La personalidad de Cristo
La figura de Cristo, ya sea solamente histórica, ya sea, también, religiosa, ha tenido una presencia constante a lo largo de la era que comenzó con su nacimiento, hasta hace muy pocos años. Marcó el fin de todas las eras anteriores y el principio de la nuestra. Ha dado lugar a infinidad de libros de todas las tendencias imaginables. Se han creado cientos de religiones que se denominan cristianas. En su nombre se han hecho guerras y, también, paces. Se ha llevado al cine en muchas versiones. Nadie ignora su nombre. Las dudas acerca de si era, o no era, Dios hecho hombre, y las posturas, afirmativas o negativas, al respecto, han ocupado los espacios del agnosticismo, teísmo y ateísmo en Occidente. ¿A qué se debe este fenómeno inigualable en la historia de la humanidad?
Quien le vea como Dios, no tiene más remedio que considerarlo algo singularmente extraordinario. Pero es que, si se le ve como hombre, resulta, también, igualmente extraordinario. Cabe preguntarse, en este último caso, qué tiene de singular, a qué se debe su fama, ¿por qué ha calado tan hondo en la práctica totalidad de la humanidad?
Este tipo de hechos suelen darse por una rara composición de factores. Por un lado, se trata de una historia tan sencilla, que podría ser trasladada a un cuento para niños. Por otro lado, esa historia tan sencilla, contiene un factor asombroso, heroico y hasta quizá, absurdo.
Visto como hombre, Cristo es aquel que se enfrentó, él solo, y a un tiempo, con el mayor Imperio de la antigüedad y con la ortodoxia religiosa en la cual había sido educado. Ambos poderes, el político y el religioso, debieron verle como un hombre extremadamente peligroso y optaron por comprar a alguien que le traicionara, capturarlo, torturarlo y matarlo. Cristo fue alguien al que el poder consideró peligroso. ¿Por qué?
No debió gustar mucho a los poderes de la época ni lo que creía, ni lo que decía, ni lo que hacía. Él era verdadero y promovía que los que le escuchaban, lo fueran. Él hacía el bien y eso mismo predicaba para los demás. Él era fiel a sus principios y a sus creencias y promovía esa misma fidelidad en los demás. Su inteligencia estaba fuera de toda duda. Nadie torpe puede decir lo que decía. Es más, su sabiduría está fuera de toda duda.
En parte, su caso, recuerda al caso de Sócrates. Se trata de dos estilos distintos, si bien haciendo una actividad algo parecida, tratando de hacer la luz en la gente que les rodeaba. Los dos fueron declarados reos de delito y condenados a muerte. Sócrates, por la mayoría de jueces de un jurado democrático, Cristo por un populacho agitado por miembros del sanedrín y por el delegado imperial. En ambos casos, los crímenes que contra ellos se cometieron, cambiaron los rumbos de las respectivas historias de las culturas en que ocurrieron.
El poder político contra el hombre real, es decir, contra el hombre regido por la realidad, es el cuento de nunca acabar.
¿Qué tiene el poder contra los principios reales que tan intensamente le disgustan? Resulta evidente, pues son exactamente lo contrario.
El poder carece de sentido si se somete a los principios reales. No es sólo que le estorben para su ejercicio sobre los hombres. Es que, en un lugar donde rijan los principios reales, el poder simplemente, deja de existir. Se trata de que en un mismo lugar no pueden coexistir el anti-realismo y la realidad. Se trata de uno o el otro, nunca de uno y del otro.
Nada peor para el anti-realismo que se prediquen el bien, la verdad y la belleza. Si estos principios se pusieran en alza, el poder declinaría en igual medida. ¿Cómo no va a perseguir y a eliminar a quienes los predican? El poder es inmoral, es falso, es feo y no admite competencia. ¿Qué sería de él si se sometiera al bien, a la verdad y a la belleza?
La historia, al menos, la de esta era en la que estamos, resulta de la reiterada oposición de estas dos fuerzas. El mal contra el bien, la falsedad contra la verdad, la fealdad contra la belleza. La nada contra lo real. Esta oposición, la podemos ver en cada momento significativo de nuestra historia. Es más, me atrevo a decir que es la principal causa de la historia. Los avatares políticos de luchas por el poder van seguidos de consecuencias en el pensamiento y los cambios en éste se pasan a integrar en el conjunto de estrategias del poder.
En ciertas fases de la historia, cuando el poder político sube como la marea, la gente real se encuentra casi extinguida, ahogada, aislada, y hasta enferma. Cuando ese poder disminuye, parece que la realidad sale algo más a flote y el mundo recobra el color de la vida.
¿Cómo no iba a dejar una huella indeleble una historia que, como la de Cristo, es el paradigma de todas las vidas realmente humanas que, en tantísimos momentos, se ven en situaciones similares?, y, ¿cómo no iba a dejar una honda impresión el modo con el que afrontó el amargo trago de su martirio y de su muerte? No claudicar, sostener una total fidelidad a sus principios, la plena integridad, la pura dignidad, la solidez, la certeza de su razón, la fe en sus creencias. Sin duda, hay que ser perfecto para dar ese nivel de plenitud. Se trata, ni más, ni menos, que de la simple existencia de la realidad ante la extrema violencia de su adversario.
Ya sea que esa confrontación la veamos a pequeña escala, ya sea que la veamos a gran escala, todos nos percatamos, estemos de un lado o del opuesto, de que aquello que vemos es lo más significativo y, también, lo más trágico de la vida humana. Pero, también es el motor de la historia.
Marx dijo que el motor de la historia era la lucha de clases, entendiendo por clases a los ricos y a los pobres. Creo que su materialismo le llevó a cometer el error de no darse cuenta de que, siendo ese motor, efectivamente, la lucha de clases, tales clases no son las que él decía, sino aquellas otras formadas por el anti-realismo y por los seres reales. El problema es que mientras la primera de esas clases siempre ha tenido conciencia de clase, la segunda, la compuesta por los seres reales, aún no ha llegado a cobrarla. Quizá de ahí vengan la mayoría de sus problemas.
Buen día para tratar este tema. Seguro que se trata en todas las mesas de Navidad entre los langostinos y la carne. Es broma.
Bueno, yo creo que una figura tan presente a lo largo de la historia como la de Jesús, debiera de ser examinada y conocida, aunque no sea mas que por el hecho de saber el motivo de tal presencia.
Pienso que en la vida, hay que alabar o criticar conociendo, sabiendo aquello que se dice y siendo consciente de ello. Tengo mis serias dudas de que se hable con conocimiento de causa de lo que decía Jesús, y de su vida; dejando aparte si era hijo de Dios, o un filósofo de la época…
En fin, en mi opinión, hoy se emiten demasiados juicios rápidos que no se saben de donde vienen, si de la verdad o de la propaganda que nos rodea continuamente.