Blog de Carlos J. García

La educación en «valores»

El proceso revolucionario en el que está incursa nuestra civilización y que es esencial a la misma, no se reduce a cambios en el orden político derivado de luchas seculares encarnizadas por el poder, sino que atañe a todas las generaciones que van siendo reeducadas de forma pertinaz desde hace bastantes siglos.

Los cambios más vistosos del proceso ocurrieron mediante la demolición de la monarquía y de la religión, pero, tal vez, aun sean de mayor importancia para la población general, aquellos que afectaron a todas las disciplinas del conocimiento humano, a los objetos de las mismas, y a las repercusiones sociales y educativas que tuvieron y siguen teniendo.

De entre todas las creencias que llegan a la población general, por medio de la propaganda institucional, unas son para generar nuevas formas de pensamiento y acción, mientras que otras sirven para seguir eliminando creencias anteriores y los efectos prácticos de las mismas. Los cambios en la formación de las nuevas generaciones, que han ido poblando occidente, se manifiestan intensamente en los modos de vida y en sus formas de interaccionar y de relacionarse con cuanto les rodea.

Una opinión bastante generalizada es que, la mayor parte de los problemas sociales que tenemos en la actualidad, se resolverían mediante una buena educación, a la que también se alude como una educación en valores.

No obstante, no se oye una buena definición del concepto de valor, ni tampoco se especifica con claridad a qué valores se refiere tal demanda.

El movimiento anti-metafísico que forma parte de la revolución occidental, ha enterrado conceptos fundamentales como son los de ser, realidad, bien, verdad, belleza, principio, etc., pretendiendo que todo el saber y el comportamiento humano podría estar fundado en algo tan reducido como la ciencia positiva.

De todo lo que se le ha ido despojando al ser humano, tal vez, entre lo más valioso se encuentren, la propia noción de ser humano, y la noción misma de realidad. Los denominados valores tienen mucho que ver con ambas.

Ahora bien, tales privaciones no ocurren exclusivamente en la educación. Antes bien, son privaciones que padecen la población general y, también, sus estructuras sociales. Si admitimos que la educación ocurre fundamentalmente por inmersión de los niños y adolescentes en las correspondientes atmósferas familiares y sociales, no es de extrañar que la educación, como proceso de realización humana, se encuentre en tan lamentable estado.

No obstante, hay que preguntarse si existen los llamados “valores”, aunque puedan ser considerados bajo varias perspectivas distintas.

Se puede hablar de los “valores” existenciales en tanto asuntos, objetos o cosas que concretamente le importen a alguien en diferentes situaciones. También, se puede hablar de ídolos a los que se prestarían distintas formas de subordinación, o, tal vez,  de formas deseables de conducta. Incluso se podría utilizar tal término para designar principios reales. Lo que no se debe hablar es de “valores”, sin especificar a qué se refiere tal término.

De hecho, uno de los mejores autores realistas del siglo XX, como es Étienne Gilson, manifiesta una cierta actitud despectiva hacia tal término:

“Los llamados “valores” no son más que los fantasmas de los trascendentales errando en el vacío después de haber roto sus ataduras con el ser. La verdad, el bien y la belleza pertenecen al ser o no son nada, […]  Por consiguiente, también hay que apartarse cuidadosamente de toda especulación sobre “valores”, porque los “valores” no son otra cosa sino trascendentales que se han separado del ser e intentan sustituirlo. “Fundamentar “valores”: la obsesión del idealista; para el realista, una expresión vacía.” (p.187)[i]

Podemos intentar aclarar lo que afirma Gilson mediante la distinción entre algo real y algo no real.

Si se nos ha hecho creer que el ser, el bien, la verdad, la belleza, el principio de no contradicción, el de identidad, el de razón suficiente, etc., no son principios reales, sino palabras huecas, meras ideas sin referente real, términos arbitrarios, construcciones sociales anticuadas, etc., entonces habría que entenderlos como simples valores que alguien puede inventar a su antojo, y que, tal vez, pretendiera instaurar sin justificación alguna como creencias sociales.

En caso contrario, si creemos, con el propio Gilson, que esas nociones no son invenciones humanas, sino verdaderos descubrimientos de diversas facetas de la realidad, entonces pueden constituirse en principios de nuestra propia actividad.

Ahora bien, desde el propio Guillermo de Ockam hasta la actualidad, la corriente revolucionaria del pensamiento occidental se ha encargado de educar a la población para que deseche aquellas creencias y crea otras nuevas, sobre todo anti-metafísicas, materialistas, científicas, etc., lo cual deja sin cimiento alguno la posibilidad de hacer de la educación un proceso de realización, para convertirla en un mero adiestramiento que, por otro lado, suele resultar estéril o  infructuoso.

 

[i]GILSON, ÉTIENNE; Las constantes filosóficas del ser; Eunsa; ed. española; Barañáin (Navarra); 2005

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