La maldad televisada al desnudo
Viendo y escuchando por la televisión a los cabecillas del golpe de Estado en Cataluña, incluso en entrevistas, mítines y todo tipo de declaraciones; viendo la solemnidad con la que mienten; viendo como razonan, discuten y contra-argumentan cuando se les opone la verdad… diríase que tienen razón o que dicen la verdad, y uno tiene que tirar de memoria, de sabiduría, de datos, de hechos, y del examen de sus propias creencias para no dársela.
Es decir, en el bis a bis, en la observación de su mera conducta, escuchando directamente sus declaraciones, etc., uno puede llegar a creerse que ellos creen lo que dicen, a pesar de que eso es evidentemente falso, pero el hecho de que parece que lo crean abre una disyuntiva que es necesario resolver: a) Deliran, b) No deliran y soy yo el que está infinitamente equivocado, o, c) Disponen de una maldad insólita.
Solo se llegará a la opción c tras descartar las opciones a y b, lo cual no suele ser automático y, aun así, si la persona no sabe que existe la maldad pura y dura, le costará trabajo creerla del todo y sin ningún género de dudas.
Imaginemos esto mismo en otro tipo de escenarios, en casos en los que la mala persona sea alguien próximo, un familiar, alguien allegado, y cuyo relato no esté tan claro que sea radicalmente falso. Lamentablemente, muchas personas la creerán y, como consecuencia de eso, ellas mismas se pondrán en riesgo de padecer diversos tipos de consecuencias perjudiciales.
Con el instrumento de la mentira adquieren un enorme poder sobre los demás, pero se trata de una mentira que excede de las mentiras habituales de la mayor parte de la gente. Este tipo de mentira, que no es defensiva sino ofensiva, para ser sostenida sin titubeo alguno, requiere, como dije antes, un radical desprecio a la realidad.
Tratar la realidad como si fuera materia prima moldeable al antojo del sujeto, tanto al enunciarla, como al operar sobre ella para satisfacer la propia voluntad de cambiar el entorno según el propio arbitrio, es una de las características más marcadas del anti-realismo y de su vertiente ejecutiva en que consiste el poder.
Comprendo que la palabra maldad está pasando al baúl de las que caen en desuso social y llegan al término de su obsolescencia comunicacional. Aún subsiste su antónimo, la bondad, pero resignificándose velozmente para hacerse sinónima de la tontería, la estulticia o algo parecido.
No obstante, la gente sigue entendiendo en su intimidad qué significa la maldad, aunque no termine de comprenderla ni de percibirla materializada en actores de carne y hueso.
Por lo general, las noticias que llegan de los malos se reducen a una infinidad de películas de psicópatas esperpénticos y sanguinarios o a las informaciones de asesinos o violadores que emiten los noticiarios pendientes del número de televidentes o de oyentes.
Esos malos, ficticios o existentes de suyo, responden a un patrón muy llamativo limitado a la sustantivación de acciones manifiestas, es decir, el que hace la acción de asesinar es un asesino.
Esa inducción de la conducta observable al nivel ontológico o sustantivo del ser que va desde lo que alguien hace a lo que dicha persona es, genera un sesgo por el que se reduce dicha personalidad a la de “asesino” y solo a la de asesino.
Con esa operación no se agrega información alguna que permita llegar a saber cómo es dicha persona, ni nada más acerca de ella, cuando lo cierto es que con toda seguridad hace muchísimas más cosas además de asesinar, entre las cuales pueden encontrarse otras que sean igual de malas o peores, y, también, algunas que le proporcionen una imagen benigna.
Ahora bien, todas esas acciones, además de la de asesinar, son producidas por formas de relacionarse, tendencias, voluntades, creencias, intenciones, pasiones, planes de acción, tomas de decisión, estrategias, etc., que son funciones psicológicas propias de cualquier persona y cuyo análisis daría cuenta de la conformación concreta de su maldad.
Si se describiera todo eso en vez de sustantivar el verbo de la acción dañina, no sería una mera inducción reductiva, sino una tesis que se acercaría a su personalidad y a la posibilidad de percibirla en el sentido de acceder a su modo de ser, y no solo de actuar.
En la mayoría de los asesinatos, por ejemplo, tendríamos una visión mucho más acertada del asesino, no limitada a ser mero asesino, sino ampliada a ver una mala persona que comete asesinatos.
Pero es que muchas malas personas no asesinan o, cuando lo hacen, nadie sabe que lo han hecho, ni son detenidos por la policía al no transgredir manifiestamente las leyes. Pueden cometer y cometen múltiples maldades dentro de un funcionamiento perfectamente alevoso, de las que nadie o casi nadie se percatan, o solo se dan cuenta sus víctimas directas sin posibilidad alguna de demostración.
