Blog de Carlos J. García

Precisiones acerca de la identidad personal y el conocimiento de uno mismo

El presente artículo sirve de respuesta a un comentario efectuado por un lector al artículo titulado La identidad personal y el conocimiento de uno mismo, si bien, dado que la información que contiene puede ser de interés para otros posibles lectores, queda expuesto dentro de las carpetas correspondientes de los artículos del blog.

Empezando por la cuestión del dinamismo de todo ser vivo, es cierto que hay factores estables que permanecen, mientras otros van cambiando. En psicología nos referimos a ellos con los términos “morfoestáticos” y “morfogenéticos”, respectivamente.

En cuanto a los factores o elementos  morfogenéticos, hay predominio de elementos componentes del ser vivo, entendido como sistema, mientras que, en lo morfoestático hay, en mayor medida, elementos o factores constituyentes o constitutivos.

Por poner un ejemplo ilustrativo de otro ámbito: cualquier país tiende a conservar  establemente su constitución, su cultura y su historia constitutiva, mientras la población que la compone se renueva constantemente. Ahora bien, identificamos cada país por su identidad nacional: constitución, cultura, geografía, historia, etc., no por las personas que se encuentren vivas en un determinado momento.

En cuanto a las células de un cuerpo humano, poseen dos tipos de factores diferentes: unos componentes celulares que se encuentran en el citoplasma y, por otro lado, un núcleo en el que se encuentra el código genético completo en el que están los planos completos del organismo. La renovación celular afecta a los componentes del citoplasma, mientras que el código genético, se conserva constante, salvo accidente o deterioro por la edad. La identidad del organismo de que se trate se localiza en el código genético y, de hecho, es su código genético.

Por lo tanto, hay que diferenciar los factores constitutivos de los meros componentes, tanto en el terreno orgánico, como en el ontológico y psicológico.

A una persona la reconoceremos, en cuanto a tal persona, y no como mero organismo, por sus factores constitutivos, su sustantividad y la esencia de la misma, la cual se expresa, en mayor o menor grado, a lo largo de su existencia.

Además, debido a esto, la identidad, ya sea de una persona, ya sea de una sociedad, etc., no es sustitutiva, sino acumulativa. Lo que ha sido en su biografía o su historia, permanece en el sistema, a lo cual se va agregando todo cuanto modifique su esencia a lo largo de su existencia, dando lugar a lo que es en actualidad. El cambio de los seres, además, ocurre en función de las posibilidades que deja abierta su propia historia y su constitución, ya sea esta  la original o la precedente. Lo contrario, serían revoluciones que harían irreconocible a la persona o a la sociedad de que se trate.

En este sentido, toda biografía, y, por tanto, toda identidad, debe verificar el requisito de su continuidad temporal. Cualquier laguna que rompa en dos o más partes dicha continuidad daña la noción identitaria del sí mismo, que es una de las propiedades necesarias de toda identidad. Estas roturas, en ocasiones ocurren en ciertas crisis psicóticas y, hasta que no se sutura la rotura, persisten las alteraciones derivadas de ella.

A continuación, pasaré a comentar tu enunciado: “Lo que yo soy no puede depender de lo que yo, u otros, crea/n que soy”.

En primer lugar, “lo que yo soy”, salvo que la persona tenga alguna forma de representación, en ideas, imágenes, intuiciones, enunciados, creencias, etc., estará oculto, y no tendrá posibilidad alguna de acceso a la conciencia, lo cual lo invalidaría para efectuar una de las funciones de la identidad personal que es el reconocimiento de uno mismo, como diferente a lo otro, el mundo, los otros, etc.

En segundo lugar, de todas esas formas de representación, es posible que las simples intuiciones jueguen un papel decisivo en los orígenes de la identidad personal del neonato, centrada en la simple diferenciación “yo-mundo”   que ocurre en la etapa sensorio-motriz  y se debe a la interacción de las acciones emitidas con los objetos sobre los que recaen.

Las otras formas de representación, salvo las creencias, carecen de la  eficacia necesaria que requiere la estructura identitaria. Las creencias son metaenunciados que afirman la veracidad de los enunciados que, en el caso que nos ocupa, tienen al propio ser como objeto. Además, tales metaenunciados se encuentran vinculados a la razón de la que depende su verosimilitud, y, por último, han de formar parte congruente del sistema de referencia interno que consta de una gran cantidad de creencias, no solo de identidad, sino, también, de sustantividad, de objetos exteriores, etc.

