Blog de Carlos J. García

Posturas filosóficas contra la realidad

Pensemos que una persona A, puesta ante otra B, la mira desde un sistema de referencia compuesto de los siguientes planteamientos:

  1. Niega su existencia.
  2. Niega que tenga algo en común con ella.
  3. Niega que sea algo en sí.
  4. Niega que en la realidad haya principios de verdad, de bien, etc.
  5. Escucha cualquier cosa que diga bajo el prejuicio de que es “su mera opinión”.
  6. Niega que posea una concreta identidad personal.
  7. Opta por hacer creencias sobre B que le resulten simplemente útiles a ella misma…

Siendo así, la persona A niega no solo la existencia de la persona B, sino además, su posible carácter real, la relación misma que tenga con ella, su condición de integrante en el sistema de existentes, lo que haga, lo que diga, lo que sienta,… ¿Cómo afectaría a la propia persona A sostener tales planteamientos? ¿Cómo afectaría a la persona B dicho tratamiento? Y si B, por ejemplo, fuera hijo de la persona  A, ¿cómo afectaría a la formación de B el tratamiento que A le diera bajo tales presupuestos?

Vayamos algo más lejos y supongamos que todo un sistema poblacional o la inmensa mayoría de sus componentes hubieran llegado a creer el corpus de creencias postulado por tales corrientes filosóficas. ¿Acaso sería posible que dicha población constituyera un sistema social propiamente dicho, si nadie reconoce tener algo en común con ningún otro? ¿En qué condiciones podría encontrarse el estado de salud mental de los individuos de dicha población?

El verdadero problema es que, una alta proporción de los corpus de creencias que se elaboran en los laboratorios “filosóficos”, no se hacen como simples conjeturas experimentales que queden ceñidas a una mera investigación teórica, sino que trascienden, en mayor o menor grado, a las poblaciones y a los individuos que las componen y, por lo tanto, tienden a su materialización efectiva en la formalización, constitución y conducta de los mismos.

Por absurdas que tales creencias puedan parecer, si se difunden con una cierta sistematización, acaban por dañar el carácter real de los individuos que lleguen a adoptarlas.

Ahora bien, tales planteamientos son aquellos a los que, paulatinamente nos vamos acercando.

Las teorías del conocimiento anteriores a la Ilustración habían tenido como objeto último la cuestión de la verdad.

En ellas se desplegaban múltiples esfuerzos por  indagar las condiciones, los presupuestos y los métodos que afectaban, para bien o para mal, al acceso del ser humano a las verdaderas representaciones de los objetos.

Estas preocupaciones incluían, además, el acceso a una definición correcta de la noción de verdad.

La cuestión última que subyace a tales ocupaciones es, ni más ni menos, la apertura del ser humano a la realidad o su aislamiento de ella.

Hume y su escuela, negaron toda posibilidad a la apertura del ser humano a la realidad, tanto por negar la realidad misma, como los medios humanos para acceder a ella, por lo que constituyen un movimiento moderno que entronca con el escepticismo clásico.

Según afirma Nicola Abbagnano [i], el escepticismo consiste en una indagación efectuada con la finalidad de denegar cualquier doctrina para concluir, tras el análisis de todos los casos, que ninguna teoría vale.

Según la antigua doctrina escéptica, cuando se llega a la conclusión de que no vale ninguna teoría, se accede a la tranquilidad y, por lo tanto, el escepticismo es una forma de búsqueda del placer de la tranquilidad, por el método de la negación misma de la posibilidad de acceso a la verdad. La indagación de las teorías es el medio para lograr la denegación y rechazo de cualquier doctrina y, en consecuencia el acceso a la tranquilidad.

Ahora bien, al tiempo que Hume negaba la posibilidad del conocimiento, elaborando minuciosamente el escepticismo moderno, planteó la necesidad de que el ser humano dispusiera de un conjunto de creencias inventadas, por simple utilidad para vivir.

Esta conjunción, entre el escepticismo clásico y el avance en un nuevo pragmatismo, era lo auténticamente novedoso de sus aportaciones.