En relación con lo que está pasando en España con el golpe de Estado en Cataluña y con el seguimiento informativo que están efectuando los medios de comunicación, no nos sirve de mucho ver como meros golpistas a quienes están dando un golpe de Estado.
Los golpistas se cuentan por cientos de miles, pero se trata, como siempre, de una revolución que no surge espontáneamente de ningún pueblo, sino de un movimiento gestado por un poder sindicado que, operando sobre dicha población, la pone a su servicio para conseguir la meta de incrementar su propio poder político, social y económico.
Es una constante en todas o casi todas las revoluciones que se han hecho a lo largo de historia, y, también lo es que esos mismos síndicos atribuyen al pueblo revolucionado la sustantividad espontánea de hacer la revolución, de la cual dicen ser meros mandados. Sin cabecillas, agitadores, aparatos de movimiento de masas, mucho dinero, y, en definitiva, un sindicato de poder no hay revolución alguna.
Lo cierto es que los miembros de esa mafia organizada se están explayando a gusto haciendo infinidad de declaraciones y acciones que son un auténtico catálogo de una maldad ortodoxa televisada en directo.
Ante este regalo informativo no se debe perder la ocasión para hacer una breve reflexión acerca de cómo es y cómo opera la maldad en este tipo de escenarios.
En primer lugar el actual golpe de Estado no es una reacción improvisada ante un cierto estado de cosas que sea intolerable para la población, sino todo lo contrario.
Alexis de Tocqueville[i] dijo acerca de la Revolución Francesa en junio de 1856: “nunca hubo acontecimiento más grande, traído de más lejos, mejor preparado y menos previsto”, haciendo alusión al hecho de que dicha revolución no fue un levantamiento popular espontáneo, como se ha pretendido explicar, sino un movimiento político, inicialmente carente de respaldo popular, que consiguió agitar al pueblo llano para llevar a cabo sus fines. De hecho los agitadores pertenecían a la burguesía, mientras los agitados pertenecían al proletariado.
El poder de la burguesía manipuló al pueblo para destruir el Estado monárquico destituyendo o asesinando a sus componentes y crear un nuevo régimen político en el que ocupar las máximas instancias del poder.
En Cataluña, la burguesía catalana está haciendo lo mismo o algo muy parecido, si bien con el agravante de que lo hace en un Estado democrático en el que, se supone, que la soberanía reside en el propio pueblo.
Es obvio que de salir triunfante dicho golpe, los propios golpistas pasarían a tomar el poder omnímodo del nuevo Estado, pero haciéndose pasar por servidores de un mandato popular.
La conducta manifiesta de estos nuevos golpistas, manifiestamente criminal, inmoral, perjudicial en grado máximo para la población general, e ilegal bajo cualquier código desde el que se la juzgue, sorprendentemente, a día de hoy no les ha llevado a la cárcel.
Puede que eso sea responsabilidad, no solo de la estrategia de acciones programadas y estudiadas para bordear el filo de las leyes, sino de la cautela del Estado que trata, a toda costa, de no darles argumentos para justificar su levantamiento.
Dicha situación viene asociada al sempiterno victimismo esgrimido en la mayoría de las revoluciones más sonadas.
Los argumentos que esgrimen los golpistas de Cataluña, en este caso de modo grotescamente falso, reproducen uno por uno, mutatis mutandis, los de la Declaración de Independencia de las Colonias británicas en territorio americano. Su similitud es asombrosa, tanto más, en cuanto las situaciones políticas en un caso y en el otro, no son fácilmente comparables.
Los golpistas pretenden hacer creer al resto del mundo que son un pueblo oprimido por una tiranía que les roba; que les obliga a funcionar bajo leyes injustas; que les priva de la libertad y la búsqueda de la felicidad; que les pone bajo poderes ilegítimos sin el consentimiento de los gobernados; que padecen una larga serie de abusos y usurpaciones, dirigida invariablemente al mismo objetivo, que es someter al pueblo a un despotismo absoluto… Tal ha sido el paciente sufrimiento de esa nación; y tal es ahora la necesidad que la compele a independizarse del Estado, lo cual les aporta la legitimidad, el derecho, y el deber, de derrocar el régimen al que pertenecen y garantizar su futura seguridad.
Este relato, producto de un corta y pega, perezoso y grotesco, está destinado a que sea admitido como el verdadero, para las propias víctimas de la población catalana y para periodistas y políticos radicalmente ignorantes del resto del mundo.
La maldad inventa un relato de lo que hay, le inyecta una energía enorme por medio de la propaganda general y la educación en colegios, lo repite miles de veces, y muchísima gente se lo acaba creyendo.
Una vez creído por muchas personas y, de forma un tanto mágica, parece adquirir prueba de verdad, sin más argumento que el de que haya gente ignorante que lo acepte, por lo que se produce la conversión mística desde su radical falsedad al nivel de realidad.
