La epidemia de la seducción
La propia existencia opera como causa final de multitud de acciones y operaciones que efectuamos a lo largo de la vida.
Todo cuanto hacemos para existir queda suficientemente explicado si hace posible dicha existencia, y, además, si el resultado conseguido es favorable, causa un sentimiento de placer.
No obstante, el magnetismo de la existencia no se limita a la producción de acciones, sino que, en combinación con dicha actividad, tiene efectos constituyentes sobre la propia persona.
La función natural del trabajo reside en hacer posible la vida, y, frecuentemente, la existencia. Es decir, trabajar no conlleva necesariamente una impresión directa del placer de la existencia, sino que, sobre todo, es un medio para lograrla, aunque, ciertas clases de trabajo posean ambos componentes.
Lo más frecuente es que trabajar conlleve ciertos esfuerzos, algunos sacrificios existenciales, molestias, presiones, e, incluso, a menudo, estrés. Sin embargo, todos o la mayor parte de esos componentes poseen efectos directos sobre la propia formación y el desarrollo, tanto físicos, como psicológicos.
Crecer y desarrollarse, resultan imposibles sin los ingredientes característicos del trabajo, y, por lo tanto, sin las molestias o el dolor asociados. De hecho, a menudo hay que elegir entre las opciones del placer y del dolor, de forma que si se opta por el placer se pierde fundamento existencial en uno mismo, mientras que, si se elige la opción que conlleva dolor, se fortalecen las propias condiciones para producir una existencia mejor, más amplia y más placentera en el futuro.
La creencia de que el dolor es malo y el placer es bueno, es una simplificación absurda de los complejos ingredientes de que consta la existencia humana. La adecuada combinación de ambos tipos de experiencias, para mantener su equilibrio, suele dar de sí buenos resultados, mientras su desequilibrio hacia cualquiera de ambos polos, puede dañar el ser, la existencia, o ambos.
El hedonismo es el desequilibrio de tales factores hacia el lado del placer, y, aunque no sea su oponente exacto, a la inclinación hacia el lado del dolor se la suele conocer por masoquismo.
Cuando en una población se produce una constelación de creencias entre las que se encuentra el hedonismo, lo esperable es una reducción de la inclinación hacia el trabajo, con el consiguiente efecto de la generación de defectos formativos y del desarrollo.
A su vez, tales déficits pueden ocasionar graves lagunas culturales, empeoramiento general de la salud orgánica, merma de las capacidades físicas e intelectuales y, sobre todo, diversas anomalías éticas que dificultan la coexistencia entre unos y otros.
Por el contrario, una población empeñada en formarse, desarrollarse, trabajar bien, disfrutar de lo obtenido mediante dicho trabajo, etc., es más difícil que genera tales problemas.
Ahora bien, los responsables que en cada momento se hagan cargo de la formación, ya sea de niños, adolescentes o adultos, pueden optar por una de estas dos líneas de actuación: a) Agradar a los alumnos, no pedirles sacrificios o esfuerzos, aprobar siempre su nivel de conocimiento o aprendizaje, dar por bueno cuanto hagan…, y, b) Aplicar metodologías educativas que garanticen la buena formación de los alumnos, con independencia de si agradan o desagradan a los mismos.
En este ámbito, se percibe con claridad que los vínculos «placer—bien (bueno)» y «dolor—mal (malo)» son absurdos, como también lo sería el establecimiento fijo de sus contrarios: «placer—mal (malo)» y «dolor—bien (bueno)». Es obvio que, ni el masoquismo, ni el hedonismo, constituyen principios reales.
Si se busca el bien de un alumno, como, en general, de cualquier persona, en ocasiones no será malo agradarla, pero en otras sí.
El principio real del verdadero bien, debería estar siempre por encima del placer o del dolor que pudiera conllevar su producción.
Ahora bien, ¿a qué se debe que culturalmente haya un predominio del deseo de agradar y de ser agradados, con independencia del bien o del mal que se produzcan? ¿A dónde nos puede conducir ese determinante poblacional?
Lamentablemente, si el profesor pregunta a sus alumnos si prefieren que dé aprobado general, o pasar por un examen riguroso, la mayoría siempre tendería a votar a favor del aprobado general. Solo los buenos estudiantes querrían pasar por dicho examen.
Si un profesor diera aprobado general, tendría a la mayoría de alumnos de su parte, siendo mucho más popular que otro que pusiera exámenes rigurosos, pero, pasado el tiempo, los alumnos del primero posiblemente llegaran a darse cuenta del mal que les causó, ocurriendo lo contrario en el segundo caso.
Como bien sabemos, la demagogia es el gobierno tiránico de la plebe con la aquiescencia de esta.
En la actualidad, nuestro sistema cultural, parece tener entre sus principales ingredientes dicho componente demagógico, o, dicho de modo más amplio, aquel por el cual es lícito dañar a otras personas mientras les resulte grato o placentero el modo de hacerlo.