Un destacado epistemólogo contemporáneo, como Johannes Hessen [ii], expone un importante punto en común entre el escepticismo y el pragmatismo:

«El escepticismo es una posición esencialmente negativa. Significa la negación de la posibilidad del conocimiento. […] Como el escepticismo, también el pragmatismo abandona el concepto de la verdad en el sentido de la concordancia entre el pensamiento y el ser. Pero el pragmatismo no se detiene en esa negación, sino que reemplaza el concepto abandonado por un nuevo concepto de la verdad. Según él, verdadero significa útil, valioso, fomentador de la vida.»

Por su parte, Bertrand Russell, dedicó un amplio análisis al pragmatismo en sus “Ensayos filosóficos” [iii], en el que, entre otras muchas cosas, afirmó lo siguiente:

«El escepticismo es la esencia misma de la filosofía pragmatista: nada es cierto, todo es susceptible de revisión, es imposible alcanzar una verdad de la que podamos estar seguros. Por tanto, no vale la pena que nos calentemos la cabeza preguntando qué es realmente verdadero: lo único que debe preocuparnos es lo que consideramos verdadero.»   (pp. 149-150)

Según Russell, el pragmatismo podría resumirse en que la realidad es lo que deseo, verdadera es la creencia que me ayuda a conseguirlo y falsa la que me dificulta su consecución. (ibíd., pp. 144-146)

Ahora bien, el conocimiento y las creencias, se refieren a dos áreas funcionales diferentes, dentro de la relación, de apertura o cierre, que el ser humano establece con la realidad. Son cosas distintas.

Según la línea de pensamiento de Hume y de los pragmatistas contemporáneos, no podemos conocer la realidad, por lo que la noción de verdad carece de sentido, y, sin embargo, estamos obligados a creer.

Russell, en la citada obra, evidenció que el pragmatismo era fundamentalmente una filosofía de las creencias que postulaba la voluntad de creer:

«Una cierta práctica de la voluntad de creer es casi un preliminar indispensable para la aceptación del pragmatismo; y, a la recíproca, el pragmatismo, una vez aceptado, llega a dar plena justificación a la voluntad de creer.» (op. cit., p. 116)

No obstante, se refiere a la voluntad de creer, desconectada de la verdad, y exclusivamente  fundada en la supuesta utilidad que pueda llegar a tener aquello que alguien crea.

Por otro lado, el conocimiento y las creencias, aun cuando ambos se puedan encontrar dentro de un ser humano, presentan estructuras diferentes.

Mientras el conocimiento, se limita a hacer representaciones, más o menos fidedignas de las cosas, las creencias se refieren a las ideas o representaciones en cuanto a tales, y no, directamente, a las cosas mismas. Dicho en otros términos, creemos o no creemos, enunciados, mientras que conocemos o no conocemos, cosas.

Ciñéndonos al conocimiento humano, Alfred Tarski [iv], propuso que los enunciados acerca de las cosas no debían incluir dentro de ellos mismos, referencias a su propio carácter de verdad o falsedad, por lo que estipuló la necesidad de hacer otro tipo de enunciados diferentes, en los que se afirmara el carácter de verdad o falsedad de los primeros. A estos últimos enunciados los denominó metaenunciados.

Por ejemplo, tenemos el hecho (o la cosa) de que la nieve es blanca. Por otro lado, un observador afirma que la nieve es blanca (lenguaje objeto). Además, hay otro nivel de afirmación acerca de la oración del observador “la nieve es blanca” que afirma que: «“la nieve es blanca” es una oración verdadera, pues la nieve es blanca» (metalenguaje).

De ahí que, la verdad de un enunciado X acerca de una cosa, ha de venir expuesta en otro enunciado distinto, que se refiera al carácter de verdad/falsedad del enunciado X.

En términos generales, por tanto, hay dos tipos de enunciados: a) aquellos que se refieren a cosas (en el ejemplo, “la nieve es blanca”), y, b) aquellos que afirman o niegan algo acerca de los enunciados referidos a las cosas (en el ejemplo, «el enunciado “la nieve es blanca” es verdad»).

