La psicoterapia y la pérdida de la inocencia
Carl Rogers, uno de los autores más representativos de las psicoterapias humanistas de los años cincuenta del pasado siglo, cuyos aspectos fundamentales expuso en su obra El proceso de convertirse en persona[i], y cuyo modelo teórico fue objeto de un amplio estudio por el profesor José María Gondra[ii], fundó su enfoque crítico sobre el conductismo en la fenomenología.
En dicho enfoque, a grandes líneas, Rogers propone que para prestar ayuda a alguien, aparte de los datos objetivos en los que pone su atención el positivismo, hay que tomar en cuenta la subjetividad propia, la subjetividad de la otra persona, y, desde ese conocimiento, adoptar actitudes de empatía, comprensión y aceptación de la misma. Esto incluye la eliminación de toda crítica hacia ella mediante una actitud de indulgencia.
Desde mi punto de vista dicho enfoque presenta un error fundamental que reside, precisamente, en que la condición de persona implica un estatus ético o moral, que es necesario considerar en el análisis de sus acciones, pues, de no tomarse en cuenta, se tratará a dicho ser humano como si fuera, no una persona, sino un ser estructuralmente inocente.
Más allá de eso, creo que las psicoterapias que contribuyan eficazmente al desarrollo personal y la solución de problemas, han de ayudar a superar el estado original de inocencia en el que se encuentran muchos de los seres humanos que padecen problemas psicológicos.
En la obra Realidad y psicología humana, he expuesto un amplio conjunto de modelos teóricos, en relación con la producción interactiva de la mayoría de problemas psicológicos existentes, cuyo denominador común consiste en los efectos que las actitudes de poder producen en los seres humanos sobre los que recaen, sobre todo a lo largo de la infancia y la adolescencia, y, a menudo, a cargo de los progenitores.
Un factor fundamental que hace posible la formación de una amplia variedad de problemas psicológicos, es, precisamente, la condición de inocencia[iii] en que se encuentran los niños y muchos adolescentes, cuando reciben la influencia dañina del poder de sus progenitores o de los adultos que les dan un trato indebido.
El ingrediente esencial de la inocencia consiste en la imposibilidad de percibir la maldad, identificarla y desactivar sus efectos psicológicos.
El niño, que aún no ha accedido a saber que existe la maldad, ni a distinguir entre buenas y malas personas, es incapaz de dar su crédito de forma diferencial, creyendo a las buenas y desacreditando a las malas.
Cree a todas por igual, es decir, cree en todas ellas, lo cual implica una cesión sustantiva indiscriminada a cualquier agente que opere sobre él.
Creerá sistemáticamente que los ataques que reciba su sustantividad, su identidad personal y/o su existencia, tienen fundamento real, por lo que inyectará en su propio sistema de referencia interno los efectos de los mismos, sin posibilidad alguna de desacreditarlos.
Una vez constituido el problema de que se trate, su solución pasará necesariamente por desmontar el crédito que dio a las personas que le inyectaron las creencias que lo constituyen, que conserva y que explican en mayor medida las alteraciones que padece.
Ahora bien, la tarea de desacreditar a figuras relevantes presentes en las etapas formativas, que, como digo, pasa por percatarse de su carácter anti-real (o en ciertas formas de irrealidad con sustantividades externas anti-reales), no sería posible sin antes cobrar conciencia de la existencia de la maldad, en sentido general.
La inocencia se caracteriza por una carencia de sabiduría moral que hace imposible distinguir el bien del mal, pues todo cuanto se percibe se supone real. Además, como consecuencia de esto, es imposible que un ser inocente haga algo con maldad.
El niño, ni percibe la maldad, ni puede efectuar acciones malas. Dicha condición le pone en una situación de máxima vulnerabilidad a recibir impactos muy dañinos cuando es objeto de acciones maléficas.
