Blog de Carlos J. García

Los niños no son adultos, pero lo serán

La educación que se dé a los niños puede servir a muchos propósitos diferentes.

Uno de ellos es aquel que tiene como objetivo formar adultos que no padezcan privaciones esenciales que pudieran dar lugar a alteraciones o trastornos, de sus modos de ser, o de sus funciones psicológicas.

Cuando tratamos con un niño, no solo hay que ver al niño en sí, sino, también, a un ser en proceso de desarrollo que llegará a ser adulto. Es decir, hay que ver a un ser humano en desarrollo, sobre cuyo resultado influirá lo que nosotros seamos, mostremos y hagamos.

De ahí que no se le pueda tratar como si fuera una especie de Peter Pan, cuya aberración principal consistirá en que no crecerá nunca y su existencia colisionará con la propia marcha de la naturaleza.

Tampoco se le puede considerar como un adulto de pequeño tamaño. Le queda casi todo por delante para llegar a serlo y nuestra forma equivocada de mirarle puede llegar a confundirle seriamente.

Hoy en día, una de las inversiones más preocupantes que flotan en el ambiente, reside en considerar a los niños más sabios, más lúcidos y con mayor autoridad moral que cualquier adulto.

Las televisiones están saturadas de niños que recriminan a sus padres por cualquier nimia razón, dando a entender que ellos saben exactamente cómo deben ser sus padres y lo que deben, o no deben, hacer.

La frase “me lo prometiste”, frecuente en las películas americanas, con que le recrimina un niño desolado, generalmente, a su padre, contiene algunos significados que conviene resaltar.

Da la impresión de que a un niño no se le puede causar ningún tipo de frustración, sea por la razón que sea. También parece que los padres americanos alimentan a los niños solo con promesas, en vez de darles de comer y otras cosas por el estilo. Sin duda, parece que el niño es la autoridad moral que juzga a su padre desde una posición ontológica y existencial mucho más elevada que la de aquel, que solo está para servirle.

Entre las muchas formas que hay de maltratar a un niño, como son, la apropiación indebida del propio niño, la privación indebida de lo que se le debe dar, o la destructividad directa, en términos de agresiones de todas las formas que se consideren, también hay que incluir las valoraciones arbitrarias que se le hagan, ya sean por defecto o por exceso, su entronización, o el envío de mensajes que le desinforman acerca de sí mismo y acerca de las personas, padres incluidos, con las que se relacione.

Si a un niño se le envía desde temprana edad el mensaje de que es más importante que sus propios padres, o de que estos deben servirle a su capricho, se estará contribuyendo a formar en él una identidad personal fatua, ególatra y soberbia, que dificultará seriamente su propia realización y, previsiblemente, dañará a terceras personas.

Ni que decir tiene que si se actúa en la dirección contraria, despreciándole, maltratándole, humillándole, etc., se estarán generando en él graves problemas de otra índole.

Es importante que cada cual ocupe el lugar y la posición que le corresponda, y se le trate, según su edad, condición y nivel de experiencia y desarrollo, a lo largo de las diferentes etapas de la vida, para prevenir la formación de creencias falsas que puedan dar lugar a una variedad de problemas o trastornos que, posteriormente, son de difícil solución.

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