En cuanto a las creencias, puesto que dirimen con enunciados, no son  enunciados simples, sino que presentan una estructura de metaenunciados, y, además, son estructuras más complejas que los enunciados del mero conocimiento:

  • En primer lugar, son meta-enunciados que afirman la veracidad o falsedad de enunciados.
  • En segundo lugar, los metaenunciados se encuentran vinculados al fundamento del que depende su asignación de verosimilitud.
  • En tercer lugar, han de formar parte congruente del sistema de referencia interno que consta de una gran cantidad de creencias.
  • En cuarto lugar, el conjunto de información almacenado dentro del cerebro humano, que constituye el sistema de referencia interno, ha de hacer posible la existencia del ser humano que lo porta.
  • Una vez que la creencia se ha constituido como tal, participa en la producción de las actividades de relación que efectúe la persona, incluyendo la percepción de nuevos objetos.

El sistema de creencias que alberga un ser humano, existencialmente viable, debe ser tal que cumpla con el requisito de sustituir a la realidad, exterior e interior del propio ser humano, representándola con todo el rigor posible.

En cuanto al segundo punto de los expuestos, no basta que un ser humano disponga de un metaenunciado del tipo «“la nieve es blanca” es una oración verdadera, pues la nieve es blanca», sino que debe añadir el fundamento del juicio de verdad que contiene el metaenunciado, es decir, la razón por la que sostiene que dicho enunciado es verdadero.

En última instancia, dicha razón es que el enunciado en cuestión está fundado en la realidad, por los medios que la persona crea que son dignos de crédito.

En este sentido, toda persona dispone de unos criterios por los que atribuye o deniega el crédito a diferentes tipos de medios, que relacionen el metaenunciado con aquello a lo que haga referencia.

Es obvio que si se niega la posibilidad misma de la verdad, tal como hace el escepticismo, resulta inviable hacer creencias verdaderas fundadas en él, aun en el caso de que tales creencias se intentaran fabricar por su mera utilidad práctica. De ahí que, el paquete formado por escepticismo y pragmatismo, sea una propuesta que promueve la rotura del ser humano con la realidad.

 

[i] ABBAGNANO, N.; “Historia de la Filosofía”; Volumen I; La Filosofía entre los siglos XIX y XX; SARPE, S.A., 1988 (véase su capítulo XV)

[ii] HESSEN, JOHANNES; Teoría del Conocimiento; Ed. de Victoria Crespo; Colección Austral; Espasa Calpe S.A., Madrid, 1991

[iii] RUSSELL, BERTRAND; Ensayos filosóficos; trad. Juan Ramón Capella, del original de 1966; Ediciones Altaya, S.A., Barcelona, 1993  (RUSSELL, B, EF)

[iv] TARSKI, ALFRED; La concepción semántica de la verdad y los fundamentos de la semántica; trad. Paloma García Abad, del original de 1966 con versión previa de 1953 publicada en la Pacific División of the American Philosophical Association; A Parte Rei. Revista de Filosofía; serbal.pntic.mec.es/Aparte Rei/

9 Comments
  • Ana on 30/04/2016

    Gracias Carlos, al leer esto me estoy preguntando. ¿Qué hay de esas teorías que están saliendo ahora basadas en física cuántica que hablan de que nosotros creamos la realidad a medida que la vamos observando?

