¿Puede hacerse una auténtica psicología sin filosofía?
H.J. Eysenck, uno de los mayores exponentes de la psicología científica del siglo XX, presume de la siguiente exhortación, con la que, al parecer, se ponen manos a la obra los conductistas:
“«Vayamos al trabajo experimental y dejémonos de filosofías», usando esta palabra en la forma más peyorativa posible.” [i] (pp. 137-138)
Lo cual deja explicado a continuación:
«La filosofía es para el conductista vana especulación sobre asuntos incognoscibles o carentes de interés, o ambas cosas; y en eso entraría el apoyo de algunos filósofos modernos más competentes, que han relegado la metafísica al remanso académico o la han desterrado legalmente del todo.» (p. 138)
Si unimos esta declaración anti-metafísica con aquella otra expuesta en otra parte del mismo texto (p. 63), su conjunción resulta temible y, además nos permite relacionar directamente dos temas aparentemente dispares, referidos a la eliminación de la metafísica y a la dominación del ser humano por algún poder exterior a él mismo, ya sea psicológico, político, económico o cualquiera de sus innumerables variantes. Dice Eysenk:
«La humanidad lleva miles de años intentando controlar la conducta sin recurrir a la manipulación científica y al estudio de laboratorio y es evidente que ha fracasado en su propósito. Tal vez este enfoque del laboratorio fracase también. Es imposible hacer predicciones exactas acerca de lo que la ciencia puede y no puede realizar; pero al menos debemos permitirle que pruebe fortuna, y aunque hasta la fecha sus logros no han sido muy grandes, creo que son suficientemente prometedores o indican que esta manera de abordar el problema tiene en realidad algo que ofrecer.» (op. cit. p. 63)
En un reciente y riguroso trabajo de revisión de las corrientes antimetafísicas [ii] producidas dentro de la filosofía del siglo XX, Rom Harré y José Miguel Sagüillo [iii], exponen críticamente la argumentación de los autores más relevantes de una variedad de filosofías contemporáneas orientadas a la demolición del realismo no ingenuo, y, por tanto, a negar el carácter real de los objetos de la metafísica tradicional, que son las que, al parecer, se refiere Eysenck.
Dentro del excelente nivel de la exposición de dichos autores, merece especial atención la revisión del capítulo VI dedicado a El vericacionismo y el uso de las condiciones de verdad para luchar contra la metafísica en general, en el que se exponen ejemplos de la eliminación de conceptos metafísicos mediante el uso del principio de verificación. Una de sus conclusiones más relevantes es la siguiente:
«…del análisis correcto de la gramática extraemos la metafísica enterrada bajo la superficie de los discursos filosóficos y cotidianos. Si existe una gramática hay también una metafísica.» (p. 48)
Tal descubrimiento, que parece implicar que siempre hay una estructura metafísica configurando las estructuras gramaticales de las lenguas, tal vez, abriría un campo de gran interés que, el propio Wittgenstein, ignoró en “beneficio” de las ciencias positivistas.
