunque sea de forma redundante, como aquello a lo que se refiere esa existencia es a uno mismo, cabría hacerlos más explícitos, como por ejemplo «yo valgo para hacer posible mi propia existencia», y el mismo enunciado, pero en sentido negativo.

En este formato podemos intuir que hay dos sentidos referidos a uno mismo. El primero, «yo valgo», indica capacidad o incapacidad, para hacer algo. El segundo, «mi propia existencia», expresa un significado diferente referido al «yo», pues equivale a «que yo exista».

Así, la expresión «yo valgo para hacer posible la existencia de mí mismo» es más clara que las anteriores y abre un campo más explícito para su estudio.

¿Qué o quién es uno mismo? En cada caso, las creencias relativas a la propia identidad personal, contienen los significados de aquello que la persona tenderá a hacer existir. De que se vea capaz o incapaz de hacerlo, dependerá su propia autoestima.

Por lo tanto, la capacidad que estime tener la persona, para hacer existir su propia esencia, mediante lo que haga o no haga en sus relaciones, ofrecerá, en cada caso, una explicación del valor que se atribuye a sí misma o de su propia autoestima.

Por otro lado, no debemos olvidar que todo hecho existencial tiene dos polos: el interior y el exterior. Por lo tanto, la facilidad o la dificultad que pueda tener una persona para existir, puede provenir de ella misma, del entorno en el que habite, o de ambos.

Los problemas en los que esté envuelto un ser humano, siempre o casi siempre se originan en su entorno, se transforman en alteraciones internas, y se manifiestan en sus relaciones con el exterior. Esto es especialmente cierto cuando tales problemas se refieren a trastornos, alteraciones o anomalías, propiamente entitativos, a los que suelo denominar como trastornos de irrealidad, que son de origen formativo.

En mi opinión, no creo que haya un solo tipo de trastorno de irrealidad que no conlleve alteraciones de la autoestima.

En este caso, las alteraciones son del propio ser que las padece, o dicho más explícitamente, de su «yo». Además, suelen estar implicadas las dos dimensiones del yo», es decir, la sustantividad y la identidad personal.

Como es lógico, tratar de hacer existir un «yo», que presente algún tipo de privación de una o más propiedades reales, afecta a su doble participación en la autoestima, tanto en el polo «yo valgo para…», como en el de «…que yo exista».

Por otro lado tenemos las dificultades o facilidades que pueda poner el entorno, en relación con la existencia de los entes que pretendan existir en él.

En este lado de la cuestión, tal vez la clave podría estar en la aceptación o rechazo que recaiga sobre la existencia de cada ente, desde la población o el sistema social en que se encuentre.

Los criterios que maneje cualquier grupo humano, para dar, o no dar, cabida a la existencia de personas en su propio sistema, pueden ser de muchos tipos, unos más estrictos que otros, unos más razonables que otros, etc., pero siempre los hay.

Tanto en familias, como en sociedades, puede darse el caso de que se produzcan auténticas cribas de tipo darvinista, pero al modo de una selección artificial y no natural, que pongan muy difícil la existencia de personas o grupos poblacionales.

Cuando una persona, aun no padeciendo en sí misma ningún tipo de trastorno de irrealidad, encuentra un muro que no le permite tener acceso a una mínima existencia social, lo previsible es que su autoestima se vea mermada, aun cuando conserve una identidad personal verdadera.

Si nos fijamos a nuestro alrededor, en las calles, en los albergues, en las residencias de ancianos, en los hospitales psiquiátricos…, encontraremos una gran cantidad de población que, no solo tiene su autoestima dañada, sino que, a menudo, ha llegado a estos lugares por tenerla de ese modo.

Volviendo a las condiciones de la propia persona, hay que subrayar el peso, tanto negativo, como positivo, que pueden llegar a tener en este ámbito determinados vínculos personales. De forma ilustrativa, recordemos un fragmento de la Carta al padre[i] de Franz Kafka:

«En tales circunstancias, por ejemplo, tuve la libertad de elegir mi carrera profesional. ¿Pero era ya entonces capaz de, en general, utilizar realmente esa libertad? ¿Confiaba acaso entonces en poder llegar a ser verdaderamente un profesional? Mi autovaloración dependía mucho más de ti que de ninguna otra cosa, como de un éxito externo por ejemplo. Esto podía fortificarme por unos momentos y ya, pero por otra parte tu peso me arrastraba hacia abajo, con muchísima más fuerza.» (p. 1201)

Cuando la producción de actividades de un ser humano es determinada por otro sujeto que no sea él mismo, la estima que pueda tener de sí mismo no podría calificarse exactamente como autoestima, sino que lo que gravita sobre sus sentimientos relacionados, es la estima o valoración que reciba del sujeto del cual depende y en el que cree.

 

[i] KAFKA, FRANZ; Obras completas; Tomo 4; Carta al padre; ed., al cuidado de Dr. Alberto J.R. Laurent; trads. De Joan Bosch Estrada, A. Laurent, Roberto R. Mahler, José Martín González y Jordi Rottner del original Gesammelte Werke de 1953; Edicomunicación, S.A., Barcelona, 1988

3 Comments
  • Rosalía on 08/09/2015

    Creo que por eso hay tanta gente infeliz, porque eligieron por ellos. Algunos se dan cuenta tarde (unos lo solucionan y otros no) y otros ni siquiera se dan cuenta.

    • Carlos J. García on 09/09/2015

      Creo que te refieres al último párrafo del artículo, referido a los vínculos sustantivos como el que parece reflejar la carta de Kafka a su padre. En tales casos, muchas decisiones que rigen la conducta del agente son generadas por el sujeto exterior que le vincula, y, la valoración de dicha conducta, también. Se trata de condiciones en las que la persona no ha logrado apropiarse de la existencia que le correspondería hacer, si fuera ella misma la que tomara sus propias decisiones. De ahí que su auténtica existencia se encuentre mermada y que su autoestima dependa de cómo le juzgue aquél a quien se encuentra sustantivamente vinculado.

  • Rosalía on 10/09/2015

    Sí, me refería a ese párrafo.
    Me interesan mucho los temas referidos a la influencia externa y la no elección personal. Estoy recapacitando y analizando sobre ellos en mis antiguas vivencias personales y descubro, todavía, muchas elecciones «no tomadas por mí».
    Enhorabuena por tu blog.

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