La maternidad en la encrucijada
Seguramente hubo algún momento en la historia en el que algo primariamente natural como es la maternidad empezó a incluirse en el conjunto de lo problemático. A partir de ahí el proceso de desnaturalización del hecho ha llegado a su culminación.
Su actual carácter artificial lo especifica como un puro problema que, en primer lugar, emerge en el pensamiento de la mujer candidata a ser madre y, como consecuencia inmediata, trasciende de diversos modos a la descendencia o a la ausencia de ésta.
No obstante, el problema no solo es vivido por la mujer, como madre posible, sino que las voluntades asociadas a él conciernen a una dimensión más amplia, de índole sexual, sociológica y vital.
Puede molestar a la mujer que determinadas voluntades presentes en una determinada atmósfera familiar o social la impliquen a ella, obligándola en cierta medida a darles cumplimiento, aunque esto depende de la fuerza de que disponga cada parte de las que estén en oposición.
No obstante, en primer término, todo apunta a la marginación o negación de la figura paterna que viene a considerarse como intrusiva: eliminación del padre en la procreación y su sustitución por simple esperma; una revolución en la noción de propiedad, por la que la madre se considera dueña del descendiente, partiendo de la idea de que cuando éste era embrión lo consideró como una parte más de su organismo, haya o no padre efectivo de la criatura; a la adopción por parte de la madre de una posición de monopolio formativo que sitúa al padre, cuando lo hay, como una figura de simple apoyo material; la supresión de la noción de autoridad paterna encumbrando la de autoridad materna… En definitiva, el padre, caso de haberlo, va quedando relegado a ser un convidado de piedra, lo cual le priva de cualquier clase de derechos que anteriormente tuviera, si bien, conserva todos o gran parte de sus antiguos deberes materiales.
En segundo término, se ha independizado radicalmente la voluntad individual de la maternidad del contexto sociológico en el cual tenga lugar. Si antiguamente la atmósfera social influía de diversas maneras en la voluntad de una mujer de tener o no tener hijos, dicha dimensión sociológica, que posiblemente incluyera alguna razón de verdadero interés social, ha desaparecido, siendo sustituida por la libertad plena de la mujer individual tanto en la voluntad como en la acción.
Es obvio que la voluntad individual de cada mujer concreta está siendo llevada a efecto con total independencia de factores externos que anteriormente pudieran condicionarla.
Ahora bien, dicha voluntad es causa final del hecho de ser madre o no serlo desde el inicio mismo de la concepción o la contracepción; de la continuidad o interrupción voluntaria del embarazo; de la dación o no del hijo nacido a otras figuras de seguridad sustitutivas; de asumir, o no, la hegemonía educativa del hijo y, con ésta, de llevar a efecto los fines o motivos por lo que optó a favor de tener el hijo.
Primero vino la liberación sexual de la mujer y poco después su liberación en todo lo relativo a la maternidad, lo cual la ha conducido a disponer de derechos individuales absolutos sobre la reproducción humana.
La revolución ocurrida en esta materia, partiendo de la reproducción espontánea derivada de mantener relaciones sexuales con un varón, hasta llegar a la reproducción voluntaria efectuada con plena independencia y autonomía, ha modificado sustancialmente el curso de la generación de seres humanos.
Antes nacieron niños deseados y no deseados con cualquier tipo de dotación genética, lo cual produjo una enorme diversidad de formas de vida diferentes. A partir de dicha revolución, que determina la sujeción de la reproducción a fines concretos de índole individual, nos encontramos bajo criterios eugenésicos de nacimiento y con los fines maternos impresos en los niños que nazcan.
Si una mujer decide tener un hijo lo tendrá y tendrá el que ella quiera genéticamente. Si no lo quiere, no lo tendrá y no tendrá el que no quiera genéticamente.
Han desaparecido los factores causales que, con considerable independencia de la mujer, determinaban el nacimiento de las nuevas generaciones, y lo que es más importante, la voluntad de la mujer al respecto está determinada por fines y propósitos, como cualquier otra voluntad.
Nadie pregunta a la mujer para qué quiere tener un hijo, habida cuenta de que solo lo tendrá si quiere tenerlo y, si no quiere, no lo tendrá, aunque posiblemente solo ella sabrá la verdad al respecto.
Ahora bien, ese fin elaborado o concebido voluntaria e individualmente, sellará en gran medida el destino vital y posiblemente biográfico de dicho niño. Ha nacido para algo por pura voluntad materna. ¿Para qué? Posiblemente no lo sabrá nunca, pero influirá sin duda a lo largo del curso de su vida, mediado por una infinidad de acciones y decisiones maternas congruentes con dicho fin.
Se trata de un gigantesco poder otorgado a la mujer anulando de pleno cualquier influencia que tuvieran la naturaleza, la sociedad o los hombres sobre la reproducción y la formación básica de la personalidad de los nuevos individuos.
