La disolución del individuo en el grupo
Hay dos formas básicas de constitución de grupos de personas: aquellos que se forman espontáneamente, por un lado, y aquellos que se efectúan bajo un cierto diseño previo.
Los grupos humanos que emergen de forma espontánea, como cuando, por ejemplo, dos personas sintonizan, y, poco a poco, generan una relación duradera de verdadera amistad, son, netamente diferentes, de aquellos otros que se forman bajo alguna forma de construcción artificial, que, antes de elegir a las personas, ya se encuentran prediseñados por quienes los constituyen.
La pre-constitución de un grupo de personas comienza por una idea de finalidad que alguien tiene, seguida de un proyecto grupal para llevarla a cabo.
Al contrario de esto, la constitución espontánea de grupos de personas, comienza por algún factor común que tienen todas ellas, consideradas separadamente, y continúa a través de un cierto proceso de interacciones personales, el cual va poniendo de manifiesto las congruencias concurrentes, a partir de lo cual, pueden empezar a explicitarse diversos fines posibles, contando con las previsibles sinergias derivadas del potencial agrupamiento.
Ahora bien, una persona también tiene la posibilidad de conocer la existencia de un determinado grupo, estando fuera de él, y, por las razones que sean, tratar de acceder a formar parte de él. En este mismo sentido, cualquier grupo puede buscar nuevos integrantes potenciales y proponerles su integración en el propio grupo.
El estudio de los diferentes casos, requiere investigar qué ocurre en el plano de las creencias, tanto individuales, como grupales.
Un marco perceptivo, que puede servir para generar hipótesis, es el que contiene los modelos teóricos de adaptación e integración.
Es obvio que, adaptar o adaptarse, es un verbo que implica dos momentos temporales diferentes. Uno antes de la adaptación y, el otro, después. Antes de la adaptación hay una dificultad referida a la posible incompatibilidad de dos o más seres para existir conjuntamente.
Si la coexistencia no es posible tal y como son, una o más de las partes deberán cambiar algo de sí mismas para hacerla posible, o una de ellas, o ambas, serán modificadas en la interacción. Lo lógico es pensar que la que más se vea forzada a cambiar será la que más modifique su modo de ser previo a la adaptación.
Si hay inadaptación inicial debida a un conflicto de determinantes, entre los que rigen al individuo y los que rigen la actividad del grupo, y, la adaptación, se define en términos de que el individuo modifique sus determinantes para llegar a quedar regido por los que rigen al grupo, o que los suprima y quede directamente gobernado por la determinación actual de dicho contexto social, entonces nos encontramos con dos posibles consecuencias diferentes del proceso adaptativo.
Si resulta que el individuo ha de suprimir sus determinantes internos, sean los que sean, bajo la demanda del entorno social, parece que no puede ser por otra causa diferente a que, lo que rige en ese entorno social, es el poder sobre el individuo.
En el caso de que al individuo se le permita seguir autogobernándose, pero la demanda consiste en que cambie sus determinantes hacia otros compatibles con los que rigen en el grupo, o que cambie los suyos propios por los que rigen en dicho entorno, se abren otras dos posibilidades:
- Que los que rigen en el entorno social sean más reales que los que inicialmente rigen al individuo, en cuyo caso, la adaptación le conduciría a una mayor realización y si se niega a su modificación, quedaría en un estado de inadaptación regido por determinantes peores que aquellos que pudiera adquirir.
- Que los que rijan en el entorno social sean menos reales que los que rijan inicialmente en el individuo y, de efectuarse la adaptación, el individuo se irrealice en el grado que sea, con respecto a su estado inicial.
Si tomamos en cuenta que la adaptación de un individuo a un medio social implica a la esfera gubernativa, un incremento o disminución de su carácter real, o, incluso, la supresión de su autogobierno, hay que pensar que las consecuencias de la adaptación para quien se adapte podrán resultar seriamente perjudiciales o beneficiosas.
Parece que el hecho de que este conflicto se produzca, o no, depende inicialmente de cuál sea el entorno al que a un individuo se le invite a adaptarse. Si se trata de un buen entorno que promueva la realización humana y su mayor grado de autonomía facultativa, lo esperable es que no haya conflicto alguno entre realización, desarrollo facultativo y adaptación.
Además, en la medida en que el entorno social sea peor y se rija más por el poder y menos por el principio real, el volumen de conflictos de adaptación a él, de los individuos más reales, se incrementará y la dificultad de la conservación de la realidad del individuo será cada vez mayor.
Por su parte, no habría procesos de adaptación, sino de integración, propiamente dicha, de un individuo en un grupo, cuando los determinantes que rijan en el grupo sean los mismos, similares o congruentes con los que rijan al individuo. La coexistencia, en este caso, no producirá cabios esenciales, ni en el individuo, ni el grupo.