Cuando disponemos de una auténtica creencia nos encontramos ante un factor causal susceptible de producir nuestras propias actividades de relación. El resto de representaciones no generan actividad funcional, dado que, son las creencias, las que la producen, en interacción con las situaciones, las circunstancias, etc.

De todo esto se desprende que “lo que yo soy”, en términos de identidad personal, remite a “las creencias que albergo acerca de mí mismo”, o “aquello que creo ser”.

Otra cosa diferente es lo que crean otras personas que soy. En este caso, hay muchas posibles diferencias. En general, nuestra primera identidad, más allá de la diferenciación “yo-mundo”, viene dada por el espejo en que consiste la figura de seguridad que, en general, suele ser la madre. La confianza del niño en su madre, se extiende a creer los mensajes  que la madre le envía acerca de él mismo, por lo que esas primeras creencias son fundamentales en el sistema que irá componiendo la futura identidad del adulto.

Por otro lado, dependiendo de la esencia de cada persona, que incluye la propia identidad personal y la sustantividad, esta será más o menos vulnerable a los mensajes que reciba de terceras personas a lo largo de su vida, y, por tanto, a la influencia que puedan tener, tanto sobre su identidad actual, como sobre diferentes modos de actuar.

Ahora bien, lo que yo soy, en términos de identidad, puede no representar correctamente la propia sustantividad. Es decir, puede haber divergencias entre aquel que creo ser, y los determinantes o principios que constituyen esa otra parte del yo que es mi sustantividad. Tal cosa puede proceder, precisamente, de haber recibido mensajes falsos acerca de quién soy, en términos sustantivos.

Por ejemplo, una persona puede creer que es mala o incompetente, porque es lo que le han dicho en la niñez, y, sin embargo, haber reaccionado contra esas creencias constituyéndose como una muy buena persona y con alta competencia. No obstante, de adulta tendrá un conflicto entre quién es sustantivamente y quien cree ser, en términos de identidad personal. Dicho en otros términos, hay identidades personales verdaderas, falsas o que se encuentran en algún punto intermedio.

En el caso del ejemplo, el hecho de que la persona en cuestión conozca o sepa que es buena persona, no le servirá de nada, a menos que derribe la creencia falsa que aprendió en su niñez, lo cual, por cierto, pasará necesariamente por desacreditar a la persona que le inyectó tal creencia.

Ahora bien, en muchos casos en los que hay discrepancia dentro del yo entre identidad y sustantividad, la alteración de la identidad suele convertirse en un foco sustantivo propiamente dicho, es decir, participar en la producción de actividades como un determinante más. Por ejemplo, una persona buena que se cree mala, se ve determinada a vigilarse a sí misma para evitar que de ella salgan acciones malas.

En cuanto al conocimiento que uno tenga de sí mismo, es obvio que, como en cualquier forma de conocimiento, dependerá de los presupuestos y de las facultades de que disponga. De ahí la importancia de disponer de un sistema de referencia lo más real posible que haga posible unos grados de conocimiento y de percepción, amplios y afinados. No obstante, en mi opinión, a medida que ganamos en experiencia y edad, se tiende a ensanchar el campo perceptivo, lo cual, también, es de aplicación al conocimiento de uno mismo.

Esto último, pone de manifiesto las enormes diferencias que pueden darse entre los seres humanos en términos de identidad personal, si bien, dado que la función primordial de la identidad personal es el reconocimiento de sí mismo, aunque se trate de un sistema de creencias no muy amplio, cumplirá su función si, al menos, es verdadera.

En cuanto a tu consideración relativa a que no es fácil el conocimiento de uno mismo, estoy de acuerdo en términos generales, si bien, en función de algunos factores comentados unas líneas más arriba, es obvio que, también, en este asunto, puede haber muchas diferencias entre unas personas y otras.

2 Comments
  • jfcalderero on 28/04/2016

    Muchas gracias. Apasionante tema al que haces importantes aportaciones. Saludos muy cordiales,
    @JFCalderero

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