No podemos dar por supuesto que todos los fines para los que nazcan todos los niños serán fines egocéntricos, malvados, utilitaristas, o cuestionables de algún otro modo, pero entre todos los fines que muevan la procreación, sin duda habrá una proporción considerable de esos tipos.
¿Cómo afectará al desarrollo, a la sustantividad y a la identidad de los niños nacidos bajo tales condiciones?
Por otro lado, esta faceta de la mujer en torno a la maternidad se encuentra inserta en el actual feminismo por el que el género femenino, e incluso la feminidad de nuevo cuño, están siendo dotados de un poder añadido en multitud de aspectos sociales, económicos, legales y políticos.
La apropiación en exclusiva de la reproducción humana por parte de uno de los géneros se suma a la lucha de clases desatada políticamente, que trata de utilizar a las mujeres contra los varones, para la generación de conflictos sociales.
Dentro de esa lucha se promueve intensamente la incorporación paritaria de la mujer al mundo laboral, de forma que no se valore bien el hecho de que una madre opte por ocupar la mayor parte de su tiempo efectuando el rol de madre, en vez de dedicarse al trabajo.
Aquellos que presumen de llevar a cabo “políticas de igualdad” como si de un bien absoluto, evidente y benigno se tratara, ocultan muchas cosas a sus destinatarios que, obviamente no pueden ser otros que aquellos que confían en que saldrán ganando algo con los cambios políticos que se les prometen.
En la actualidad se da por supuesto que esa igualdad se refiere a la igualdad entre hombres y mujeres en lo relativo a aspectos como la reducción de la llamada brecha salarial y la ocupación paritaria de puestos jerárquicamente altos tanto en el sector privado como en el público.
Al mismo tiempo se incluye la pretensión de igualar a hombres y mujeres en lo relativo a la ejecución de tareas referidas al cuidado doméstico y de los hijos.
La denominada brecha salarial no es debida a que los hombres reciban mayor salario que las mujeres por efectuar el mismo trabajo, dado que está prohibido legalmente desde hace décadas, sino a que trabajen en los puestos que en la actualidad son ocupados en mayor proporción por los hombres.
Cuando se proponen tales objetivos para el conjunto de la población, partiendo de una situación previa en la que hay desigualdad entre las clases de hombres y mujeres, bajo el presupuesto de que se trata de un bien común o de un bien para el conjunto de las mujeres, lo lógico es que se parta de una investigación profunda y extensa de las causas que expliquen dichas desigualdades y, también, de una evaluación de las necesidades y los deseos poblacionales de cambiar el estado de cosas presente.
Saber cómo son las cosas actualmente y cuál es la causa de que sean así, tendría que ser lo mínimo imprescindible para acometer un cambio político que, bajo una supuesta defensa de los derechos de las mujeres, esconde nuevas exigencias, obligaciones y deberes para ellas.
Supongamos que, tras los cambios legales, la inversión económica correspondiente y la oportuna propaganda, se examina el estado de la paridad dentro de unos pocos años encontrándose que la situación no ha variado de forma significativa, y sigue existiendo el llamado techo de cristal por el que hay menos mujeres que hombres ocupando altos cargos.
¿Qué hacer entonces? Si teniendo hombres y mujeres exactamente las mismas oportunidades para ese tipo de trabajos, hay un número insuficiente de mujeres que quieran ocuparlos que impida llegar a la paridad, ¿se ejercerá mayor presión social y propagandística sobre ellas? ¿Se las obligará por ley a hacer lo que no quieren? ¿Se les hará un lavado de cerebro para conseguir que quieran ocuparlos? ¿Se eliminarán cargos ocupados por hombres?…
Las desigualdades actuales en dicha materia son atribuidas, sin ningún tipo de investigación previa, a la cultura machista y patriarcal en la que se afirma que vivimos, como si eso perteneciera al sistema de creencias de la clase de los hombres destinado a la subyugación de las mujeres, lo cual implica, como en otras áreas adyacentes, que el hombre es malo y la mujer, siendo buena, es víctima de él.
Ahora bien, hay una determinada oposición entre la dedicación necesaria para ejercer el papel de madre, al menos hasta la primera adolescencia de los hijos, y la dedicación profesional para ejercer cargos laborales al mismo nivel que los varones.
Hasta la fecha, dicha oposición que puede llegar al nivel de una total incompatibilidad entre maternidad y profesión ha dado lugar a que una proporción significativa de mujeres haya priorizado la maternidad sobre el trabajo remunerado.
Ahora bien, esa decisión tomada por muchas mujeres, ¿se ha debido al machismo, al patriarcado, a su subordinación a los varones, a algún impedimento legal que las obligara o a algún otro factor causal que impidiera a dichas mujeres tomar la decisión contraria?
La explicación de todas y cada una de las decisiones tomadas por mujeres que han dado prioridad a la maternidad en detrimento del trabajo remunerado habría que pedírsela a cada una de ellas y, salvo que vivamos en una brutal tiranía de clase, hemos de suponer que adoptaron sus decisiones con el suficiente grado de libertad y autonomía como para entender que su voluntad no fue coaccionada por factores externos a ellas mismas.