    • Carlos J. García on 01/05/2016

      A pesar de que diversos físicos y, sobre todo, divulgadores de las teorías físicas, se refieren a aquellos objetos que investiga la física cuántica como “realidad”, confundiendo un submundo minúsculo de la materia inorgánica con la realidad, es obvio que, en el ámbito que denominamos “naturaleza”, hay campos diversos regulados por diferentes dominios de leyes naturales, algunos de los cuales se diferencian de modos tan notables que, hasta el momento, nadie ha sido capaz de reconciliarlos bajo un mismo dominio gubernativo.
      Por ejemplo, no parece que sean sustancialmente equivalentes las leyes naturales de la biología, las gravitatorias y las que imperan en la mecánica cuántica. El orden que impera en los diversos existentes que caen bajo sus respectivos dominios es profundamente diferente de unos a otros.
      Las leyes gravitatorias son, sobre todo de interdependencia entre espacio, tiempo y masa. Las leyes biológicas son del orden de la autonomía vital o existencial de las diferentes especies en orden de complejidad ascendente. Las leyes cuánticas son de una muy difícil definición y, aparentemente, violarían los principios de razón…
      Es obvio que cuando hablamos de leyes naturales estamos incluyendo propiedades extremadamente heterogéneas que se encuentran en un horizonte de definición extremadamente amplio.
      La realidad, definida desde su mayor nivel de capacidad existencial de suyo que, en el mundo conocido, se ciñe al ser humano, parece irse reduciendo en una escala descendente hasta que, justo antes de llegar a la nada absoluta, encontramos esas nubes de hechos ínfimos de extrema sencillez y volatilidad que no se corresponden exactamente con la noción de partículas elementales, sino con la de fenómenos detectables con enorme dificultad, que, aparentemente, suceden en grandes poblaciones estadísticas, en las que no es posible aislar individuos existentes, y que siguen comportamientos que, comparados con los que se observan en biología o en astronomía, son poco menos que erráticos o caóticos.
      Al respecto de las interpretaciones de los resultados de experimentos en mecánica cuántica, es interesante el libro de Davies y Brown «El espíritu del átomo», escrito en base a ocho entrevistas efectuadas a físicos cuánticos en programas emitidos por la BBC británica. En él encontramos una magnífica exposición de posturas muy divergentes sobre diversas interpretaciones de los resultados de experimentos efectuados con partículas elementales.
      Por otro lado, a principios del siglo XX, ya se planteó que era imposible que el observador no se introdujera en la escena observada, y aunque eso puede ocurrir en menor o mayor medida, al menos se comenzó a considerar el posible problema.
      En etología, por ejemplo, en el estudio de especies, en la observación de los pájaros, en todo lo que implique una no intervención en la producción de condiciones artificiales, y por lo tanto no ideadas por el experimentador, hay bastante respeto a la actividad propia de las especies. Esa actitud, de no intervención en el objeto que el investigador observa, es fundamental para no adaptar lo observado a él mismo. Ahora bien, si en vez de observar sin interferir, el investigador efectúa diseños experimentales, se introduce él mismo en el objeto y reconstruye el objeto, entonces los datos que obtenga no son datos verdaderos. Se trata sólo de una interacción entre un artificio mental con una situación, y, por lo tanto, con aquello, ya no se podría construir una teoría sobre el objeto, independiente del investigador.
      Meter al observador en lo observado y luego sacar conclusiones acerca del objeto, no parece demasiado lógico. Por lo tanto, ¿por qué se legitima tal tipo de experimentación si consiste, ni más ni menos, que en la creación artificial de objetos?
      Aparte de esto, la mera observación que podamos efectuar de, por ejemplo, un satélite como la Luna, es obvio que no parece poder afectar lo más mínimo a su comportamiento, aunque, en el mundo cuántico, puedan ocurrir efectos derivados de la mera presencia de instrumentos o de los mismos observadores al encontrarse compartiendo un campo con aquello que pretenden observar.
      Para resumir, en cuanto a la pregunta que haces en tu comentario, en mi opinión, la mera observación no crea nada, ni mucho menos, la realidad.

  • Ignacio Benito Martínez on 01/05/2016

    Entonces, formar un sistema de creencias real, es básico para el desarrollo de un ser verdadero. Y este parece ser el motor que nos mueve a producir acciones reales en el mundo. Por otro lado, necesitamos pensar sobre las razones verdaderas de las cosas. Vamos, que al final sí que necesitamos hacer un importante esfuerzo mental.
    Parece que en el mundo de hoy en día, el esforzarse en pensar es algo que no se valora. Esto, tristemente, ya viene dado por la «ideología» dominante. Oigo las mismas frases repetidas a diario: que todo es relativo, que no te comas la cabeza en tonterías, que el ser humano está en el momento de mayor desarrollo de la historia, que nada es blanco ni negro, que esto no vale porque no es moderno, que hay que ser original, etc.
    No dejo de sorprenderme, porque en pensar no se efectúa ningún esfuerzo, y luego ves en los trabajos, a la gente machacada a trabajar, 10 y 12 horas… Ese esfuerzo sí que se hace, pero pensar parece que no. ¿Será por pragmatismo? En el fondo, parece ser tan importante ejercitar la mente como el comer: ésta puede hacer que vivas plenamente o que te dejes llevar.
    Una de las cosas buenas de estos artículos es que te hacen pensar, cosa difícil de encontrar en estos tiempos.

