Las creencias y el pragmatismo
La filosofía pragmatista sustituye el criterio de la veracidad de una creencia por el de su utilidad. Además, tiende a confundir ambos conceptos. Parece suponer que, si una creencia es útil, es que es verdadera, en vez de la relación inversa, es decir, que si es verdadera, entonces, puede que sea útil.
Lo cierto es que el pragmatismo trata de corromper el principio de verdad, mediante un juego entre verdad y utilidad. No es que considere, la posible utilidad de una creencia, como una razón para creer en su carácter de verdad, sino que hace desaparecer la confianza en la verdad de la creencia, para sustituirla por la confianza en la utilidad de la misma.
Esto, por otro lado, sería innecesario hacerlo para la justificación de las creencias, puesto que hay muchas razones diferentes para fabricar creencias, que son diferentes a la verdad de los enunciados.
Entre los opositores al pragmatismo se encuentra Bertrand Russell, que, en sus “Ensayos filosóficos”[i], afirma:
«El escepticismo es la esencia misma de la filosofía pragmatista: nada es cierto, todo es susceptible de revisión, es imposible alcanzar una verdad de la que podamos estar seguros. Por tanto, no vale la pena que nos calentemos la cabeza preguntando qué es realmente verdadero: lo único que debe preocuparnos es lo que consideramos verdadero. En vez de la antigua distinción entre lo verdadero o lo falso, adoptamos la distinción más útil entre lo que persistimos en considerar verdadero y lo que simplemente parece verdadero a primera vista. Así, los viejos significados de verdadero y falso pueden pasar inadvertidos, y podemos empezar a pensar que lo que es verdadero en el sentido pragmático es verdadero también en el antiguo sentido. Pero sobre la base de los principios pragmatistas, no hay razón alguna para lamentarlo; pues es “verdadero” lo que es útil creer y, consiguientemente, es útil creer lo que el pragmatismo declara que es verdadero.» (pp. 149-150)
Lo que Russell expone al respecto de las nociones de realidad y de verdad en el pragmatismo (ibid., pp. 144-146), se podría resumir en algo así como que la realidad es lo que deseo, verdadera es la creencia que me ayuda a conseguirlo y falsa la que me dificulta su consecución. Más exactamente, al exponer como se establece en el pragmatismo la veracidad de una creencia, dice:
«…cuando al perseguir un objetivo se mantiene una creencia que es relevante para éste, la creencia es “verdadera” si favorece su realización y “falsa” si no lo favorece.» (ibid., p. 126)
No obstante, yo no conozco a nadie que sostenga creencias a las que no atribuya carácter de verdad, o que considere útiles todas sus creencias, al margen de su carácter verdadero.
De esto se desprende que dicha filosofía no parece estar centrada en la función humana de creer, sino en la de hacer creer.
Dado que las creencias, no lo son debido a su utilidad, sino que lo son debido al carácter de verdad que les supone quien las sostiene, el papel que juegue la utilidad en su implantación solo puede estar en aquel que quiera hacer creer algo a otro.
La finalidad de las operaciones consistentes en hacer creer algo a otro, está en quien las efectúa, y, a menudo, solo la conoce él. Luego, si el receptor del mensaje acaba creyéndolo, no será por razón de su finalidad, sino del crédito que le merezca quien se lo envió. Es decir, creerá que aquel enunciado que el emisor le quiso hacer creer es verdad.
No obstante, cuando el emisor descubre que el emisor no creía en el mensaje que le envió, sino que se lo quiso hacer creer a él, por cualquier finalidad diferente a informarle de algo verdadero, la creencia dejará de serlo.
Por lo tanto, si el receptor conociera dicha finalidad, ya no creería en función del prestigio del emisor, sino que tendría que efectuar una cierta reflexión acerca del supuesto carácter de verdad de aquello que se le quiere hacer creer.
No estaría de más que afináramos en la distinción entre mensajes que nos envía quien verdaderamente los cree, con una función informativa, por un lado, y aquellos mensajes que recibimos de quienes no creen en ellos, pero que consideran de utilidad que los creamos nosotros, por otro.
[i]RUSSELL, BERTRAND; Ensayos filosóficos; trad. Juan Ramón Capella, del original de 1966; Ediciones Altaya, S.A., Barcelona, 1993