Ahora bien, tanto la demagogia, como cualquier otra forma de hacer el mal agradando a aquel a quien se le hace, caben dentro del amplio concepto de la seducción.
Fijémonos en nuestro modelo político y en el modo en el que funcionan muchos de los profesionales que operan dentro de él. Su lema parece ser exactamente ese: seducir al votante para conseguir su voto y obtener el poder asociado a él.
Por lo tanto, no es aquel por el cual el político persiguiera el bien de los votantes, aclarando el tipo de sacrificios que deberán hacer para conseguirlo, como, en el caso de la educación, haría el buen profesor.
Lo triste del asunto es que, tanto en la política, como en la enseñanza, el periodismo, el comercio, y otras muchas profesiones, actividades y roles, hay muchísimas personas cuyas formas de proceder conllevan la plena conciencia de no hacer ningún bien, cuando efectúan sus cometidos, agradando a los destinatarios de sus actuaciones. La seducción se ha extendido a todos los ámbitos.
Si a esto añadimos una imagen ampliamente generalizada de buenismo, estrechamente vinculada a dar una imagen benigna de sí mismo, y a agradar con todo cuanto se haga, mientras el principio del bien brilla por su ausencia, solo podemos prever impactos muy nocivos sobre el conjunto de nuestra sociedad.
Sin duda, como dije anteriormente, el peor efecto que se deriva de tales modos de proceder es el déficit que causa en las personas, su merma ontológica, su pobreza existencial, y su pérdida de facultades y competencias.
¿Será acaso que una población menos formada, más inculta y más hedonista, es más dúctil, mansa y maleable, que otra realizada, facultada, templada y culta?
La cuestión es si queremos una existencia regalada que nos atrofie hasta convertirnos en nada, o si, por el contrario, queremos disfrutar del placer de ganárnosla a pulso, con el pleno desarrollo de nosotros mismos.
Aparte de deshacernos del hedonismo, habrá que recordar el antiguo refrán quien bien te quiere te hará llorar, al que podríamos añadir otro, parcialmente nuevo, como por ejemplo, quien mal te quiere siempre te hará sonreír, para estar alerta y podernos defender del permanente peligro de la seducción.
Me ha encantado el artículo. Creo que expones claramente lo que sucede en la educación actualmente.
Muchos profesores de primaria les dicen las preguntas del examen antes de éste y les dejan repasar 15 minutos, para terminar haciendo el examen. Otros hasta les dejan sacar el libro durante el examen. Al final se van a convertir en ignorantes que saben copiar cuatro frases, dejando de lado el esfuerzo en pensar cómo son las cosas. Antes, por lo menos los tramposos se esforzaban en hacer chuletas y se arriesgaban a que les cayera una buena si les pilllaban. Ahora directamente se les dicen las preguntas o copian con el beneplácito del maestro. Por otro lado a la mayoría de los padres les gusta esta educación y es la que quieren para sus hijos. Baste observar que les dan de todo sin que se esfuercen y que solo se fijan en las notas, no si en su hijo aprende más o menos, o se va desarrollando adecuadamente como persona. ¡Esto es un desastre!
Gracias Carlos, Acabo de descubrir tu blog, me resulta muy interesante. De este artículo en concreto me surge una pregunta. Si tratamos de cambiar al conducta de un seductor, por una parte está el hecho de querer actuar sobre la conducta ajena. Por otra parte está el deseo de aproximación de un conjunto de actitudes a la realidad para poder coexistir con el otro ser de una manera más plena. Entonces, en este caso, ¿Se estaría siguiendo el principio de realidad, o estaríamos actuando por poder? ¿Se pueden dar ambos principios a la vez en un comportamiento?
Creo entender que planteas una relación en la que uno de los componentes es un ser real y el otro, posiblemente anti-real. Además, el primero es objeto de operaciones de seducción por parte del segundo, que, posiblemente, también ejerza sobre otras personas diferentes. Si la situación fuera esa, tal como la acabo de especificar, en primer lugar, sería difícil que el ser real cayera en la trampa de la seducción, para lo cual, bastaría que se atuviera a sus propios principios. Una vez sentada esta cuestión, lo esperable es que el agente anti-real le descartara como objetivo, por lo que la relación tendería a disolverse. No obstante, si la persona real tratara de ejercer control directo sobre la conducta del ser anti-real, simplemente entraría en una lucha por el poder dentro de la relación, por lo que ella misma caería en una condición de irrealidad. No es posible que ambos principios, el principio real y el poder, operen conjuntamente determinando la misma conducta.
Además, hay que tener en cuenta que la seducción opera sobre la persona seducida generando en ella diferentes creencias, tanto sobre la persona seductora, como sobre la propia persona seducida, que implican la benignación artificial de ambas. De ahí que la seducción sea un instrumento potente para generar diversos tipos de vínculos y afectos interpersonales irreales.
Gracias Carlos, comprendo mejor ahora.