La presunción del mismo grado de sustantividad en todas las personas
Vaya por delante que, en general, estoy de acuerdo con la tesis de Zubiri en la que sostiene que, la característica primordial de la realidad, consiste en que es algo en sí, algo de suyo, y, por lo tanto, que es aquello que posee un carácter sustantivo.
En el enfoque de Zubiri, esta tesis se refiere por igual, tanto a las cosas inorgánicas, como a cualquier ser vivo que se encuentre en el mundo. Difiero de la misma en otros asuntos que ahora no vienen al caso, aunque, por otro lado, dicha tesis encierra aspectos importantes que pudieran pasar desapercibidos.
Siendo lo más característico de algo real su sustantividad, hay que considerar dos flancos diferentes por los que dicho carácter sustantivo pueda ser evaluado.
Por un lado, fijándonos en una persona que efectúa la percepción de algo, juzgando que aquello es real, caben, al menos, dos posibilidades: 1) que efectivamente sea algo de suyo, plenamente independiente de la subjetividad de dicha persona, o, 2) que aquello que percibe no sea cómo lo percibe, o que no sea en modo alguno, tal como cree.
La tesis de Zubiri defiende bien el carácter sustantivo de las cosas y los seres que existen de suyo, en tanto son plenamente independientes de la persona que los perciba. Esta es una forma de definir la sustantividad de dichas cosas, atendiendo a su independencia con respecto al observador.
Ahora bien, en el caso de que seres y cosas sean percibidos sin error por parte del observador, ¿cabe cuestionar la sustantividad o el grado de sustantividad de los mismos?
Porque en el caso de que haya seres o cosas existiendo con niveles escasos de sustantividad de suyo, lo que se podrá cuestionar es el carácter real, o no, de tales cosas, e, incluso, su grado de realidad.
A este respecto, no parece haber casi ninguna aportación teórica que yo conozca, que ponga de manifiesto dicha cuestión, lo cual constituye una laguna de enorme importancia.
De momento, solo puedo destacar un interesante capítulo de Josef Seifert, incluido en un libro cuyo título principal es Realidad e irrealidad[i], que cuestiona la tesis de que todas las cosas o los seres sean igualmente reales. En concreto, podemos destacar la siguiente cita:
«Por tanto, hay grados de ser y realidad que nos permiten decir: «no todas las cosas son reales en el mismo grado», «comparado con una persona, un universo puramente material no es nada» o «reducir una persona al ser sustancial de un objeto material significaría su aniquilación».» (p. 133)
Tal vez, estas afirmaciones de Seifert pueden abrir un campo de investigación acerca de diferentes grados de ser que podrían depender de la complejidad constitutiva que posea cada uno de ellos. Quizá, un ser más complejo se pudiera considerar más real que uno más simple, aunque, por el momento, parece más una apertura de un campo de investigación que de una teoría sólida.
No obstante, tenemos ante nosotros un campo mucho más evidente en el que, siendo constitutivamente igual de complejos, estamos ante diferencias de sustantividad que pueden llegar a ser extremas. Obviamente, me refiero a los miembros de nuestra especie.
Las dos áreas funcionales más significativas, incluidas en la sustantividad de un ser humano, son: a) la determinación que ejerce la persona sobre sus propias actividades de relación, y, b) la determinación que ejerce una persona sobre las actividades de relación de otras personas diferentes.
En ocasiones determinamos nosotros mismos lo que hacemos, pero, en otras, aquello que hacemos está determinado por otras personas.
Basta con fijarse en algo tan significativo como la obediencia. ¿A qué obedecemos? ¿A quién o a quienes obedecemos? ¿Somos conscientes del sujeto que está determinando aquello que hacemos? ¿Lo somos cuando estamos determinando lo que hacen otras personas?
