Los tipos de estrés
En general, el uso que se puede dar al término estrés es tan amplio que abarca, desde una demanda excesiva operando sobre alguien, cuyo efecto sería un incremento de la tensión emocional, hasta la ocurrencia de circunstancias interpersonales adversas, susceptibles de provocar auténticos trastornos en las personas envueltas en ellas.
Es cierto que, en ambos casos, se puede afirmar que se trata de condiciones que conllevan demandas irracionales, operando a modo de estímulos, que parecen ignorar por completo las condiciones y limitaciones de las personas para poder responder a ellas.
Ahora bien, la primera pregunta que surge, al respecto de las respuestas dadas bajo estrés, se refiere a las condiciones que generan o acompañan el carácter obligatorio de las mismas.
En general, se podría suponer que si la demanda es externa a la propia persona, y esta fuera capaz de dar una respuesta satisfactoria al sujeto de la demanda, no se le aplicarían consecuencias indeseables, pero, si no fuera capaz de responder de forma adecuada, ocurrirían consecuencias de ese tipo.
Este modelo de funcionamiento es muy parecido al de la coacción o el chantaje, en caso de no ser el mismo.
Por otro lado, encontramos personas que, sin estar bajo demandas intensas procedentes del entorno, parece que, ellas mismas, se demandan niveles de funcionamiento anómalos para conseguir o conservar ciertos estados de cosas. En estos casos, el carácter de obligatoriedad en la consecución de sus fines, parece estar inserto en su propia sustantividad.
En estos casos pueden encontrase, desde personas que tienen la tendencia a asumir muchas más responsabilidades de las que pueden sobrellevar, hasta quienes están movidas por logros, éxitos, etc.
Estas modalidades de estrés recaen sobre las capacidades de las personas y podrían definirse en términos de que las demandas o las auto-demandas, o son imposibles de satisfacer por razón de incapacidad, o su satisfacción requiere niveles extremos de esfuerzo, y gasto energético, involucrando niveles emocionales alterados, y, generalmente, mantenidos.
No obstante, como decía más arriba, hay otro tipo de estrés que no tiene nada que ver con la capacidad de trabajo.
En estos casos, la irracionalidad de la demanda no recae sobre las capacidades, sino sobre el ser en sí. Además, su origen se encuentra siempre en el entorno de la persona.
Se trata de demandas contradictorias, ya sea que, en sí mismas exigen el cumplimiento de dos o más condiciones contradictorias o incongruentes entre sí, ya sea que aquello que se le exige a la persona le genera un conflicto interno, siendo la demanda exterior la de ir contra su propia esencia, mientras el otro polo es la fidelidad a la misma.
Si nos ubicamos en ámbitos sociales, laborales, etc., podemos encontrarnos, por ejemplo, que una persona se encuentre bajo la exigencia de la empresa para la que trabaja, de verificar unos ciertos objetivos de ventas, y que, al mismo tiempo, el hecho de intentar dar satisfacción a tal demanda, conlleve la destrucción de su vida familiar. Si la persona en cuestión se opone seriamente a dañar su vida familiar, y, al mismo tiempo, trata de satisfacer los objetivos de la empresa, la tensión bajo la que trabaje puede llegar a ser muy elevada.
Ahora bien, también podemos encontrar el caso de aquellos trabajadores a los que la empresa les exija, directamente, que engañen o mientan a los clientes con los que se relacionan, para obtener unos resultados económicos muy superiores a los que obtendrían en caso de no hacerlo. En este caso, si la sustantividad del trabajador contiene principios morales, opuestos a efectuar tales operaciones, se encontrará en un conflicto intenso, sin que éste tenga mucho que ver con sus capacidades.
Un último grupo de condiciones de estrés, el más grave de todos, se refiere a las condiciones de entorno, generalmente en la esfera familiar y durante etapas de la adolescencia, en las que se le exige a la persona que no exista; que no se deje llevar por las necesidades que su propia naturaleza determina; que no sea ella misma, en ningún caso, y que se atenga estrictamente a ser y relacionarse como se le exija.
En estos casos, cuanto mayor sea el vínculo entre la persona objeto de tal demanda y aquel o aquellos que la efectúan, tanto mayor será el riesgo de que el conflicto se interiorice y lleguen a presentarse, en el seno de la propia sustantividad individual, tendencias contradictorias que anulen la propia sustantividad y bloqueen toda posibilidad de su existencia.
Al analizar el estrés, no se deben minusvalorar todos los factores presentes en su producción, ni en la de sus posibles respuestas. Es fundamental, el examen pormenorizado de la esencia de la persona que lo padece, en conjunción con el tipo y la intensidad de la demanda que se le hace, para poder entender sus efectos, e, incluso, preverlos.
En tal sentido, las escalas objetivas de estrés, como la más famosa, de Holmes y Rahe, que puntúan en una escala el estrés producido por una diversidad de situaciones, como, por ejemplo, muerte del cónyuge; separación matrimonial; muerte de un ser querido; pérdida del trabajo, y otras condiciones por el estilo, parecen obviar muchos de tales factores personales y circunstanciales, por lo que, en el mejor de los casos, solo podrían estimarse desde un punto de vista estadístico.
En definitiva, el estrés, en general, se puede entender como una demanda irracional que gravita sobre un individuo o un grupo, que siente o presenta la obligación de satisfacerla.
Se trata, por tanto, de un factor susceptible de generar problemas, conflictos personales e interpersonales, graves alteraciones mentales, estados de agotamiento de la energía disponible y sus efectos orgánicos, etc.
Se puede producir, por ejemplo, una demanda irracional durante la adolescencia, por ejemplo que se exija al adolescente sacar buenas notas, y,
a la vez se le impida de diversas formas hacerlo, como mandándole mensajes en los que se dice que si existe es malo, y daña la existencia de terceros.
Evidentemente, para sacar buenas notas, el individuo tiene que existir, y si no se le deja hacerlo desde el entorno familiar, y a la vez se le exige hacerlo, es una contradicción muy grave para el adolescente.
Esto sería solo un ejemplo, de los muchos que pueden suceder de demanda excesiva.
En mi trabajo como maestro, he observado que parece que lo único que importa en muchas familias es el éxito, las notas, y no el ser y la existencia de ese ser. Esto aporta mucha infelicidad a las personas que no consiguen ese éxito, e incluso a las que lo consiguen, y un elevado nivel de estrés. No debemos ser máquinas de conseguir éxitos, sino personas.
¿Crees que estas sobreexigencias sobre los seres podrían llegar a bloquear incluso su actividad funcional?
El tema, sinceramente, me parece grave, y con malas consecuencias para quien lo padece.