La libertad del albedrío
Se llama albedrío a la potestad de obrar por reflexión y decisión, a lo cual se suele aludir con la expresión libre albedrío.
El libre albedrío ha sido una de las cuestiones más debatidas a lo largo y ancho de la historia de las ideas, aunque un balance intuitivo de su resultado parece inclinar la balanza hacia en la dirección de que el ser humano posee dicha facultad.
No obstante, no es un concepto independiente de una variedad de intereses religiosos, ideológicos, sociales o políticos, lo cual puede haber afectado a su credibilidad.
Uno de los puntos fuertes de su trasfondo está asociado a las condiciones de responsabilidad y culpa.
La idea del libre albedrío podría desmoronarse por varias razones.
La primera sería la defendida por el conductismo radical, pues sostiene que las acciones y reacciones humanas están determinadas por estímulos del entorno del individuo.
La segunda estaría bien representada por el supuesto organicista que trata de justificar las acciones y reacciones por determinantes genéticos y fisiológicos.
La tercera la podemos especificar en términos de que un ser humano adulto tiene definida su forma de ser por un sistema de creencias que constituye el determinante último de sus acciones.
Hay suficiente evidencia de que las dos primeras formas de rebatir el libre albedrío no se pueden sostener, pues las actividades de relación de un ser humano no están regidas, ni por su organismo, ni por los cambios físicos que ocurran en el lugar en el que se encuentre, por lo que no haré hincapié en este asunto.
Descartadas ambas, el debate hay que establecerlo entre un albedrío libre o un albedrío causado por las propias creencias constituyentes de la persona.
En el supuesto del albedrío libre, se atribuye la responsabilidad de las acciones al individuo, entendido como un sujeto que puede hacer una acción eligiéndola de todas las posibles en plena libertad.
Si la admitiéramos, eso significaría que sus acciones serían independientes de su propio sistema de creencias y de cualquier otro factor de posible determinación, lo cual nos conduciría a que cualquier persona podría hacer cualquier acción en cualquier momento o circunstancia. Esto, evidentemente, es falso.
El hecho de que podamos pronosticar algunas cosas que harán (o que no harán) las personas que conocemos, en determinadas circunstancias, y sin equivocarnos demasiado, nos permite trabar y mantener relaciones con ellas, o alejarnos, fundándonos en los modos de ser que creemos propios de ellas o que les atribuimos.
Si la libertad de acción de cualquier ser humano fuera cierta, el mundo sería un caos impensable, y, además, la psicología como disciplina de estudio de la conducta humana, carecería de sentido.
Dicho esto, por nuestra parte debemos concluir que no hay libre albedrío, sino formas de ser definidas por creencias residentes en el agente, que explican su comportamiento cuando interaccionan con las circunstancias que se le presenten.
Ahora bien, este planteamiento nos lleva a replantear las cuestiones de la responsabilidad y la culpa de las acciones de los individuos.
Podría dar la impresión de que, si lo que alguien hace está causado por su modo de ser, el propio individuo carecería de albedrío al que imputarle la responsabilidad, por cuanto no podría elegir no hacerlo.
No obstante, es exactamente al revés. Precisamente, si es el modo de ser del individuo el que determina sus acciones, la responsabilidad de las mismas es de ese concreto modo de ser y, por lo tanto, es responsable de lo que haga.
Otro asunto distinto es que, en determinadas circunstancias, el modo de ser tenga menos peso en las decisiones de la persona, que las presiones del entorno para que obre de algún modo ajeno o contrario al mismo. En tal caso la personalidad se anula y el entorno cobra el control de su conducta. Esa sería la excepción en la que el conductismo tuviera algo de razón.