La evasión a Marte
Uno de los errores más comunes que se suelen cometer ante los problemas consiste en reaccionar a ellos mediante actos irreflexivos que no consiguen otra cosa más que agrandar las ramificaciones del propio problema.
Dentro de esas reacciones, tal vez, la más común por “instintiva” sea la de huir del propio problema.
Un ejemplo social, de huida gigantesca ante un problema, es la promoción de la idea de que la humanidad encontrará su solución mediante su ubicación interplanetaria.
La huida a Marte es el monótono ejemplo que se nos propone por la televisión, del cual se ofrecen amplios detalles en alguna de las series de moda.
Según esto, la humanidad se salvaría de su extinción por medio de un grupo de científicos, que, dotados de todos nuestros avances tecnológicos, implantarían una colonia en el vecino planeta, el cual crecería lo suficiente a medio plazo como para que una nutrida población humana estrenara ese nuevo mundo, creciera y se multiplicara.
Una de las tesis que está en el trasfondo de esa fantasía es la de que, tener fe en lograr el éxito de la misión, será la clave de dicho éxito. Otra de las tesis importantes es que el problema es el planeta Tierra, no nosotros.
Ahora bien, cuando se trata de huir de un problema, al que uno mismo contribuye de forma tan notable como es el estado agónico del estado de la naturaleza en la Tierra, lo mínimo que habría que pensar es si no haremos algo igual o peor en Marte que en la Tierra, e incluso, si una vez convertido Marte en un nuevo basurero, no haremos lo mismo con cualquier otra supuesta parte del universo “habitable”, hasta dejar al universo entero totalmente inhabitable.
Pensar en cuál es el verdadero problema que tenemos en la Tierra, seguramente no nos llevaría a culpar a las algas, las gacelas, el agua o cualquier otro elemento de la vida, aparte de nosotros mismos.
La basura espacial derivada de la tecnología aeroespacial abandonada a su suerte; la brutal contaminación que producen los millones y millones de vuelos de simples aviones al cabo de un año; la contaminación generada por los procesos industriales; la proliferación de plásticos en los mares que han sido empleados en envoltorios completamente innecesarios; el progresivo alejamiento de los domicilios con respecto a los lugares de trabajo y a los colegios que lleva implícita la utilización de automóviles…
La especie tecnológica mancha mucho más de lo que la vida del universo es capaz de soportar y llegamos al punto de hacer nuestras vidas dentro de enormes basureros y hasta de comer buena parte de la basura que emitimos.
Tener fe en que la tecnología nos permitirá resolver el problema, a base de millones de viajes hipotéticos a Marte, no deja de ser una fantasía con ánimo de convertirse en un terrible auto-engaño.
No obstante, el problema no se compone de millones de individuos que generamos basura por falta de educación medioambiental, como se trata de hacer creer a la población, sino del hecho de que vivimos dentro de un sistema sociocultural en el que es absolutamente imposible, para todas y cada una de las personas, no generarla.
Y dicho problema conecta directamente con la auto-sacralización de ese mismo sistema. Un sistema que interesa proporcionalmente a muy pocos y cuyos devastadores efectos acabarán con todo rastro de vida en relativamente poquísimo tiempo.
La locura llega al extremo de que se nos está planteando instalar la vida en un planeta tan yermo o más que el desierto del Sahara, a millones de kilómetros de la Tierra, haciendo uso de tecnología de muy dudosa eficacia, que quedará obsoleta como todas y, por supuesto, contaminante. Todo, con tal de no dar el brazo a torcer ante el fracaso estrepitoso de un sistema intrínsecamente destructivo.
Lo que está claro es que, mientras miremos en dirección a Marte con toda nuestra fe puesta en la tecnología, no nos tomaremos en serio la búsqueda de soluciones al verdadero problema que tenemos aquí y ahora.
La huida a Marte es una broma demasiado pesada como para tomarla en serio, igual que lo es toda huida de cualquier problema cuya causa principal se encuentre en uno mismo.
Mientras la causa de un problema resida en uno mismo y trate de zafarse de él cambiando de lugar, lo seguirá teniendo hasta que no se vea las caras consigo mismo, reflexione un poco, admita su auténtica explicación y adopte las soluciones pertinentes.
No obstante, a la huida física suele sumarse la evasión psicológica, o, en otros casos, ésta resulta suficiente para no llegar a aquella.
En tal sentido, ya no caben más modos de evasión de los que se nos dispensan y que nosotros mismos practicamos por pura sintonía con la atmósfera social en la que hemos de vivir.
La evasión consiste en la supresión de la propia conciencia de lo que somos, de cómo existimos, del mundo que nos rodea, de lo que hacemos, y de otras muchas cosas.
Se trata de vivir como si lo que de verdad hay no lo hubiera, sustituyéndolo por cualquier otra cosa del mundo de la fantasía.
La evasión pertenece al mundo de la subjetividad irreal y la existencia ficticia pero, en la enorme dimensión que percibimos diariamente, no es un fenómeno estrictamente individual, sino que está a caballo entre una civilización seductora y el individuo que se deja embrujar por ella.
Estamos dentro de una bola de nieve que cada vez se acelera más y más, y cuyos problemas se proponen resolver adquiriendo cada vez mayor tamaño, en vez de dar un solo paso atrás, examinarlos y hacer algo de verdad para tratar de resolverlos.
Así es Carlos por increíble que parezca nos están introduciendo la idea de que en un futuro habrá que escapar a Marte, y mi pregunta es la siguiente, ¿no será un engaño de los poderes para poder seguir haciendo negocios deshonestos para enriquecerse a través de las contaminaciones variadas que se producen y de todo tipo de ingeniería social?. Así tienen a la gente distraída y engañada.
Lo cierto es que esos «poderes» manejan muy bien tanto las promesas de que encontrarán soluciones a todos nuestros problemas como las amenazas en caso de que la población no siga por el cauce que le trazan, cuando lo que ocurre es que el verdadero problema son ellos mismos. Si dejaran a la población en paz ésta se las arreglaría para tener el mundo en unas condiciones que no destruyeran el único planeta en el que podemos vivir. Mientras se piensa en huir a Marte no se ponen los medios para arreglar lo que tenemos.