Blog de Carlos J. García

La creación y la destrucción virtual de un ser humano

Durante el periodo crítico del niño, alrededor de los 6 u 8 meses se produce un hito especialmente importante en cuanto a la noción de existencia. Antes de esa edad, cuando el niño percibe un objeto, por ejemplo una pelota, es capaz de aportarle la condición de que ese objeto existe.

Es decir, él como sujeto de la percepción, y, la pelota como objeto de la misma, forman un sistema interactivo, una actualidad dual por la que el niño funciona otorgando a la pelota la condición de existente.

La pelota cuando es percibida por él, existe. Sin embargo, si se retira la pelota del escenario al que alcanza su mirada, escondiéndola de su vista, el niño no la busca, no la tiene presente, y es como si la pelota hubiera dejado de existir en la realidad, cuando solamente ha dejado de existir en su campo perceptivo.

Ahora bien, poco más tarde, llega un momento en el que si retiramos la pelota escondiéndola de su mirada, el niño la busca, de lo que podemos deducir que, a partir de ese momento, juzga que la pelota existe en la realidad, aunque no exista ante su mirada.

Este salto madurativo, es un hito en lo relativo a la existencia, porque el niño logra conservar la condición de que, algo exterior (real) está existiendo, con independencia de que sus sentidos se lo indiquen, o no.

A partir de ahí, mientras su vista le informa de que la pelota ha dejado de existir, su cerebro ha empezado a corregir tal error de aprehensión del objeto (real), y, contrariando a lo que su mirada le dice, contiene una información valiosa referida a que las cosas que existen, existen con independencia de sí él las ve, o no las ve.

La trascendencia de lo que ocurre cuando el niño accede a conservar la existencia del objeto, aun cuando haya salido de su campo perceptivo, es algo tan importante como el descubrimiento de la propiedad más esencial de la realidad: la realidad es algo en sí misma.

Con independencia de la mente, y de que alguien la mire o no la mire, lo real existe de suyo. Lo que el niño descubre es que la pelota, ni se desintegra ni se esfuma, cuando deja de mirarla, y que su mirada no posee el poder mágico de crear la pelota de la nada. Descubre que la pelota se conserva con independencia de él, lo cual requiere el fundamento radical de su carácter real.

El proceso madurativo y acumulativo, por el que la información que va adquiriendo el cerebro acerca de la realidad a través de los órganos de los sentidos, va corrigiendo progresivamente los errores a los que induciría la mera información de tales órganos, es imprescindible para que podamos adquirir la noción misma de realidad.

En tal sentido, forma parte del proceso general de elaboración de la realidad en el cerebro, que, en cada fase o momento del desarrollo, aporta a la información meramente sentida un componente informativo corrector, que proviene del propio sistema de referencia interno que el niño va elaborando, por sucesión y acumulación, de múltiples sensaciones.

Dichas sensaciones, las va integrando en un modelo de la realidad, mucho más exacto del que tendría si se atuviera a las meras sensaciones puntuales. La mayor parte de los estudios de Piaget y su escuela, se interesan por estos procesos correctivos de la errónea aprehensión de realidad, a la que nos llevaría la privación de un sistema de referencia interno de creencias.

En este caso concreto, de la existencia de objetos que, como la pelota del ejemplo,  remite a la construcción de juicios de existencia de algo de la realidad, en contra de lo meramente informado por las sensaciones actuales, se trata de la adquisición de la propiedad de la conservación de la condición existencial de lo que existe en la realidad.

Dicho esto, hagamos el experimento imaginario de invertir los papeles del niño y de la pelota, y, tratemos de ponernos en el lugar de la pelota, poco tiempo antes de que el niño reconozca su existencia independiente de él.

En tal caso, la pelota no sabe que el niño es de muy corta edad y que es incapaz de atribuirle a ella dicha existencia independiente. Si pudiera pensar, la pelota creería algunas cosas como las siguientes:

  • «Existo cuando me ven y no existo cuando no me ven».
  • «Existo cuando el niño aprecia las manifestaciones existenciales que yo emito. No existo cuando no capta las manifestaciones existenciales que emito».
  • «Cuando el niño reconoce mi existencia, existo y soy algo. Cuando el niño no reconoce mi existencia, ni existo y ni soy nada».
  • «En unas ocasiones merezco estar en su conciencia y, en otras, por el contrario, no merezco estar en su conciencia»…

Ahora, hagamos un nuevo esfuerzo, e imaginemos que, el niño en cuestión, ya hubiera dejado de ser un niño y se hubiera convertido en un adulto, si bien, con la salvedad de que presentara algún defecto cognitivo, por el que funcionara como si no hubiera superado esa fase infantil en el terreno perceptivo.

Elijamos un grave defecto como es el de que funciona ejerciendo una marcada arbitrariedad valorativa, y veamos cómo funcionaría con respecto a un hijo suyo.

En tal caso, dicho adulto, llevará a la práctica la teoría subjetiva del valor tomando como objeto a su propio hijo —por la que no se reconoce valor alguno a la existencia independiente de algo real, sino que es el sujeto quién da o quita valor a lo que exista, según su libre albedrío.