El análisis que Harré y Sagüillo efectúan, con respecto a la Ciencia y la metafísica (capítulo VII), pone en evidencia el continuismo del empirismo de David Hume como parte de la epistemología que influye en la producción científica contemporánea, a pesar de que:
«El enfoque empirista de Hume tiene una dimensión epistemológica basada en las impresiones de los sentidos, en adición a una ontología atómica de eventos independientes. Su concepción de la causalidad rechaza la existencia de conexiones necesarias entre asuntos de hecho.» (ibíd., p. 51)
Este enfoque concluyente acerca de la filosofía de Hume, obviamente implica una dogmática de principio, que impregna a las ciencias, que asuman sus planteamientos, de una mixtificación bastante turbia en sus fundamentos teóricos:
«La ciencia, y en particular el lenguaje ordinario –a veces semi-técnico- que emplean los científicos en sus prácticas materiales ordinarias, no está exenta de presuposiciones ontológicas. Lo que resulta sorprendente es que el tipo de ontología implícita en este discurso no es la que la tradición empirista tradicional y contemporánea han querido poner de manifiesto y explicitar mediante las gramáticas formales al uso. Más bien al contrario, los puntos de vista empiristas que nacen en Hume y que retoman los positivistas del siglo XX suponen una especie de callejón sin salida para cualquier intento razonable de justificar el procedimiento científico contra el escepticismo, y una especie de reducción idealista, donde no hay un papel para “lo que de hecho hacen los científicos.» (ibíd., p. 51)
Además, Harré y Sagüillo, desentierran la metafísica que subyace a toda investigación científica que se pueda considerar auténtica ciencia:
«Un realismo cualificado debe mantener que las teorías científicas tienen un contenido característico que va más allá de lo observable. Las leyes, bajo este punto de vista, son descripciones que reflejan aquellos mecanismos generadores de los fenómenos observables (directa o indirectamente) que operan en la naturaleza. De este modo, el comportamiento de un sistema físico es explicado por referencia a poderes causales cuya naturaleza y estructura explican las capacidades y propensiones de los objetos para actuar y reaccionar de un modo determinado bajo ciertas circunstancias y condiciones. La ontología realista cualificada sustituye a la ontología humeana de eventos independientes y propiedades coexistentes, en favor de una ontología de cosas permanentes. Ello permite un tratamiento diferente de los enunciados sobre hechos empíricos, cuya característica ya no es la de ser deducidos desde las leyes, sino la de ser realmente explicados por medio de investigación interna y profunda en la búsqueda de la naturaleza última de las entidades que las producen y que origina tales fenómenos observables. Estos aspectos son fundamentales en el quehacer científico y nada tienen que ver con el modelo nomológico-deductivo de la posición lógico-empirista.» (ibíd., p. 52)
En este orden de cosas, los autores entienden los presupuestos realistas del siguiente modo:
«…para el realista existen entidades perdurables en la realidad que no son reducibles ni a fenómenos ni a constructos humanos impuestos sobre los fenómenos. Se trata de estructuras reales, permanentes, que están “ahí fuera”, que operan independientemente de nuestro conocimiento, de nuestra experiencia, y de nuestro acceso epistémico a los mismos, ya sea directo o mediado por aparatos que hayamos tenido, tengamos o lleguemos a tener.» (ibíd., p. 53)
Por otra parte, es posible que lo que afirman dichos autores sea una especie de secreto a voces dentro de amplios sectores científicos y filosóficos, y, tal vez, si el grueso de la población estuviera mejor informada, conociendo lo suficiente acerca de tal asunto, también se sumara al sostenimiento de tal secreto colectivo. La pregunta es quiénes (y por qué) controlan las instituciones que ejercen la presión necesaria para que no se rompa tal círculo de silencio que convierte en arcano institucional algo que parece saber tanta gente.
Lo cierto es que sin metafísica no es posible ver la realidad, ni la irrealidad, ni el anti-realismo, y, dado que lo más característico de la especie humana, y aquello que la define esencialmente en cuanto humana, es el conjunto de las diversas relaciones que establezca cada uno de sus integrantes con respecto a ella, junto a las correspondientes constituciones entitativas en cuanto a su simple posibilidad de verificación de las propiedades reales, sin metafísica tampoco sería posible ver al hombre ni sus posibles alteraciones esenciales.
[i] Eysenck, H.J.; La Rata o el Diván; trad. de Humberto Miranda del original Psychology is about People (Chapters I, III and VII) de 1972; Alianza Editorial, S.A., Madrid, 1992
[ii] Al respecto del uso del término antimetafísica, también puede encontrarse, por ejemplo, en: VALVERDE MUCIENTES, CARLOS; PRELECCIONES DE METAFÍSICA FUNDAMENTAL; Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 2009 (p. 258)
[iii] HARRÉ, ROM Y SAGÜILLO, JOSÉ MIGUEL; El movimiento anti-metafísico del siglo veinte; Ediciones Akal, S.A., Madrid, 2000