    • Carlos J. García on 01/05/2016

      Es cierto que vivimos en una época en la que predomina el escepticismo en casi todos los ámbitos sociales y que este viene acompañado de diversas formas de pragmatismo, una de las cuales es la comodidad de creer los mensajes emitidos por la propaganda, para facilitar la propia adaptación a una cultura que criba la existencia social de las personas bajo criterios de conformidad con ella. Ahora bien, parece que bastantes personas no son conscientes de la merma de su propia condición personal, debida a actitudes escépticas, pragmáticas y acomodaticias. Algunos de los artículos que escribo en este blog podrían ser de utilidad para dichas personas.

  • Ana on 02/05/2016

    Gracias Carlos, es un placer conversar contigo. Buscaré ese libro del que hablas en tu comentario. Un saludo.

  • Elena on 03/05/2016

    Russell habla de la voluntad de creer como «preliminar indispensable para la aceptación del pragmatismo», me pregunto si es posible ejercer la voluntad en el acto en sí de creer

    • Carlos J. García on 03/05/2016

      El escrito más importante de William James que es la figura más destacada del pragmatismo, lleva por título «La voluntad de creer». En mi opinión, dicha obra entronca con tesis de marcada significación protestante, en las que, como sabes, se defiende la doctrina de la justificación por la fe, en contraposición a la doctrina católica de la salvación, mediante las buenas obras. En el caso protestante, se supone que creer en Dios viene dado por la predestinación que depende exclusivamente del arbitrio divino, si bien, como nadie sabe, de antemano, si está o no está salvado por Dios, en mi opinión, se supone que disponer de esa voluntad de creer será más congruente con la creencia de que la persona ha sido una de las elegidas, que si no tuviera esa voluntad de creer. En todo caso, poner la voluntad antes de las creencias es como poner el carro delante de los bueyes, pues la voluntad es función de las creencias y no al revés. El comentario de Russell, que podría ser, en cierto grado, irónico, parece poner en evidencia la imposibilidad de que las creencias pragmáticas, al menos las que se fabricarían de forma intencional y consciente, sean, efectivamente, creencias que pasen a ejercer sus funciones en cuanto a tales sobre las actividades humanas, incluyendo la propia voluntad.

  • JFCalderero on 04/05/2016

    Muy interesante tema. Ahí va mi granito de arena en forma de afirmaciones que no puedo fundamentar, al menos del todo, pero que considero que necesariamente han de ser ciertas ¿lo son?
    1. La realidad existe.
    2. Hay distintos tipos de realidades. Algunas tienen existencia objetiva independiente de la percepción humana acera de ellas; un río, p.ej. Otras existen por decisión humana: el Kg. Algunas son modificadas por la presencia del observador y otras no.
    3. Toda ley física es una interpretación humana, sujeta a progresivas modificaciones en función de su adecuación a la aparición de nuevos hechos o nuevos instrumentos de observación. Las leyes físicas solo pueden aceptarse mientras no se encuentra en ellas nada que las contradiga.
    4. El lenguaje, todo lenguaje, solo puede ser una aproximación a la realidad. Toda realidad contiene de suyo elementos y dimensiones no expresables por ningún código que necesariamente es un medio limitado de expresión.
    Saludos muy cordiales,
    @JFCalderero

