La honradez: su importancia y trascendencia
El término «de» denota propiedad o pertenencia. Las relaciones de propiedad constituyen elementos fundamentales de la estructura básica de la realidad.
En la arquitectura del orden real participan decisivamente las relaciones de propiedad, a las que nos referimos con la preposición «de».
La realidad se vale para existir de ese orden concreto de los elementos y de las relaciones de pertenencia, propias de ellos, o que se dan entre ellos. Tal estructura determina una demarcación de los límites de todo cuanto existe, y de las diversas formas en que la realidad existe.
Quitemos esos límites y nada puede existir. Se desintegran entes, cosas, hechos, acciones, regiones, sectores de espacio y tiempo, y, en definitiva, se pulveriza todo cuanto hay.
Por eso mismo, los modos más eficaces para destruir la existencia de algo real, consisten en atacar la propiedad mediante diferentes modos.
Algunos ejemplos ilustrativos son los siguientes:
- La afirmación, más o menos general, de que las cosas y los existentes no están en vínculo de propiedad con nada, no pertenecen a nada, existen, per se, como meros fenómenos aislados de todo lo demás, como cuando se afirma el libre albedrío como determinante de la voluntad, o como cuando se dice que los datos que se reciben por los órganos sensoriales, no son datos de nada, sino fenómenos con existencia propia. Un paradigma de tal tesis es el modelo de mundo, atomizado y desintegrado, postulado por David Hume.
- La atribución de propiedad falsa cuando se sostiene que, algo que se dice, es de algo que no es. Decir que un enunciado enuncia lo que uno piensa cuando no es así, sino que se sujeta a lo que el otro quiere oír, o a lo que a uno le interesa que el otro oiga, o decir que un dato es de algo, de lo que no es dato, sino que es invención que atribuye, lo dado, a algo que no da eso, sino otros existentes diferentes.
- Referirse a una cosa sin atenerse a ella en modo alguno, sino sujetando el discurso a fines de impacto en el receptor, como cuando el retórico habla, pareciendo que dice algo de alguna cosa, sin decir nada de ella, e, incluso, diciendo de ella lo que no es de ella sino de él mismo o de otra cosa diferente.
- Obtener el dominio de la voluntad ajena mediante construcciones engañosas, y, además, atribuirle al dominado la noción de que es autónomo e independiente de las malas artes que el manipulador usa para generarle apetitos, tendencias o aversiones. Hacerle creer que lo que quiere o desea es propio de él, siendo propio del sujeto que le engaña.
- Apoderarse mediante falsedad, engaño, coacción o cualquier otro tipo de violencia del dominio sobre algo, restándoselo al ser o la cosa de la cual es propiedad natural o legítima.
- Obligar a alguien, bajo chantaje vital o existencial de cualquier tipo, a que funcione bajo imperativos que chocan violentamente contra sus propios principios, otorgándole la propiedad de esos usos funcionales, que no salen de él, sino de la violencia que se ejerce sobre él.
- Engañar en las transacciones sobre el valor de las cosas que se intercambian, de modo que el otro adquiera algo menos valioso que lo que da a cambio. Especular con las cosas de forma que se cause inflación, por la que el valor del dinero en circulación pierde valor de adquisición.
- Explotar a los productores de algo, restándoles beneficios derivados del producto de su trabajo, cuando la riqueza producida es distribuida injustamente.
- Abolir la propiedad material o estipular unas leyes que permitan hacer operaciones económicas legales mediante las que unos se apropien de lo que es de otros.
- Efectuar violaciones de acuerdos o contratos efectuados de manera legítima.
- Emitir difamaciones, calumnias o acusaciones falsas, atribuyendo a alguien el hecho de causar daños que no ha causado, o rasgos y modos de ser que no se corresponden con lo que de verdad es.
- Quitarle a alguien la vida, sus herramientas o medios para ganársela, o las facultades necesarias para ganársela.
- Hay muchísimos modos de violar los «de», que dan forma esencial y existencial a la realidad, pero quizá habría que destacar aquellos que deforman al ser humano en sus etapas formativas; los que le corrompen; los que le hacen funcionar bajo determinantes anti-reales; los que le privan de su condición real; los que, una vez instauradas las creencias oportunas, le convierten en una entidad hostil a la realidad, y, en cuanto a tal, vive de los recursos que la realidad le ofrece, al tiempo que destruye su existencia.
Lo propio de un ser humano es su fidelidad a la realidad, efectuando sus actividades en sujeción a la verdad y a la honradez. Si se le sustrae ese carácter real, no solo se le arrebatará a él, sino que sus consecuencias se propagarán al efectuar sus relaciones interpersonales privadas de tales cualidades.
Ahora bien, cuando la corrupción, la deshonestidad y la falsedad se convierten en una moda imperante en los centros de decisión de una población ―políticos, empresariales, financieros, etc.― su propagación hacia todos los sectores sociales es prácticamente inevitable, y, además, a gran velocidad.
La palabra honradez se escucha poco últimamente, tal vez por aquello que impera de que todos somos iguales, con cosas buenas y malas. Desde esta perspectiva de igualación de todo ser que habita este mundo, no se puede aspirar a ser honrado, ya que parece ser, según el pensamiento dominante, que siempre se encontrará dentro de ti una parte deshonesta, corrupta, poco honrada…
Nada más lejos de la realidad, ya que hay gente honrada en el mundo, que no se dedica a engañar al prójimo, sino que con frecuencia, es más bien engañada, y posee de suyo, muchas propiedades reales.