La especie aislada
Cualquier condición que conduzca al aislamiento de una persona, va mermando su existencia y generando anomalías en su relación con el exterior. No obstante, la relación, entre la existencia, y la condición psicológica en que se encuentre la persona, presenta relaciones bidireccionales.
Si, determinadas condiciones externas, ponen a una persona en un estado psicológico que bloquea toda posibilidad de existencia, el aislamiento subsiguiente empeorará dicho estado, produciéndose un bucle del que no le será fácil salir.
Lo que la mayor parte de la gente entiende vulgarmente por locura tiene mucho que ver con dichas dinámicas «entorno ⇒ estado psicológico ⇔ merma existencial».
Una de las tácticas frecuentemente utilizadas por los sujetos, que ejercen formas de poder muy perjudiciales para aquellos sobre las que recaen, consiste en aislar al objetivo, romper sus relaciones con el exterior, y hacerlo depender exclusivamente del sujeto que opera sobre él haciéndole depender de las creencias que le impone.
Es obvio que las creencias que harán depender a la víctima, del sujeto que la domina y controla, tendrán graves privaciones de realidad, lo cual lleva implícito el hecho de que la aislarán, no solo de otras personas, sino, también, de la realidad en cuanto a tal.
Este tal vez sea el mayor problema que pueda recaer sobre un ser humano, y, dicho problema, es de los más difíciles de resolver, por cuanto, en la condición psicológica de la persona afectada, suelen quedar pocas herramientas de utilidad para facilitar la posible tarea de quienes pudieran prestarle ayuda desde el exterior.
Ahora bien, el expuesto es un paradigma cuya aplicación no está restringida a un solo individuo, sino que puede valer para grupos, como en el caso de determinadas sectas, o para poblaciones más amplias.
Por otro lado, si damos el salto conceptual de plantearnos su posible validez para el conjunto de nuestra especie, el asunto, aunque produzca un cierto vértigo, tal vez se preste a hacer algunas consideraciones interesantes.
Lo primero es precisar qué podemos entender por el exterior de nuestra especie. En principio, fuera de ella, solo podemos contar con el resto de especies, vegetales, animales e intermedias, y con los elementos inorgánicos que conocemos, como son el aire, las piedras, el agua, etc.
Por otro lado, si nos fijamos en aquello que hay dentro de ella, en términos psicológicos, lo más parecido serían las creencias predominantes que la definen culturalmente.
¿Cabría la posibilidad de que, como la especie que somos, llegáramos a generar un sistema de creencias culturales que, como en el caso de lo que le pueda ocurrir a una persona que sufra abusos de poder, nos aíslen del exterior?
¿Pueden ser capaces aquellos poderes que generan y difunden la mayor parte de las creencias, que acaban pasando a la población general, de crear una condición que afecte negativamente, en mayor o menor grado, al conjunto de la especie?
El único vínculo posible del ser humano con algo exterior a sí mismo, ya sea en su forma individual, ya lo sea como grupo o especie, consiste en que, haya algo en él, que sea común a algo que haya fuera de él. Pero, ¿y si generamos un sistema de creencias que niegue la realidad de algo exterior al ser humano?
Encontrar una forma humana de subjetividad que presente graves privaciones de realidad, no es tan raro como pueda parecer. De hecho, la mayor parte de la filosofía moderna y contemporánea se ha especializado en negar, o poner en duda irrazonable, que exista algo fuera de la mente humana.
Si los filósofos que han sostenido tales planteamientos, verdaderamente creyeran en ellos, es obvio que habrían caído, uno tras otro, en condiciones de aislamiento. Dado que no hay datos que confirmen tal hipótesis, es de suponer que ellos mismos no creyeron, la temeraria idea, de que la subjetividad humana está estructuralmente aislada del exterior y desprovista de realidad.
Ahora bien, sin acceder al ámbito de los principios metafísicos que pudieran favorecer la presencia de algo real en la subjetividad humana, lo cierto es que, al menos, aquello que se entiende comúnmente por naturaleza, pudiera presentar algunos elementos comunes con nosotros, de forma que impidieran que cayéramos en condiciones de aislamiento.
Clive Staples Lewis (Belfast, 1898 – Oxford, 1963), Jack para los amigos, más conocido por su obra Las crónicas de Narnia, escribió un librito cuyo título es La abolición del hombre [i] en 1943, dos años antes de que terminara La Segunda Guerra Mundial, que debemos traer a colación en este punto.
En dicho libro, sostiene, entre otras tesis que, el poder, es poder sobre el hombre y sobre la naturaleza; poder sobre el hombre a través del poder sobre la naturaleza y poder sobre la naturaleza a través del poder sobre el hombre. El poder actúa, por lo tanto, por encima, tanto del hombre, como de la naturaleza.
En la medida en que el poder, que está operando sobre los polos de una posible relación de nuestra especie con algo que no sea ella misma, ejerza violencia sobre una de las partes o sobre ambas, estaría poniéndonos en un riesgo de imprevisibles consecuencias.
Tal vez, alguien pudiera creer que, tal forma de actuar, tendría consecuencias nocivas para el propio poder, pues, se supone, que no obtendría beneficio alguno de la misma, lo cual es erróneo.
Como dije al principio, el poder opera sistemáticamente privando de realidad a los seres humanos, para desvincularnos de ella y vincularnos a él, lo cual no cambia en absoluto si el objeto es un solo individuo o el conjunto de la especie, fuera de la cual, se sitúa el poder en cuanto tal.
Los poderes que están operando sobre nuestra actual civilización, ya la han conducido a causar estragos sobre la naturaleza exterior a la propia especie, y estragos en las culturas que la han precedido o que, siendo contemporáneas, son diferentes a ella, lo cual también conlleva estragos en la propia naturaleza humana.
En la era posmoderna, es obvio que nuestra civilización está invadiendo todos los rincones del planeta y tiende a abolir cualquier creencia que se oponga a ella. Vive embebida de un narcisismo autocomplaciente, inspirado en la idea de hombre acuñada en el Renacimiento, despreciando profundamente lo que haya fuera de ella, y hostigando a cuanto le lleve la contraria o que, simplemente, sea diferente.
Si investigamos, aunque sea sin demasiado empeño, el sistema de creencias que parece emanar de las diferentes formas de poder que operan sobre nuestras poblaciones, es decir, las creencias que se encuentran consensuadas por todos los poderes actuales, es sorprendente que estén perfectamente de acuerdo en negar todo aquello a lo que un ser humano pudiera vincular su ser y su existencia, que no sea alguno de esos poderes.
La realidad, la verdad, el bien, la belleza, Dios y su posible existencia… y todas aquellas disciplinas que, tradicionalmente, se dedicaba a su investigación, están en fase de extinción.
Todo eso ha quedado enterrado por un materialismo absoluto; constructos sociales; las leyes sociales en sustitución de la moral; un humanismo que sustituye a Dios por el hombre; el cambio de la verdad por la mera opinión…
Ahora bien, todas estas sustituciones, ¿hacen posible una verdadera coexistencia, de los humanos entre sí, y de la propia especie en relación con la naturaleza?
Una vez rotos los vínculos de nuestra especie con algo firme exterior a ella misma, el riesgo de nuestro propio aislamiento de la realidad crece peligrosamente. Tal vez, muchos de los problemas que padecemos en la actualidad, como, por ejemplo, la notoria destrucción de la naturaleza, estén en relación con dicho proceso.
[i] LEWIS, C. S.; La Abolición del Hombre; 5ª ed.; trad. del original The Abolition of Man de 1943 de Javier Ortega; Ediciones Encuentro, S.A., Madrid, 2007
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