    • Carlos J. García on 04/05/2016

      1) Étienne Gilson ha ofrecido una visión integral, clara y precisa del realismo:
      «Ahora bien, si la Metafísica es el conocimiento de los primeros principios y de las primeras causas, podemos concluir con seguridad que puesto que ser es el primer principio de todo conocimiento humano, es a fortiori el primer principio de la Metafísica. / La objeción clásica contra esta tesis es que de una idea tan vaga como la de ser no puede salir ningún conocimiento distinto. Esto es verdad, pero no es objeción. Al decir que el ser es el principio del conocimiento no se quiere decir que todo conocimiento posterior pueda deducirse analíticamente de él, sino más bien que el ser es lo primero que se conoce y aquello a través de lo cual puede ser adquirido progresivamente todo posterior conocimiento. Tan pronto como algo entra en contacto con la experiencia sensible el entendimiento humano expresa la intuición inmediata de ser: “X es o existe”; pero desde la intuición de que algo es, más allá del hecho de que es algo, no es tarea del entendimiento el deducirlo. El entendimiento no deduce, intuye, ve, y a la luz de la intuición intelectual, el poder discursivo de la razón construye lentamente desde la experiencia un conocimiento determinado de la realidad concreta. Así, a la luz de la evidencia inmediata, el entendimiento ve que algo es o existe; que lo que existe es lo que es; que lo que es o existe no puede ser y no ser al mismo tiempo; que una cosa es o no es sin que pueda concebirse una tercera hipótesis; y, por último, en orden, aunque no en importancia, que el ser solamente viene del ser, lo cual es la verdadera raíz de la noción de causalidad. La razón no puede probar ninguno de estos principios porque en ese caso ya no serían principios, sino conclusiones; pero por su medio prueba lo demás.» GILSON, ÉTIENNE; La unidad de la experiencia filosófica; cuarta edición; versión española de Carlos Amable Baliñas Fernández; EDICIONES RIALP; S.A., Madrid, 1998 (pp. 268-269)
      2) Creo que todo lo real es algo “objetivo” e independiente de la percepción humana. Es dudoso considerar una unidad de medida como el Kg., como algo propiamente real. Sin duda dicha unidad de medida existe, aunque si el pensamiento humano desapareciera, también desaparecería ella. Creo que es una convención útil, pero no una realidad que, en sí misma sea independiente del pensamiento humano. Por otro lado, debemos diferenciar los factores que constituyen a los seres y las cosas individuales de estos mismos seres concretos. Tales factores no tienen por qué ser meros conceptos mentales, como afirmó el nominalismo, sino que son realidades de suyo, aunque no sean capaces de existir por sí mismas. Por ejemplo, una molécula de ADN no existe fuera de una célula, pero no por ello es una invención de la mente humana.
      3) Una cosa son las leyes o principios que rijan de hecho en la realidad o en la naturaleza, con independencia del ser humano, y, otra, el descubrimiento y el conocimiento que seamos capaces de hacer de ellos. Lo ideal sería conocerlos todos, tal como de hecho son y operan, pero no sé hasta dónde podrá llegar a hacerlo el ser humano.
      4) Totalmente de acuerdo con tu comentario acerca del lenguaje. Ahora bien, cuanto más rico sea, mejor servirá como ventana abierta al conocimiento de la realidad. La pérdida del lenguaje y de la capacidad general para representar la realidad mediante el mismo, sería una tragedia sin precedentes para nosotros. Es una lástima que, en ese aspecto, estemos en decadencia.
      5) Aparte de estos asuntos, te comentaré que el gran filósofo italiano Nicola Abbagnano la primera y gran crítica que hace a determinados sistemas filosóficos es la siguiente: «Ante toda filosofía, es preciso preguntarse si el concepto de realidad, al que llega, hace posible el “problema” donde ella nace. Si no lo hace posible, el resultado implícito, es siempre la vacuidad total e irremediable de la filosofía». Dicho en otros términos, aquellos filósofos que niegan o ponen en duda irrazonable la existencia de algo independiente del pensamiento humano, se niegan a sí mismos como seres que dudan de la realidad o la niegan, lo cual no parece muy congruente. Si la realidad no existe, yo no existo, ni, tampoco puedo pensar que la realidad no exista…
      He de decirte que tus comentarios cada vez me parecen más interesantes y afinados, y te los agradezco mucho. Un cordial saludo.

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