Hasta aquellos que sepan la verdad tendrán que hacer el esfuerzo de seguir creyendo lo que creían en contra de lo que crean millones de personas.
La falsedad de la maldad es de tal magnitud que requiere un desprecio infinito a la verdad, lo cual resulta inverosímil para la mayor parte de la gente: «¿cómo puede alguien inventar un relato radicalmente opuesto a la verdad y hacerlo pasar por la verdad? No, eso no puede ser, seguramente algo de verdad tendrá…».
[i] De Tocqueville, Alexis; El Antiguo Régimen y la Revolución; Edición de Antonio Hermosa Andujar; Istmo; Madrid, 2004
Muy buen artículo, felicidades. Debería divulgarse más, para que todo el mundo se dé cuenta de lo que en realidad está ocurriendo en Cataluña, pero sobre todo para sacar del baúl de los recuerdos términos esenciales como la bondad y la maldad.
En esta época hay una gran necesidad de información y análisis de lo que ocurre que, al menos, vengan dados por un mínimo respeto a la verdad y por una finalidad exenta de manipulaciones. Gracias por el comentario.
Que gran artículo, que clarificador. Tenía la intuición de que estaba sucediendo lo que indicas en el artículo pero no estaba seguro, ahora ya he salido de dudas. Muchas gracias
Me alegro de que te haya sido de utilidad.
Gran artículo: concreto, directo y clarificador. Ahora habrá que asistir a este esperpento repetitivo y no parece que la población común preste real atención al hecho. Parece que con verlo o escucharlo por los medios o seguir las redes sociales, ya formamos una opinión.
Es cierto que la población general no está lo suficientemente activa ni participativa en los asuntos que nos conciernen a todos. Cuando los políticos no hacen bien su trabajo es el resto de la población la que tiene que recordárselo, pero creo que el sentir general es de impotencia ante lo que ocurre, lo cual es síntoma de una sociedad pobre y en decadencia. Esperemos que la gente reaccione mejor y que surjan nuevos grupos que gestionen los problemas con toda la sabiduría que les falta a los actuales. Muchas gracias por el comentario.
Genial artículo! Hasta los que intuimos lo que está pasando, muchas veces no encontramos las palabras exactas o la forma de trasmitirlo a los demás. A veces siento que hablo otro idioma cuando expongo mis argumentos. Y las respuestas de los demás me dejan desarmada, porque el dialogo se termina cuando me doy cuenta que no partimos de las mismas bases. Cuando después de mucha saliva y esfuerzo me tropiezo con que mi interlocutor no encuentra que una contradicción sea un problema o piensa que «cada uno tiene su realidad» y eso justifica cualquier mentira…no veo cómo seguir hablando.
El problema es que debajo de este problema catalán y de muchos otros… quitando capas y capas de opiniones, sentimientos y datos más o menos objetivos, lo que aparece es una visión concreta (o bastante difusa) del Mundo, del Ser humano, de la Realidad y del Bien y el Mal. Y ahí es donde casi todos patinamos. Ahí es donde hay una diferencia abismal entre unos y otros.
En Cataluña la educación está claramente manipulada, pero algo pasa también en la educación de todo un país que no distingue entre el bien y el mal, que prefiere ponerse del lado o esforzarse en entender «al malo» más que al bueno. Y que se le llena la boca con palabras como libertad, democracia, diálogo…pero no entiende que todo eso hay que defenderlo, y a veces no solo con palabras.
Por eso me indigno cuando alguien, cargado de “Buenísimo” y, por supuesto, respaldado por toda la “cultura” de lo “políticamente correcto”, dice: es que hay que dialogar. Y en ese fantástico instante… acaba de encontrar la solución al problema 😉
Gracias Carlos
Tratar de hablar con cualquier persona cuyos argumentos residan en una primaria negación de la realidad equivale a realizar artificialmente a dicha persona.
Si de verdad creen que la realidad, con todos sus principios incluidos, no existe, cualquier cosa que digan queda invalidada, pues de no existir la realidad no podrían hablar, ni vivir, ni pensar. La nada no puede discutir.
Lo cierto es que, aunque no creen que dicha negación sea cierta, la emplean como arma de ataque contra aquellos a los que quieren someter o destruir tratando de meterlos en paradojas irresolubles o simplemente para desmontar cualquier argumento real que se les oponga.
Su defensa del diálogo no equivale a querer hablar de verdad, descubriendo lo que cada cual piense o crea, sino de ese tipo de diálogo en el que ellos, cargados de sofismas, falacias, mentiras, retórica y todo tipo de malas artes tratarán de vencer a su interlocutor, no en su razón sino en las simples apariencias ante un supuesto público “neutral”. A eso se dedicaban los sofistas, Protágoras, Gorgias, etc., en la Democrática Atenas.
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