Ahora bien, si hace algunas décadas había una proporción mayor de mujeres que optaban por la maternidad en comparación con la que actualmente existe, parece evidente que la explicación reside en un conjunto muy complejo de factores, entre los que no hay que descartar la ingeniería social llevada a efecto y, cada vez más, con una mayor intensidad.
El conjunto de políticas y de cambios ideológicos y culturales que toman por objeto la sexualidad y la reproducción humanas, no solo han conseguido terminar con la reproducción espontánea no sujeta a fines, sino que también ha reducido drásticamente la reproducción voluntaria al hacerla contradictoria con el ideal establecido de mujer contemporánea orientada al éxito social y laboral en sustitución de los ideales precedentes.
Basta con ver las tasas actuales de reproducción en Occidente para percatarnos de que están muy lejos de alcanzar el nivel de reemplazo. La población occidental tiende a extinguirse a una velocidad alarmante.
La eficacia de la ingeniería social actual es impresionante, capaz de volver el mundo del revés a una velocidad vertiginosa, y hasta de convencer mayoritariamente a grandes poblaciones de ideas que son letales para ellas mismas sin que ni siquiera se percaten de la manipulación brutal a la que están siendo sometidas.
Gracias por el artículo Carlos. Son momentos existenciales muy duros.
Gracias a ti. Un saludo
como siempre,estoy muy cerca de lo que dices
creo que la manipulacion a las mujeres por parte de la sociedad politica es brutal
La expresión que empleas “sociedad política” me parece enormemente acertada. No es solo la clase política en España o los dirigentes político-económicos que marcan la hoja de ruta mundialista a los dirigentes nacionales, sino que estamos ante múltiples organizaciones sociales ordenadas entre ellas que efectúan un papel importante para implantar socialmente dichas políticas de manipulación y control. Cada vez se puede distinguir mejor esa sociedad política como la parte orgánica de la sociedad, que adopta los dictámenes de esas clases dirigentes, de la sociedad existencial en la que las personas viven al margen de ellos. Por ejemplo, la convocatoria de la huelga anual universal de mujeres que es efectuada por quienes están en el poder es seguida por esa sociedad política, pero no por las mujeres que viven con independencia de esos dirigentes y que son el objeto último de la manipulación. Lo inaudito e históricamente novedoso es ese tipo de “huelga” que está al servicio del poder. Muchas gracias por tu comentario.
Hacer creer a la juventud occidental ese relato de opresión del hombre sobre la mujer a lo largo de toda la historia de la humanidad es una auténtica barbaridad.
Lo más increíble es como esa teoría del patriarcado esta calando en la sociedad como una verdad completamente irrefutable.
Da miedo, cada vez nos acercamos más a uno de esos futuros distópicos que aparecen en las novelas.
Gracias por tu articulo Carlos.
De hecho, no creo que dichos mensajes calen de verdad en personas formadas, con experiencia o que todavía conserven el sentido común. Se trata de una revolución a largo plazo que se basa en el adoctrinamiento de la población desde la más tierna infancia. Es cierto que esa distopía que se va materializando demuestra hasta qué punto la humanidad es vulnerable a admitir ideas irreales dentro de su creencias generalizadas de las que dependerán sus conductas futuras. Gracias a ti.
Nunca vi dar tantísima importancia a las diferencias que puede haber entre el hombre y la mujer. Antes cada uno se ocupaba de cumplir su rol dentro de la familia y se dejaban de machismos, feminismos y demás. Y antes, no existía tanta conflictividad dentro de las familias como existe hoy en día ¡Es increíble la cantidad de separaciones, juicios y demás rollos en cuanto a la familia que hay!
Con esos idearios ficticios y anti-reales están consiguiendo cargarse la familia tradicional. El amor natural que debe haber entre un hombre y una mujer para la necesaria reproducción de la especie, está extinto, sino en vías de extinción. El hecho de que la especie humana se reproduzca en laboratorios ya es real, las ideas que quieren que aceptemos las personas como válidas, ya gobiernan a la especie humana… Algo de resistencia hay, pero muy poca.
Al final el ser humano va a nacer sin padre ni madre, con las ideas que se introduzcan en su cerebro (que son aquellas que la maldad quiere que rijan al ser humano), como si tratara de un robot al cual se le introducen órdenes por medio de un pen-drive.
Quedarían así encima de la realidad, de toda la creación, manejándola a su antojo. Siempre buscan eso, quedar encima.
Buen artículo, aunque la verdad es que hablar de la sociedad actual es como escribir relatos de terror.
Tienes razón. Lo único, hay que hacer la precisión de que esa nueva especie ya no será “ser humano” sino ese ideal que tiene el transhumanismo de acabar con el ser humano. Gracias por el comentario.