Habrá quien obedezca a todo aquel que quiera determinar sus acciones; quien no obedezca a nadie, salvo a sí mismo; quien trate de determinar toda la actividad de quienes estén a su alcance; quien no trate de determinar en absoluto lo que hagan los demás…
Si aceptamos que el grado de realidad equivale al grado de ser, y que, ambos, dependen de la sustantividad que posea el ser en cuestión, también estaremos admitiendo que los grados de realidad de los seres humanos pueden ser extremadamente diferentes.
No obstante, habida cuenta del carácter estructural que debe tener, por su naturaleza, la sustantividad de cualquier ser humano, sus carencias, especialmente las más extremas, deben ser consideradas como privaciones del carácter real de dicho ser, es decir, como irrealidades.
Ahora bien, una cosa es la autonomía de cada ser humano, y otra, bien distinta, si dicha autonomía se limita a la propia actividad, o se expande hasta mermar los grados de autonomía de terceras personas, ocupando un territorio que merma el ser y la propia realidad de aquellas sobre las que recaiga.
El hecho de que alguien expanda su propia autonomía, reduciendo o anulando la autonomía de otros, implica consecuencias manifiestas de irrealización personal en los afectados, lo cual implica un daño explícito a la realidad en sí.
Dicho sea de paso, el papel de los trascendentales consiste, precisamente, en que esto no ocurra. La dificultad radica en que no son de obligada verificación, y, de hecho, su transgresión es el gran foco de producción de irrealidad en nuestra especie.
Recapitulando lo dicho, como consecuencia de las operaciones de individuos y grupos anti-reales, es algo evidente que la sustantividad, el ser y la realidad de los miembros de nuestra especie se encuentran muy desigualmente distribuidas, lo cual acarrea muy serios problemas.
Por otro lado, nadie habla de tal reparto desigual, a pesar de que cabe identificarlo como un grave defecto de justicia distributiva.
Todo lo contrario, recibimos propaganda masiva y continuada de que todos somos iguales en múltiples aspectos, muchos de los cuales se refieren implícitamente a la sustantividad personal.
Esta corriente de pensamiento no parece reconocer, en absoluto, las tremendas influencias y elevados niveles de determinación que gravitan sobre los seres humanos que vivimos dentro de poblaciones en las que, lo más característico, son las relaciones de poder.
Jugar al poder, equivale a tratar de aglutinar elevados potenciales de determinación de la conducta de terceros, y, no solo de la conducta, sino de la propia constitución psicológica y la formación personal de aquellos que no lo posean.
Es obvio que, la suposición del mismo grado de sustantividad personal en todos los miembros de la especie, no hace sino ocultar las enormes diferencias existentes en grados de ser y de realidad, lo cual facilita en gran medida las operaciones de merma de sustantividad en la población general.
Si no percibimos las continuas influencias a las que estamos expuestos, ni la enorme importancia que las mismas tienen en la formación de nuestras propias creencias y en nuestros modos de ser y de actuar, estaremos perdiendo nuestro propio ser de una forma totalmente inconsciente.
En síntesis, siendo verdad que lo más característico de la realidad y de los seres es la sustantividad, y, reconociendo que en estos ocurren notables diferencias al respecto de dicho carácter sustantivo, se deduce, necesariamente, que pueden darse diferentes grados de realidad en diferentes seres.
Por otra parte, aquello que caracterice la sustantividad en cada ser humano, ya sean principios reales, como los de razón o los trascendentales, o creencias determinantes de cualquier otra índole, será decisivo en la constitución, real, irreal o anti-real del mismo.
No obstante, este es otro gran capítulo acerca del ser humano, al que se da un amplio tratamiento en la obra Realidad y psicología humana, que se encuentra expuesta en esta misma página web.
[i] SEIFERT, JOSEF; El papel de las irrealidades para los principios de contradicción y de razón suficiente; en: IBAÑEZ-MARTÍN, JOSÉ A.; Realidad e irrealidad. Estudios en homenaje al Profesor Millán-Pueyes; EDICIONES RIALP, S.A., Madrid, 2001