Blog de Carlos J. García

La objetividad y la subjetividad

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Toda actividad humana de relación con el exterior ha de tener, necesariamente, un componente subjetivo y un componente objetivo.

Tanto si se analiza la representación que hace un individuo de los objetos que perciba, como si se analiza la existencia que efectúa un individuo hacia el exterior, estamos dando por supuesto que tiene que haber alguna forma de relación del individuo con algo exterior a él, con el entorno circundante o con cosas que no son él mismo.

Si un individuo tiene cortadas sus relaciones con el mundo exterior, por cualquier causa, ya sea orgánica o informacional, ¿cabe hablar de objetividad o  de subjetividad en tanto factores componentes de sus actividades de relación cognoscitivas o existenciales?

Si no hubiera relación entre la persona y el entorno, los conceptos de objetividadsubjetividad carecerían de sentido, por el hecho mismo de que estos dos conceptos se refieren a dos componentes, ambos necesarios, de las actividades de relación.

Si sólo existe lo exterior, no existe el «yo», pero si sólo existe el «yo», no existe lo exterior y, como para que exista uno de esos dos polos ha de existir necesariamente el otro, toda existencia resultaría imposible si solo existiera uno. Nada puede existir en ninguno de ambos casos, por lo que hablar de existencia, se tornaría absurdo.

Entendemos como lo subjetivo de una persona lo que de ella, no del objeto, constituya la acción, la representación, el pensamiento o el sentimiento que ponga en relación a dicho objeto.

Las filosofías que han defendido la subjetividad extrema, coinciden exactamente con la postura que niega la existencia misma de las cosas, o se elabora como si las cosas no existieran, lo cual las sitúa en el plano de lo absurdo, pues hablar de relación sin cosas es imposible.De igual modo, en el plano de la existencia, hablar de subjetividad existente, sin cosas o seres exteriores al individuo, también es absurdo.

La subjetividad perfecta, que es la negación de las cosas en su existencia abierta a sus relaciones con otras y con el observador, no permite hablar de conocimiento, ni, tampoco, de existencia.

Si el individuo efectúa la tarea de representar la cosa con la exclusiva y absoluta participación de sí mismo, estaríamos diciendo que pone todo de él y sólo de él, al hacer esa representación, y que no toma nada de la cosa para enunciarla o representarla. Esta sería la máxima “subjetividad” posible.

Por otro lado, en el caso extremo de que se efectúe la tarea de representar la cosa con la exclusiva y absoluta participación de la propia cosa en tal representación, se estaría afirmando que el agente no pone nada de él en tal acción y que toma todo de la cosa para enunciarla o representarla. Esta sería la máxima “objetividad” posible.

Un asunto interesante, se refiere a si los datos directos, ofrecidos por el objeto al agente del conocimiento, son suficientes para lograr la mejor representación posible, e, incluso, si restringirse a tales datos  garantizando la máxima objetividad, optimiza su representación, o si, por el contrario, el agente puede contener algo en él que pueda potenciar la eficacia de la simple objetividad para representar la cosa mejor, que si se restringe a tales datos.

En la ciencia positivista se supone que la objetividad pura sería la cualidad que tuvieran las representaciones que el observador hiciera de las cosas, ateniéndose exclusivamente a los datos que las cosas dan de sí mismas, o aquellos que el investigador consigue extraer de ellas haciéndolas reaccionar experimentalmente a las operaciones que él les haga o a las condiciones artificiales en las que las ponga.

En este modelo de objetividad se parte de dos presupuestos importantes. El primero es que toda representación o creencia previa que el individuo tenga de las cosas reduciría su potencial objetividad y con ello, mermaría la eficacia de la representación verdadera de las cosas. El segundo es que la subjetividad que pone el individuo al experimentar con las cosas para estudiar sus reacciones, no se debe tomar en cuenta o no afectaría a la validez cognoscitiva de la objetividad de lo observado. Es decir, que los resultados de un experimento artificialmente diseñado son resultados objetivos en los que se puede despreciar el peso de la subjetividad del experimentador al hacer el experimento y, por tanto, se supone que informan de verdad de las cosas.

Ambos presupuestos son fáciles de desmontar. Baste con pensar en un bebé neonato que no sabe nada acerca del plutonio y que trate de hacer conocimiento a partir de la observación directa del plutonio radiactivo, o que haga manipulaciones sobre diferentes masas de plutonio radiactivo confiando en que las reacciones de éste le darán información sobre la materia.