Una vez formado el problema personal, y, cuando el niño, o el joven, ha accedido a una cierta edad en la que resulta posible acometer algún proceso de psicoterapia, con el fin de superar el problema de que se trate, no es raro que conserve un alto grado de inocencia, lo cual será un serio obstáculo para la posible resolución.
De ahí, que sea necesario superar dicho estado de inocencia fuera de plazo, aportando las piezas teóricas necesarias que permitan un análisis del sistema de interacciones que en la infancia/adolescencia dieron lugar a la formación del problema.
Es decir, la psicoterapia debe contribuir necesariamente a ayudar a quien padece el problema a que pase, de una condición de inocencia primordial, a una condición personal propiamente dicha, para hacer posible el estudio de la génesis del problema, las creencias albergadas que lo configuran, su desacreditación y la puesta en marcha de un sólido proceso de realización personal.
No se trata de ser indulgentes con quien padezca un problema —como propondría Rogers—, sino de contribuir a que efectúe una aprehensión de sí mismo y de cuantos le rodean, en términos que verdaderamente den cuenta de su propia condición personal y de quienes, en su entorno, han ejercido influencias significativas.
Las afecciones que, efectuadas sobre una condición de inocencia, resultan extremadamente traumáticas, pueden dejar de serlo al recaer sobre una condición de persona formada, y, de aquellas que ocurrieron en la infancia, podrán dejar de producir alteraciones en la medida en que, quien las padece, efectúe un desarrollo propiamente personal.
Pondré un ejemplo: hay una enorme diferencia entre creer «no valgo nada, soy incapaz de existir por mí mismo», a creer «mi madre, con su rechazo, me destrozó la autoestima, lo cual no tuvo su causa en mí pues era un niño, sino en su modo de ser que era anti-real, irreal, etc.» → «me engañó acerca de mí mismo debido a que me trató con actitudes de desamor que solo su sustantividad pueden explicar» → «ahora puedo reflexionar acerca de mí mismo y de mi capacidad para existir, sin prejuicios falsos, etc.»
Fijémonos en el tremendo salto conceptual que alguien necesita dar para poder percibir lo que efectivamente ha ocurrido, en relación con la producción de su problema, lo cual, a su vez, resulta imprescindible para poder percibir el verdadero problema y modificar la perspectiva en el grado necesario para salir de él.
Por el contrario, si se conserva el estado de inocencia, se conservará con él todo el cúmulo de creencias que sostienen el problema.
El paso de la condición de inocencia a la condición de persona, implica la conciencia del bien y del mal, no solo con respecto a las propias acciones, sino en cuanto a la percepción de las acciones de los demás, ya sea en general, ya sea en las que recaen sobre uno mismo.
Ahora bien, acceder a dicha conciencia, a su vez, abre el campo de la producción moral de las propias acciones. Es obvio que la mera conciencia del bien/mal, no garantiza en absoluto que una persona se incline hacia el bien.
El desarrollo de una sustantividad que se incline sistemáticamente hacia el bien, o, por el contrario, hacia el mal, tiene, también, su explicación en la formación resultante de la intervención de los progenitores en etapas críticas del desarrollo.
Es obvio que hay que proteger a todo ser vivo, que se encuentra en la condición de la inocencia, de cualquier estímulo, afección o trato que resulte maléfico, pero también es necesario ayudar a los miembros jóvenes de nuestra especie, niños y adolescentes, a que vayan dejando atrás dicho estado de inocencia en el proceso de su propia realización personal, de forma que se responsabilicen de sus acciones con implicaciones éticas y dejen de culparse de las de aquellos adultos que les perjudicaron cuando eran inocentes.
[i] ROGERS, C.R.; El proceso de convertirse en persona; Ed. Paidós, Barcelona, 1989
[ii] GONDRA, J. M.; La Psicoterapia de Carl R. Rogers. Sus orígenes, evolución y relación con la psicología científica; 2ª edición corregida; EDITORIAL ESPAÑOLA DESCLÉE DE BROUWER, Bilbao, 1978
[iii] Para la comprensión de dicho concepto puede consultarse el artículo titulado Sobre la inocencia, publicado en este mismo blog.
