Blog de Carlos J. García

Las formas de la envidia y su justificación

La envidia se suele considerar como un sentimiento o como un deseo.

En el primer caso, se trata de un padecimiento, debido a que otro tenga un bien; debido a que la propia persona no tenga un bien; o a ambas cosas a la vez: debido a no tener algo que otro tiene.

Considerada como volición, la persona que envidia, tiene un deseo de tener algo que otro tiene; un deseo de que otra persona no tenga lo que tiene, o, teniéndolo ella, que nadie más lo tenga.

Ahora bien, la envidia no se limita al hecho de tener algo, sino que se puede extender al hacer.

Así, hay quien puede padecer el hecho de que alguien pueda hacer algo; de que la propia persona no pueda hacer algo, o no poder hacer algo que otra persona sí puede hacer.

No solo eso, sino que la envidia también puede referirse al ser. En este caso, se puede padecer el hecho de que alguien sea de un cierto modo que se juzgue bien; padecer que la propia persona no sea de un cierto modo; o debido a no ser como es otra persona.

En este último sentido, la persona puede querer que otro, a quien juzga de forma favorable, no sea como es; puede no querer ser como ella misma es; o puede querer ser como es otra persona.

El caso más extremo, lo encontramos cuando una persona quiere ser la otra persona, es decir, sustituirla o suplantarla, eliminando de algún modo al original.

En general, el sentimiento de envidia emerge cuando una persona considera imposible tener, hacer o ser algo que otro tiene, hace o es; lo cual no basta para que acepte dicha condición sofocando los sentimientos o deseos derivados de su juicio negativo del estado de cosas en el que efectúa la comparación.

Esto puede ser así, debido a que la persona empieza por hacer una comparación de ella misma con otra (en términos de tener, hacer o ser), y, a continuación, juzga mal el balance de la misma, lo cual moviliza sus emociones y actitudes en contra de dicha situación, emociones que no cesan aunque la persona sepa que no puede hacer nada para corregirla.

El origen de la envidia no es tan evidente como pudiera parecer. No basta que otro tenga algo que uno desearía tener para suscitarla. En cierto modo, la persona que tiene envidia ha de disponer de una cierta justificación de la misma.

Una primera posibilidad se funda en un cierto sentido de la justicia distributiva: La suerte está mal repartida; unos nacen teniendo mucho y otros poco; quienes tienen más es porque se lo han quitado a otros… Dicho argumento, en definitiva,  se funda en la creencia de que el mundo es injusto.

Como es injusto —prosigue el argumento—, la envidia está justificada en dicha injusticia, y abre la puerta a aquellas actitudes tendentes a corregirlo. Por lo tanto, la envidia tendría un buen fin, sería buena.

Tal planteamiento conlleva implícitamente la justificación de un resentimiento contra la propia arquitectura del mundo o de los estados de cosas que se dan en él.

Desde ahí, es legítimo odiar a todo aquel que haya salido favorecido, en cualquier terreno relativo a tener, hacer o ser, dando por hecho que los méritos o las virtudes individuales no justifican en ningún caso las diferencias entre personas.

Poco importa si una persona dispone de un cierto modo de ser, de unas facultades o de determinadas propiedades, como consecuencia del azar, debido al empleo de malas artes, o si ella misma ha participado honradamente en la medida de sus posibilidades en producir o generar los bienes de que disfruta.

El argumento de la atribución completa de las desigualdades al mundo, niega de principio cualquier atribución de mérito o demérito a las propias personas, lo cual implica la igualación estructural de todas las personas, en todos los sentidos que se puedan considerar, salvo el de la buena o mala fortuna.

Es como si en una partida de cartas siempre se apelara a la buena suerte del ganador por recibir las cartas que le hayan tocado, sin reconocer, en absoluto sus habilidades para el juego. Es decir, se supone que todo el mundo juega igual de bien o de mal, y todo depende de la suerte, como si de una simple lotería se tratara.

No obstante, el argumento contrario, tampoco tiene plena validez. No basta que la persona se empeñe en hacerlo bien para que las cosas le salgan bien, aunque, a menudo, eso sea necesario.

Sin duda, en las diferentes existencias de las personas, influyen condiciones internas y externas, aunque no se pueda decir que al cincuenta por ciento, como si no hubiera casos extremos en ambos sentidos.

En mi opinión, cada persona puede ejercer su propio papel en materia de justicia distributiva, dando a cada cual lo que le corresponda, incluyéndose a sí misma. También, puede hacerlo lo mejor posible en todas y cada una de las situaciones, tal como le vengan dadas. Además, puede inclinarse, no a tener sino a ser, o viceversa…

En fin, puede hacer muchas cosas, partiendo de las condiciones de origen que le vinieron dadas, aunque esto, lamentablemente, no siempre sea así, debido a condiciones extremadamente negativas.

Lo que no tiene sentido es juzgar las existencias de las personas sin relacionarlas en absoluto con sus correspondientes modos de ser, sus respectivos determinantes sustantivos, sus actitudes, sus méritos o sus deméritos.

Por otro lado, quien envidia, puede ser igualmente envidiado por otros, pues, aunque no lo crea, siempre habrá quien padezca peores condiciones que la suya propia.

Además, sostener una actitud envidiosa, sobre todo cuando es estructural, sin atender a las verdaderas causas de las diferencias que se deduzcan de las comparaciones que se efectúen entre uno mismo y los demás, no parece compatible con un principio de honradez elemental, ni con la aplicación diligente de algún criterio de justicia distributiva.

Por lo demás, no suele ser nada provechosa para contribuir en algo a enmendar la fortuna.

2 Comments
  • Francisco on 05/11/2016

    Como siempre un gran artículo. Puede que se trate de una epidemia que la padece tanto el envidiado como el envidioso, un problema más del momento actual de la existencia. Gracias

    • Carlos J. García on 05/11/2016

      Es cierto que determinadas personas que sean objeto de envidia pueden interpretarla en el sentido de creer que son mejor valoradas que en el caso de no serlo, lo cual puede denotar desde una falta de autoestima hasta una cierta insustancialidad reflejada en tal fatuidad. Gracias por tu comentario

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