Sin llegar tan lejos, pensemos en el modo en el que un científico como Einstein hizo la teoría de la relatividad, a partir de un dominio extremo de la Física y de las Matemáticas de su época, y si un estudiante de, por ejemplo, medicina, hubiera podido hacer lo mismo que él.

El conocimiento previo del que un individuo dispone, como en el caso de Einstein, influye decisivamente, no sólo en lo que puede observar, sino en todos sus procesos de conocimiento, antecedentes y subsiguientes y, obviamente, en la posibilidad de diseñar experimentos que no alteren aquello que pretende observar.

Los datos que ofrecen las cosas, que no son más que meras fracciones de su existencia expuestas ante el observador, se los ofrecen a los seres concretos que los observen y, de ellos, unos los pueden recoger, recibir y apreciar, mientras otros no disponen de conocimiento previo que les permita, ni tan siquiera, advertirlos.

El grueso de información, el modelo teórico, la amplitud, especificidad, experiencia y sensibilidad del observador, sus actitudes hacia las cosas, su afinidad por descubrir las verdad y muchas otras propiedades del ente, se suman a lo que las cosas ofrecen en forma de datos para dar cuenta de cómo y de cuánto se haga el conocimiento de las mismas, si más, menos o nada.

La desinformación, la carencia de un modelo teórico, el caos informativo, la superficialidad, la falta de experiencia, etc., hacen imposible el conocimiento, por mucho que las cosas existan y ofrezcan datos.

Por lo tanto, la objetividad pura, que prescinde de todo cuanto el observador pueda poner de verdadero, en el sistema que conforma con la cosa para su adecuada representación, conduce a la imposibilidad radical del conocimiento y, por lo tanto, atenta contra la veracidad de los enunciados con los que se traten de representar las cosas y sus respectivas existencias.

Es curioso que las alucinaciones de origen psicológico ocurran, precisamente, cuando el «yo» del agente está completamente anulado, es decir, cuando el individuo carece de la conciencia de su propio componente subjetivo.

En este caso el agente cree que lo que compone su percepción es una objetividad pura, cuando lo cierto es que es una impresión o sensación subjetiva, sin objeto que la respalde o que la componga. Es decir, lejos de ser una objetividad pura, es una ausencia total de objetividad.

Cuando alucina, el individuo imagina una idea de algo y a esa idea le atribuye una total objetividad cuando no es más que subjetividad pura. Si esto lo trasladamos desde el ámbito de la percepción al ámbito del pensamiento, lo que tendremos sería alguna forma de delirio.

En ambos casos, lo que hay es una negación del componente subjetivo de la percepción o del pensamiento y, necesariamente, la afirmación falsa de su carácter objetivo puro. El agente niega de plano su participación en la elaboración de lo imaginado, y se ve forzado a afirmar que lo imaginado es efecto de la cosa a la que se refiere la idea.

Todo esto implica una atribución de objetividad totalmente infundada a sus propias ideas o los productos de su imaginación. La diferencia entre Einstein y ellos, no es tanto una diferencia subjetiva en materia de saber acumulado, sino que se refiere a esa parte de subjetividad que permite diferenciar lo propio de lo ajeno, cuando de representaciones se trata, y esto depende del componente subjetivo del «yo» sustantivo del individuo.

La objetividad existencial pura, prescinde de todo cuanto el individuo verdadero pudiera dar de sí para poner en el mundo. La subjetividad existencial pura no permite hablar de existencia propiamente dicha, pues elimina el referente exterior con el que interacciona en el acto mismo de la existencia.

La objetividad pura impide el conocimiento e impide la existencia. La subjetividad pura hace lo mismo: impide tanto el conocimiento como la existencia.

La negación de la realidad puede efectuarse afirmando, tanto la subjetividad, como la objetividad, puras, componiendo entre ambas el tándem idóneo para su supresión.

La realidad que contenga la subjetividad de quien investiga, en interacción con la realidad que contengan los datos del objeto investigado, ofrecerá el grado de calidad del conocimiento producido. Es decir, la realidad de la representación de una cosa se compone de la realidad del agente del conocimiento y de la realidad que aporta la cosa representada.

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