Interesante reflexión.
En el caso de la psicoterapia de Carl Rogers la actitud incondicional presupone o apuesta a que desde ahí la persona pueda acceder o elaborar la explicación que pueda o no contener ese juicio moral.
Por otra parte la explicación, fenomenologicamente hablando, tiene valor hoy, respecto a qué es lo que la persona está dispuesta a hacer con ella. Es decir la explicación no es relevante, sino cómo la persona se apropia de ella.
En mi opinión, la concepción fenomenológica de la realidad, en tanto se identifica con una experiencia interna, exclusivamente subjetiva, no ofrece abertura alguna para reconocer el carácter primordial de la realidad (que según Zubiri, consiste en ser algo en sí o de suyo, es decir, un carácter autónomo con respecto al posible observador), lo cual conduce a sustituir la noción de realidad por la de sociedad, constituyéndose ésta como una comunidad de ficciones.
El artículo se sitúa en el ámbito del desarrollo moral, en el paso de la inocencia a la condición de persona éticamente responsable, efectuado a lo largo de una psicoterapia, uno de cuyos fundamentos consiste en reconocer la existencia verdadera de ambas condiciones como momentos nítidamente diferenciados de dicho desarrollo en el ser humano.
Muchas gracias por el comentario.
Gracias por tu artículo, Carlos, para mí has dado en el clavo, excepto por la crítica a Carl Rogers, en la que opino que un estado de aceptación incondicional es fundamental para que se pueda dar el paso, para mí la responsabilidad ética viene dada con la condición de persona. En cualquier caso me ha encantado el artículo, que ha dado lugar a varias reflexiones durante el día. Vuelvo a releerlo y me surgen las siguientes dudas: Si el paso de la condición de inocencia a la condición de persona se da de forma natural ¿a qué edad se suele producir? Entiendo que esto se desarrolla gradualmente, entonces ¿qué fases suele seguir el proceso? Por otra parte ¿Qué condición puede llevar a una persona a resistirse a perder esta inocencia? ¿Qué tipo de trastornos están aparejados con la no pérdida de inocencia? ¿Qué sucede si, no habiendo dado ese paso a la edad que corresponde, se produce en un periodo vital desfasado? Por último, hay algo que me preocupa como madre: yo perdí tardísimo esa inocencia, con 33 años y cuando sucedió no me volví loca de milagro, entonces ¿Cómo podemos ayudar a nuestros hijos a que se den cuenta de que la maldad existe sin que esto sea algo traumático para ellos? Mil gracias y saludos.
En cuanto a tu afirmación de que “un estado de aceptación incondicional es fundamental para que se pueda dar el paso”, he de decirte que un profesional no puede adoptar una actitud de aceptación incondicional ante una persona sin conocerla de nada. Ante él se presentan muchísimas personas que exponen todo tipo de motivos para acudir a verle, que, además, no siempre se solapan con sus verdaderos fines. Al respecto de este punto trataré de publicar un artículo próximamente. Además, es posible que dicha aceptación incondicional impidiera poner en marcha un proceso de verdadera realización. Si todo está bien como está, ¿por qué razón habría que cambiar algo? Por último, has de tener en cuenta que el modelo teórico del que emerge el humanismo de Rogers, que es la fenomenología, prácticamente está centrado en un concepto de subjetividad que deja al margen la realidad, lo cual impide evaluar cada subjetividad por contraste con las propiedades reales que entendemos que deben caracterizar a una persona real. En cuanto a la serie de preguntas que haces en tu comentario, sin duda son muy acertadas, aunque no cabe tratar de responderlas en tan poco espacio. Gracias a ti por tu contribución.
Gracias carlos, voy siguiendo los artículos que estás publicando. Un abrazo.
Gracias a ti por tu constancia y paciencia.