Los ataques a la existencia y sus efectos en la autoestima
Un ser existe cuando está en relación espaciotemporal con algún otro ser o cosa diferente.
Cuando, tras haber tenido un cierto conjunto de relaciones, pierde todas y cada una de ellas, deja de existir, cayendo, de un modo u otro, en aislamiento.
En general, todos los seres vivos estamos constituidos de forma que disponemos de las capacidades y facultades necesarias para poder existir. No obstante, también estamos constituidos para perder la existencia, por lo que, la existencia asociada a todo ser vivo, es efímera.
Además, la existencia tampoco está garantizada en ningún momento del curso de la vida.
Por un lado, la vida se puede perder en cualquier momento en el que un ser se encuentre vivo.
Por otro lado, aun cuando se conserve la vida, el ser humano puede mermar su existencia o perderla debido a diversos factores que le aproximen a una posible condición de aislamiento psicológico.
Uno de los requisitos que ha de cumplir un ser, para que podamos considerarlo como tal ser, es que su constitución le haga posible existir.
Ahora bien, la existencia de un ser, no solo depende de la capacidad que tenga él mismo para sostenerla, sino que, también, depende de las condiciones del entorno en el que deba llevarla a cabo.
Las facilidades y dificultades de diferentes tipos de entornos en los que un ser humano vea puesta a prueba su propia capacidad existencial, pueden llegar a ser extremadamente diferentes, y, en ciertas condiciones, pueden llegar al punto de hacer su existencia imposible.
De modo natural, todo ser humano, y, en general, todo ser vivo, está constituido para existir, lo cual incluye, de principio, una fuerte avidez por la existencia. Ahora bien, dicha avidez por existir puede variar a lo largo del ciclo vital, en dependencia de factores, personales o de entorno, que la dañen o la dificulten de manera significativa.
Dicho de otro modo, el valor que un ser humano reconoce a su propia existencia, inicialmente es máximo, pero, de forma generalizada, sufrirá variaciones, oscilaciones y cambios, en función de la existencia efectiva de que pueda disponer, y sus expectativas, más o menos optimistas o pesimistas, acerca del rumbo que tomará en cada momento.
De hecho, tal como expuse en tres artículos anteriores publicados en este mismo blog, titulados Qué y cómo valoramos, La autoestima y sus problemas, y La soledad y el aislamiento, parecen caber pocas dudas de que, nuestra función de valoración y la autoestima o la valoración que tenemos de otras personas y de nosotros mismos, tienen su origen en el hecho universal de que lo que vale es que algo exista.
De ahí que nuestros juicios de valor discurran en paralelo con los avatares por los que atraviese la existencia, ya sea propia, la de aquellos seres vinculados a ella, o con los que coexistimos, o cosas, condiciones o hechos, que las condicionen.
Ahora bien, hay personas que padecen problemas estructurales de autoestima desde la niñez, debido a condiciones formativas anómalas, a las que se ven sometidas por las figuras de seguridad o que ejercen algún papel relevante a lo largo de su infancia o adolescencia.
En todos los casos, dichos problemas estructurales de autoestima son producto de diversas formas de violencia ejercidas sobre la existencia de quienes los llegan a padecer.
Es decir, cuando, en el entorno formativo, la existencia del niño o adolescente, en vez de recibir respaldo y ayuda, se ve atacada sistemáticamente por quienes ejercen poder sobre él, generalmente desde dentro de la familia, aparte de otros diversos problemas psicológicos, el resultado será un daño estructural a la autoestima.
Los ataques psicológicos a un ser humano pueden clasificarse en tres grupos principales: 1) a su sustantividad, 2) a su identidad y, 3) a su existencia.
No obstante, también pueden combinarse ataques a dos de los tres factores, o a los tres, en diferentes modos y grados.
Ahora bien, cuando los ataques se centran especialmente sobre la existencia, siempre causarán problemas serios por privación de autoestima.
Además, tales ataques existenciales, efectuados por figuras que debieran amarla o respaldarla, dejan en niños y adolescentes creencias negativas acerca de su viabilidad existencial, e, incluso, de desmerecimiento de su propia existencia, lo cual es un factor decisivo que la puede poner en riesgo, de forma que el propio ser pueda llegar a atentar contra ella.
Los sentimientos de no valer para existir; de no poder existir; de no deber existir; de que el entorno rechaza la propia existencia…, ocurridos en la infancia y adolescencia, resultan devastadores sobre la avidez existencial primaria con la que la persona comenzará su existencia en el mundo.
No es nada raro encontrar que, tales personas, tienen una mayor facilidad para renunciar a su propia existencia, en condiciones que otras personas resistirían sin grandes dificultades.
En este mismo blog he expuesto dos tipos de trastornos representativos de este grupo de ataques existenciales, en sendos artículos titulados El rechazo existencial y la fobia social, y La creación y la destrucción virtual de un ser humano, aunque estos dos tipos no agotan las variedades que de hecho se producen.
Ahora bien, cambiando de ámbito, y pasando a la esfera social, una de las características fundamentales que debe tener una sociedad propiamente dicha, atañe directamente a su papel en la función de facilitar la existencia de sus integrantes.
Hay sociedades que facilitan más que otras la existencia del conjunto de la población. Otras podrían clasificarse en términos de qué existencias facilitan, cuáles favorecen y cuales hacen totalmente inviables.
De hecho, da la impresión de que si fuéramos capaces de identificar los grupos de población que se ven existencialmente respaldados; los que no reciben, ni respaldo ni rechazo y aquellos que se ven rechazados, tendríamos una radiografía bastante exacta del modo de ejercicio del poder, y de los contenidos ideológicos que se llevan a efecto, dentro de la misma.
Decía al comienzo del presente artículo que lo que vale es que algo exista. Ahora bien, lo que está en cuestión, es en qué consiste ese algo en cada caso.
Los poderes que gravitan sobre una sociedad pueden valorar bien la existencia de personas que comulguen con la ideología dominante y mal la de aquellas que no lo hagan. En tal caso, juzgarán bien o mal la esencia que las personas hagan existir dentro de ellas, y, en función de tales juicios, facilitarán la existencia de las primeras y dificultarán la de las segundas.
Este tipo de funcionamiento, llevado a cabo por los grupos de poder, sean públicos o privados, equivale a una criba existencial efectuada bajo imperativos ideológicos, que tenderá a dejar fuera de la existencia social a diversos grupos de población, mientras dotará de existencia abrumadora a otros que resulten afines.
También, depende de él, qué grupos quedarán en situación marginal, o los que ascenderán en las jerarquías de poder, etc.
Desde el inicio de la era moderna, en la que emergió por vez primera el racismo, se ha mejorado en evitar las discriminaciones por razones de raza, pero no parece que se haya mejorado en absoluto en evitar otras formas de discriminación, por razones como la divergencia con la ideología que comparten los poderes dominantes.
El problema es que tales criterios empleados para facilitar o dificultar la existencia de las personas están muy lejos de ser criterios reales.
Un criterio, manifiestamente mejor que el que se tiende a emplear en la actualidad, residiría en facilitar la existencia de personas honradas, verdaderas, trabajadoras, generosas, íntegras, capaces de coexistir sin dañar la existencia de los demás, etc., mientras se dificultara la existencia de personas con las características opuestas.
En tal caso, es posible que la autoestima de las buenas personas se acrecentara, mientras la de quienes funcionaran al revés se viera desfavorecida, lo cual, por otro lado, serviría de ejemplo formativo al servicio de una verdadera regeneración social y política.