Blog de Carlos J. García

La ética nos hace personas

En general, no parece caber la menor duda del uso que se da a expresiones como «es buena persona» o «es mala persona», uso que, además, es muy abundante.

No obstante, nunca oiremos decir expresiones como «es buen sujeto» o «es mal sujeto», sencillamente, porque carecen de sentido. Son absurdas.

Por otro lado, expresiones como, por ejemplo, «es una persona inteligente», sí pueden resultar intercambiables con otras como, por ejemplo, «es un sujeto inteligente».

Las nociones de sujeto y de persona pueden considerarse parecidas en un cierto nivel de tipo facultativo, pero no en el que atañe a la cuestión moral.

¿Qué diferencia las nociones de sujeto y de persona?

Los componentes funcionales propios del sujeto son la conciencia; la voluntad; el conocimiento; la actividad; la autodeterminación; la percepción, etc.

Ahora bien, el ser humano, no solo es sujeto de todas sus actividades de relación con los objetos, sino que, además, tales actos conllevan un carácter valorativo que es propio y exclusivo de tales actos específicamente humanos, es decir, de las personas.

Así, Nicolai Hartmann [i], no solo afirma que «El objeto de la ética es el hombre como persona.» (p. 264), sino que, además, define la persona del siguiente modo:

«Persona es el sujeto en tanto que es portador de valores y disvalores morales con sus actos transcendentes, esto es, en su conducta.» (p. 263)

Por otro lado, es obvio que dicha dimensión humana se puede conocer, incluso, hasta por personas que carecen de cualquier tipo de formación psicológica o filosófica.

Al respecto de este asunto, dice Hartmann:

«Tenemos una consciencia de personas, y tan primaria, por cierto, como la de las cosas —un saber inmediato de que estos seres que nos rodean no están ahí, como las cosas, indiferentes hacia nosotros, sino que en cada situación vital toman posición de cualquier modo frente a nosotros, nos rechazan o nos aceptan, nos hostigan o nos aman. En la ejecución de tales actos se halla lo personal de ellos, y precisamente estos actos de toma de postura son esos de los que tenemos una constancia inmediata —una consciencia que se puede engañar, como toda consciencia de objetos, pero que está dada hasta al más ingenuo.» (op. cit., p. 267)

Si llevamos esta descripción de Hartmann a una imagen en la que, por ejemplo, al entrar a una gran sala, viéramos una multitud de personas, que estuvieran, no solo indiferentes hacia nosotros mismos, sino, también, entre todas ellas, lo más probable es que tuviéramos la impresión de que no se trataría de personas sino de robots o de algo parecido.

Por otro lado, Hartmann considera que la dimensión personal, se encuentra por encima de la meramente sustantiva, y es de ésta de donde extrae su propia materia prima.

Puede ser así, o, también, podría considerarse que esos valores o disvalores morales se encuentran integrados en la propia sustantividad humana, habida cuenta de que se encuentran inscritos en los actos del sujeto y proceden de él.

Sea como fuere, resulta extraño que la psicología humana, tal como está quedando instituida, prescinda, con precisión quirúrgica, de la dimensión ética que es inherente al objeto que estudia, y se vanaglorie de reducir tal objeto a unos límites que, en el mejor de los casos, son científicos, y en el peor, vienen dados por imperativos ideológicos.

¿Es posible hacer una psicología desprovista de ética?

Hasta los más ingenuos —dice, con razón, Hartmann— disponen de la intuición, de poder aprehender de inmediato, ese componente humano que entra en juego en todas las interacciones personales.

¿Cómo no iba a ser así, si lo que está en juego, en dependencia del componente ético,  es la propia existencia y la posibilidad de la coexistencia, o su imposibilidad?

El problema es que, como resultado de la presión cultural, para que seamos  sujetos privados de sus respectivas condiciones personales, quedándonos ciegos ante esa dimensión trascendental, vayamos involucionando hacia condiciones privadas de la misma y lleguemos a ser especímenes de otra especie animal diferente.

Se mire como se mire, la investigación con ratas de laboratorio, podrá valer para determinadas tareas de la medicina, pero, en ningún caso es válida para el estudio psicológico de seres humanos, ni mucho menos puede servir para descubrir principios generales de la conducta que sean de aplicación para nosotros.

[i] HARTMANN, NICOLAI; Etica; Presentación y trad. del original Ethik de 1962, de Javier Palacios; Ediciones Encuentro, S. A.; Madrid, 2011

 

3 Comments
  • Elena on 24/01/2016

    No entiendo muy bien que Hartmann diga que la dimensión personal está por encima de la dimensión sustantiva

    • Carlos J. García on 25/01/2016

      Hay acciones en cuya toma de decisión interviene la moral, el principio del bien, la mala intención, etc., y, sin embargo en otras muchas, dicho componente moral no tiene influencia alguna. En el mundo animal, se dan muchos niveles de sustantividad pero, en ningún caso, interviene un criterio moral. Seguramente por eso no se considera que los animales sean personas, o, tal vez, sea ese factor lo que más nos diferencia de ellos. Hay que tener en cuenta que los principios reales no son leyes naturales, sino de verificación opcional, lo cual conlleva que de entre nuestras acciones, aquellas que conllevan un significado moral, informen radicalmente acerca de quiénes y cómo somos.

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