Los fines de las operaciones mentales
La mente humana efectúa un ingente trasiego de información con todo aquello que tiene a su alcance. En este caso, el concepto trasiego, no es metafórico, sino bastante exacto: transvasa información de fuera a dentro y de dentro a fuera.
Su sentido centrípeto, está caracterizado por sentir y percibir formas que están fuera de ella, extraerlas; conocerlas; aprehenderlas; emularlas; aprenderlas, y, en general, informarse de todo aquello que le ofrezca datos.
Su sentido centrífugo, consiste en cambiar o conservar formas de objetos, sobre los que pueda operar a través de las acciones que genera. Este movimiento es exactamente el contrario que el anterior. Consiste en formalizar; dar forma; dotar de formas; informar; reformar; abstenerse de cambiar; conformarse; y, en general, operar, o, abstenerse de hacerlo, sobre todo aquello susceptible de ser objeto de tales operaciones.
Dicho sintéticamente, la mente humana extrae formas de las cosas para hacer modelos de cómo son, y dota de formas a las cosas, para hacerlas según sus propios modelos de cómo deben ser.
Este enorme trasiego, consistente en formalizarse y formalizar, en tanto finalidades principales de su actividad, conlleva múltiples operaciones que efectúa con esa clase de sustancia a la que llamamos información, cuya naturaleza es muy distinta a la de la materia prima. La mente no trabaja con materia, sino con información.
Por su parte, el cerebro no trabaja solo, ni, por supuesto, al margen de la mente humana. Las relaciones «mente―cerebro» son estrechas, intrincadas, complejas e imprescindibles, para que ambos subsistemas cumplan con sus respectivas funciones dentro del sistema estructural del ser humano. Ahora bien, dichas relaciones interactivas, no deben confundirse con la idea de que son lo mismo.
Por regla general, el cerebro obedece a la mente. Sus actividades bioquímicas responden a la información que se procesa mediante ellas, aunque, esto ocurra fundamentalmente en las áreas asociativas de la corteza cerebral.
A su vez, la información procesada con dicho soporte orgánico, es transmitida por muy diferentes vías al resto del organismo, que, generalmente, también obedece a ella. Pondré un ejemplo ilustrativo. Si vamos caminando, y vemos una piedra en el camino que debemos sortear para proseguirlo, el simple hecho de hacerlo, es la respuesta física a la información procesada mentalmente.
No se trata de un automatismo cerebral sencillo, ni independiente, sino de un proceso complejo, formalizado por la mente humana, que gobierna la actividad física de la persona.
Si falla la mente en sus actividades de formalización, centrípetas o centrífugas, el cerebro la obedecerá igualmente, y se producirán las correspondientes consecuencias.
Ahora bien, esas dos modalidades de trabajar con la información, las centrípetas, por las que la mente se informa de algo, y las centrífugas, por las que la mente se orienta a operar sobre la forma de algo, son imprescindibles para el ser humano.
Sin el concurso de ambas, sería imposible producir cualquier tipo de conducta.
El objeto con el que tratan las operaciones centrípetas, lo podemos generalizar de un modo intuitivo refiriéndonos a él, en términos de «aquello que es».
Por su parte, las operaciones centrífugas dirimen con un gran objeto que consiste en «aquello que debe ser».
Cuando el ser humano piensa en algo que es, caben dos posibilidades. La primera, es que juzgue que, aquello que es, es como debe ser. La segunda, es que juzgue que aquello que es, no es como debe ser, o que debe ser de otra manera.
En el primer caso, en el que identifica aquello que es, con aquello que debe ser, no activará emoción, ni actividad alguna que tienda a cambiar lo que es. En el segundo, bajo la discrepancia entre lo que es, y lo que juzga que debe ser, activará emociones y tendencias orientadas a cambiarlo.
Por lo tanto, si no hubiera discrepancia alguna entre ambos objetos, la existencia humana carecería de toda movilidad y se tornaría imposible.
No obstante, aunque un ser humano solo hiciera ese tipo de juicios discrepantes, fundados en sus necesidades orgánicas, ya generaría emociones y se encontraría impelido a efectuar acciones. De lo contrario, moriría.
Por otro lado, este tipo de juicios acerca de lo que es, y de lo que debe ser, tienen implicaciones temporales evidentes.
Lo que es, no se identifica con lo que existe ahora. No se circunscribe al conocimiento de lo que ahora es. Va mucho más allá. Cualquier enunciado o representación del pasado, que se expresa mediante «tal cosa, hecho, etc., fue así», o, incluso, cualquier previsión de futuro, del tipo «tal cosa, etc., será así», verifican la condición de referirse a objetos, propios de la elaboración de modelos informativos acerca de algo exterior.
Por su parte, lo que debe ser, tampoco se circunscribe a un momento temporal concreto del objeto. Cabe pensar, por ejemplo, «tal cosa no debió ser así», o «aquello que va a suceder, no debe llegar a ocurrir», para que se susciten emociones y actitudes, que pueden ir seguidas, o no, de acciones.
Por lo tanto, las combinaciones posibles de los enunciados (referidos al pasado, al presente y al futuro) que informan al ser humano, y de aquellos orientados a formalizar objetos exteriores (también referidos al pasado, al presente y al futuro) resultan ser el origen inmediato de las actitudes humanas y de sus actividades de relación con el exterior.
Ahora bien, ¿qué hay detrás de esos juicios informativos y formalizadores? Tras ellos se encuentran las creencias de cada persona, organizadas jerárquicamente en su sistema de referencia interno.
Entonces, ¿precisamente por el sistema de referencia interno no sirve de nada aconsejar a las personas que se están equivocando?
Y ¿por qué luego se dan cuenta de que estaban equivocadas si no ha variado su sistema de referencia?
En el sistema de referencia interno hay creencias instaladas desde muy diferentes periodos temporales. Unas muy antiguas, otras más recientes… Además, las razones en las que se fundan las creencias son muy diversas. Si con una simple conversación alguien cambia alguna de sus creencias, por el mero hecho de darse cuenta de que estaba en un error, suele ser porque la razón de la misma tenía muy poca consistencia. Normalmente, en esos diálogos se suelen manifestar las razones o los argumentos que tiene cada uno de los interlocutores, y, cuando hay discrepancias, uno de ellos acepta los argumentos del otro. Pero no siempre es así, ni es tan fácil. Ante creencias muy arraigadas hay que investigar las razones últimas que las sostienen. Esto es necesario incluso aunque quien las investigue sea uno mismo. Una vez conocida tal razón, empezaría un proceso complejo hasta la posible sustitución de la creencia de que se trate. A veces, el cambio de algunas creencias, lleva implícitos cambios en el modo de vida, en las relaciones interpersonales, etc., por lo que han de cambiar más cosas, aparte del enunciado en sí, para que se consolide.