Ahora bien, todas las posibilidades expuestas hasta este punto, requieren de la existencia, no solo de grupos bien definidos en sus fines o determinantes, sino, también de personas formadas que dispongan de una personalidad o un modo de ser consistentes.
A este respecto, es posible que una de las pruebas más sólidas, para reconocer la fuerza del «yo» de una determinada persona, se encontrará en cómo responda ante un grupo cuyos determinantes colisionen con los suyos.
La sinergia de un grupo, que converge en un notable incremento del respaldo a unas determinadas creencias que lo caracterizan, opera a modo de influencia, cuando no de poder propiamente dicho, sobre la persona individualmente considerada.
Ahora bien, ¿cuál es el factor determinante que está en juego cuando se oponen, una creencia grupal, y una individual? ¿Por qué la creencia grupal tiene más posibilidades de imponerse sobre la individual que al revés?
Tal factor remite a los fundamentos de la creencia en cuestión.
Recordemos que una creencia es un tipo de información que se puede especificar en los siguientes términos: {“El enunciado «X» es real” por la razón “Y”}.
Además, de entre las razones o fundamentos más frecuentes que podemos encontrar en la generación, conservación o cambio de creencias, podemos destacar los siguientes:
- La propia experiencia, o el conocimiento hecho directamente por la propia persona.
- La congruencia del enunciado con un modelo de verificación de todos los requisitos para que pueda ser real.
- La congruencia del enunciado con el propio sistema de referencia interno de la persona.
- El pragmatismo y el utilitarismo.
- El anti-pragmatismo.
- El vínculo debido a confianza en quien predica la creencia.
- La sugestión.
- El poder del sujeto o del grupo que pretendan imponerla.
- Las necesidades existenciales o de conservación del propio ser.
- La congruencia con el sistema de referencia exterior del ente en un contexto social.
A su vez, en dependencia de cuál sea la causa de formación y conservación de una creencia, su cambio y eliminación dependerán de esa misma causa o razón.
De ahí que, para que una creencia individual, que sea incompatible con un sistema grupal, se sostenga frente al grupo, dicha creencia debe estar fundada en alguna razón diferente, y más fuerte, que aquella representada por las ventajas derivadas del pragmatismo y el utilitarismo, pues estas se perderían en la propia inadaptación.
Además, dicho fundamento, deberá ser más fuerte que la vulnerabilidad de la persona al poder del grupo que pretenda imponerla; a las desventajas de la incongruencia con el sistema de referencia del contexto grupal; a las necesidades existenciales o de supervivencia del propio ser; a la sugestión que el grupo pueda operar sobre la persona; a los vínculos irreales que aten al individuo al grupo…
Dicho a la inversa, la persona solamente contará con la fuerza de sus creencias fundadas en la propia experiencia, o en el conocimiento hecho directamente por ella misma; la congruencia de su creencia, con un modelo de verificación de todos los requisitos para que pueda ser real, y, la congruencia de la creencia, con el propio sistema de referencia interno de la persona. En síntesis, con su propio carácter real.
Otro escenario distinto sería aquel en el que, la persona que colisiona con el grupo, no actúe como tal persona, individualmente considerada, sino que, a su vez, forme parte de otro grupo divergente, al cual represente. En tal caso, no sería raro que la colisión dejara las cosas como están, o a expensas del balance de los respectivos poderes de los grupos implicados.
Dadas estas condiciones de conservación, anulación o cambio de creencias, cuando una persona individualmente considerada se encuentra inmersa en un contexto social, que presente un cierto grado de coerción impositiva de sus creencias, lo esperable es que el grupo se imponga en un elevadísimo porcentaje de las ocasiones en que colisione con un individuo, y, que el propio individuo se adapte al grupo, borrando de sí mismo todas sus características discrepantes.
Como es lógico, lo recomendable, en todos los casos, es hacer todo lo posible para que la propia realización no claudique bajo ninguna forma de poder, lo cual conlleva la tarea de indagar los fundamentos de las propias creencias y su correspondiente fortalecimiento o posible modificación, en mejores condiciones de las que se suelen dar en los escenarios propiamente conflictivos.
Creo que en ningún caso es bueno que una persona se «diluya» en beneficio del grupo. Un grupo no puede durar si está constituido por personas «diluidas»; en este caso las personas no existen, salvo en su apariencia externa, y un grupo formado por personas «inexistentes» también lo será.
La dicotomía «yo» vs «vosotros» es perjudicial; es una de esas formulaciones mal hechas imposibles de resolver.
Si impera el yo en detrimento del grupo, este se deshace; también ocurriría lo mismo si cada miembro del grupo «desaparece».
No se trata de la disyuntiva «o» sino de la copulativa «y».
En definitiva: «yosotros».
Saludos cordiales.
@JFCalderero.
Totalmente de acuerdo. Tu acertado neologismo se lo podemos proponer a la RAEL. Un cordial saludo