La eliminación del «yo»
Hay personas que son tan poco conscientes de sí mismas que necesitan que otras sean conscientes de ellas, las miren, les presten atención o hagan algo que les demuestren que existen.
Cuando tantas personas necesitan que otros les confirmen que existen y son incapaces de percatarse de su propia existencia ellas solas, como si se tratara de una condición imprescindible para confirmar la propia existencia, es obvio que la autoconciencia no está de moda.
Dejando aparte las redes sociales y la televisión, lo cual es obvio, debo referirme al problema generalizado de no sentir la propia existencia por uno mismo o en soledad.
Se cuenta que muchos sabios de diferentes épocas dijeron lo importante que era conocerse a sí mismo.
A día de hoy lo único que se escucha de los sabios es lo importante que es conocer el cerebro humano, pero ocultan la existencia del «yo» y la importancia de conocerse uno a sí mismo.
Estamos tan alejados del conocimiento de nosotros mismos que habría que empezar por lo más elemental que reside en tener algo de conciencia de que uno es algo en vez de nada.
La epidemia general consiste en ignorarse a sí mismo por la simple imposibilidad de tener la menor noción de que se es y de qué se es; de qué se puede ser y no se es; o de qué diferencia puede haber entre ser y no ser; o entre ser uno u otro, o entre cualquier otro dilema que ni tan siquiera se plantea explícitamente.
Es más, nuestros científicos, que son los sabios de nuestra era, niegan que haya un «yo» y, por lo tanto, no se plantea ni remotamente la conciencia o el conocimiento de algo que ni siquiera existe científicamente.
La ceguera se trata de solventar diciendo otras cosas que nada tienen que ver con el asunto del «yo», como si el cerebro pudiera ser un buen sustituto intercambiable con uno mismo. Tal sustitución culminaría en una locura colectiva.
Uno mismo es uno mismo. Todo el mundo lo sabe, pero nadie parece ser consciente de ello y nuestros científicos no quieren reconocerlo. De ahí lo difícil que es hoy en día saber algo acerca de sí mismo o tener a alguien a quien poderle preguntar al respecto.
No obstante, el propio «yo» es la clave de todo cuanto importa; de todo nuestro funcionamiento cuando nos relacionamos con el mundo exterior; de nuestros auténticos problemas; de nuestra existencia y de nuestras relaciones con los demás.
Es tan inconcebible una psicología sin «yo» que parece mentira que tantísima gente esté empeñada en elaborarla.
La ciencia reniega del «yo» a pesar de que cualquier científico sin «yo» sería incapaz, no ya de hacer ciencia, sino de tener una vida normal y corriente.
No obstante, el hecho de que la ciencia reniegue investigar el «yo» no lo desacredita; no lo convierte en un objeto ficticio de dudosa existencia; no lo sitúa fuera del alcance del conocimiento del ser humano o de cualquier ser humano… Esa negación desacredita a la ciencia actual, al menos en su vertiente dedicada al estudio del ser humano.
Cuando se suprime el «yo» se produce una total oscuridad al respecto de los propios problemas y se genera un nuevo problema.
Precisamente, es la supresión del «yo» en todas sus posibles modalidades —que son muchas—, el factor fundamental que participa en esos mismos problemas y sin cuyo restablecimiento se tornan irresolubles.
Lo primario es diferenciar «yo» del «mundo» o de «lo otro». Sin eso no hay existencia posible.
Después proceden múltiples funciones y actividades que necesitan imperiosamente un sujeto, ese sujeto que reconocemos con el término «yo».
Carece de todo sentido inteligible la terminología objetivista que emplea la ciencia en la mayor parte de sus informes mediante el impersonal «se»: «En el experimento se utilizaron tales y cuales instrumentos»; «Se constituyó una muestra con tales sujetos»; «Se tomaron medidas de tales o cuales variables y se encontraron tales resultados»…
¿Qué es eso de «se»? Parecería que las cosas poseen vida propia manifestándose en una perfecta objetividad sin necesidad alguna de que haya alguien que las conozca. Al contrario de esto, siempre hay un «yo» o, incluso, un «nosotros» que efectúa la tarea de tratar de conocerlas e informar de lo que dicha persona o personas han observado.
Un primer paso sería emitir sus informes con frases como, por ejemplo: «Yo ideé un experimento en el que empleé tales y cuales instrumentos»; «Constituí una muestra con tales sujetos»; «Tomé medidas de tales o cuales variables y encontré tales resultados»… También sería admisible el uso del plural «nosotros» aunque no tan exacto como debería.
«Yo» no puede suprimirse sin que se supriman todas las funciones humanas, incluyendo la del conocimiento, salvo la del sueño nocturno en la que «yo estoy dormido» pero se producen ensoñaciones.
«Yo hablo, percibo, pienso, soy consciente, deseo, añoro, siento…» la gran mayoría de nuestras funciones de relación están sujetas, producidas, controladas o ejecutadas bajo la dirección sustantiva de uno mismo.
De hecho, cuando todas esas actividades complejas ocurren —como en el sueño nocturno— sin un «yo» consciente que las efectúe, se manifiestan la inmensa mayoría de los problemas psicológicos: la voluntad se enajena; el pensamiento se sale de su carril lógico; se producen alucinaciones; se desorbitan las emociones; surge el pánico; se bloquea la comunicación…, se produce caos, y, con cada uno de tales problemas, salen a relucir diferentes alteraciones funcionales caracterizadas por la ausencia de la noción de uno mismo.
Negar la conexión del «yo» con todas las actividades de relación de una persona, con cualquier cosa o con cualquier otra persona, resulta prácticamente inconcebible. Equivale a pensar verbos sin sujeto y a creer que los objetos poseen vida propia en la conciencia en la que estén.
Ignorar el propio «yo» es ignorarse uno a sí mismo, permitir que opere en la sombra o que no opere en absoluto, darle la espalda, renegar de él, despreciarlo, y, en el mejor de los casos pasar la vida en términos de subsistencia y no de existencia.
En esta época de un supuesto humanismo, corren malos tiempos para el «yo», que es lo mismo que decir que corren malos tiempos para muchas personas.
Un humanismo radicalmente materialista, cuya columna vertebral es la ciencia experimental volcada en la tecnología, y que no aporta nada más que herramientas sofisticadas para operar sobre las cosas y las personas, al tiempo que a éstas las convierte en cosas y niega sus respectivos «yoes», es el humanismo más extraño que se pueda concebir.
YO os felicito las Navidades y YO os deseo un estupendo 2018 a todos vosotros, yoes. Abrazo.
Yo me adhiero a esos buenos deseos para que se cumplan también en tu caso y el de todos los lectores. Abrazos para todos.
Así es Carlos la eliminación del YO está produciendo grandes daños al ser humano, pero en estos momentos en los que vivimos se hace muy difícil ser uno mismo menos mal que – yo por lo menos – lo sé y eso hace guarde un cierto equilibrio psicológico.
Lo mejor de todo es ir descubriendose a uno mismo en todos y cada uno de los actos y en todas las situaciones que se experimenten sean las que sean.
Maravilloso artículo Carlos, de los que más me gustaron. Feliz año.
Gracias Ignacio. Un saludo
Gracias por la valiosa información y muy feliz año para todos.
Gracias por seguir el blog. Feliz año nuevo.
Mil gracias
Muchas gracias a ti por tu paticipación.