Desde tal sistema de referencia interno, partiendo de que nada ni nadie, ni la existencia de nada ni de nadie, tiene valor alguno por sí mismo, repartirá la cuota de valor que le parezca oportuno, a diestro y siniestro, según un arbitrio impredecible e inexplicable.

Tal modo de funcionar, conlleva, de forma inherente e implícita, el desprecio absoluto de la existencia de cualquier ser o cosa real, salvo la del propio sujeto que la ejerce.

Por lo tanto, no es que, como en el caso del bebé, sea incapaz de reconocer la existencia real de algo con independencia de su mirada, sino que desprecia la existencia real de cualquier ser, salvo que le parezca oportuno dirigirle su mirada.

La relación entre dicha figura parental y su hijo, puede parecerse bastante a la que expondré a continuación.

El niño, creyendo firmemente en su padre, posiblemente piensa: «Él es dueño de su mirada y, por lo tanto, sujeto incuestionable que ve lo que merece ser visto o aquello que vale para ser mirado».

Partiendo de dicha condición, el niño llegaría a creer algo así como:

«Si él me mira, es que soy lo suficientemente importante para que dirija su mirada sobre mí, o valgo para ser visto»

 «Si él no me mira, es que no soy lo suficientemente importante para que dirija su mirada sobre mí, ni valgo lo suficiente para ser visto».

A esto, la figura del padre asentiría: «Lo que manifiestas de ti, vale o no vale, lo suficiente, para que yo juzgue que mereces que te atienda. Es decir, mereces, o no mereces, mi atención, según mi propio arbitrio».

Bajo tales condiciones se produce una conjunción de creencias en la figura paterna, que podría especificarse del siguiente modo:

  • Si existes y eres algo, es gracias a que yo te doy la existencia y el ser.
  • Si no existes y no eres nada, es por culpa tuya, que no alcanzas a merecer que yo te dote de existencia.

Lo cual, se plasmaría en el sistema de creencias del niño del siguiente modo:

  • Si existo y soy algo, es gracias a que mi padre me da la existencia y el ser.
  • Si no existo y no soy nada, es por culpa mía que no alcanzo a merecer mi propia existencia.

Lo cual nos vuelve a colocar en el punto inicial, en el que el niño de seis meses  interacciona con la pelota y ésta, existe, o no existe, en función de la mirada del niño, y no en función de si realmente existe o no existe.

Una figura anti-real, que opera desde una sustantividad que le permite el ejercicio de una plena arbitrariedad valorativa, puede negar la realidad o su existencia, aunque, también puede despreciarlas hasta el punto en el que, tal desprecio producirá el mismo efecto que su negación.

Sostener que la realidad no existe, o sostener que la existencia de la realidad no vale absolutamente nada por sí misma, al tiempo que se apropia del acto de juzgar según sus propios designios, implica una subjetividad radicalmente anti-real.

Si a cargo de una figura anti-real encontramos a un hijo suyo, que reciba la brutal impronta de verse negado, como lo pueda estar cualquier otra cosa, y, por tanto, recibiendo dicha forma de violencia anti-real, en dicho niño se formará un serio problema.

Un niño educado bajo un patrón anti-real de tal envergadura, por asombroso que pueda parecer, tiene tan inyectado en su propio sistema de creencias que él, por sí mismo, carece de todo valor, que sentirá un profundo agradecimiento, hacia la propia figura parental o hacia cualquier otra persona que reconozca algo de valor a su existencia, o, quizá, que le dispense algo de afecto.

De adulta, la persona nunca creerá que su existencia se la debe a sí misma o a su propio ser, sino que se la debe a aquel que se la otorgue, lo cual genera un abismo en la propia autoestima.

En este caso, recibir valor o afecto, no es ninguna minucia. Dado que la valoración externa es lo que le dota de existencia, y que dicha existencia le permite creer que es algo en vez de nada —lo que para él significa que es algo auténtico o real— el resultado es como, si la recepción de dicho afecto, le creara materialmente desde la nada, mientras la retirada del mismo equivaldría a que se le devolviera al mundo de lo inexistente.

Tal es la experiencia que funda el título del presente artículo: La creación y la destrucción virtual de un ser humano.

Es obvio que, en tales condiciones, dicha persona puede llegar a pasar, del éxtasis producido por sentirse ser en vez de nada, hasta el tormento, producido por sentirse nada en vez de ser.

Se comprenderá que las oscilaciones de las ganas de vivir, en una persona que tenga incorporadas tales creencias, pueden llegar a ser extremas, si bien, la condición del estado de ánimo por defecto, es la que se corresponde con una existencia en precario.

Lo que vale es que la realidad exista, y, a partir de ahí empieza todo. Si esto se niega, lo único que comienza es la demolición de la realidad.

Creer que se puede jugar con la existencia y la realidad de los seres humanos, según el libero arbitrio, sin que esos juegos conlleven la violación de los límites tolerables por la naturaleza real del ser humano, es una deriva más de las muchas que son debidas al alejamiento de la realidad, que nuestra cultura experimenta y con las que, lamentablemente, experimenta.

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