Blog de Carlos J. García

¿Por qué ver siempre los premios con buenos ojos?

En ciertos ámbitos, los premios y los castigos se consideran como «consecuencias», ya sean directas o indirectas, de las acciones de quienes los reciben.

Este modo de considerar tales operaciones resulta bastante sorprendente, aunque solo sea porque, aquellos que premian o castigan, son individuos diferentes a quienes reciben sus efectos.

La lógica que siguen tales acciones consiste en que una persona hace alguna acción, y, después, alguien diferente efectúa otra distinta que toma por objeto a la persona que emitió la primera.

A menudo, ni siquiera se trata de una interacción, en el sentido de que A le hace algo a B, y B, le hace algo a A, sino que suele consistir en que, una persona hace alguna acción, que, generalmente, no va dirigida a causar efecto alguno sobre quien, en su caso, tiene la potestad de sancionarla.

Las sanciones, premios o castigos, pueden estar previstas de antemano en formas del tipo: «si haces X, te haré o daré Y», o, simplemente, ser aplicadas tras las acciones correspondientes, sin previo aviso, o sin conocimiento de la persona que reciba la sanción.

Hay que tener en cuenta que, dado que el sujeto que aplique la sanción, dispone de la posibilidad de sancionar, o de no hacerlo, el punto de vista que ve las sanciones como consecuencias de las acciones que hacen las personas, no parece tener mucho sentido.

Las dos acciones, la sancionada y la sancionadora, no están naturalmente vinculadas, aunque lo estén mediante códigos o criterios familiares o sociales.

Por otro lado, mientras que los premios se suelen ver con agrado, a los castigos les ocurre lo contrario. De hecho, tales términos van investidos de significados claramente opuestos.

Ahora bien, si consideráramos qué es lo que, tanto premios, como castigos, toman por objeto, en cada caso en que se aplican, una simple reflexión nos conduciría a desmontar tales prejuicios de valoración.

Supongamos que a un niño se le premia, cada vez que obedece algún mandato de los padres, y que no se le premia, e, incluso, no se le presta atención alguna, cada vez que emite algún comportamiento por su cuenta, con independencia de sus progenitores.

En tal caso, es posible que el niño llegue a renegar de su propia producción de acciones, genere una disposición favorable a investigar cuáles son los deseos de sus padres con respecto a él, en todo momento y ocasión, y acabe por renegar de sí mismo como aquello que, presumiblemente, le hubiera gustado que existiera.

Las consecuencias de tales programas educativos pueden llegar a ser devastadoras en la formación de la personalidad, incluso más que otros, aparentemente peores.

En este orden de cosas, resulta inevitable citar la obra de B.F. Skinner, Walden Two[i].

Se trata de un libro a medio camino entre la ciencia ficción, la ejemplificación de un modelo científico, y un tratado de ingeniería social de la conducta humana.

Habría mucho que decir acerca de dicha obra, pero, en lo que aquí nos concierne, en lo que más insiste el autor es en la mayor eficacia del “refuerzo positivo” (premio) sobre el control de la conducta, que del “refuerzo negativo” (castigo).

Dicho en otros términos, para el diseño artificial de una sociedad, son mucho más eficaces los programas de reforzamiento positivo, que los de reforzamiento negativo. Éstos últimos pueden producir rebeldías y otros efectos colaterales, que no convienen a los fines de quienes tratan de fabricar individuos y sociedades a la medida de sus propias fantasías.

Por otro lado, el título de dicho libro, hace referencia a la obra de Henry David Thoreau, titulada Walden[ii], escrita a mediados del siglo XIX, unos treinta años antes de que se aboliera definitivamente la esclavitud en su país, EEUU, y mientras éste hacía una guerra contra Méjico.

De Thoreau, hay que destacar el opúsculo que acompaña a Walden, en la citada versión española, titulado Del deber de la desobediencia civil. Sin duda, las tesis de Thoreau constituyen una obra maestra, en las que Skinner se fijó para sostener lo contrario en Walden Two.

En el terreno formativo, se trata de elegir entre, moldear individuos artificiales, o contribuir a la realización de niños y adolescentes. Para hacer esto último, es mucho mejor educar con el ejemplo, que aplicar consecuencias artificiales, como si se tratara de adiestrar animales domésticos para algún fin determinado.

 

[i]SKINNER, B.F; Walden Dos. Hacia una sociedad científicamente construida; trad. Santiago Lorente Arenas del original Walden Two de 1948; Martínez Roca, sello editorial de Ediciones Planeta Madrid, S.A, vigésimo octava edición; Madrid, 2009

[ii] THOREAU, HENRY DAVID; Walden. Del deber de la desobediencia civil; trad. del original Walden: or, Life In the Woods (1854); On the Duty of Civil Disobedience (1849); Parsifal Ediciones; Barcelona, 1997

 

1 Comment
  • Elena on 30/10/2015

    Todo esto me hace recordar que cuando estudié la carrera, la carrera de psicología, teníamos una asignatura que se llamaba algo así como «Principios básicos del aprendizaje» y que consistía en ver la efectividad de todas estas técnicas de las que tu hablas en tu articulo: refuerzo, refuerzo negativo, refuerzo intermitente, etc.
    Terminé mis estudios con serias dudas sobre lo que es aprender y cómo se aprende y lo qué es educar.
    Increíble pero cierto.

Deja un comentario